viernes, 28 de julio de 2023

ESTO NO ARRANCA NI CON DIÉSEL
 

Lluvia de mediana intensidad

Ni siquiera los abejones salen de la tierra

Tengo una gotera en la sala que no funciona

Y no puedo llamar al plomero si no hay charco

Uno no puede acusar sin evidencia

Mi carro se derrite poco a poco

Mejor dicho adecúa su tamaño

Pasa de ser todoterreno a patineta

El higo que estaba triste se levanta

De eso toman apunte los insectos

La próxima semana lo sirven en la cena

Las ardillas de brazos caídos y escondidas

Los rayos invisibles y matones

Solamente sabemos del relámpago

Yo pensaba subir la montaña por la noche

Pero tengo una roca gigantesca de pereza

La Bodeguita Cultural, nuevo espacio para libros y más en la Calle de la Amargura, a cien metros de la UCR es de amigos nuestros y ya está en funciones.

miércoles, 26 de julio de 2023

Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga


POR QUÉ NO HEMOS VUELTO A HABLAR DEL MAESTRO PELAPAPAS

 

Fue dos años antes a la escritura de esta novela cuando el gurú de las letras malangueñas, el doctor Isidro Pelapapas fue escogido para viajar a la luna en la primera misión espacial de Malanga.

Entrenamientos, disciplina, dietas. En menos de seis meses, el maestro ya era otro:  había crecido en estatura —ocho centímetros— y había ganado masa muscular, a pesar de perder dieciocho kilos. Además, su cabellera era ahora frondosa, lacia y azabache. Casi podía confundirse con un jefe apache.

Le vimos poco durante todo ese proceso. Dejo de visitar las oficinas de Comas Negras, no rondaba el café cultural de costumbre para rozarse con sus pares que, a pesar de detestarlo, le guardaban la silla por si optaba por aparecer.

No en vano era el más destacado personaje de la cultura malangueña.

Ocupado en desarrollar destrezar técnicas y científicas, Isidro acababa la tarde molido. No quería más que irse a dormir y desconectar del mundo un período largo. Sin embargo, a las seis horas, los cinetíficos del Ministerio de Tecnologías Espaciales lo llamaban puntualmente:

—Maestro, apúrese. Hoy tenemos mucho que hacer. Usted será el cocinero y me dicen que no sabe freír un puta huevo.

—Insisto en que nos alimenten con pastillitas. En el espacio no conviene que los astronautas anden cagando— respondió Isidro.

—Déjese de mitos. Si no come, se morirá de hambre o se le retorcerá la tripa. Adenás, llevamos los nuevos inodoros ultragravitados que desarrollaron los rusos. El riesgo no es que eso se esparza en el espacio, sino que usted se quede pegado al wáter. Por eso es que van unas palancas de titanio, para liberar a cualquiera que no logre separarse. No le quito más tiempo, apúrese.

Pelapapas terminó la llamada y estiró los brazos para despertarse.  Se calzó las sandalias y cruzó hacia el lavatorio para refrescarse el rostro. No hizo por dónde bañarse; el día estaba fresco y él, desde niño, era tan ecologista como cualquier mechudo.

Se encajó la misma ropa de astronauta del día anterior. En todo caso, nadie le daba viáticos o presupuestos para pagar la dry cleaning.  E Isidro sabía que eso de andar con un traje estrambótico y cruzar el parque era poco más que una puesta en escena: todo el país hablaba de él. Y los camarógrafos y paparazis le daban mucha bola.

Otra propuesta de Isidro ante los científicos fue el de cocinar los huevos en agua. Aquello provocó descalificaciones y risas por doquier, pues cualquiera sabe que en ausencia de gravedad, el agua no puede mantenerse en un recipiente. El gurú se sintió humillado, estúpido y prometió que nunca más iría al espacio.

Cosa que finalmente fue cierta. Apenas el catorce de noviembre del año pasado, salió le cohete con los tres hombres a bordo. Ante la carencia de plataformas espaciales, el gobierno designó a un viejo hotel de cinco estrellas, como base de lanzamiento. Dicho lugar estaba abandonado y entre las paredes del cuarto y quinto piso, grandes panales de abejas africanizadas emitían su zumbido constante.

No importa, antes de medianoche ya todo era agitación. Gente va, gente viene, pruebas y revisiones de las estructuras, conseguir el cd del himno de Malanga para hacerlo sonar protocolariamente, qué números dejarían apuntados en la lotería clandestina mientras regresaban (pues el viaje duraría diez días).

A las cuatro con diez subieron solemnes a la nave. El presidente les habló por radio y se dejó ir con una retahíla sobre el valor humano y la soledad del hombre en el espacio sideral.

Isidro tuvo entonces síntomas de devolver los alimentos, pero prefirió optar por la rezadera. Y, para hacerlo, cerró los ojos tan decididamente que no los abrió más.

Al menos, eso fue lo que vimos en la tele. Posiblemente, los de la sala de mando viesen más, pero la transmisión con la cabina de la Cajeta Espacial de Leche fue cortada adrede para ir a comerciales.ç

Qué hijos de puta, ¿verdad? Hay que ser malsanos para dejar solos a estos héroes en semejante encrucijada. La verdad es que yo me estaba meando y no iba a seguir escribiendo sólo por complacer a nadie. Luego se me hacen cálculos renales y nadie va a pagar mi médico; por más que jueguen de amables, sabemos que no.

Lo que estoy olvidando decir es que, en esa conversa entre el presidente y los tripulantes de nuestra primera misión lunar, hubo instantes tensos, pero que se disimularon un tanto debido a la mala señal que cortaba las palabras. Yo logré —porque llevaba el grabador encendido— capturar varias frases, de las cuales entendí claramente dos:

—Usted es un hijo de puta, presidente. Ya tuviese valor para venir.aquí—. Imagino que la dijo mientras fingía rezar porque todos los que conocimos a Isidro,  sabemos que era ateo.

Más adelante, casi cuando el señor mandatario se despedía, lo interrumpió y dijo casi a gritos:

—Me voy de este mierdero. Malanga es un oxímoron permanente— y justo allí fue cuando se cortó la transmisión y el diálogo. Supongo que un yerro técnico explicaría todo.

¿Qué quiso decir con eso el maestro? Me ha quedado la duda. Los intelectuales son así:  les cuadra no ser comprendidos, sino por los exégetas, sus pares. Yo, acostumbrado como soy, a hacer la sopa de letras de la prensa dominical y otros entrenamientos menores, voy a sugerir la siguiente frase por sencilla:  Toda Malanga es una contradicción.  Y lo digo a riesgo que sea ya una idea tan manida que me acusen de acudir al refranero popular sin vergüenza alguna.

Y tienen razón, lo que no me importa. Porque este pequeño texto intercalado, ahora que la novela va terminando, es un homenaje a nuestra estrella literaria, Isidro Pelapapas, que creyó huir para siempre de Malanga en el cohete donde se reclutó por propia voluntad.

Pasa que la Cajeta Espacial de Leche tuvo pequeños contratiempos que fueron resueltos con audacia. Por ejemplo, ante la imposibilidad de comprar tecnología de punta, el volante y los motores fueron comprados a un chatarrero que les hizo precio y firmó una garantía por tres meses. Yo ya sé de ésas cosas porque una vez compré un coche usado y en cuatro meses fundió el motor. Compré en un deshuesadero un motor similar al que hubo que cambiarle empaque, bielas, todo. Cuando el vehículo encendió las bielas salieron disparadas y quebraron el cárter.  Son riesgos económicos del desarrollo, entendamos eso.

Sencillamente, la CEL (abreviatura de la nave) empezó a derretirse a los treinta mil pies. Al llegar a sesenta mil, todas las estructuras le temblaban, pero siguió disparada en diagonal hacia el infinito.

Pero no lo alcanzó, porque se cree que en algún punto no muy lejos de las nubes, las mangueras del combustible se rompieron y los contactos eléctricos hicieron lo suyo.

Primero un incendio, luego la explosión. Era el fin:  nosotros podemos decir que vimos al gran gurú ascender al cielo, pero cuando a tierra nunca logramos divisarlo.

Bajó en forma de confeti orgánico y en el Caribe, mar adentro.

TEMEROSAS AVES DE CORRAL TODOS LOS DIAS

La vegetación marchita en invierno
Las bolsas de basura retienen lixiviados
Los pobladores tienen llagas y tristeza
Las galletas sin gluten tienen preservantes
Algunas aguas son cancerígenas
También pueden dar cáncer las palabras
Y hay mucha gente muerta que camina
La posmodernidad es vino fallido
Pero te la venden en cajitas de madera
Y la etiqueta cubre el líquido podrido
Hay gallinas bostezando en los postes urbanos
Han decidido asumir el rol de zopilote
Pues así garantizan su alimento
Un milico dice ser civil y pacifista
Su mujer amanece con los ojos inflamados por el sueño
A las nueve agradece verle salir de casa
A la una se pregunta si lo habrá matado un coche
A las cinco se deprime cuando lo mira regresar
Dispuesto a darle otra paliza para mantenerse en forma
No vaya a ser que un enemigo lo encuentre por la calle
La vegetación marchita
La gente catatónica o sumisa
Las gallinas taladrando huesos a picotazo limpio
El fascismo percudiendo todas las hendijas
La democracia es una palabra hace tiempo inútil
No mirás gente son fallidos muñecos sin futuro
El ruido de los coches que tapa la violencia
Las tarjetas plásticas carcomen las paredes
Para el diario de hoy vamos a deshacer la casa
Nos toca desmontar la chimenea el juego de sala
Los cuadros la fachada las mascotas
Lo importante es estar vivo
Es un falso hedonismo el del presente
Es peligrosamente contagiosa la miseria
Si querés felicidad véte al cine al 2 x 1
Pedí que las den con mantequilla
Y luego te dormís
Llevá cobija.

viernes, 21 de julio de 2023

Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga


DIÁLOGOS QUE CHAPOTEAN EN LO ABSURDO

—¿Dice usted que hay una compañía que se lleva el cableado eléctrico de los postes?— pregunta Clemente al hombre que está de paso en su negocio, con una bebida de cola en una mano y en la otra, una bolsa de papas tostadas.
—Es lo que le digo hace rato. A usted le cuesta la tabla del uno.
—Es que lo que dice no tiene pies ni cabeza, señor.
—Pues vaya y revise las leyes. Ellos trabajan bajo concesión del Estado. Se llama minería de recursos públicos. Así está registrado eso.
—Usted no estudió, ¿verdad? Dice cada cosa…
—Estoy terminando la secundaria de noche. Allí en el centenario Colegio de la Patria. Es muy duro porque la profe debe atender como a diez personas en distintas materias a la vez.
—Y la profesora le enseñó eso…
—No, no. Me lo dijo un operario de ellos que estaba, de hecho, en la labor de quitar el cableado de los postes. Fue la víspera del terremoto. Un muchacho decente, pero bastante pobre. Hasta me ofreció trabajo si adelgazaba. Yo iba a hacer dieta, pero no logro dejar la chatarra. De lo contrario, allí estaría trabajando para la compañía en lo de minería de cableado.
—¡Qué raro! Fíjese que me prestaron una novela y cuenta exactamente esa cuestión como si fuese normal que las empresas se apoderen de bienes públicos. Eso nunca lo permitirían los políticos, ¿verdad?
—Pues yo creo que no. Habrá sido que esa ley existe desde siempre.
—Señor, esto es política y no religión. No existen leyes eternas; lo que hay es interés de los grupos de poder por condicionar las reglas del juego a favor de ellos.
—Eso me lo escribe en un papelito, por fa. No lo entendí. Déme otra cola.
Abro el congelador y saco una bebida de fresa.
Me paga en el mismo momento de tomar la botella.
—Entonces usted si cree en su amigo, el que le explicó esto de la minería…
—Claro, no tengo por qué dudar. Llevo veintidós años de labor de conserje. Los últimos tres en el studio arquitectónico Piruetas & Piruetas que quiere colaborar con la asociación pro vivienda de este barrio.
—Algo he escuchado de eso. Dicen algunos que es una verdadera estafa. ¿No ha escuchado de eso?
—Que yo sepa, mi patrono nunca ha tenido problemas. Ha de ser un rumor sembrado por la competencia, celos profesionales. En todo caso, a esta comunidad le vendría bueno reconstruirse totalmente.
—Es que el epicentro fue cerca, ¿sabe? A menos de veinte kilómetros. Las casas de madera soportan mejor, pero aquí las construcciones son mixtas.
Es allí cuando recuerdo que salgo en la novela, pero mi abastecedor y mi oficio son distintos. Entiendo muy bien cuando dice mi cliente que hay algún competidor regando bolas para joder a su jefe. Alguien quiere dañarme con ese cuento de ser un bicho oscuro, tener una funeraria y un enredo con una mujer tan vulgar como esa muchacha de rojo que viene cuatro veces al día.
Ha de ser que no tiene nada qué hacer, la tal Lorena. Porque se le acabo el empleo con la muerte de la viejita que cuidaba y, entonces, ha debido buscar otro paciente. Que yo sepa, no lo ha hecho y no vive en esta calle.
¿Será que alguien me está poniendo una trampa para que yo caiga en los brazos de esa mujer? ¿Qué gana con eso? ¿Quién puede ser tan boludo de tejer tramas estúpidas y cuál es su propósito?
Me parece que lo que ocurre es que todos los correlatos existen gracias al divorcio entre lo que se cuenta y lo que se hace. Nadie cuenta sus trapos sucios y suele pasar que se los endilga a un desconocido o a alguien que detesta. Y para saber de otros, basta conversar en cada esquina como hace el famoso loco.
Cribar los datos es más difícil. Eso es investigación y a muy pocos les importa hacerlo. Y la mitad de esas personas, opta al final por las mentiras.
Mirá, se me quedó dormido el gordo mientras yo hacía el recuento. Espero que no ronque y que tampoco se aparezca Lorena nuevamente porque no me gusta imaginar que se me insinúe delante de testigos.
Apenas para subirlo al Youtube.

jueves, 20 de julio de 2023

Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga.

UNA VOCACIÓN QUE NO ACABA DE CUAJAR

Licenciada en Cerámica por la Universidad Mayor de Malanga, Ana fue una discípula mediocre que pasaba con la nota mínima los cursos que le aburrían y solamente se esmeraba en aquellos que tenían trabajo grupal: mientras los demás hacían el trabajo, ella preparaba café y sanguchitos de pepino que repartía una y otra vez, alternando a veces con jugos de fruta de temporada y galletas de supermercado.
Así que podemos decir que, si la señora hubo de merecer reconocimiento durante su paso por las aulas, éste debería ser Summa cum fraude. Pedazo de vaga que hasta contrató a una profesional endeudada para que le hiciese el 99 % de su trabajo de graduación, el mismo que ella se limitó a firmar “Annette 2031” (la letra muy inclinada hacia la derecha, la línea inestable como si estuviese la palabra desplomándose).
Consciente de sus limitaciones, acordó con su fantasma que la tesis sería la ausencia de expresiones abstractas en la cerámica popular. Es evidente que todo lo epistémico y teórico lo desarrolló su contratada. La mujer se afanó en probar que la artesanía local —perdón, la cerámica— se limitaba al uso de patrones geométricos muy premeditados, secuenciales. Esto le valió una aprobación unánime del jurado que estaba apurado por la organización de un congreso y no consideró sano perder el tiempo en babosadas.
Ya con título en mano, Ana se dedicó a escrutar el mercado de trabajo y lo encontró poco menos que cerrado. Si tuviese un título adicional en docencia, hubiese podido laborar en secundaria, pero de por sí eso le daba escalofríos. Tratar con mozotes en edades difíciles, no jodan. Ella estudió para un puesto de poder y, por eso, fue a recalar como directora de una de las entidades apéndices del Ministerio de Cultura.
Cosa de no quemar relaciones, nosotros no podemos detenernos a narrar esa etapa. Que la gente se queje por el desorden, la burocracia, el extravío de dineros y la mala calendarización de los eventos es un lugar tan común que he decidido suprimir y solamente en el imaginario corrupto de un lector, cabría suponer que estoy aludiendo por omisión. Además, esa figura no existe, ¿no?
En todo caso, pocos años estuvo allí. Descontenta consigo misma, intentó en el garaje de su casa, hacer algo de lo aprendido. Una mierda y, además, un horno corriente no sirve para el barro. No tenía capital para comprar uno para sí y optó por lo más fácil: buscarse un proveedor.
Los otros ceramistas le hacían mala cara cuando ofrecía comprarles producto cocido sin pintar, el cual ella pretendía personalizar. Le tenían un color de mediocre que verla venir era hacer malas caras y apagar las luces; pero ella nunca se daba cuenta. De nada.
Al final, optó por comprar en el Mercado Central jarritas blancas. Consiguió precio por docena. Decorarlas sí podría, sin duda. Bajo los ejemplos del expresionismo abstracto, salpicaba de colores; trazaba grandes rayones negros diagonales; esparcía el esmalte con los dedos y quedaba listo el horror.
Pronto tuvo más de cien tazas y no supo qué hacer. En los bazares, estaban dispuestos a recibirlas a regañadientes, pero mal pagadas. Alguien le dijo que todo puede venderse, que tuviese calma. Eso le dio cierto temple para seguir insistiendo.
Siguió tocando puertas. En el Bazar de Tita, un espacio chico como un huevo, no cabía un chunche más: peluches suspendidos del techo, piñatas superpuestas, lapiceros en un cajón, cuadernos de resortes y portafolios, confitería barata, cartulinas de colores y de presentación y un corredor minúsculo.
Entró allí. La dueña estaba sacando fotocopias, cuatro señoras aguardaban pegadas al mostrador: las dos más jóvenes recargadas sobre éste, a pesar de no ser pesadas. ¡Que rara la gente que tan pronto ve una pared o un soporte se le desparrama encima!.
Esperó cosa de veinticinco minutos. Andaba dos tazas en la mano y, ya un poco harta, las colocó sobre el mostrador de vidrio. El calor generado por tanta gente le daban ganas de gritar.
Ahora, no vayan a decir que es patético. En lugares donde todo el mundo habla a la vez, el grito es una herramienta. Lo que quería Ana era ser atendida y ser rechazada para resolver de una vez.
Cuando le tocó ser atendida, tomó la jarrita menos fea y se alcanzó a la propietaria del chinamo.
—Yo produzco estas obras de arte. Le pensaba consignar un par para que algún cliente suyo quiera regalar algo fino.
Doña Tita la miró de arriba a abajo. Tomó aire, miró aquella extravagancia y comentó:
—¿Es en serio?
Ana volvió la mirada hacia atrás para ver si la mujer dialogaba con un tercero, pero nadie había detrás de ella.
—Claro, son nuevas tendencias en la cerámica. Son ejemplares únicos.
—Perdone, mi nieto pinta más bonito que esto.
Enojada, la artista reculó su brazo izquierdo para alejar de aquella mujer estúpida su obra. La otra taza, la salpicada en tonos verdes, fue a dar contra el mosaico y perdió su asa.
—Lo siento, señora. Mi clientela no compra piezas caras. No creo que pueda entender de exotismos. Lamento la mala suerte de su jarrita. Por cierto, innovador sería que un jarro de café no tuviese agarradera.
—Le regalo éste— responde despechada la ceramista, mientras se sacude las manos porque el polvo del piso es abundante. (Es que doña Tita trabaja sola y es cansado hacer todos los oficios).
La mujer nada lerda toma para sí la tacita quebrada y la coloca al costado de la caja registradora.
Ana se aleja de allí mientras toma como una epifanía el comentario “innovador sería que un jarro de café no tuviese agarradera”.
Y sonríe para sí, contentísima.
El narrador, para no ofender, no vaya a ser le transen de misógino o bombeta, se niega a hacer cualquier tipo de declaraciones sobre lo acontecido.

miércoles, 19 de julio de 2023

Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga


EL ESPÍRITU PRAGMÁTICO DEL SICARIATO LEGALIZADO

Estaba de visita acá el licenciado Retepiso. Es que las capacitaciones para líderes comunales siempre llevan unas palabras de los jerarcas del partido y el presidente está con una gripe de mierda desde hace tres semanas. En el entorno familiar —según su secretaria— esconden (que el fulano está muy mal, ya casi a punto de partir porque tiene un enfisema avanzado).
Nosotros nos limitamos a la logística: repartimos correos electrónicos para convocar a los interesados, nos aseguramos la disponibilidad y limpieza de las aulas, contratamos el catering. Siempre le hablamos a la misma pareja que llega con toda ceremonia, pero sin asistentes. El hombre descarga los vasos y platos de la cajuela del coche mientras la mujer extiende las mesas y los manteles y luego tira de los extremos para equilibrarlos de tal modo que, bajo la mesa, pueda guardarse la utilería que sobre.
Esto generalmente pasa con apuro pues afuera hay zona amarilla y policías municipales se dedican a dar rondas para multar a cualquier impertinente que se ponga a tiro. Así que ese par de servidores tan formales entran tan a la carrera que si dicen hola, nunca los hemos escuchado.
Todo esto pasa a la vez que los salones son desbordados por cuarenta o cincuenta pegabanderas, perdón, líderes comunales. Trabajan a puerta cerrada para recibir directrices e informes generales. A veces se escucha una voz airada y luego el portazo respectivo de alguno que ha sido expulsado por rebelarse ante lo establecido. El tipo pasa con rostro furioso como atropellando fantasmas, hostil como si estuviese huyendo de una estampida.
A nosotros no nos queda claro el incidente, pero hemos aprendido a no rascar sobre temas delicados. Uno sabe que disentir es estimular la propia caída. Porque esto no es exactamente un partido —aunque así se llame—; es una propiedad privada.
Por eso nos ha parecido peligroso que sujetos como Lunes Misericorde anden por acá repartiendo propaganda. Acá hay demasiado odio contenido. Empiezo a sospechar que eso o la ambición es lo que los aglutina con tanta fuerza.
Porque, si me preguntan, aquí no hay conciliación; hay guerra. Lo que pasa es que al enemigo común se ataca primero. Lo que pase después se resuelve tras bastidores.
Pero el maldito Lunes se sirve un cafecito sin permiso de nadie y se clava en el sofá. Y empieza a hablar paja: del deportivo Yoyo, de la gran asoleada que se ha pegado, de lo feo que estuvo el terremoto.
—Creí que me iba al infierno. Por eso me puse a rezar toda la noche— relata el enano.
—No seás payaso. Fue una movidilla cualquiera, como las de todos los años.
—Yo estaba fuera del país— interviene Retepiso mientras llena una taza de agua caliente para un té de manzanilla. ¿Qué pasó? Escuché que murieron tres personas.
—Así es, licenciado. Hubiese sido perfecto para usted estar en medio de la crisis. Una aspirante nueva, la candidata a vice del PP se robó el espectáculo. Todas las cámaras le siguieron el paso por los barrios del sur, en Tres Vidas— aclara Misericorde.
—Ufa, eso no lo sabía. No he estado viendo tele por andar en carreras. Mis asesores nada me dicen cuando pasa algo malo. Pendejos que son— sentado ahora a la par del minúsculo Lunes, Retepiso se muestra relajado.
En todo caso, creo que estas elecciones las tenemos perdidas. Nuestro candidato es muy cuestionado por tanto chorizo que ha hecho. Tras de eso, nunca dio la cara. No puso una pata en el país durante una década por si lo agarraba la cana.
—Deberían hacer una limpia— dice Lunes, que es tan imprudente que se le ocurre que puede hacer mercadeo para sus jefes así nomás.
—No nos gustan los brujos— dice el vice—. Luego averiguan trapos sucios de uno para tenerlo bajo el zapato. Eso nunca debe pasar.
—No me refería a eso. Se trata de limpiar la cancha legalmente. Recuerde que el sicariato requiere plata, pero usted tiene bastante.
—Bueno, sí. Lo que pasa es que la lista es grande: partido, familia, barrio…No termino.
—Tome mi tarjeta y hablemos. La compañía se encarga de todos los papeles. Lo jodido es que matar a alguien que paga impuestos implica pagarle una indemnización al Estado. Es cosa de conseguir patrocinadores— el pequeño sicario entrega la tarjeta se incorpora, saluda y se larga.
Marcia y yo, acongojados, miramos en silencio todo el episodio. No podíamos terciar, no podíamos darnos por enterados de lo conversado allí, ni explicar por qué de vez en cuando, un ejecutor pasaba tranquilamente a las oficinas de La Pandilla a tomarse un cafecito con nosotros.
Yo sentía una papa pegada en el pescuezo y no lograba articular palabra. Marcia hacía que se concentraba en digitar un Excel que era en realidad un fragmento del padrón electoral, recién bajado de redes.
Sentí la sombra de don Leonardo que me miraba desde arriba. Yo intenté volverle a ver, pero los nervios me jugaban sucio. Un ojo me empezó a temblar y eso me dio el pretexto:
—Puta sal, se me ha atravesado una pestaña. Voy al lavatorio.
Retepiso no me dio importancia y me dejó pasarle a la par, casi a empellones. Luego pausadamente, le inquiríó a Marcia:
—Y el profesional, éste que se acaba de ir…¿es bueno?
Yo alcancé a escuchar la frase e imaginé que ella se meaba allí mismo por el compromiso implícito de responder eso:
—Le hizo un trabajo a una gente del barrio. Quedaron muy satisfechos. Borró en un ratito a seis personas de una misma casa que todo el tiempo ponían el radio a todo volumen. Les encantaba perrear y hablar a gritos, imagínese— la respuesta de Marcia no acusa temor alguno.
Restaurar la tranquilidad del barrio. Eso es labor social, me dije.
Entiendo muy bien el interés político del tema.

sábado, 15 de julio de 2023

Secuencia de cuarta novela del ciclo Malanga.

UNA RUPTURA POR RAZONES DE IMAGEN

 

—Fabio, voy a dejarte— me dice mientras yo lavo los platos.

—¿Estás loca? ¿Qué diablos te pasa?— respondo con casi al grito, para que se oiga bien, porque la canilla de agua rebota escandalosa sobre las cucharas.

—Tengo otras metas. Vos, sin embargo, sos un lastre. Te dedicás a vegetar y no me ayudás con el diario. Ni siquiera cuidas al carajillo— alega ella con las manos apoyadas en el marco de la puerta.

Cierro el grifo y me cierro las manos. Procuro no manifestar incomodidad, pero le suelto:

—Pues no vas a llegar muy lejos con el Partido Pandereta. Ellos no sacan ni una diputación.

—Pues, gracias a ellos, comemos. Y de lo que tomo de los diezmos, nos vestimos y nos damos algunas salidillas finas.

—Me parece que hacés rabietas desmesuradas. Que la señora Gallinés te ganase la primera vicepresidencia no tiene importancia si nunca saldrá electa; ni ella, ni vos.

—No es eso, Fabio. Yo sé que vos traficás chocolates con dulce de leche. Eso es muy grave y puede joder mis aspiraciones políticas.

—No jodás. ¿Tomás en serio esa patraña?  Heriberto usa el partido para lavar dinero. Nada más.

—Pues yo quiero reconocimiento. ¿Viste que el fin de semana anterior, el terremoto le dio a Annette una visibilidad no esperada? Quiero estar lista para eso.

La cosa es que no quiero que tus negocios dulces me pringuen a mí.  Es temporal, mantendremos la distancia por conveniencia y ya luego nos arrejuntamos. Es que, si sale el chance de hacer plata, no puedo tener rabo que me majen.

—Vos creés que con fichas como Heriberto no te manchás? ¿Acaso la Gallinés no era una maldita zopilota de la vivienda? Quién putas te entiende.

—Es que quiero pedirle al pastor que me dé salario y alguna participación en las ganancias. Eso de ser parte del partido y ver pasar el dinero como si fuese una cascada no tiene gracia, si conservás las manos secas.

—Está bueno. Lo entiendo. Voy a necesitar que me pasés plata para un hotel y alimentos. Sacá un par de cervezas para celebrar.

—Al güila te lo dejás vos.  Cosa que, si tengo que salir de gira, no me estorbe—. Asiento con total pereza, pues ella nunca se ha ocupado del niño. Mientras tira la puerta de la nevera, me enfrenta:

—¿Te tragaste todo el queso, cabrón…? Vas a decir que otra vez hay ratones. Sos una plaga para tragar.

En ese momento, pienso que Rosaura me trata mucho mejor y que es el chance perfecto para irme con ella.

Para no seguir discutiendo, le pelo el diente y le planto un beso.

(Dios, ha de tener una caries tremenda…)

Claro, no diré a esta vieja adónde voy a meterme. Al carajillo lo dejaré advertido.

A la plata del hotel le daré mejor uso.


jueves, 13 de julio de 2023

Secuencia de cuarta novela del ciclo Malanga.

LAS MALEDICENCIAS DE ANA

Es un maldito agente doble. Nada de que recibe plata de acá o allá: es que trafica armas: Hizo riqueza con la crisis del capital que ocho años atrás destrozó todas las monedas hasta volvernos a los días del trueque. Parece que fue la mano derecha de la sindicalista Óvalos de Calcio, hoy desaparecida luego de su fuga del país. Esta gallina entregó todas las riquezas de su gremio a cambio de un salvoconducto que le protegiese y desapareció sin dejar ni una nota explicativa.
Trabajar para la agencia, no creo. Le pedí a Ronnie que revisara la hoja de delincuencia y la vida del tipo. Va llegando a los sesenta años, es de Playa Humo, ha estado preso por narcotráfico en ellos días de la prohibición. Hoy ya no porque todo se legalizó y lo único que venden los malditos traficantes es chocolate con dulce de leche, que la ministra de salud proscribió por sus efectos en la población juvenil y en los diabéticos que en estas fechas suman el 25 % del padrón de Malanga.
Decidí no encuestarlo porque me pareció peligroso. Un tipo solitario, con bodegas sombrías cerradas con grandes cadenas y con un rifle Winchester junto a la caja registradora. Ése no logré verlo, pero ha salido a flote en varias conversaciones del vecindario y no dudo que sea cierto.
Ahora, me explico. No todos los huevos de aquellos tiempos eran huevos. Aquel sindicato era vinculado a lo clandestino: traficaban armamento y granadas. A éstas las pintaban de blanco o de color café claro y pasaban las aduanas en dirección a todo el mundo. Parte de la inflación, ya se sabe, se origina en la especulación y el negocio armamentista tiene mucho que ver con eso.
Parece que ha logrado conchabar con la agencia de sicariato que hay allí, en Tres Vidas. Cuando sale algo grande, usan estos huevos falsos. En lugar de repartir bala a ocho ejecutivos, sale mucho más barato hacer detonar cinco granadas que los despacha en menor tiempo. Y no requiere de demasiados operarios.
La verdad, yo tengo pendiente resolverme sobre este tema, pero no ahora. Ya he contado que mi candidato titular parece ser socio de varias corporaciones de la muerte. Esto está sumiendo al país en un estancamiento pues no hay consumidores, se produce poco y se invierte nada (un funeral, por ejemplo, no da rendimientos a futuro).
Entonces, si yo fuese la presidenta de este agujero olvidado y con fama de paraíso (hay que ver el turismo que nos llega, a pesar de la fama que estamos logrando porque uno que otro turista ha sido borrado por error de empresas no bien organizadas que confunden las fotos del expediente), supongo que debería derogar esta ley que tuvo buenas intenciones (pacificar las calles, ante todo), pero que ha derivado en la parálisis económica más aguda pues a esto debemos sumar la IA y las basuras de las cámaras empresariales que aprovechan el hambre colectiva para imponer reformas esclavistas.
Volviendo al pulpero Clemente, parece haber sido marero. Habría andado unos años en Los Ángeles, mas algún contacto político lo salvó de las rejas y lo trajeron acá como agregado consular. Seguramente así pudieron inventarle eso de tener un pasado en la Agencia, de haber estado ligado al tráfico de armas y capitales, pero con el consenso de las grandes agencias de seguridad y lo de ser un genio matemático.
No lo creo. El muchacho del taller de Miguelón me contó un día que él nunca compra nada allí porque al tal chino se le dificulta hasta dar un vuelto. Por todas partes, tiene ábacos de madera atornillados al mostrador para sacar sus cuentas.
Ha de ser bruto, sin duda. Debería ser un personaje de comedia barata y no un tipo de aura peligrosa.

miércoles, 12 de julio de 2023

Secuencias de la cuarta novela del ciclo Malanga.

LA MALA FE DE UNA ACTRIZ SIN CAMERINO

—El chavalo de la pulpe es un tipo raro, Ronald. No quiere hablar. Cuando llegué en la mañana a hacer la encuesta, estaba allí una mujer de vestido rojo cortísimo, haciéndole pucheros. Me esperé unos minutos para no interrumpir sus devaneos, pero no terminaban.
“—Déme una botella de agua y unas mentas— le dije al dependiente, ya harta de esperar.
—Lo siento, no vendemos eso— me contestó, a pesar de tener a su costado el dispensador de confites y allí detrás varios congeladores bien surtidos.
—¿Seguro que no tiene?
—Segurísimo.
Yo me volteé a mirar a la pecosa que hacía gestos indecorosos con la lengua en el aire, como hacen las serpientes.
—Bueno, pero quiero una docena de huevos.
—Tampoco tengo.
—Allá hay un montón de cartones. Yo puedo verlos.
—Se equivoca. Son ajenos. Si no tiene nada que hacer, favor se retira.
Me puse colorada, di media vuelta y salí trinando. Ha de ser que el viejo está enredado con la loca ésa y la calentura lo tenía poseído.
Decidí volver a la tarde, pero no quiso atenderme.
—Otra vez, usted. Ya le dije que mejor no esté aquí.
—Necesito hacer una encuesta.
—No joda. Es una zopilota de la vivienda. Ya he oído de gente así. Luego me roba los calcetines sin quitarme los zapatos. Ya me llegaron chismes de sus fechorías.
Hice cómo quién no escucha.
—Estamos trabajando en mejoras para el barrio. Serán diez minutos.
—Muérase— sentenció y me sacó a empellones, aunque esta vez estaba desierto el local”.
Por eso es que decidí que lo voy a perfilar como una mierda. Vas a ver. Y en cuanto encuentre padrinos, lo publicamos. Total, el salario que nos pagan por simular una comunidad que no existe es una mierda. Y yo, que soy la estrella, gano lo mismo que todos.
—Debés estar chiflada para andarte vengando de personajes de ficción— me dice Ronald.
Yo entiendo que sí, pero es que nadie me toma el pelo así nomás y me ningunea. Yo estoy segura que lo de los empellones no estaba en el guión y ese puta pulpero se ha propasado en la violencia.
Ni que yo fuera una perra. O que el fuese Harrison Ford y yo me cruzase por el plató sin permiso alguno.
Ganas del pendejo de robar cámara, de hacerse el duro. Si él se sale del guión, ¿por qué los demás no van a poder?

martes, 11 de julio de 2023

Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga


ISABEL EN EL CONFESIONARIO

 

Padre, estoy furiosa con Jaime. No me ha vuelto a pegar, no. Lo que ocurre es que le coquetea a todas las que pasan frente al zaguán de casa, aunque yo esté presente. Y tiene una suerte cabrona con las viejas:  todas le meten conversa y quién sabe qué más.

Pensar que yo lo escogí por feo y por buena gente para no estar pasando por éstas. Pero ya vio, se jodió una pierna jugando fútbol y llegan las del vecindario a dejarle una sopita, un pan casero o a, simplemente, saludarlo.

No, Padre, no puedo dejarlo porque carezco de estudios y no recibo salario. He querido aprender a bordar para vender cojines y blusas, pero con él en la casa, el tiempo no me da. Y no me diga que no quiero dejarlo, si la última vez me aflojó un diente.

Yo también le he golpeado, a veces, lo confieso. Aprovecho cuando viene borracho y que no se sostiene, para partirle la madre con la olla de hierro colado. No necesito motivo previo: verlo indefenso me motiva a tomar venganza de inmediato.

La vez pasada le quebré el brazo y, al día siguiente, nada recordaba de lo sucedido.

Tenía un arma que heredó del tata, pero la vendí a un ladronzuelo del barrio. Supe que luego andaba asaltando con ella en la comunidad, pero a nosotros, nunca. Yo no necesito permiso para protegerme, ni del consentimiento suyo. Me importa lo inmediato: mi vida.

Ahora, fíjese que me gusta mucho el pulpero y corre el rumor que maneja buena pasta. Esa tienda no vende mucho porque el barrio se está quedando solo:  yo sé que usted lo nota también porque menos gente viene al servicio dominical.

Por cierto, Padre. No sea tacaño; compre unos cojincitos:  el reclinatorio destroza las rodillas de los fieles y usted se ríe. Eso es pecado, es maldad.

Digo, ¿qué pasa si cambio al loco por el pulpero? Es que está más bonito y misterioso que este cabrón lengualarga que, cuando anda sano y libre de trabajo, se va a volar lengua a cualquier casa de la comunidad. Es una vieja de patio, se lo digo yo que lo he soportado doce años.

Mi tesis es que uno tiene derecho a mejorar, a no pasar hambres o estrecheces. Con ese muchacho podría hacer un buen futuro; con Jaime, no. La casa nos caer encima en cualquier momento. Después del terremoto, se limitó a conseguir unas formaletas y unos clavos de tres pulgadas para atilintar la casa. Uno camina con miedo de que eso sea como un castillo de naipes y de que un tornado, cualquier día, nos saque del mapa,

Oiga, Padre.  Usted debe saber quién es esa señora de maletín en la espalda que anda haciendo supuestas encuestas y tomando café en casas sin traer ni una galleta. Me contó Viqui que la estafó con un asociación pro vivienda y que, ahora, si la encuentra de frente, la otra vuelve el rostro y hasta cambia de acera. Lo peor es que anda con dos guardaespaldas que hace pasar por ayudantes.

Guárdese sus opiniones, sobre mi vida. Yo vine a pedirle consejo y no censura, Tampoco, penitencia. Estoy muy grandecita ya para rezarle a los yesos, pero me parece terrible que las cosas ocurran frente a los ojos de uno y no poder entenderlas, cómo si ocurriesen a oscuras. ¿Qué tiene este barrio, Padre, que se está muriendo como una chayotera y si remedio? Oigo que las nuevas generaciones ya no juegan en la calle porque los padres tienen miedo o porque se los traga el celular. A estas alturas, he olvidado la mayoría de las caras del vecindario y hasta llego a creer que esos chavalillos del búnker son mis vecinos naturales, mis pares.

No vaya usted a venir de casamentero o soplón a decirle a Clemente que me interesa. No sea sapo, busque vida. Mejor todavía, hágase de su propia amiguita y deje envidiar la vida carnal de los otros. Por ahí dicen que la encuestadora es facilona, aunque a mi casa todavía no llega. Usted le llega con el cuento de la salvación y se le va arriba…¿Qué le parece?

No me grite.

Puta, así pagan la devoción de una. Uno viene a darle su vueltita para ver que todo está bien y lo que hace es arrojarme agua bendita y levantar la cruz. Seguro pienso que tengo el chamuco dentro y no. Solamente le estoy hablando de mortal a mortal porque usted lo es…

¿Va a decir que no?

Eso es soberbia, Padre.

No hace falta que llame a la policía.

Me estoy yendo.

Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga


LA VOZ DE LOS PERSONAJES ES COSA SERIA

 

—¿Estamos todos ya? ¿Podemos empezar?

—Mire que es idiota decir tal cosa. Sólo usted tiene idea de con cuántos personas y voces trabaja. Es un desorden todo lo que hace…— es la voz de Clemente, bastante serio.

—Bueno, mando yo.  Silencio, siéntense. ¿Alguien sabe que estamos haciendo?

—Una “novela”, así le llama usted, pero es un total despiche—tercia Annette— ¿Cómo se le ocurre que yo quiero ser candidata si me va bien en lo que hago y, sin embargo, no aparece en el relato? Aprovecho para decirles compañeros que vendo jarras para café pintadas a mano bajo la escuela del expresionismo abstracto.  El estilo me fue condicionado por este escribiente, pues dice — o repite como loro— que la CIA inventó a Jackson Polllock.

Y, sin embargo, no hemos usado para nada mi arte. Ni una puta exposición en una feria de mercadillo.

Tanto joder para nada.

Ah, si alguno quiere una jarra, vale cien dólares. Aclaro que no tienen asa.

—Y, ¿por qué?— pregunta Miguel, el mecánico.

—Para subrayar lo creativo.  Es casi una jarra inútil, un objeto hedonista— responde la artesana.

—Arte es otra vara.  De verdad, que acá estamos jodidos todos. Nos falta, como siempre, dirección. Este escritor nos tiró al agua para hacer una novela donde el sicariato era un oficio legalizado en una sociedad moderna, pero lo que yo veo es una trama de corazones rotos en un barrio venido a menos— dice Favio mientras sostiene la mano levantada, como hacen los niños de primaria.

—Es que las historias suceden sobre la marcha— explico yo—. Cuando contraté a Annette me sedujo su natural patetismo, su caos espiritual.  Jamás creí que tuviese ese espíritu arribista a flor de piel y que se dedicara a sacarle plata a la comunidad.  ¡Qué hija de puta resultaste!— digo mientras le miro cara a cara.

—Sabe qué pasa? Le estoy salvando el pellejo. No vine a que me vieran la cara de tonta…Tampoco a aburrir al lector con historias de gente pisoteada por el capitalismo. Eso ha sido invento suyo, que es un zurdo de mierda, pero se disfraza.  Yo lo que quería de antemano era fama, pero nunca me puso en contacto con los grandes galeristas de Artificio, aunque me lo ofreció repetidas veces… Recuerde.

—Lo otro que quiero decirles es que tienen que moderarse. No es posible que el borrador cruce de mano en mano y lo vayan alterando. Les recuerdo que el escritor soy yo y que, si no he ganado el premio nacional, es por pura envidia del resto del país. Debiesen golpearse el pecho con un yunque por el orgullo de estar bajo mi mando.

—¿Mando…? No seas mío—responde Ramón Cifuentes, el actor que encarna al Alambres—. Te recuerdo que los de la Banda del Turco abandonaron la novela en los primeros capítulos porque sos un absoluto imbécil.  A gente de la calle, sobrevivientes que no saben ni escribir, los mandás a hacer trabajo burocrático. A ellos, también les prometiste un protagónico.

Por eso fue que apareció el militarote éste, que decís que trabajó en la Agencia. Sos un jetón: ni él, ni el Fernando Pudín, que hace de Lunes Misericorde tienen pasado militar.  Recordá que la misma estatura es un condicionante y ese mae que dirige Sicarios ni siquiera habla inglés… Del “yes, yes” no pasa y su condición física es un asco.

Claro, vos si pudieses, inventarías que estaba en la Loma de Hierba el día que le volaron el cerebro a JFK. Así como dijiste que Olga es premio nacional de periodismo, pero vos sabés que nunca se graduó:  la echaron de la U por plagio con el GPT.

Ese narrador que altera a otro narrador que cuenta a otro es muy trillado.  Es un juego de espejos, donde al final está tu sombra y todos los saben. Debieses pensar en escribir política porque te quedás en las formas a propósito.

Mirá, sólo quiero decirte que son otros trucos los que te salvan la novela.  Porque es una crueldad tuya decir que doña Cayetana falleció en el terremoto por un infarto al miocardio cuando, en realidad, cancelaste al personaje porque no te gustó para nada su dicción. Ah, y dejáte de mierdas y acosos:  dice Jenny que le echaste los perros. Hoy no vino porque está de guardia en el hospital pero ahorita te pone demanda.

—Ah, falta gente acá…— aclaro—. Es hasta ese momento que veo que no está Mendiola, ni Luisillo, ni Marina, ni Yamileth, ni Rosaura, ni los burócratas del partido, ni el pastor,etc.

—Puta, los ponés a ganarse la vida y luego reclamás porque no vienen. Sos un doble cara, ¡qué vergüenza!— Annette que, viendo que estoy perdiendo el dominio de la reunión, se empodera para acorralarme.

—Reconozco que lo de Mendiola es culpa mía. Lo dejé trabado en un tragaluz del viejo banco quebrado. Nada estaba haciendo allí, pero tampoco vi para qué sacarlo del lugar. Sospecho que habrá muerto de hambre. Es un tópico que no quiero seguir.

—Demasiado moralismo, compañero— interviene Ronald. No es su papel proteger a nadie. Allá usted lo que haga, pero si a un sujeto le toca mal destino, ¿a usted que le importa? Lo suyo es escribir y no meter mano.

—Meter mano es lo que hacés vos con la enfermera, cabrón. Te suprimí de unas escenas porque la novela se me iba al porno ya mismo.

—¿Ven, compañeros? Estamos en manos de un censor, no de un escritor.  Este chavalo tiene la mollera vacía y bajo un esquema amoral nos engaveta a todos en sus proyecciones. Tenemos que unirnos y resistir su dictadura.

Sólo falta que diga que los muertos no son muertos, sino representaciones de muertos porque acá todo es simulacro.

—Lo es— grito yo, que no despierto del asombro.  ¿Acaso ustedes creen que uno va y hace un libro matando a medio mundo y la cárcel no lo espera a la vuelta de la vida? ¿Por qué creen que las balas son reutilizables?

Repito: reutilizables. Simple, porque son de goma. A veces, usamos kétchup y soluciones de goma arábiga con tinta para representar la sangre y eso.

—Ah, otra cosa, míster. Usted nos hace mala sangre. Me ha puesto a decir que no me gusta Isa, que es bien fea. No es cierto y, además, yo no emito juicios ofensivos contra nadie. Aparte, sus cuentos de que tengo dineros ilegales y que trato con gente sombría, me hace daño. A mi casa, llegaron judiciales el mes pasado y me detuvieron cuarenta y ocho horas a ver qué sabía yo de los papeles de Panamá. Y no, yo no sé ni mierda— habla el chino, tan calladito que estaba.

—Yo creo que hay que partirle la madre— afirma el Retepiso, que estaba sentado cerca de mí con tremendo bate de aluminio en la mano y mientras se incorpora amenazante, hace una seña con los pulgares en alto para que todos se vengan contra mí.

Veo venir el batazo y trato de esquivarlo. Siento el impacto justo cuando caigo al piso en el borde del ojo, como si una bola de hierro quebrase mi mejilla.

He caído de mi colchón y tengo ensangrentado el pijama. La cabeza me duele una barbaridad y veo borroso. La pesa rusa que tengo siempre a la par de mi cama se tambalea aún por el impacto con mi rostro.

Pero las voces siguen protestando, creo. Lo digo porque me desmayo y en la cocina donde nos reunimos los personajes y yo, ahora arde Troya. Todos contra todos porque sí.

Como en el Viejo Oeste. O en cualquier pogo de los días del punk.