Fragmento de cuarta novela del ciclo Malanga.
LOS APUNTES DEL PULPERO DE TRES VIDAS
Ese borrador no está completo, pero me sorprende aparecer en esa intentona de novela. El autor ha de ser un aficionado pues utiliza algunos nombres reales: si la llega a publicar, le demandan. Sin embargo, lo único cierto de ese librillo son los apelativos: la trama es una mentira del tamaño de una catedral.
Primero: el sicariato en Malanga nunca ha sido legalizado. Lo que se permite es envenenar progresivamente al enemigo, de modo que el sujeto ha de morir en quince das a lo sumo. Tal medida no ha tenido incidencia en el desarrollo económico de la República de Malanga, que debe más su PIB a las adicciones de una y otra naturaleza.
Algunas legales y otras normalizadas.
En consecuencia, no existe la ley de sicariato ni una normativa civilizada para darle de tiros bajo contrato a alguien.
Vaya idea, ese autor ha de un psicópata sin medicar.
Sí tengo una pulpería, casi en quiebra, pero no escondo el dinero bajo el piso. No soy funcionario de la Agencia —no importa lo que eso signifique— sino que recibo una pensión de guerra. No es que les dé fiado voluntariamente a todo el barrio: es que les tengo miedo y sé que lo que no consigan por las buenas, me dejará una paliza o algo peor.
Isabel es buena gente y es cierto que me da pelota, pero es más fea que sacarse una resaca en la playa: el peor de los castigos. Es falso, rotundamente falso, que yo sea indiferente, pero me niego a entrar en el territorio de las pesadillas.
Y ya había escuchado yo de doña Vicky y sus tres hijos. Es cierto que el carajillo es breteador, pero no tiene once años. Va por trece y ya lo he visto fumando. De lejos parece buena persona, pero que se quede allí; no vaya a torcer el camino.
La desaparición del abogado es otra jetonada. Mendiola se suicidó o tuvo un accidente; no está claro. Se le ocurrió limpiar una pistola que estaba carga. Es lo que se dice en la comunidad y, claro, se voló la madre un mediodía cualquiera.
Don Miguel tiene ese taller en la esquina de toda una vida. A diferencia del texto que cuenta que siempre hay trabajo, yo diría que allí llega la gente a dormir la mona. La única vez que visitó este abastecedor fue cuando mataron a Porkym su hermano chancero: tenía la piel verdevioleta por la rabia contenida.
Y que aquí haya una candidata a vicepresidenta, aunque sea por la pandereta… Eso sí es ser hocicón. Yamileth es una simple maestra del jardín de infantes, recientemente separada de su pareja. No sé quién es; nunca lo vi.
La última persona que conozco de esta trama es a Lunes Misericorde. Más que un enano, un cretino. Más que un trabajador temporal de librerías de viejo, un tachador de autos. Ahí anda calle arriba, calle abajo con tremenda pata de chancho que acaricia mientras se detiene a conversar con oficiales en servicio.
Al resto de personas —digo así y no personajes porque me convenzo que están basadas en seres existentes que el que escribió el borrador sin nombre ha conocido y tal vez no les ha cambiado ni la fisonomía— nunca las he visto, ni siquiera entiendo de donde saco un apellido como Retepiso (tan malicioso) y a esa periodista que cobra mordidas por entrevistas arregladas.
Que yo sepa, eso nunca pasa.
Y se dejó decir el escribano que yo le estaba metiendo mano a esta burrada. Mentira total. Me llamó la atención lo suficiente para tomar algunas anotaciones que, por ahora, dejo en mi libreta al lado de la novela inconclusa, pero soy lo suficiente respetuoso para no meter mano en algo que no es obra de mi imaginación.
Lo que tengo miedo es que esta cochinada salga a la luz, tenga múltiples borradores dispersos estratégicamente o alguien decida, por negocio, publicarlo.
Porque de esto del sicariato, solamente hablé con un exprofesor del colegio cercano, ya pensionado y buena nota, de esos que uno llamaría “anciano venerable”. Su comentario fue rotundo:
—Pues esa ley debe aprobarse amigo. Imagine al montón de hijos de puta que nos sacaríamos de encima. Si ve que pasa eso, me avisa y empiezo por adquirir dos contratos.
No me ha sorprendido demasiado: es que así somos en Malanga: piel de oveja, vísceras de pantera neoliberal y hambrienta.
Ah, en cuanto a mí, ya lo dije: soy pulpero, pensionado de guerra y no conozco otro oficio. Hasta de pacifista tengo fama, aunque tengo un buen Winchester a mano, bajo el mostrador, pero es pura prevención.
¿De dónde salieron esos papeles? Es falso que vinieran en el cajón de un muerto, pues ni funeraria hay. Empiezo a creer que en el desorden de los apuntes de un repartidor, recogió papeles ajenos sin darse cuenta y el azar hizo el resto.
Aclaremos, en este barrio no se juntan las neuronas suficientes para estar haciendo tramas. Cada sujeto vive su propia vida, pero de allí a hilvanar soledades —que es lo que hace un escritor— no me miro ni a mí mismo. Hay que tener mucho tiempo libre, ser chismoso de oficio y mala lengua.
Ahora cambiar este chinamo por otra actividad, sí me gustaría. Hoy abundan las tiendas de pollo frito y comida rápida. Lo que pasa es que eso implica horario nocturno y yo, a eso de las cinco de la tarde, estoy que se me cierran los ojos. Imaginen trabajar hasta las nueve.
Me recuerda el proyecto de ley del trabajo esclavo que propuso años atrás una ola de tarados economistas y empresarios de Malanga. Su idea de desarrollo se fundamentaba en arrancar derechos ciudadanos, derechos laborales y el plato de comida de la mesa del pobre.
"Porque el desarrollo es chorizo de élite", decían en la izquierda.
Y es cierto.
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