miércoles, 26 de julio de 2023

Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga


POR QUÉ NO HEMOS VUELTO A HABLAR DEL MAESTRO PELAPAPAS

 

Fue dos años antes a la escritura de esta novela cuando el gurú de las letras malangueñas, el doctor Isidro Pelapapas fue escogido para viajar a la luna en la primera misión espacial de Malanga.

Entrenamientos, disciplina, dietas. En menos de seis meses, el maestro ya era otro:  había crecido en estatura —ocho centímetros— y había ganado masa muscular, a pesar de perder dieciocho kilos. Además, su cabellera era ahora frondosa, lacia y azabache. Casi podía confundirse con un jefe apache.

Le vimos poco durante todo ese proceso. Dejo de visitar las oficinas de Comas Negras, no rondaba el café cultural de costumbre para rozarse con sus pares que, a pesar de detestarlo, le guardaban la silla por si optaba por aparecer.

No en vano era el más destacado personaje de la cultura malangueña.

Ocupado en desarrollar destrezar técnicas y científicas, Isidro acababa la tarde molido. No quería más que irse a dormir y desconectar del mundo un período largo. Sin embargo, a las seis horas, los cinetíficos del Ministerio de Tecnologías Espaciales lo llamaban puntualmente:

—Maestro, apúrese. Hoy tenemos mucho que hacer. Usted será el cocinero y me dicen que no sabe freír un puta huevo.

—Insisto en que nos alimenten con pastillitas. En el espacio no conviene que los astronautas anden cagando— respondió Isidro.

—Déjese de mitos. Si no come, se morirá de hambre o se le retorcerá la tripa. Adenás, llevamos los nuevos inodoros ultragravitados que desarrollaron los rusos. El riesgo no es que eso se esparza en el espacio, sino que usted se quede pegado al wáter. Por eso es que van unas palancas de titanio, para liberar a cualquiera que no logre separarse. No le quito más tiempo, apúrese.

Pelapapas terminó la llamada y estiró los brazos para despertarse.  Se calzó las sandalias y cruzó hacia el lavatorio para refrescarse el rostro. No hizo por dónde bañarse; el día estaba fresco y él, desde niño, era tan ecologista como cualquier mechudo.

Se encajó la misma ropa de astronauta del día anterior. En todo caso, nadie le daba viáticos o presupuestos para pagar la dry cleaning.  E Isidro sabía que eso de andar con un traje estrambótico y cruzar el parque era poco más que una puesta en escena: todo el país hablaba de él. Y los camarógrafos y paparazis le daban mucha bola.

Otra propuesta de Isidro ante los científicos fue el de cocinar los huevos en agua. Aquello provocó descalificaciones y risas por doquier, pues cualquiera sabe que en ausencia de gravedad, el agua no puede mantenerse en un recipiente. El gurú se sintió humillado, estúpido y prometió que nunca más iría al espacio.

Cosa que finalmente fue cierta. Apenas el catorce de noviembre del año pasado, salió le cohete con los tres hombres a bordo. Ante la carencia de plataformas espaciales, el gobierno designó a un viejo hotel de cinco estrellas, como base de lanzamiento. Dicho lugar estaba abandonado y entre las paredes del cuarto y quinto piso, grandes panales de abejas africanizadas emitían su zumbido constante.

No importa, antes de medianoche ya todo era agitación. Gente va, gente viene, pruebas y revisiones de las estructuras, conseguir el cd del himno de Malanga para hacerlo sonar protocolariamente, qué números dejarían apuntados en la lotería clandestina mientras regresaban (pues el viaje duraría diez días).

A las cuatro con diez subieron solemnes a la nave. El presidente les habló por radio y se dejó ir con una retahíla sobre el valor humano y la soledad del hombre en el espacio sideral.

Isidro tuvo entonces síntomas de devolver los alimentos, pero prefirió optar por la rezadera. Y, para hacerlo, cerró los ojos tan decididamente que no los abrió más.

Al menos, eso fue lo que vimos en la tele. Posiblemente, los de la sala de mando viesen más, pero la transmisión con la cabina de la Cajeta Espacial de Leche fue cortada adrede para ir a comerciales.ç

Qué hijos de puta, ¿verdad? Hay que ser malsanos para dejar solos a estos héroes en semejante encrucijada. La verdad es que yo me estaba meando y no iba a seguir escribiendo sólo por complacer a nadie. Luego se me hacen cálculos renales y nadie va a pagar mi médico; por más que jueguen de amables, sabemos que no.

Lo que estoy olvidando decir es que, en esa conversa entre el presidente y los tripulantes de nuestra primera misión lunar, hubo instantes tensos, pero que se disimularon un tanto debido a la mala señal que cortaba las palabras. Yo logré —porque llevaba el grabador encendido— capturar varias frases, de las cuales entendí claramente dos:

—Usted es un hijo de puta, presidente. Ya tuviese valor para venir.aquí—. Imagino que la dijo mientras fingía rezar porque todos los que conocimos a Isidro,  sabemos que era ateo.

Más adelante, casi cuando el señor mandatario se despedía, lo interrumpió y dijo casi a gritos:

—Me voy de este mierdero. Malanga es un oxímoron permanente— y justo allí fue cuando se cortó la transmisión y el diálogo. Supongo que un yerro técnico explicaría todo.

¿Qué quiso decir con eso el maestro? Me ha quedado la duda. Los intelectuales son así:  les cuadra no ser comprendidos, sino por los exégetas, sus pares. Yo, acostumbrado como soy, a hacer la sopa de letras de la prensa dominical y otros entrenamientos menores, voy a sugerir la siguiente frase por sencilla:  Toda Malanga es una contradicción.  Y lo digo a riesgo que sea ya una idea tan manida que me acusen de acudir al refranero popular sin vergüenza alguna.

Y tienen razón, lo que no me importa. Porque este pequeño texto intercalado, ahora que la novela va terminando, es un homenaje a nuestra estrella literaria, Isidro Pelapapas, que creyó huir para siempre de Malanga en el cohete donde se reclutó por propia voluntad.

Pasa que la Cajeta Espacial de Leche tuvo pequeños contratiempos que fueron resueltos con audacia. Por ejemplo, ante la imposibilidad de comprar tecnología de punta, el volante y los motores fueron comprados a un chatarrero que les hizo precio y firmó una garantía por tres meses. Yo ya sé de ésas cosas porque una vez compré un coche usado y en cuatro meses fundió el motor. Compré en un deshuesadero un motor similar al que hubo que cambiarle empaque, bielas, todo. Cuando el vehículo encendió las bielas salieron disparadas y quebraron el cárter.  Son riesgos económicos del desarrollo, entendamos eso.

Sencillamente, la CEL (abreviatura de la nave) empezó a derretirse a los treinta mil pies. Al llegar a sesenta mil, todas las estructuras le temblaban, pero siguió disparada en diagonal hacia el infinito.

Pero no lo alcanzó, porque se cree que en algún punto no muy lejos de las nubes, las mangueras del combustible se rompieron y los contactos eléctricos hicieron lo suyo.

Primero un incendio, luego la explosión. Era el fin:  nosotros podemos decir que vimos al gran gurú ascender al cielo, pero cuando a tierra nunca logramos divisarlo.

Bajó en forma de confeti orgánico y en el Caribe, mar adentro.

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