ISABEL EN EL CONFESIONARIO
Padre, estoy furiosa
con Jaime. No me ha vuelto a pegar, no. Lo que ocurre es que le coquetea a
todas las que pasan frente al zaguán de casa, aunque yo esté presente. Y tiene
una suerte cabrona con las viejas: todas
le meten conversa y quién sabe qué más.
Pensar
que yo lo escogí por feo y por buena gente para no estar pasando por
éstas. Pero ya vio, se jodió una pierna jugando fútbol y llegan las del
vecindario a dejarle una sopita, un pan casero o a, simplemente, saludarlo.
No, Padre, no puedo dejarlo porque carezco de estudios y
no recibo salario. He querido aprender a bordar para vender cojines y blusas,
pero con él en la casa, el tiempo no me da. Y no me diga que no quiero dejarlo,
si la última vez me aflojó un diente.
Yo también le he golpeado, a veces, lo confieso.
Aprovecho cuando viene borracho y que no se sostiene, para partirle la madre
con la olla de hierro colado. No necesito motivo previo: verlo indefenso me motiva
a tomar venganza de inmediato.
La vez pasada le quebré el brazo y, al día siguiente,
nada recordaba de lo sucedido.
Tenía un arma que heredó del tata, pero la vendí a un
ladronzuelo del barrio. Supe que luego andaba asaltando con ella en la
comunidad, pero a nosotros, nunca. Yo no necesito permiso para protegerme, ni
del consentimiento suyo. Me importa lo inmediato: mi vida.
Ahora, fíjese que me gusta mucho el pulpero y corre el rumor
que maneja buena pasta. Esa tienda no vende mucho porque el barrio se está
quedando solo: yo sé que usted lo nota
también porque menos gente viene al servicio dominical.
Por cierto, Padre. No sea tacaño; compre unos cojincitos: el reclinatorio destroza las rodillas de los
fieles y usted se ríe. Eso es pecado, es maldad.
Digo, ¿qué pasa si cambio al loco por el pulpero? Es que
está más bonito y misterioso que este cabrón lengualarga que, cuando anda sano
y libre de trabajo, se va a volar lengua a cualquier casa de la comunidad. Es
una vieja de patio, se lo digo yo que lo he soportado doce años.
Mi tesis es que uno tiene derecho a mejorar, a no pasar
hambres o estrecheces. Con ese muchacho podría hacer un buen futuro; con Jaime,
no. La casa nos caer encima en cualquier momento. Después del terremoto, se
limitó a conseguir unas formaletas y unos clavos de tres pulgadas para atilintar
la casa. Uno camina con miedo de que eso sea como un castillo de naipes y de
que un tornado, cualquier día, nos saque del mapa,
Oiga, Padre. Usted
debe saber quién es esa señora de maletín en la espalda que anda haciendo
supuestas encuestas y tomando café en casas sin traer ni una galleta. Me contó
Viqui que la estafó con un asociación pro vivienda y que, ahora, si la
encuentra de frente, la otra vuelve el rostro y hasta cambia de acera. Lo peor es
que anda con dos guardaespaldas que hace pasar por ayudantes.
Guárdese sus opiniones, sobre mi vida. Yo vine a pedirle
consejo y no censura, Tampoco, penitencia. Estoy muy grandecita ya para rezarle
a los yesos, pero me parece terrible que las cosas ocurran frente a los ojos de
uno y no poder entenderlas, cómo si ocurriesen a oscuras. ¿Qué tiene este
barrio, Padre, que se está muriendo como una chayotera y si remedio? Oigo que
las nuevas generaciones ya no juegan en la calle porque los padres tienen miedo
o porque se los traga el celular. A estas alturas, he olvidado la mayoría de
las caras del vecindario y hasta llego a creer que esos chavalillos del búnker
son mis vecinos naturales, mis pares.
No vaya usted a venir de casamentero o soplón a decirle a
Clemente que me interesa. No sea sapo, busque vida. Mejor todavía, hágase de su
propia amiguita y deje envidiar la vida carnal de los otros. Por ahí dicen que
la encuestadora es facilona, aunque a mi casa todavía no llega. Usted le llega
con el cuento de la salvación y se le va arriba…¿Qué le parece?
No me grite.
Puta, así pagan la devoción de una. Uno viene a darle su
vueltita para ver que todo está bien y lo que hace es arrojarme agua bendita y
levantar la cruz. Seguro pienso que tengo el chamuco dentro y no. Solamente le
estoy hablando de mortal a mortal porque usted lo es…
¿Va a decir que no?
Eso es soberbia, Padre.
No hace falta que llame a la policía.
Me estoy yendo.
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