Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga
DIÁLOGOS QUE CHAPOTEAN EN LO ABSURDO
—¿Dice usted que hay una compañía que se lleva el cableado eléctrico de los postes?— pregunta Clemente al hombre que está de paso en su negocio, con una bebida de cola en una mano y en la otra, una bolsa de papas tostadas.
—Es lo que le digo hace rato. A usted le cuesta la tabla del uno.
—Es que lo que dice no tiene pies ni cabeza, señor.
—Pues vaya y revise las leyes. Ellos trabajan bajo concesión del Estado. Se llama minería de recursos públicos. Así está registrado eso.
—Usted no estudió, ¿verdad? Dice cada cosa…
—Estoy terminando la secundaria de noche. Allí en el centenario Colegio de la Patria. Es muy duro porque la profe debe atender como a diez personas en distintas materias a la vez.
—Y la profesora le enseñó eso…
—No, no. Me lo dijo un operario de ellos que estaba, de hecho, en la labor de quitar el cableado de los postes. Fue la víspera del terremoto. Un muchacho decente, pero bastante pobre. Hasta me ofreció trabajo si adelgazaba. Yo iba a hacer dieta, pero no logro dejar la chatarra. De lo contrario, allí estaría trabajando para la compañía en lo de minería de cableado.
—¡Qué raro! Fíjese que me prestaron una novela y cuenta exactamente esa cuestión como si fuese normal que las empresas se apoderen de bienes públicos. Eso nunca lo permitirían los políticos, ¿verdad?
—Pues yo creo que no. Habrá sido que esa ley existe desde siempre.
—Señor, esto es política y no religión. No existen leyes eternas; lo que hay es interés de los grupos de poder por condicionar las reglas del juego a favor de ellos.
—Eso me lo escribe en un papelito, por fa. No lo entendí. Déme otra cola.
Abro el congelador y saco una bebida de fresa.
Me paga en el mismo momento de tomar la botella.
—Entonces usted si cree en su amigo, el que le explicó esto de la minería…
—Claro, no tengo por qué dudar. Llevo veintidós años de labor de conserje. Los últimos tres en el studio arquitectónico Piruetas & Piruetas que quiere colaborar con la asociación pro vivienda de este barrio.
—Algo he escuchado de eso. Dicen algunos que es una verdadera estafa. ¿No ha escuchado de eso?
—Que yo sepa, mi patrono nunca ha tenido problemas. Ha de ser un rumor sembrado por la competencia, celos profesionales. En todo caso, a esta comunidad le vendría bueno reconstruirse totalmente.
—Es que el epicentro fue cerca, ¿sabe? A menos de veinte kilómetros. Las casas de madera soportan mejor, pero aquí las construcciones son mixtas.
Es allí cuando recuerdo que salgo en la novela, pero mi abastecedor y mi oficio son distintos. Entiendo muy bien cuando dice mi cliente que hay algún competidor regando bolas para joder a su jefe. Alguien quiere dañarme con ese cuento de ser un bicho oscuro, tener una funeraria y un enredo con una mujer tan vulgar como esa muchacha de rojo que viene cuatro veces al día.
Ha de ser que no tiene nada qué hacer, la tal Lorena. Porque se le acabo el empleo con la muerte de la viejita que cuidaba y, entonces, ha debido buscar otro paciente. Que yo sepa, no lo ha hecho y no vive en esta calle.
¿Será que alguien me está poniendo una trampa para que yo caiga en los brazos de esa mujer? ¿Qué gana con eso? ¿Quién puede ser tan boludo de tejer tramas estúpidas y cuál es su propósito?
Me parece que lo que ocurre es que todos los correlatos existen gracias al divorcio entre lo que se cuenta y lo que se hace. Nadie cuenta sus trapos sucios y suele pasar que se los endilga a un desconocido o a alguien que detesta. Y para saber de otros, basta conversar en cada esquina como hace el famoso loco.
Cribar los datos es más difícil. Eso es investigación y a muy pocos les importa hacerlo. Y la mitad de esas personas, opta al final por las mentiras.
Mirá, se me quedó dormido el gordo mientras yo hacía el recuento. Espero que no ronque y que tampoco se aparezca Lorena nuevamente porque no me gusta imaginar que se me insinúe delante de testigos.
Apenas para subirlo al Youtube.
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