ORDENANDO APUNTES PARA QUE NADIE SE SALGA DEL CANASTO
El terremoto sobrevino casi a medianoche del ocho de agosto: siete grados Richter, pero en la comunidad se sintió cercano a diez. Las estructuras endebles se movían como posesas por una fiebre de cuarenta y dos grados.
El chino Clemente dormía en la trastienda cuando vio sacudirse toda la armazón de su negocio. Mercadería por el suelo, botellas rotas y pisos pegajosos, merced al derrame de bebidas edulcoradas.
En lugar de ponerse a restablecer el orden, se limitó a sacar dos maletas grandes que tenía bajo las tablillas del suelo, bajo una estantería.
Se sacudió el polvo, se peinó bien y pidió un taxi rumbo a un hotel céntrico de Artificio, el Cóndor. Un lugar turístico de cuatro estrellas y se hospedó bajo el nombre de Benjamín Repollo, turista español.
Doña Vicky no vio mayores daños en su hogar, pues a pesar de las malas condiciones, allí todo se sostiene mutuamente. Las escaleras, por ejemplo, están calzadas con ladrillos de modo que el baile durante el terremoto fue minimizado.
No posee mucha cristalería, así que lo poco caído no llegó a generar astillas o riesgos. Las hijas de Virginia juran haber visto ratas correr por todas partes, pero tienden a exagerarlo todo.
De su parte, Luis quedó tan alterado que esa noche, luego de muchos años, mojó la cama.
Rolando Mendiola estaba hasta las cachas dormido en la habitación del segundo piso de su bufete. Aunque la casa tomó una inclinación de unos quince grados hacia la derecha, el abogado no logró notarlo nunca.
Los visitantes se sentían incómodos con el fenómeno, pero todos se resistían por pudor a tratar el tema.
Tres semanas después fue que pasó lo que pasó: ya fuese que el jurista se suicidase o que se quedase atrapado en el cielorraso de un banco en quiebra que ya era un simulacro de sí mismo, nada más.
Al narrador aclarar esto le vale un carajo.
El taller de Miguelón quedó incólume: la ventaja de una construcción liviana, forrada en latones.
El salón de belleza de Marina quedó en perfecto estado. Posiblemente porque ella tiene prácticas esotéricas y holísticas, mezcla de Blavatsky y Marie Condo.
Yamileth se separó de Fabio, pues ya empezaba a olerse mejores esperanzas en el Partido Puritano para sí y ese hombre solamente le serviría de lastre.
Le dejó también al carajillo que ya rondaba los once años, pero que no salía al sol nunca porque alguien le contó una versión distorsionada de los Teletubbies donde el astro mayor se comía al cuarteto de enanos imbéciles.
Ya dijimos que la secretaria de Mendiola se piró con el menaje de la oficina.
Y hay un montón de chismes más, pero no jodan por ahora. Estoy con la novela y voy a enfocarme un poco porque, de lo contrario, las moscas son para mí como alfombras persas: me distraen y me pierdo.
Además, esto no es epílogo. De hecho, a partir de ahora, aplicaré medidas de contención porque si no, me pongo a jugar con aquello de buscar la novela total y eso sí que es una absoluta huevonada.
La señora Gallinés volvió a Tres Vidas a la mañana siguiente del terremoto con una brigada de predicadores y amas de casa, que repartían víveres, agua, ropa entre los necesitados. A las tres de la tarde, hicieron olla de carne en la plaza de deportes y una multitud notoria, salida de los cuatro puntos cardinales acudió por ella.
La justa aparición de Olga Patogreis, reportando en vivo para La Patraña, le vino al pelo. El pastor candidato andaba de goma esa mañana y decidió evitar el encuentro con la prensa para no evidenciar lo demacrado que le dejaban las drogas mezcladas con el tequila.
Así que Ana pudo ser el centro de atención de esa tarde: en primera fila, con cuenco en una mano y cucharón en la otra, dándole caldillo y afecto a los necesitados. Quién sabe de dónde salió una cámara y otra que perseguían a la candidata vice de tal forma que el encuentro de Evita y Perón la tarde que se conocieron en medio de los apuros que había generado el terremoto de San Juan en el 44 pareciese apenas un teatrillo de marionetas ante la nueva improvisada producción y consecuente éxito de la señora Gallinés.
Aclaremos que servir la sopa no convierte en héroe a nadie: lo hace la presencia de las cámaras, las luces y un hito conveniente. Tanto fue así que en el barrio se dice que fue un montaje.
Eran casi las siete de la tarde, pero aún no caía la noche. Sin embargo, la merma de la agitación había dado lugar a intervalos de silencio y era posible, gracias a ello, detectar el compás de un reloj cucú o de una herramienta que trataba de despegar una lámina de zinc que tapaba el paso.
De repente, Annette detectó un hilo de voz que venía de debajo de los escombros de la quinta casa de la acera norte. Se dirigió casi de inmediato al sitio preciso y con una ayuda de una viga de madera, empezó a hacer palanca (antes se aseguró de ser seguida por todos los reporteros que mosqueaban en el área).
Eso fue genial: Ana estiró la mano y la sumergió en la oscuridad de los escombros: una niña rubia, de cuatro años, se aferró a ella y ni lerda, ni tonta la candidata hizo la pantomima de salvar a la menor.
O la salvó.
Y no quedó allí. A continuación, emergieron de los mismos escombros otro niño de ocho años; uno de dos y medio; una señora de setenta y cinco años y dos gallinas chiricanas. Todas se asieron, a su turno, de los brazos de la señora candidata que parecía no sudar, ni pensar en nada más que socorrer a la comunidad.
Esa misma noche, en los telenoticieros corría la estampa de la señora que, vestida de crema, no tuvo reparo en ensuciar su ropa por salvar vidas.
Ni la Perón tuvo tanta suerte. Estaba en el escenario, bajo los focos, ante la mirada de todos.
A ver qué podría ocurrir ahora: se montaría sobre la ola del éxito.
Ahora, yo recorrí a pie la comunidad unos días después. Es que me dicen el loco, porque cuando no estoy trabajando, me dedico a interpelar a todos los que pasan por acá. Algunos no me dan bola. Otros están urgidos de soltar sus penas o de opinar hasta de lo que no saben.
Ninguno había visto antes a los rescatados de esa noche. Nadie en la comunidad tenía gallinas. Nadie reconoció a los niños, ni a la vieja.
Dicen que, al regresar a casa, Ana sintió impulsos de hacerse un rodete como el que usara la señora Duarte cuando asumió como la antonomasia del poder en Argentina. Sin embargo, nuestra amiga se limitó a quitarse la peluca rubia que portaba y se limpió el maquillaje.
Cuando terminó, se sintió radiante, cambiada.
Dos minutos después, se quemó la bombilla del cuarto de baño.
Es que esas instalaciones viejas son un verdadero atentado.
Sin embargo, Ana siguió durante el resto de la campaña electoral, posando de perfil y con su corte de italian boy, con rayitos.
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