viernes, 21 de julio de 2023

Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga


DIÁLOGOS QUE CHAPOTEAN EN LO ABSURDO

—¿Dice usted que hay una compañía que se lleva el cableado eléctrico de los postes?— pregunta Clemente al hombre que está de paso en su negocio, con una bebida de cola en una mano y en la otra, una bolsa de papas tostadas.
—Es lo que le digo hace rato. A usted le cuesta la tabla del uno.
—Es que lo que dice no tiene pies ni cabeza, señor.
—Pues vaya y revise las leyes. Ellos trabajan bajo concesión del Estado. Se llama minería de recursos públicos. Así está registrado eso.
—Usted no estudió, ¿verdad? Dice cada cosa…
—Estoy terminando la secundaria de noche. Allí en el centenario Colegio de la Patria. Es muy duro porque la profe debe atender como a diez personas en distintas materias a la vez.
—Y la profesora le enseñó eso…
—No, no. Me lo dijo un operario de ellos que estaba, de hecho, en la labor de quitar el cableado de los postes. Fue la víspera del terremoto. Un muchacho decente, pero bastante pobre. Hasta me ofreció trabajo si adelgazaba. Yo iba a hacer dieta, pero no logro dejar la chatarra. De lo contrario, allí estaría trabajando para la compañía en lo de minería de cableado.
—¡Qué raro! Fíjese que me prestaron una novela y cuenta exactamente esa cuestión como si fuese normal que las empresas se apoderen de bienes públicos. Eso nunca lo permitirían los políticos, ¿verdad?
—Pues yo creo que no. Habrá sido que esa ley existe desde siempre.
—Señor, esto es política y no religión. No existen leyes eternas; lo que hay es interés de los grupos de poder por condicionar las reglas del juego a favor de ellos.
—Eso me lo escribe en un papelito, por fa. No lo entendí. Déme otra cola.
Abro el congelador y saco una bebida de fresa.
Me paga en el mismo momento de tomar la botella.
—Entonces usted si cree en su amigo, el que le explicó esto de la minería…
—Claro, no tengo por qué dudar. Llevo veintidós años de labor de conserje. Los últimos tres en el studio arquitectónico Piruetas & Piruetas que quiere colaborar con la asociación pro vivienda de este barrio.
—Algo he escuchado de eso. Dicen algunos que es una verdadera estafa. ¿No ha escuchado de eso?
—Que yo sepa, mi patrono nunca ha tenido problemas. Ha de ser un rumor sembrado por la competencia, celos profesionales. En todo caso, a esta comunidad le vendría bueno reconstruirse totalmente.
—Es que el epicentro fue cerca, ¿sabe? A menos de veinte kilómetros. Las casas de madera soportan mejor, pero aquí las construcciones son mixtas.
Es allí cuando recuerdo que salgo en la novela, pero mi abastecedor y mi oficio son distintos. Entiendo muy bien cuando dice mi cliente que hay algún competidor regando bolas para joder a su jefe. Alguien quiere dañarme con ese cuento de ser un bicho oscuro, tener una funeraria y un enredo con una mujer tan vulgar como esa muchacha de rojo que viene cuatro veces al día.
Ha de ser que no tiene nada qué hacer, la tal Lorena. Porque se le acabo el empleo con la muerte de la viejita que cuidaba y, entonces, ha debido buscar otro paciente. Que yo sepa, no lo ha hecho y no vive en esta calle.
¿Será que alguien me está poniendo una trampa para que yo caiga en los brazos de esa mujer? ¿Qué gana con eso? ¿Quién puede ser tan boludo de tejer tramas estúpidas y cuál es su propósito?
Me parece que lo que ocurre es que todos los correlatos existen gracias al divorcio entre lo que se cuenta y lo que se hace. Nadie cuenta sus trapos sucios y suele pasar que se los endilga a un desconocido o a alguien que detesta. Y para saber de otros, basta conversar en cada esquina como hace el famoso loco.
Cribar los datos es más difícil. Eso es investigación y a muy pocos les importa hacerlo. Y la mitad de esas personas, opta al final por las mentiras.
Mirá, se me quedó dormido el gordo mientras yo hacía el recuento. Espero que no ronque y que tampoco se aparezca Lorena nuevamente porque no me gusta imaginar que se me insinúe delante de testigos.
Apenas para subirlo al Youtube.

jueves, 20 de julio de 2023

Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga.

UNA VOCACIÓN QUE NO ACABA DE CUAJAR

Licenciada en Cerámica por la Universidad Mayor de Malanga, Ana fue una discípula mediocre que pasaba con la nota mínima los cursos que le aburrían y solamente se esmeraba en aquellos que tenían trabajo grupal: mientras los demás hacían el trabajo, ella preparaba café y sanguchitos de pepino que repartía una y otra vez, alternando a veces con jugos de fruta de temporada y galletas de supermercado.
Así que podemos decir que, si la señora hubo de merecer reconocimiento durante su paso por las aulas, éste debería ser Summa cum fraude. Pedazo de vaga que hasta contrató a una profesional endeudada para que le hiciese el 99 % de su trabajo de graduación, el mismo que ella se limitó a firmar “Annette 2031” (la letra muy inclinada hacia la derecha, la línea inestable como si estuviese la palabra desplomándose).
Consciente de sus limitaciones, acordó con su fantasma que la tesis sería la ausencia de expresiones abstractas en la cerámica popular. Es evidente que todo lo epistémico y teórico lo desarrolló su contratada. La mujer se afanó en probar que la artesanía local —perdón, la cerámica— se limitaba al uso de patrones geométricos muy premeditados, secuenciales. Esto le valió una aprobación unánime del jurado que estaba apurado por la organización de un congreso y no consideró sano perder el tiempo en babosadas.
Ya con título en mano, Ana se dedicó a escrutar el mercado de trabajo y lo encontró poco menos que cerrado. Si tuviese un título adicional en docencia, hubiese podido laborar en secundaria, pero de por sí eso le daba escalofríos. Tratar con mozotes en edades difíciles, no jodan. Ella estudió para un puesto de poder y, por eso, fue a recalar como directora de una de las entidades apéndices del Ministerio de Cultura.
Cosa de no quemar relaciones, nosotros no podemos detenernos a narrar esa etapa. Que la gente se queje por el desorden, la burocracia, el extravío de dineros y la mala calendarización de los eventos es un lugar tan común que he decidido suprimir y solamente en el imaginario corrupto de un lector, cabría suponer que estoy aludiendo por omisión. Además, esa figura no existe, ¿no?
En todo caso, pocos años estuvo allí. Descontenta consigo misma, intentó en el garaje de su casa, hacer algo de lo aprendido. Una mierda y, además, un horno corriente no sirve para el barro. No tenía capital para comprar uno para sí y optó por lo más fácil: buscarse un proveedor.
Los otros ceramistas le hacían mala cara cuando ofrecía comprarles producto cocido sin pintar, el cual ella pretendía personalizar. Le tenían un color de mediocre que verla venir era hacer malas caras y apagar las luces; pero ella nunca se daba cuenta. De nada.
Al final, optó por comprar en el Mercado Central jarritas blancas. Consiguió precio por docena. Decorarlas sí podría, sin duda. Bajo los ejemplos del expresionismo abstracto, salpicaba de colores; trazaba grandes rayones negros diagonales; esparcía el esmalte con los dedos y quedaba listo el horror.
Pronto tuvo más de cien tazas y no supo qué hacer. En los bazares, estaban dispuestos a recibirlas a regañadientes, pero mal pagadas. Alguien le dijo que todo puede venderse, que tuviese calma. Eso le dio cierto temple para seguir insistiendo.
Siguió tocando puertas. En el Bazar de Tita, un espacio chico como un huevo, no cabía un chunche más: peluches suspendidos del techo, piñatas superpuestas, lapiceros en un cajón, cuadernos de resortes y portafolios, confitería barata, cartulinas de colores y de presentación y un corredor minúsculo.
Entró allí. La dueña estaba sacando fotocopias, cuatro señoras aguardaban pegadas al mostrador: las dos más jóvenes recargadas sobre éste, a pesar de no ser pesadas. ¡Que rara la gente que tan pronto ve una pared o un soporte se le desparrama encima!.
Esperó cosa de veinticinco minutos. Andaba dos tazas en la mano y, ya un poco harta, las colocó sobre el mostrador de vidrio. El calor generado por tanta gente le daban ganas de gritar.
Ahora, no vayan a decir que es patético. En lugares donde todo el mundo habla a la vez, el grito es una herramienta. Lo que quería Ana era ser atendida y ser rechazada para resolver de una vez.
Cuando le tocó ser atendida, tomó la jarrita menos fea y se alcanzó a la propietaria del chinamo.
—Yo produzco estas obras de arte. Le pensaba consignar un par para que algún cliente suyo quiera regalar algo fino.
Doña Tita la miró de arriba a abajo. Tomó aire, miró aquella extravagancia y comentó:
—¿Es en serio?
Ana volvió la mirada hacia atrás para ver si la mujer dialogaba con un tercero, pero nadie había detrás de ella.
—Claro, son nuevas tendencias en la cerámica. Son ejemplares únicos.
—Perdone, mi nieto pinta más bonito que esto.
Enojada, la artista reculó su brazo izquierdo para alejar de aquella mujer estúpida su obra. La otra taza, la salpicada en tonos verdes, fue a dar contra el mosaico y perdió su asa.
—Lo siento, señora. Mi clientela no compra piezas caras. No creo que pueda entender de exotismos. Lamento la mala suerte de su jarrita. Por cierto, innovador sería que un jarro de café no tuviese agarradera.
—Le regalo éste— responde despechada la ceramista, mientras se sacude las manos porque el polvo del piso es abundante. (Es que doña Tita trabaja sola y es cansado hacer todos los oficios).
La mujer nada lerda toma para sí la tacita quebrada y la coloca al costado de la caja registradora.
Ana se aleja de allí mientras toma como una epifanía el comentario “innovador sería que un jarro de café no tuviese agarradera”.
Y sonríe para sí, contentísima.
El narrador, para no ofender, no vaya a ser le transen de misógino o bombeta, se niega a hacer cualquier tipo de declaraciones sobre lo acontecido.

miércoles, 19 de julio de 2023

Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga


EL ESPÍRITU PRAGMÁTICO DEL SICARIATO LEGALIZADO

Estaba de visita acá el licenciado Retepiso. Es que las capacitaciones para líderes comunales siempre llevan unas palabras de los jerarcas del partido y el presidente está con una gripe de mierda desde hace tres semanas. En el entorno familiar —según su secretaria— esconden (que el fulano está muy mal, ya casi a punto de partir porque tiene un enfisema avanzado).
Nosotros nos limitamos a la logística: repartimos correos electrónicos para convocar a los interesados, nos aseguramos la disponibilidad y limpieza de las aulas, contratamos el catering. Siempre le hablamos a la misma pareja que llega con toda ceremonia, pero sin asistentes. El hombre descarga los vasos y platos de la cajuela del coche mientras la mujer extiende las mesas y los manteles y luego tira de los extremos para equilibrarlos de tal modo que, bajo la mesa, pueda guardarse la utilería que sobre.
Esto generalmente pasa con apuro pues afuera hay zona amarilla y policías municipales se dedican a dar rondas para multar a cualquier impertinente que se ponga a tiro. Así que ese par de servidores tan formales entran tan a la carrera que si dicen hola, nunca los hemos escuchado.
Todo esto pasa a la vez que los salones son desbordados por cuarenta o cincuenta pegabanderas, perdón, líderes comunales. Trabajan a puerta cerrada para recibir directrices e informes generales. A veces se escucha una voz airada y luego el portazo respectivo de alguno que ha sido expulsado por rebelarse ante lo establecido. El tipo pasa con rostro furioso como atropellando fantasmas, hostil como si estuviese huyendo de una estampida.
A nosotros no nos queda claro el incidente, pero hemos aprendido a no rascar sobre temas delicados. Uno sabe que disentir es estimular la propia caída. Porque esto no es exactamente un partido —aunque así se llame—; es una propiedad privada.
Por eso nos ha parecido peligroso que sujetos como Lunes Misericorde anden por acá repartiendo propaganda. Acá hay demasiado odio contenido. Empiezo a sospechar que eso o la ambición es lo que los aglutina con tanta fuerza.
Porque, si me preguntan, aquí no hay conciliación; hay guerra. Lo que pasa es que al enemigo común se ataca primero. Lo que pase después se resuelve tras bastidores.
Pero el maldito Lunes se sirve un cafecito sin permiso de nadie y se clava en el sofá. Y empieza a hablar paja: del deportivo Yoyo, de la gran asoleada que se ha pegado, de lo feo que estuvo el terremoto.
—Creí que me iba al infierno. Por eso me puse a rezar toda la noche— relata el enano.
—No seás payaso. Fue una movidilla cualquiera, como las de todos los años.
—Yo estaba fuera del país— interviene Retepiso mientras llena una taza de agua caliente para un té de manzanilla. ¿Qué pasó? Escuché que murieron tres personas.
—Así es, licenciado. Hubiese sido perfecto para usted estar en medio de la crisis. Una aspirante nueva, la candidata a vice del PP se robó el espectáculo. Todas las cámaras le siguieron el paso por los barrios del sur, en Tres Vidas— aclara Misericorde.
—Ufa, eso no lo sabía. No he estado viendo tele por andar en carreras. Mis asesores nada me dicen cuando pasa algo malo. Pendejos que son— sentado ahora a la par del minúsculo Lunes, Retepiso se muestra relajado.
En todo caso, creo que estas elecciones las tenemos perdidas. Nuestro candidato es muy cuestionado por tanto chorizo que ha hecho. Tras de eso, nunca dio la cara. No puso una pata en el país durante una década por si lo agarraba la cana.
—Deberían hacer una limpia— dice Lunes, que es tan imprudente que se le ocurre que puede hacer mercadeo para sus jefes así nomás.
—No nos gustan los brujos— dice el vice—. Luego averiguan trapos sucios de uno para tenerlo bajo el zapato. Eso nunca debe pasar.
—No me refería a eso. Se trata de limpiar la cancha legalmente. Recuerde que el sicariato requiere plata, pero usted tiene bastante.
—Bueno, sí. Lo que pasa es que la lista es grande: partido, familia, barrio…No termino.
—Tome mi tarjeta y hablemos. La compañía se encarga de todos los papeles. Lo jodido es que matar a alguien que paga impuestos implica pagarle una indemnización al Estado. Es cosa de conseguir patrocinadores— el pequeño sicario entrega la tarjeta se incorpora, saluda y se larga.
Marcia y yo, acongojados, miramos en silencio todo el episodio. No podíamos terciar, no podíamos darnos por enterados de lo conversado allí, ni explicar por qué de vez en cuando, un ejecutor pasaba tranquilamente a las oficinas de La Pandilla a tomarse un cafecito con nosotros.
Yo sentía una papa pegada en el pescuezo y no lograba articular palabra. Marcia hacía que se concentraba en digitar un Excel que era en realidad un fragmento del padrón electoral, recién bajado de redes.
Sentí la sombra de don Leonardo que me miraba desde arriba. Yo intenté volverle a ver, pero los nervios me jugaban sucio. Un ojo me empezó a temblar y eso me dio el pretexto:
—Puta sal, se me ha atravesado una pestaña. Voy al lavatorio.
Retepiso no me dio importancia y me dejó pasarle a la par, casi a empellones. Luego pausadamente, le inquiríó a Marcia:
—Y el profesional, éste que se acaba de ir…¿es bueno?
Yo alcancé a escuchar la frase e imaginé que ella se meaba allí mismo por el compromiso implícito de responder eso:
—Le hizo un trabajo a una gente del barrio. Quedaron muy satisfechos. Borró en un ratito a seis personas de una misma casa que todo el tiempo ponían el radio a todo volumen. Les encantaba perrear y hablar a gritos, imagínese— la respuesta de Marcia no acusa temor alguno.
Restaurar la tranquilidad del barrio. Eso es labor social, me dije.
Entiendo muy bien el interés político del tema.

sábado, 15 de julio de 2023

Secuencia de cuarta novela del ciclo Malanga.

UNA RUPTURA POR RAZONES DE IMAGEN

 

—Fabio, voy a dejarte— me dice mientras yo lavo los platos.

—¿Estás loca? ¿Qué diablos te pasa?— respondo con casi al grito, para que se oiga bien, porque la canilla de agua rebota escandalosa sobre las cucharas.

—Tengo otras metas. Vos, sin embargo, sos un lastre. Te dedicás a vegetar y no me ayudás con el diario. Ni siquiera cuidas al carajillo— alega ella con las manos apoyadas en el marco de la puerta.

Cierro el grifo y me cierro las manos. Procuro no manifestar incomodidad, pero le suelto:

—Pues no vas a llegar muy lejos con el Partido Pandereta. Ellos no sacan ni una diputación.

—Pues, gracias a ellos, comemos. Y de lo que tomo de los diezmos, nos vestimos y nos damos algunas salidillas finas.

—Me parece que hacés rabietas desmesuradas. Que la señora Gallinés te ganase la primera vicepresidencia no tiene importancia si nunca saldrá electa; ni ella, ni vos.

—No es eso, Fabio. Yo sé que vos traficás chocolates con dulce de leche. Eso es muy grave y puede joder mis aspiraciones políticas.

—No jodás. ¿Tomás en serio esa patraña?  Heriberto usa el partido para lavar dinero. Nada más.

—Pues yo quiero reconocimiento. ¿Viste que el fin de semana anterior, el terremoto le dio a Annette una visibilidad no esperada? Quiero estar lista para eso.

La cosa es que no quiero que tus negocios dulces me pringuen a mí.  Es temporal, mantendremos la distancia por conveniencia y ya luego nos arrejuntamos. Es que, si sale el chance de hacer plata, no puedo tener rabo que me majen.

—Vos creés que con fichas como Heriberto no te manchás? ¿Acaso la Gallinés no era una maldita zopilota de la vivienda? Quién putas te entiende.

—Es que quiero pedirle al pastor que me dé salario y alguna participación en las ganancias. Eso de ser parte del partido y ver pasar el dinero como si fuese una cascada no tiene gracia, si conservás las manos secas.

—Está bueno. Lo entiendo. Voy a necesitar que me pasés plata para un hotel y alimentos. Sacá un par de cervezas para celebrar.

—Al güila te lo dejás vos.  Cosa que, si tengo que salir de gira, no me estorbe—. Asiento con total pereza, pues ella nunca se ha ocupado del niño. Mientras tira la puerta de la nevera, me enfrenta:

—¿Te tragaste todo el queso, cabrón…? Vas a decir que otra vez hay ratones. Sos una plaga para tragar.

En ese momento, pienso que Rosaura me trata mucho mejor y que es el chance perfecto para irme con ella.

Para no seguir discutiendo, le pelo el diente y le planto un beso.

(Dios, ha de tener una caries tremenda…)

Claro, no diré a esta vieja adónde voy a meterme. Al carajillo lo dejaré advertido.

A la plata del hotel le daré mejor uso.


jueves, 13 de julio de 2023

Secuencia de cuarta novela del ciclo Malanga.

LAS MALEDICENCIAS DE ANA

Es un maldito agente doble. Nada de que recibe plata de acá o allá: es que trafica armas: Hizo riqueza con la crisis del capital que ocho años atrás destrozó todas las monedas hasta volvernos a los días del trueque. Parece que fue la mano derecha de la sindicalista Óvalos de Calcio, hoy desaparecida luego de su fuga del país. Esta gallina entregó todas las riquezas de su gremio a cambio de un salvoconducto que le protegiese y desapareció sin dejar ni una nota explicativa.
Trabajar para la agencia, no creo. Le pedí a Ronnie que revisara la hoja de delincuencia y la vida del tipo. Va llegando a los sesenta años, es de Playa Humo, ha estado preso por narcotráfico en ellos días de la prohibición. Hoy ya no porque todo se legalizó y lo único que venden los malditos traficantes es chocolate con dulce de leche, que la ministra de salud proscribió por sus efectos en la población juvenil y en los diabéticos que en estas fechas suman el 25 % del padrón de Malanga.
Decidí no encuestarlo porque me pareció peligroso. Un tipo solitario, con bodegas sombrías cerradas con grandes cadenas y con un rifle Winchester junto a la caja registradora. Ése no logré verlo, pero ha salido a flote en varias conversaciones del vecindario y no dudo que sea cierto.
Ahora, me explico. No todos los huevos de aquellos tiempos eran huevos. Aquel sindicato era vinculado a lo clandestino: traficaban armamento y granadas. A éstas las pintaban de blanco o de color café claro y pasaban las aduanas en dirección a todo el mundo. Parte de la inflación, ya se sabe, se origina en la especulación y el negocio armamentista tiene mucho que ver con eso.
Parece que ha logrado conchabar con la agencia de sicariato que hay allí, en Tres Vidas. Cuando sale algo grande, usan estos huevos falsos. En lugar de repartir bala a ocho ejecutivos, sale mucho más barato hacer detonar cinco granadas que los despacha en menor tiempo. Y no requiere de demasiados operarios.
La verdad, yo tengo pendiente resolverme sobre este tema, pero no ahora. Ya he contado que mi candidato titular parece ser socio de varias corporaciones de la muerte. Esto está sumiendo al país en un estancamiento pues no hay consumidores, se produce poco y se invierte nada (un funeral, por ejemplo, no da rendimientos a futuro).
Entonces, si yo fuese la presidenta de este agujero olvidado y con fama de paraíso (hay que ver el turismo que nos llega, a pesar de la fama que estamos logrando porque uno que otro turista ha sido borrado por error de empresas no bien organizadas que confunden las fotos del expediente), supongo que debería derogar esta ley que tuvo buenas intenciones (pacificar las calles, ante todo), pero que ha derivado en la parálisis económica más aguda pues a esto debemos sumar la IA y las basuras de las cámaras empresariales que aprovechan el hambre colectiva para imponer reformas esclavistas.
Volviendo al pulpero Clemente, parece haber sido marero. Habría andado unos años en Los Ángeles, mas algún contacto político lo salvó de las rejas y lo trajeron acá como agregado consular. Seguramente así pudieron inventarle eso de tener un pasado en la Agencia, de haber estado ligado al tráfico de armas y capitales, pero con el consenso de las grandes agencias de seguridad y lo de ser un genio matemático.
No lo creo. El muchacho del taller de Miguelón me contó un día que él nunca compra nada allí porque al tal chino se le dificulta hasta dar un vuelto. Por todas partes, tiene ábacos de madera atornillados al mostrador para sacar sus cuentas.
Ha de ser bruto, sin duda. Debería ser un personaje de comedia barata y no un tipo de aura peligrosa.

miércoles, 12 de julio de 2023

Secuencias de la cuarta novela del ciclo Malanga.

LA MALA FE DE UNA ACTRIZ SIN CAMERINO

—El chavalo de la pulpe es un tipo raro, Ronald. No quiere hablar. Cuando llegué en la mañana a hacer la encuesta, estaba allí una mujer de vestido rojo cortísimo, haciéndole pucheros. Me esperé unos minutos para no interrumpir sus devaneos, pero no terminaban.
“—Déme una botella de agua y unas mentas— le dije al dependiente, ya harta de esperar.
—Lo siento, no vendemos eso— me contestó, a pesar de tener a su costado el dispensador de confites y allí detrás varios congeladores bien surtidos.
—¿Seguro que no tiene?
—Segurísimo.
Yo me volteé a mirar a la pecosa que hacía gestos indecorosos con la lengua en el aire, como hacen las serpientes.
—Bueno, pero quiero una docena de huevos.
—Tampoco tengo.
—Allá hay un montón de cartones. Yo puedo verlos.
—Se equivoca. Son ajenos. Si no tiene nada que hacer, favor se retira.
Me puse colorada, di media vuelta y salí trinando. Ha de ser que el viejo está enredado con la loca ésa y la calentura lo tenía poseído.
Decidí volver a la tarde, pero no quiso atenderme.
—Otra vez, usted. Ya le dije que mejor no esté aquí.
—Necesito hacer una encuesta.
—No joda. Es una zopilota de la vivienda. Ya he oído de gente así. Luego me roba los calcetines sin quitarme los zapatos. Ya me llegaron chismes de sus fechorías.
Hice cómo quién no escucha.
—Estamos trabajando en mejoras para el barrio. Serán diez minutos.
—Muérase— sentenció y me sacó a empellones, aunque esta vez estaba desierto el local”.
Por eso es que decidí que lo voy a perfilar como una mierda. Vas a ver. Y en cuanto encuentre padrinos, lo publicamos. Total, el salario que nos pagan por simular una comunidad que no existe es una mierda. Y yo, que soy la estrella, gano lo mismo que todos.
—Debés estar chiflada para andarte vengando de personajes de ficción— me dice Ronald.
Yo entiendo que sí, pero es que nadie me toma el pelo así nomás y me ningunea. Yo estoy segura que lo de los empellones no estaba en el guión y ese puta pulpero se ha propasado en la violencia.
Ni que yo fuera una perra. O que el fuese Harrison Ford y yo me cruzase por el plató sin permiso alguno.
Ganas del pendejo de robar cámara, de hacerse el duro. Si él se sale del guión, ¿por qué los demás no van a poder?

martes, 11 de julio de 2023

Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga


ISABEL EN EL CONFESIONARIO

 

Padre, estoy furiosa con Jaime. No me ha vuelto a pegar, no. Lo que ocurre es que le coquetea a todas las que pasan frente al zaguán de casa, aunque yo esté presente. Y tiene una suerte cabrona con las viejas:  todas le meten conversa y quién sabe qué más.

Pensar que yo lo escogí por feo y por buena gente para no estar pasando por éstas. Pero ya vio, se jodió una pierna jugando fútbol y llegan las del vecindario a dejarle una sopita, un pan casero o a, simplemente, saludarlo.

No, Padre, no puedo dejarlo porque carezco de estudios y no recibo salario. He querido aprender a bordar para vender cojines y blusas, pero con él en la casa, el tiempo no me da. Y no me diga que no quiero dejarlo, si la última vez me aflojó un diente.

Yo también le he golpeado, a veces, lo confieso. Aprovecho cuando viene borracho y que no se sostiene, para partirle la madre con la olla de hierro colado. No necesito motivo previo: verlo indefenso me motiva a tomar venganza de inmediato.

La vez pasada le quebré el brazo y, al día siguiente, nada recordaba de lo sucedido.

Tenía un arma que heredó del tata, pero la vendí a un ladronzuelo del barrio. Supe que luego andaba asaltando con ella en la comunidad, pero a nosotros, nunca. Yo no necesito permiso para protegerme, ni del consentimiento suyo. Me importa lo inmediato: mi vida.

Ahora, fíjese que me gusta mucho el pulpero y corre el rumor que maneja buena pasta. Esa tienda no vende mucho porque el barrio se está quedando solo:  yo sé que usted lo nota también porque menos gente viene al servicio dominical.

Por cierto, Padre. No sea tacaño; compre unos cojincitos:  el reclinatorio destroza las rodillas de los fieles y usted se ríe. Eso es pecado, es maldad.

Digo, ¿qué pasa si cambio al loco por el pulpero? Es que está más bonito y misterioso que este cabrón lengualarga que, cuando anda sano y libre de trabajo, se va a volar lengua a cualquier casa de la comunidad. Es una vieja de patio, se lo digo yo que lo he soportado doce años.

Mi tesis es que uno tiene derecho a mejorar, a no pasar hambres o estrecheces. Con ese muchacho podría hacer un buen futuro; con Jaime, no. La casa nos caer encima en cualquier momento. Después del terremoto, se limitó a conseguir unas formaletas y unos clavos de tres pulgadas para atilintar la casa. Uno camina con miedo de que eso sea como un castillo de naipes y de que un tornado, cualquier día, nos saque del mapa,

Oiga, Padre.  Usted debe saber quién es esa señora de maletín en la espalda que anda haciendo supuestas encuestas y tomando café en casas sin traer ni una galleta. Me contó Viqui que la estafó con un asociación pro vivienda y que, ahora, si la encuentra de frente, la otra vuelve el rostro y hasta cambia de acera. Lo peor es que anda con dos guardaespaldas que hace pasar por ayudantes.

Guárdese sus opiniones, sobre mi vida. Yo vine a pedirle consejo y no censura, Tampoco, penitencia. Estoy muy grandecita ya para rezarle a los yesos, pero me parece terrible que las cosas ocurran frente a los ojos de uno y no poder entenderlas, cómo si ocurriesen a oscuras. ¿Qué tiene este barrio, Padre, que se está muriendo como una chayotera y si remedio? Oigo que las nuevas generaciones ya no juegan en la calle porque los padres tienen miedo o porque se los traga el celular. A estas alturas, he olvidado la mayoría de las caras del vecindario y hasta llego a creer que esos chavalillos del búnker son mis vecinos naturales, mis pares.

No vaya usted a venir de casamentero o soplón a decirle a Clemente que me interesa. No sea sapo, busque vida. Mejor todavía, hágase de su propia amiguita y deje envidiar la vida carnal de los otros. Por ahí dicen que la encuestadora es facilona, aunque a mi casa todavía no llega. Usted le llega con el cuento de la salvación y se le va arriba…¿Qué le parece?

No me grite.

Puta, así pagan la devoción de una. Uno viene a darle su vueltita para ver que todo está bien y lo que hace es arrojarme agua bendita y levantar la cruz. Seguro pienso que tengo el chamuco dentro y no. Solamente le estoy hablando de mortal a mortal porque usted lo es…

¿Va a decir que no?

Eso es soberbia, Padre.

No hace falta que llame a la policía.

Me estoy yendo.

Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga


LA VOZ DE LOS PERSONAJES ES COSA SERIA

 

—¿Estamos todos ya? ¿Podemos empezar?

—Mire que es idiota decir tal cosa. Sólo usted tiene idea de con cuántos personas y voces trabaja. Es un desorden todo lo que hace…— es la voz de Clemente, bastante serio.

—Bueno, mando yo.  Silencio, siéntense. ¿Alguien sabe que estamos haciendo?

—Una “novela”, así le llama usted, pero es un total despiche—tercia Annette— ¿Cómo se le ocurre que yo quiero ser candidata si me va bien en lo que hago y, sin embargo, no aparece en el relato? Aprovecho para decirles compañeros que vendo jarras para café pintadas a mano bajo la escuela del expresionismo abstracto.  El estilo me fue condicionado por este escribiente, pues dice — o repite como loro— que la CIA inventó a Jackson Polllock.

Y, sin embargo, no hemos usado para nada mi arte. Ni una puta exposición en una feria de mercadillo.

Tanto joder para nada.

Ah, si alguno quiere una jarra, vale cien dólares. Aclaro que no tienen asa.

—Y, ¿por qué?— pregunta Miguel, el mecánico.

—Para subrayar lo creativo.  Es casi una jarra inútil, un objeto hedonista— responde la artesana.

—Arte es otra vara.  De verdad, que acá estamos jodidos todos. Nos falta, como siempre, dirección. Este escritor nos tiró al agua para hacer una novela donde el sicariato era un oficio legalizado en una sociedad moderna, pero lo que yo veo es una trama de corazones rotos en un barrio venido a menos— dice Favio mientras sostiene la mano levantada, como hacen los niños de primaria.

—Es que las historias suceden sobre la marcha— explico yo—. Cuando contraté a Annette me sedujo su natural patetismo, su caos espiritual.  Jamás creí que tuviese ese espíritu arribista a flor de piel y que se dedicara a sacarle plata a la comunidad.  ¡Qué hija de puta resultaste!— digo mientras le miro cara a cara.

—Sabe qué pasa? Le estoy salvando el pellejo. No vine a que me vieran la cara de tonta…Tampoco a aburrir al lector con historias de gente pisoteada por el capitalismo. Eso ha sido invento suyo, que es un zurdo de mierda, pero se disfraza.  Yo lo que quería de antemano era fama, pero nunca me puso en contacto con los grandes galeristas de Artificio, aunque me lo ofreció repetidas veces… Recuerde.

—Lo otro que quiero decirles es que tienen que moderarse. No es posible que el borrador cruce de mano en mano y lo vayan alterando. Les recuerdo que el escritor soy yo y que, si no he ganado el premio nacional, es por pura envidia del resto del país. Debiesen golpearse el pecho con un yunque por el orgullo de estar bajo mi mando.

—¿Mando…? No seas mío—responde Ramón Cifuentes, el actor que encarna al Alambres—. Te recuerdo que los de la Banda del Turco abandonaron la novela en los primeros capítulos porque sos un absoluto imbécil.  A gente de la calle, sobrevivientes que no saben ni escribir, los mandás a hacer trabajo burocrático. A ellos, también les prometiste un protagónico.

Por eso fue que apareció el militarote éste, que decís que trabajó en la Agencia. Sos un jetón: ni él, ni el Fernando Pudín, que hace de Lunes Misericorde tienen pasado militar.  Recordá que la misma estatura es un condicionante y ese mae que dirige Sicarios ni siquiera habla inglés… Del “yes, yes” no pasa y su condición física es un asco.

Claro, vos si pudieses, inventarías que estaba en la Loma de Hierba el día que le volaron el cerebro a JFK. Así como dijiste que Olga es premio nacional de periodismo, pero vos sabés que nunca se graduó:  la echaron de la U por plagio con el GPT.

Ese narrador que altera a otro narrador que cuenta a otro es muy trillado.  Es un juego de espejos, donde al final está tu sombra y todos los saben. Debieses pensar en escribir política porque te quedás en las formas a propósito.

Mirá, sólo quiero decirte que son otros trucos los que te salvan la novela.  Porque es una crueldad tuya decir que doña Cayetana falleció en el terremoto por un infarto al miocardio cuando, en realidad, cancelaste al personaje porque no te gustó para nada su dicción. Ah, y dejáte de mierdas y acosos:  dice Jenny que le echaste los perros. Hoy no vino porque está de guardia en el hospital pero ahorita te pone demanda.

—Ah, falta gente acá…— aclaro—. Es hasta ese momento que veo que no está Mendiola, ni Luisillo, ni Marina, ni Yamileth, ni Rosaura, ni los burócratas del partido, ni el pastor,etc.

—Puta, los ponés a ganarse la vida y luego reclamás porque no vienen. Sos un doble cara, ¡qué vergüenza!— Annette que, viendo que estoy perdiendo el dominio de la reunión, se empodera para acorralarme.

—Reconozco que lo de Mendiola es culpa mía. Lo dejé trabado en un tragaluz del viejo banco quebrado. Nada estaba haciendo allí, pero tampoco vi para qué sacarlo del lugar. Sospecho que habrá muerto de hambre. Es un tópico que no quiero seguir.

—Demasiado moralismo, compañero— interviene Ronald. No es su papel proteger a nadie. Allá usted lo que haga, pero si a un sujeto le toca mal destino, ¿a usted que le importa? Lo suyo es escribir y no meter mano.

—Meter mano es lo que hacés vos con la enfermera, cabrón. Te suprimí de unas escenas porque la novela se me iba al porno ya mismo.

—¿Ven, compañeros? Estamos en manos de un censor, no de un escritor.  Este chavalo tiene la mollera vacía y bajo un esquema amoral nos engaveta a todos en sus proyecciones. Tenemos que unirnos y resistir su dictadura.

Sólo falta que diga que los muertos no son muertos, sino representaciones de muertos porque acá todo es simulacro.

—Lo es— grito yo, que no despierto del asombro.  ¿Acaso ustedes creen que uno va y hace un libro matando a medio mundo y la cárcel no lo espera a la vuelta de la vida? ¿Por qué creen que las balas son reutilizables?

Repito: reutilizables. Simple, porque son de goma. A veces, usamos kétchup y soluciones de goma arábiga con tinta para representar la sangre y eso.

—Ah, otra cosa, míster. Usted nos hace mala sangre. Me ha puesto a decir que no me gusta Isa, que es bien fea. No es cierto y, además, yo no emito juicios ofensivos contra nadie. Aparte, sus cuentos de que tengo dineros ilegales y que trato con gente sombría, me hace daño. A mi casa, llegaron judiciales el mes pasado y me detuvieron cuarenta y ocho horas a ver qué sabía yo de los papeles de Panamá. Y no, yo no sé ni mierda— habla el chino, tan calladito que estaba.

—Yo creo que hay que partirle la madre— afirma el Retepiso, que estaba sentado cerca de mí con tremendo bate de aluminio en la mano y mientras se incorpora amenazante, hace una seña con los pulgares en alto para que todos se vengan contra mí.

Veo venir el batazo y trato de esquivarlo. Siento el impacto justo cuando caigo al piso en el borde del ojo, como si una bola de hierro quebrase mi mejilla.

He caído de mi colchón y tengo ensangrentado el pijama. La cabeza me duele una barbaridad y veo borroso. La pesa rusa que tengo siempre a la par de mi cama se tambalea aún por el impacto con mi rostro.

Pero las voces siguen protestando, creo. Lo digo porque me desmayo y en la cocina donde nos reunimos los personajes y yo, ahora arde Troya. Todos contra todos porque sí.

Como en el Viejo Oeste. O en cualquier pogo de los días del punk.

lunes, 10 de julio de 2023

Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga.

ORDENANDO APUNTES PARA QUE NADIE SE SALGA DEL CANASTO

El terremoto sobrevino casi a medianoche del ocho de agosto: siete grados Richter, pero en la comunidad se sintió cercano a diez. Las estructuras endebles se movían como posesas por una fiebre de cuarenta y dos grados.

El chino Clemente dormía en la trastienda cuando vio sacudirse toda la armazón de su negocio. Mercadería por el suelo, botellas rotas y pisos pegajosos, merced al derrame de bebidas edulcoradas.

En lugar de ponerse a restablecer el orden, se limitó a sacar dos maletas grandes que tenía bajo las tablillas del suelo, bajo una estantería.

Se sacudió el polvo, se peinó bien y pidió un taxi rumbo a un hotel céntrico de Artificio, el Cóndor. Un lugar turístico de cuatro estrellas y se hospedó bajo el nombre de Benjamín Repollo, turista español. 

Doña Vicky no vio mayores daños en su hogar, pues a pesar de las malas condiciones, allí todo se sostiene mutuamente. Las escaleras, por ejemplo, están calzadas con ladrillos de modo que el baile durante el terremoto fue minimizado. 

No posee mucha cristalería, así que lo poco caído no llegó a generar astillas o riesgos. Las hijas de Virginia juran haber visto ratas correr por todas partes, pero tienden a exagerarlo todo. 

De su parte, Luis quedó tan alterado que esa noche, luego de muchos años, mojó la cama. 

Rolando Mendiola estaba hasta las cachas dormido en la habitación del segundo piso de su bufete. Aunque la casa tomó una inclinación de unos quince grados hacia la derecha, el abogado no logró notarlo nunca. 

Los visitantes se sentían incómodos con el fenómeno, pero todos se resistían por pudor a tratar el tema. 

Tres semanas después fue que pasó lo que pasó: ya fuese que el jurista se suicidase o que se quedase atrapado en el cielorraso de un banco en quiebra que ya era un simulacro de sí mismo, nada más. 

Al narrador aclarar esto le vale un carajo. 

El taller de Miguelón quedó incólume: la ventaja de una construcción liviana, forrada en latones. 

El salón de belleza de Marina quedó en perfecto estado. Posiblemente porque ella tiene prácticas esotéricas y holísticas, mezcla de Blavatsky y Marie Condo. 

Yamileth se separó de Fabio, pues ya empezaba a olerse mejores esperanzas en el Partido Puritano para sí y ese hombre solamente le serviría de lastre. 

Le dejó también al carajillo que ya rondaba los once años, pero que no salía al sol nunca porque alguien le contó una versión distorsionada de los Teletubbies donde el astro mayor se comía al cuarteto de enanos imbéciles. 

Ya dijimos que la secretaria de Mendiola se piró con el menaje de la oficina. 

Y hay un montón de chismes más, pero no jodan por ahora. Estoy con la novela y voy a enfocarme un poco porque, de lo contrario, las moscas son para mí como alfombras persas: me distraen y me pierdo. 

Además, esto no es epílogo. De hecho, a partir de ahora, aplicaré medidas de contención porque si no, me pongo a jugar con aquello de buscar la novela total y eso sí que es una absoluta huevonada. 


 La señora Gallinés volvió a Tres Vidas a la mañana siguiente del terremoto con una brigada de predicadores y amas de casa, que repartían víveres, agua, ropa entre los necesitados. A las tres de la tarde, hicieron olla de carne en la plaza de deportes y una multitud notoria, salida de los cuatro puntos cardinales acudió por ella. 

La justa aparición de Olga Patogreis, reportando en vivo para La Patraña, le vino al pelo. El pastor candidato andaba de goma esa mañana y decidió evitar el encuentro con la prensa para no evidenciar lo demacrado que le dejaban las drogas mezcladas con el tequila. 

Así que Ana pudo ser el centro de atención de esa tarde: en primera fila, con cuenco en una mano y cucharón en la otra, dándole caldillo y afecto a los necesitados. Quién sabe de dónde salió una cámara y otra que perseguían a la candidata vice de tal forma que el encuentro de Evita y Perón la tarde que se conocieron en medio de los apuros que había generado el terremoto de San Juan en el 44 pareciese apenas un teatrillo de marionetas ante la nueva improvisada producción y consecuente éxito de la señora Gallinés.  

Aclaremos que servir la sopa no convierte en héroe a nadie: lo hace la presencia de las cámaras, las luces y un hito conveniente. Tanto fue así que en el barrio se dice que fue un montaje. 

Eran casi las siete de la tarde, pero aún no caía la noche. Sin embargo, la merma de la agitación había dado lugar a intervalos de silencio y era posible, gracias a ello, detectar el compás de un reloj cucú o de una herramienta que trataba de despegar una lámina de zinc que tapaba el paso. 

De repente, Annette detectó un hilo de voz que venía de debajo de los escombros de la quinta casa de la acera norte. Se dirigió casi de inmediato al sitio preciso y con una ayuda de una viga de madera, empezó a hacer palanca (antes se aseguró de ser seguida por todos los reporteros que mosqueaban en el área). 

Eso fue genial: Ana estiró la mano y la sumergió en la oscuridad de los escombros: una niña rubia, de cuatro años, se aferró a ella y ni lerda, ni tonta la candidata hizo la pantomima de salvar a la menor. 

O la salvó. 

Y no quedó allí. A continuación, emergieron de los mismos escombros otro niño de ocho años; uno de dos y medio; una señora de setenta y cinco años y dos gallinas chiricanas. Todas se asieron, a su turno, de los brazos de la señora candidata que parecía no sudar, ni pensar en nada más que socorrer a la comunidad. 

Esa misma noche, en los telenoticieros corría la estampa de la señora que, vestida de crema, no tuvo reparo en ensuciar su ropa por salvar vidas. 

Ni la Perón tuvo tanta suerte. Estaba en el escenario, bajo los focos, ante la mirada de todos.

A ver qué podría ocurrir ahora: se montaría sobre la ola del éxito. 

Ahora, yo recorrí a pie la comunidad unos días después. Es que me dicen el loco, porque cuando no estoy trabajando, me dedico a interpelar a todos los que pasan por acá. Algunos no me dan bola. Otros están urgidos de soltar sus penas o de opinar hasta de lo que no saben. 

Ninguno había visto antes a los rescatados de esa noche. Nadie en la comunidad tenía gallinas. Nadie reconoció a los niños, ni a la vieja. 


 Dicen que, al regresar a casa, Ana sintió impulsos de hacerse un rodete como el que usara la señora Duarte cuando asumió como la antonomasia del poder en Argentina. Sin embargo, nuestra amiga se limitó a quitarse la peluca rubia que portaba y se limpió el maquillaje. 

Cuando terminó, se sintió radiante, cambiada. 

Dos minutos después, se quemó la bombilla del cuarto de baño. 

Es que esas instalaciones viejas son un verdadero atentado. 

Sin embargo, Ana siguió durante el resto de la campaña electoral, posando de perfil y con su corte de italian boy, con rayitos.


sábado, 8 de julio de 2023

Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga

EL RECLUTA SE ENCUENTRA BAJO OBSERVACIÓN, NO HAY DE QUÉ PREOCUPARSE

 

Me pregunta usted si Lunes trabaja para nosotros.

Sí y no, permítame explicarle.

Él fue de los primeros reclutas que tuvimos. Nos pareció doloroso que un veterano de guerra viviese como empleado de una librería de viejo, que ni seguro social le ofrecía. Nosotros ya nos habíamos cruzado antes en diferentes misiones pues ahí donde lo ve, el señor Misericorde estuvo en fuerzas especiales y luego, durante dos o tres años trabajó para la Agencia.

¿Cuál Agencia?  No sea majadera. Eso averígüelo usted si no teme por su vida. Acá no podemos decir el nombre completo. De las cosas de seguridad, se mantiene sigilo.

Lunes era un empleado responsable. Dos tiros por persona repartía y bien ubicados, casi siempre en la frente del candidato. Eso no quita que los otros compañeros lo molestasen por su estatura y por su supuesta fragilidad. Le habíamos condicionado a no mostrar sus dotes de carnicero, así que, ante una estigmatización, simulaba intentar patear al infractor y éste lo detenía con el estiramiento de sus extremidades superiores que colocaba sobre la cara del enano.

Casi una chanza, totalmente en regla.

Fue la octava misión de Lunes la que le trajo el castigo. Yo sé que lo han visto repartiendo volantes nuestros en este barrio y en el centro de Artifiicio. Es la pena que le impusimos para ver si ha ganado autocontrol. Ese día, una mujer cuyo nombre debemos mantener en reserva, esperaba que acabásemos con su marido, un importador italiano de telas que tenía tratos con la mafia. Si estoy hablando en pasado, es porque luego se completó el trabajo.  Era un jueves y el maldito enano se levantó con el santo de espaldas.  Verá usted, por su estatura, él debe colocar el revólver en diagonal al rostro de su objetivo, de modo que dispare hacia arriba…

No podía ser distinto con un caballero que superaba el metro noventa, aunque estaba en recuperación de cierto malestar en las rodillas que lo motivaba a andar despacito.

Pues bien, justo en el momento en que lo pone en la mira y dispara, una mosca se posa en la nariz del gatillero. Éste se incomoda y pifia el disparo.  En consecuencia, dos maravillosas lámparas de araña, traídas de Italia se hacen trizas.  Las astillas de cristal de Murano salen en todas direcciones casi hechas polvo y sus pequeñas agujas alcanzan a lastimar al gato persa que reposaba cerca de la chimenea, a pesar de estar ella apagada.

El animalito sale corriendo en busca de su ama que lo acoge en brazos. Luego de entregarlo a su ama de llaves, doña Carmena muy enojada se acerca al tirador con tremendón botellón de vino, que le estampa en la frente. Lunes es un maldito cabeza de piedra: resiste el golpe y, casi de inmediato, reacciona:  muerde a la mujer cerca del codo y, como si fuese perro de traba, no la suelta.

Los compañeros de equipo de Lunes, para evitar males mayores, lo deben anestesiar con trapos empapados en cloroformo. Acto seguido, lo amarran y lo meten en la cajuela del coche empresarial.  Y llaman al 911 para que asuma la curación de un daño colateral, que pega gritos y maldice peor que las doñitas del mercado cuando alguien les intenta robar un rollo de culantro.

La no viuda amenaza con demandar a la empresa por el sufrimiento emocional y otras pendejadas afines, pero condiciona no hacerlo a que el contrato se cumpla de inmediato. Así que mientras Lunes Misericorde es trasladado a una jaula de terapia dormido, otra unidad de Sicarios se acerca al punto para terminar la tarea.  Solamente se demoran en preparar un reporte explicando que esta vez gastarán dos balas adicionales debido a un accidente que cubre el seguro de riesgos de trabajo (adjuntar número de póliza y último recibo cancelado).

Cuando tienen todo listo, van directo al balcón donde el señor Malvadini está brindando por su sobrevida y sin decir “agua va” le pegan dos tiros que hacen blanco simétrico sobre cada ceja.

Nosotros quedamos muy contentos de dar buen servicio a gente de bien. Fíjese usted que doña Carmen, preocupada por el sufrimiento articular de su marido, estaba urgidísima de aplicarle la eutanasia, cosa a la que su marido se negaba.

Era, pues, necesario el factor sorpresa.

¿Me desvié del tema? Perdone, me gustan las historias. En cuanto a Lunes, es un hombre adulto —ya pasa los cuarenta años— pero es peligroso.

Ud. sabe quedan secuelas, psicosis de guerra.

Jamás lo infiltraríamos en una escuela, no.  Quitarse la barba fue otro yerro que cometió sin avisarnos y nos dimos cuenta porque el Comité de Buenas Costumbres del vecindario Tres Vidas no mandó extensa carta con cuarenta firmas.

Tranquilos, no volverá a suceder. Si todo sale bien, le daremos de alta como sicario hacia el mes de marzo venidero. Sólo tiene que mantenerse sin síntomas de rabia unos meses más.

También sabe que si vuelve a morder a alguien, somos duros.

El reglamento estipula que le toca ser sacrificado.

martes, 4 de julio de 2023

De Fantasmas de la ciudad dormida (2021)

EL OJO INSATISFECHO


Para vigilarlo todo
Trepa a la ladera
Se esconde tras el pasto
Contra el correr del viento
Y espera
Abajo pasa un río de huesos la miseria
Pasa un desfile de payasos los políticos
Pasa un huracán de papeles el derecho
Pasa un ornitorrinco de tristeza
Un millón de grillos disecados
Una centena de flores esponjosas
Y no
La verdad nunca pasa por la tierra