martes, 3 de junio de 2025

NUNCA SE CUESTIONA LA RUTINA— narrativa (fragmento de novela en proceso)

NUNCA SE CUESTIONA LA RUTINA

 

La verdad, tengo muchos recuerdos de infancia que podría enumerar, pero no viene al caso hacerlo. Lo que no consigo, sin embargo, es visualizar alguno: ningún rostro, ninguna casa, ningún barrio se logra corporizar en mi cabeza.

Acuden a mí en forma de fichas técnicas, por ejemplo: “mamá me dio un abrazo el 5 de febrero”, aunque ni siquiera consigo visualizar cuál era el rostro de mi madre. No logro evocar el rostro de mis amigos de infancia, ni la bicicleta con la que bajaba las cuestas en el barrio. Lo mismo pasa con mis años de estudiante, en la facultad, en el colegio. Recuerdo hasta las notas obtenidas y, no obstante, no recuerdo haber estado en un auditoria realizando exámenes de tres horas.

Hoy tengo la cita anual de salud, la cual nunca pido. Solamente llego y en el consultorio ya saben que llegaré. Es como si alguien administrase mi agenda. Si esto es una orden implantada, lo desconozco y no encuentro motivos para resistir a presentarme: en todo caso, tengo claro que perderé el día.

No más llegar me pasan a una sala con una tele gigante conectada a una máquina de karaoke.  El volumen es bajo, pero las canciones no son comerciales precisamente. Obedecen a una intencionalidad, quizás a una PNL para lavarme el cerebro, lo cual, reitero, no me importa. En su fraseo aprendo determinados valores institucionales como la violencia, la perversidad, el silencio, la seducción, la normalidad de matar si hay un mandato para hacerlo.

Eso dura dos horas y tampoco es que me agote. Sin embargo, llega la enfermera y me hace pasar a una habitación cuando van dando las diez de la mañana y, entonces, es cuando percibo una pequeña presión en el cuello y quedo dormida por el resto de la jornada.

¿Qué pasa después? No lo sé. Generalmente cuando despierto, ya el lugar está casi a oscuras y me quedo esperando que vengan con resultados. Nada ocurre, sin embargo. Si suena el teléfono y lo contesto, del otro lado guardan silencio. Es como si verificasen que no me he escapado y que no le he pegado fuego a las instalaciones.

El consultorio opera en un edificio de tres pisos que tiene una sucursal bancaria en el primer piso; en el segundo, una clínica de ortodoncia y en el tercero, este médico especialista. ¿En qué? En la pared, cuelga un título que dice “doctorado en cibertrónica” y siempre, al final de todo, me pregunto qué hago yo en un sitio del cual nunca he entendido la finalidad.

Es cuando abro la cartera porque no pienso esperar más y decido acicalarme e irme. Saco uno de esos confites de iones de sal y me lo trago sin mayor conflicto. }

He pensado hacerme ver por eso, pero como nunca veo al doctor porque me duermo antes, ha sido imposible presentarle la consulta: sospecho que soy anoréxica, porque aunque tengo recuerdos de haber cenado langostas, caracoles o quesos, no recuerdo su sabor jamás.

Y tampoco siento la mayor inquietud por disfrutar de un plato que se mire delicioso. En el momento que vuelvo la mirada, me deja de dar curiosidad y me da lo mismo si tiene un diseño gourmet o un olor embriagante: yo, con mi ión de sal periódico me siento a todo dar.

A eso de las cinco y media de la tarde, salgo del consultorio. La sucursal financiera y el dentista ya han puesto candados y lo evidente es que he sido víctima de negligencia de parte de este especialista.

Cierro duro la puerta y me aseguro de que los pestillos encajen bien. Creo haber apagado las últimas luces y ando con mi bolso y con mi dinero completo: lo curioso es que ni siquiera he pagado la consulta.

El año próximo estaré de nuevo en esta puerta a la hora que se me indique.

A veces, debo confesarlo, me molesta saber lo que debo hacer sin que nada previamente me indique mi agenda. En esos momentos, siento que no soy una mujer libre, sino una pieza del sistema que conoce cuál es su juego y obedece.

Una vez se lo conté a mi roomie y ella me respondió indiferente:

—En lo mismo estamos todos. Yo no perdería el sueño por eso. Las rutinas parten del orden y la intuición nos ayuda a desplazarnos por el mundo. Si te hacés preguntas de todo, luego caés en el exceso de moralidad y nadie te salvará si sos ineficiente— y siguió depilándose la pierna derecha, totalmente paliducha.

Recuerdo esto mientras, en el auto ya, reviso que la nueve milímetros estuviese bien cargada porque ya me toca, esta noche, cumplir con un trabajo.


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