martes, 11 de julio de 2023

Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga


LA VOZ DE LOS PERSONAJES ES COSA SERIA

 

—¿Estamos todos ya? ¿Podemos empezar?

—Mire que es idiota decir tal cosa. Sólo usted tiene idea de con cuántos personas y voces trabaja. Es un desorden todo lo que hace…— es la voz de Clemente, bastante serio.

—Bueno, mando yo.  Silencio, siéntense. ¿Alguien sabe que estamos haciendo?

—Una “novela”, así le llama usted, pero es un total despiche—tercia Annette— ¿Cómo se le ocurre que yo quiero ser candidata si me va bien en lo que hago y, sin embargo, no aparece en el relato? Aprovecho para decirles compañeros que vendo jarras para café pintadas a mano bajo la escuela del expresionismo abstracto.  El estilo me fue condicionado por este escribiente, pues dice — o repite como loro— que la CIA inventó a Jackson Polllock.

Y, sin embargo, no hemos usado para nada mi arte. Ni una puta exposición en una feria de mercadillo.

Tanto joder para nada.

Ah, si alguno quiere una jarra, vale cien dólares. Aclaro que no tienen asa.

—Y, ¿por qué?— pregunta Miguel, el mecánico.

—Para subrayar lo creativo.  Es casi una jarra inútil, un objeto hedonista— responde la artesana.

—Arte es otra vara.  De verdad, que acá estamos jodidos todos. Nos falta, como siempre, dirección. Este escritor nos tiró al agua para hacer una novela donde el sicariato era un oficio legalizado en una sociedad moderna, pero lo que yo veo es una trama de corazones rotos en un barrio venido a menos— dice Favio mientras sostiene la mano levantada, como hacen los niños de primaria.

—Es que las historias suceden sobre la marcha— explico yo—. Cuando contraté a Annette me sedujo su natural patetismo, su caos espiritual.  Jamás creí que tuviese ese espíritu arribista a flor de piel y que se dedicara a sacarle plata a la comunidad.  ¡Qué hija de puta resultaste!— digo mientras le miro cara a cara.

—Sabe qué pasa? Le estoy salvando el pellejo. No vine a que me vieran la cara de tonta…Tampoco a aburrir al lector con historias de gente pisoteada por el capitalismo. Eso ha sido invento suyo, que es un zurdo de mierda, pero se disfraza.  Yo lo que quería de antemano era fama, pero nunca me puso en contacto con los grandes galeristas de Artificio, aunque me lo ofreció repetidas veces… Recuerde.

—Lo otro que quiero decirles es que tienen que moderarse. No es posible que el borrador cruce de mano en mano y lo vayan alterando. Les recuerdo que el escritor soy yo y que, si no he ganado el premio nacional, es por pura envidia del resto del país. Debiesen golpearse el pecho con un yunque por el orgullo de estar bajo mi mando.

—¿Mando…? No seas mío—responde Ramón Cifuentes, el actor que encarna al Alambres—. Te recuerdo que los de la Banda del Turco abandonaron la novela en los primeros capítulos porque sos un absoluto imbécil.  A gente de la calle, sobrevivientes que no saben ni escribir, los mandás a hacer trabajo burocrático. A ellos, también les prometiste un protagónico.

Por eso fue que apareció el militarote éste, que decís que trabajó en la Agencia. Sos un jetón: ni él, ni el Fernando Pudín, que hace de Lunes Misericorde tienen pasado militar.  Recordá que la misma estatura es un condicionante y ese mae que dirige Sicarios ni siquiera habla inglés… Del “yes, yes” no pasa y su condición física es un asco.

Claro, vos si pudieses, inventarías que estaba en la Loma de Hierba el día que le volaron el cerebro a JFK. Así como dijiste que Olga es premio nacional de periodismo, pero vos sabés que nunca se graduó:  la echaron de la U por plagio con el GPT.

Ese narrador que altera a otro narrador que cuenta a otro es muy trillado.  Es un juego de espejos, donde al final está tu sombra y todos los saben. Debieses pensar en escribir política porque te quedás en las formas a propósito.

Mirá, sólo quiero decirte que son otros trucos los que te salvan la novela.  Porque es una crueldad tuya decir que doña Cayetana falleció en el terremoto por un infarto al miocardio cuando, en realidad, cancelaste al personaje porque no te gustó para nada su dicción. Ah, y dejáte de mierdas y acosos:  dice Jenny que le echaste los perros. Hoy no vino porque está de guardia en el hospital pero ahorita te pone demanda.

—Ah, falta gente acá…— aclaro—. Es hasta ese momento que veo que no está Mendiola, ni Luisillo, ni Marina, ni Yamileth, ni Rosaura, ni los burócratas del partido, ni el pastor,etc.

—Puta, los ponés a ganarse la vida y luego reclamás porque no vienen. Sos un doble cara, ¡qué vergüenza!— Annette que, viendo que estoy perdiendo el dominio de la reunión, se empodera para acorralarme.

—Reconozco que lo de Mendiola es culpa mía. Lo dejé trabado en un tragaluz del viejo banco quebrado. Nada estaba haciendo allí, pero tampoco vi para qué sacarlo del lugar. Sospecho que habrá muerto de hambre. Es un tópico que no quiero seguir.

—Demasiado moralismo, compañero— interviene Ronald. No es su papel proteger a nadie. Allá usted lo que haga, pero si a un sujeto le toca mal destino, ¿a usted que le importa? Lo suyo es escribir y no meter mano.

—Meter mano es lo que hacés vos con la enfermera, cabrón. Te suprimí de unas escenas porque la novela se me iba al porno ya mismo.

—¿Ven, compañeros? Estamos en manos de un censor, no de un escritor.  Este chavalo tiene la mollera vacía y bajo un esquema amoral nos engaveta a todos en sus proyecciones. Tenemos que unirnos y resistir su dictadura.

Sólo falta que diga que los muertos no son muertos, sino representaciones de muertos porque acá todo es simulacro.

—Lo es— grito yo, que no despierto del asombro.  ¿Acaso ustedes creen que uno va y hace un libro matando a medio mundo y la cárcel no lo espera a la vuelta de la vida? ¿Por qué creen que las balas son reutilizables?

Repito: reutilizables. Simple, porque son de goma. A veces, usamos kétchup y soluciones de goma arábiga con tinta para representar la sangre y eso.

—Ah, otra cosa, míster. Usted nos hace mala sangre. Me ha puesto a decir que no me gusta Isa, que es bien fea. No es cierto y, además, yo no emito juicios ofensivos contra nadie. Aparte, sus cuentos de que tengo dineros ilegales y que trato con gente sombría, me hace daño. A mi casa, llegaron judiciales el mes pasado y me detuvieron cuarenta y ocho horas a ver qué sabía yo de los papeles de Panamá. Y no, yo no sé ni mierda— habla el chino, tan calladito que estaba.

—Yo creo que hay que partirle la madre— afirma el Retepiso, que estaba sentado cerca de mí con tremendo bate de aluminio en la mano y mientras se incorpora amenazante, hace una seña con los pulgares en alto para que todos se vengan contra mí.

Veo venir el batazo y trato de esquivarlo. Siento el impacto justo cuando caigo al piso en el borde del ojo, como si una bola de hierro quebrase mi mejilla.

He caído de mi colchón y tengo ensangrentado el pijama. La cabeza me duele una barbaridad y veo borroso. La pesa rusa que tengo siempre a la par de mi cama se tambalea aún por el impacto con mi rostro.

Pero las voces siguen protestando, creo. Lo digo porque me desmayo y en la cocina donde nos reunimos los personajes y yo, ahora arde Troya. Todos contra todos porque sí.

Como en el Viejo Oeste. O en cualquier pogo de los días del punk.

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