Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga
POR QUÉ NO HEMOS VUELTO A HABLAR DEL MAESTRO PELAPAPAS
Fue
dos años antes a la escritura de esta novela cuando el gurú de las letras
malangueñas, el doctor Isidro Pelapapas fue escogido para viajar a la luna en
la primera misión espacial de Malanga.
Entrenamientos,
disciplina, dietas. En menos de seis meses, el maestro ya era otro: había crecido en estatura —ocho centímetros— y
había ganado masa muscular, a pesar de perder dieciocho kilos. Además, su
cabellera era ahora frondosa, lacia y azabache. Casi podía confundirse con un
jefe apache.
Le
vimos poco durante todo ese proceso. Dejo de visitar las oficinas de Comas
Negras, no rondaba el café cultural de costumbre para rozarse con sus pares
que, a pesar de detestarlo, le guardaban la silla por si optaba por aparecer.
No
en vano era el más destacado personaje de la cultura malangueña.
Ocupado
en desarrollar destrezar técnicas y científicas, Isidro acababa la tarde
molido. No quería más que irse a dormir y desconectar del mundo un período
largo. Sin embargo, a las seis horas, los cinetíficos del Ministerio de Tecnologías
Espaciales lo llamaban puntualmente:
—Maestro,
apúrese. Hoy tenemos mucho que hacer. Usted será el cocinero y me dicen que no
sabe freír un puta huevo.
—Insisto
en que nos alimenten con pastillitas. En el espacio no conviene que los astronautas
anden cagando— respondió Isidro.
—Déjese
de mitos. Si no come, se morirá de hambre o se le retorcerá la tripa. Adenás,
llevamos los nuevos inodoros ultragravitados que desarrollaron los rusos. El
riesgo no es que eso se esparza en el espacio, sino que usted se quede pegado al
wáter. Por eso es que van unas palancas de titanio, para liberar a cualquiera que
no logre separarse. No le quito más tiempo, apúrese.
Pelapapas
terminó la llamada y estiró los brazos para despertarse. Se calzó las sandalias y cruzó hacia el lavatorio
para refrescarse el rostro. No hizo por dónde bañarse; el día estaba fresco y
él, desde niño, era tan ecologista como cualquier mechudo.
Se
encajó la misma ropa de astronauta del día anterior. En todo caso, nadie le
daba viáticos o presupuestos para pagar la dry cleaning. E Isidro sabía que eso de andar con un traje
estrambótico y cruzar el parque era poco más que una puesta en escena: todo el
país hablaba de él. Y los camarógrafos y paparazis le daban mucha bola.
Otra
propuesta de Isidro ante los científicos fue el de cocinar los huevos en agua.
Aquello provocó descalificaciones y risas por doquier, pues cualquiera sabe que
en ausencia de gravedad, el agua no puede mantenerse en un recipiente. El gurú
se sintió humillado, estúpido y prometió que nunca más iría al espacio.
Cosa
que finalmente fue cierta. Apenas el catorce de noviembre del año pasado, salió
le cohete con los tres hombres a bordo. Ante la carencia de plataformas espaciales,
el gobierno designó a un viejo hotel de cinco estrellas, como base de
lanzamiento. Dicho lugar estaba abandonado y entre las paredes del cuarto y
quinto piso, grandes panales de abejas africanizadas emitían su zumbido
constante.
No
importa, antes de medianoche ya todo era agitación. Gente va, gente viene,
pruebas y revisiones de las estructuras, conseguir el cd del himno de Malanga
para hacerlo sonar protocolariamente, qué números dejarían apuntados en la lotería clandestina
mientras regresaban (pues el viaje duraría diez días).
A las cuatro con diez subieron solemnes a la nave. El
presidente les habló por radio y se dejó ir con una retahíla sobre el valor humano
y la soledad del hombre en el espacio sideral.
Isidro tuvo entonces síntomas de devolver los alimentos,
pero prefirió optar por la rezadera. Y, para hacerlo, cerró los ojos tan
decididamente que no los abrió más.
Al menos, eso fue lo que vimos en la tele. Posiblemente,
los de la sala de mando viesen más, pero la transmisión con la cabina de la Cajeta
Espacial de Leche fue cortada adrede para ir a comerciales.ç
Qué hijos de puta, ¿verdad? Hay que ser malsanos para dejar solos a estos
héroes en semejante encrucijada. La verdad es que yo me estaba meando y no iba
a seguir escribiendo sólo por complacer a nadie. Luego se me hacen cálculos
renales y nadie va a pagar mi médico; por más que jueguen de amables, sabemos
que no.
Lo que estoy olvidando decir es que, en esa conversa
entre el presidente y los tripulantes de nuestra primera misión lunar, hubo
instantes tensos, pero que se disimularon un tanto debido a la mala señal que
cortaba las palabras. Yo logré —porque llevaba el grabador encendido— capturar
varias frases, de las cuales entendí claramente dos:
—Usted es un hijo de puta, presidente. Ya tuviese valor
para venir.aquí—. Imagino que la dijo mientras fingía rezar porque todos los
que conocimos a Isidro, sabemos que era
ateo.
Más adelante, casi cuando el señor mandatario se
despedía, lo interrumpió y dijo casi a gritos:
—Me voy de este mierdero. Malanga es un oxímoron
permanente— y justo allí fue cuando se cortó la transmisión y el diálogo. Supongo
que un yerro técnico explicaría todo.
¿Qué quiso decir con eso el maestro? Me ha quedado la
duda. Los intelectuales son así: les
cuadra no ser comprendidos, sino por los exégetas, sus pares. Yo, acostumbrado
como soy, a hacer la sopa de letras de la prensa dominical y otros entrenamientos
menores, voy a sugerir la siguiente frase por sencilla: Toda Malanga es una contradicción. Y lo digo a riesgo que sea ya una idea tan
manida que me acusen de acudir al refranero popular sin vergüenza alguna.
Y tienen razón, lo que no me importa. Porque este pequeño
texto intercalado, ahora que la novela va terminando, es un homenaje a nuestra
estrella literaria, Isidro Pelapapas, que creyó huir para siempre de Malanga en
el cohete donde se reclutó por propia voluntad.
Pasa que la Cajeta Espacial de Leche tuvo pequeños
contratiempos que fueron resueltos con audacia. Por ejemplo, ante la imposibilidad
de comprar tecnología de punta, el volante y los motores fueron comprados a un
chatarrero que les hizo precio y firmó una garantía por tres meses. Yo ya sé de
ésas cosas porque una vez compré un coche usado y en cuatro meses fundió el
motor. Compré en un deshuesadero un motor similar al que hubo que cambiarle
empaque, bielas, todo. Cuando el vehículo encendió las bielas salieron
disparadas y quebraron el cárter. Son riesgos
económicos del desarrollo, entendamos eso.
Sencillamente, la CEL (abreviatura de la nave) empezó a
derretirse a los treinta mil pies. Al llegar a sesenta mil, todas las
estructuras le temblaban, pero siguió disparada en diagonal hacia el infinito.
Pero no lo alcanzó, porque se cree que en algún punto no
muy lejos de las nubes, las mangueras del combustible se rompieron y los
contactos eléctricos hicieron lo suyo.
Primero un incendio, luego la explosión. Era el fin: nosotros podemos decir que vimos al gran gurú
ascender al cielo, pero cuando a tierra nunca logramos divisarlo.
Bajó en forma de confeti orgánico y en el Caribe, mar
adentro.