lunes, 21 de agosto de 2023

Capítulo de tercera novela del ciclo Malanga.
(Su nombre es Ficciones Quebradizas y ha de ver la luz hasta el año próximo).

GREGORIO HA DEBIDO PENSARLO ANTES

—Sr. Vivas, necesito hablarle.
Es el colmo. La visitadera de personajes no para.
—¿Usted es…?— pregunto, pero su nariz de marañón lo identifica bien.
—Ya lo sabe. Soy Gregorio— el hombre viste una tshirt azul con un logo de cerveza Gallinero. Me conoce bastante bien.
—¿Quién les dijo que estoy aquí?
—Pues un fantasma al que usted llama Zárate. Él mismo no está seguro de su nombre: parece que su autor nunca le puso. Además, vimos el techo de doña Sara levantado y por aquí no ha pasado tornado alguno. ¡Qué vergüenza! El famosito Vivas es un vulgar precarista.
—¿Nunca tuvo un sueño, Gregorio? Yo quería escribir. Y bien— creo que aplico un tonito de soberbia—para eso necesito marcar distancia.
—¿Le parece poco todo el dinero que hice? El problema es que todo tiene causa y consecuencia. Como diría más o menos el gordo: “uno no escapa de su pasado”. No lo dijo, pero está muy claro en su narrativa.
—¿Usted también lo lee? — le digo con cierto desprecio.
—No sea idiota. Yo leo lo que usted lea y si a usted le da la gana. Soy un personaje, un títere, un esclavo. De hecho, vengo a pedirle que me redima.
—No puedo. Si lo salvo a usted, se cae la novela. Sabe que es un hombre malvado, ¿no?
—Puedo hacerlo muy rico. Yo lo soy.
—No entiende. Es una puta ficción.
—Igual lo es el dinero y lo es el mercado. El precio que se le asigna a las cosas suele partir de la subjetividad, de los prestigios que el mercado fabrica. “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, ¿Ha oído la frase?
—Es de Marx: la busqué en Wikipedia.
—Pues eso, todas las ficciones se derrumban. Ud., sin embargo, está a tiempo de hacer de mi historia, una historia de bien: la de un filántropo. Olvide todo lo escrito y conviértame en un neurocirujano que acaba con el hambre en el mundo.
—Y ¿para qué tiene que ser neurocirujano? ¿No podría ser bombero, cruz rojista?
—Las novelas bestseller, las que interesan a todo escritor para hacer plata, retratan el mundillo de los poderosos, no lo olvide. La gente no compra la trama nada más. Compra la aspiración de ser como los poderosos. Si su ordenador, de repente, me convierte en un limpio, tirarán el libro en la basura, antes de llegar a la página quince.
—¿Por qué precisamente esa página?
—Porque es icónica. Recuerde el periodicucho de la oligarquía que tenía en esa página toda la batería ideológica de los opinadores reaccionarios. Esos hombres, que usted detesta, han adoctrinado a casi toda Malanga.
—Es decir, que tengo la batalla perdida. Ellos son intocables.
—Pues sí. ¿Para qué se mete donde no cabe?
—¿Usted recuerda a Galván, el cantor de tangos de Soriano?
—Y a Rocha, cómo no—Pasta está tan cómodo, sentado sobre un nido de gallinas, que enciende un cigarrillo.
—Son idealistas. Por eso es que se los lleva puta y lo arriesgan todo. Son proscritos en medio del terror al que quieren vencer. Los adalides de causas perdidas me caen bien.
—Entiendo. A usted nada lo hará cambiar.
—Se equivoca. Me traiciono continuamente. Escribo una novela y me pongo como un trapo. Lo que uno no traiciona son los ideales. Ninguna otra cosa es sagrada.
—No le quito más tiempo. Esperaba alguien inteligente y me topo con un ladrillo. Recuerde que, a mi manera, tengo la ventaja de estar dentro de la novela y puedo joderlo todo.
—Déjeme ver, señor Pasta, si tiene salida. Según sé, usted desde carajillo ha sido un bravucón, un tipo sin miramientos. No veo qué le preocupa ahora. Ha debido pensar sus pasos antes de darlos. ¿No tendrá sentido de culpa?
—¿Culpa, yo? Váyase al diablo, Vivas. Yo no tengo nada de qué arrepentirme. Lo que pasa es que quiero conquistar una muchacha un poquito más joven y no quiero asustarla con mi expediente de trampas.
Creo saber de lo que habla. Me resisto a decirle que ella anda con un hombre casado, bastante bien posicionado económicamente. Sólo se me ocurre sentenciarlo:
—Saliste pendejo, Gregorio. Estás enamorado.
Enseguida pienso que tengo que decirle a Zárate que detenga la jodedera de delatarme, que yo necesito distancia para que los personajes no intenten chantajearme.
Tendré que mudarme de cielorraso, Me gustaría una casita en un árbol de guácimo, de ésos cuya copa es tan frondosa que uno se pierde como una lagartija en el lejano paisaje.
Lo fregado es hallar el sitio.

jueves, 17 de agosto de 2023

LUISILLO DIALOGA CON EL REY DE LA PEREZA

 

El equipo del barrio perdió ayer 3-0 y va a tener que jugar la liguilla. Lo bueno es que si vuelven a canchas abiertas, tendrán que devolver la cancha que la muni les prestó y volverán las mejengas rapidito.

Tanta emoción con el ascenso a segundas hace un año. La gente compraba la camiseta azul y la pantaloneta roja porque estaban relindas, pero lo hacían a pagos…¿Treinta mil pesos por esos trapos?  No jodan, si ni siquiera pagamos al día los recibos. Entonces, luego de una llorada, el administrador daba el visto bueno y apuntaba las deudas en los cuadernillos.

Los primeros cuatro partidos se ganaron al hilo. Lo que no esperábamos fue que el Caballo Sequeira se lesionase. Y menos fuera de la cancha.  Se torció un tobillo y cayó de las escaleras del bus.  Se rompió el codo y estuvo ocho semanas fuera. A partir de esa fecha, el Yuyo ganaba un partido y perdía dos y así. Y sin embargo, después del juego diez no la vieron más,.

Es que el Caballo no quiso regresar cuando vio que no estaban al día con el pago del seguro. La lesión le sanó mal; tiene el brazo hinchado como un jamón de cerdo y no puede moverlo casi. Anda con permanente cara de dolor y preocupado, porque los dueños del equipo le amarraron el perro.

Dice que tiene que operarse de nuevo para colocarse un pin y enderezar la fractura que sanó desplazada. Y que, sin el seguro social, eso es un facturón. Aparte a la persona que acude al hospital sin estar al día le suelen dar un trato impertinente, de mendigo.

Yo sé que, si le hablamos a Clemente o al director de Sicarios le consiguen, por lo menos, trabajo de conserje, pero eso nada soluciona en el corto plazo. Para que lo atiendan bien, para que le den una incapacidad y un trato medianamente humanitario tiene que haber cotizado tres meses consecutivamente. Es que si no, no hay derechos e igual le cobrarían todo el tratamiento. De locos es eso de cobrarle millones a un pobre desempleado…

Ahora, con tanto dolor, lo riesgoso es que Sequeira acabe por ser adicto. Probó con los chocolates al principio, pero es claro que para el dolor no sirven. Terminó empachado y, con el brazó así, nadie podía sobarlo. Hasta que tiritaba por la fiebre, sudaba descompuesto y creímos que se iba a morir.

Laxantes, uno tras otro. Cobijas, tres. Tés de manzanilla, gelatinas, etc. Dos días tardó en mejorar y quedó curado… de no volver a tomar un maldito chocolate.

El dolor siguió.  Nos daba pena y no sabíamos cómo apoyarle. Don Miguel sugirió que lo borráramos para que no sufriera. Nos obstante pagar ochocientos mil pesos no reembolsables no estaba a mano para alguno de nosotros. Asfixiarlo entre varios en su cama, luego de sedarlo nos podría traer un conflicto con la ley y no se trataba de ser mal ejemplo ante el mundo. Imagínese lo que nos costó salir en TV (fue cuando el simulacro de terremoto, que vino la señora presidenta y rescató a una gente sepultada por los escombros).  Qué desgracia sería volver a aparecer, pero en la nota roja bajo el titular de “Vecinos se echan al pico a enfermo de la comunidad”.

No. Lo que hicimos aún así fue titánico. En dos semanas nos organizamos para hacer rifas en las comunidades cercanas. Que una olla de cocimiento lento, que unas tenis americana talla grande, cosillas que no se llevaron al bingo escolar porque de por sí ya había muchos premios recogidos.

Estaban allí, bajo la cama de madre en una bolsa y cómo doña Vicky estima mucho al Caballo porque siempre que pasaba por el barrio saludaba muy cortésmente, ni lo pensó.  Talonarios fueron varios, más de seis y todos los números se vendieron.

¿Dé qué sirvió eso? De mucho. Le pudimos costear al Caballo unas vacaciones en Valle Muerto, donde estalló el antivolcán que todo lo cubrió de blanco. Afortunadamente, los psicotrópicos han sido legalizados e ir a darse unos ñatazos de coca no va a lastimar a nadie. Además, la droga al ser tan abundante es gratuita. Lo caro son los servicios turísticos que el auge de extranjeros que quieren inhalar en el paraíso ha disparado.

Es por eso que le dimos un regalazo a Sequeira, ¿sabe?

No es culpa nuestra, no sabíamos que padecía de rinitis, pero no me diga que eso no es un mal menor.

Y lo mejor de todo es que ya termina el campeonato, Otto. Imagínese qué chiva que el equipo pierde todo y la cancha vuelva a la comunidad.

Por cierto, Yami te está buscando porque no atendés al carajillo. Si querés le digo a Miguelón que te dé brete. El don es pura vida y sobra quehacer.

Jueputa, fue cómo si le hubiese mentado la mama…

domingo, 6 de agosto de 2023

Vileta de cuarta novela del ciclo Malanga

ENTRETELONES, CHORIZOS

 

—Tenemos que hablar— le digo a Ana cuando contesta.

—Ya sé que andás con otra, no jodás— responde.

—No es eso. Zonas grises se está organizando para meternos una demanda por la estafa de las viviendas. Vas incluida allí.

—Yo abandoné hace tiempo. Antes de los problemas.

—Igual te va a salpicar. Necesitamos parar esto.

—La verdad es que vos me ayudaste a llegar acá. Dame chance de buscar apoyo.

—Escucháme, tengo la respuesta. Es muy simple.

—No jodás. Ahora sos genio.

—Genio, no. Astuto. Lo que tenemos que hacer es acabar con esas barriadas donde empezaste tu carrera. También con Cuesta de los Monos porque son testigos muy cercanos.

—Pues no tengo tanta plata para sicarios.

—No, eso no. Basta con demoler la comunidad. La excusa es la urgencia de un nuevo relleno sanitario, un botadero. Si los disgregamos, triunfamos.

—Necesitaremos apoyo del alcalde. De por sí, el chavalo es de los nuestros.

—No te olvidés de los estudios técnicos. Hay que elaborarlos; necesitaré plata para eso.

—Ni que fuese tu mama, vividor. Te consigo un presupuesto mínimo porque el alcalde cobra caro. Decíle al jefe tuyo que aporte algo.

—Ese chavalo sólo deudas. Mejor aún, dános la concesión del relleno sanitario y una torta paga la otra.

—Entonces, yo voy a querer mi parte también, Román.

—¿Y…? Decí cuánto y lo metemos de sobreprecio— le hago ver con sencillez.

Escucho un ajá gutural y Ana cuelga suave el auricular. En ese instante voy masticando ya la uña del cuarto dedo; he devorado las anteriores.

Escupo las esquirlas.

Toda esta mierda pasa sin testigos, pero tenía la urgencia de contarlo. No entiendo cómo los chorizos generan tanto nerviosismo.


 


Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga

GLOSAS DE PERSONAJES INCONFORMES
 

Un frío de puta madre en la calle. Repentinas ventiscas nos obligan a entrar en La Chichera, el bar que une a la clase baja con la clase media, a seiscientos metros de la Cuesta de los Monos.

Estaba Otto solo sentado en la mesa del fondo. Ésa tiene ventanal y me gusta. Le dije a Jaime que nos juntáramos con el chavalo. Asintió a la primera y era lo conveniente:  no había mesas vacías y era noche de fútbol.

—Dice Clemente que se encontró una novela sobre el barrio y que está llena de mentiras— introduce conversa el Loco.

—Es cierto. Yo salgo allí como un militar de fuerzas especiales y un sicario y pillo— respondo en el acto.

El salonero nos interrumpe ansioso:

—¿Qué toman? Hay ceviche.

—Gallinero.

—Gallinero.

—Yo quiero otra—tercia Otto.

—Unas papas con chorizo— Jaime, rascándome el ceviche.

—Traéme ceviche solamente si está fresco—advierto yo.

—Pedí otra cosa—aclara el muchacho.

—Un plato grande variado para picar. De allí, comemos todos— ordena Otto.

—No me cancelés las papas—. El muerto de hambre es Jaime y ya se ha ido el tipo de la comida.

—Pues bien, muchachos. Me les voy del barrio pronto, creo. Ya saben que tengo orden de borrado y por eso me voy…—el melodrama de Otto.

—Ah, un fan de Julieta Venegas.  Es una rola muy vieja y cursi— Jaime, que sabe lo mosca muerta que es el chocolatero.

—Vos sí que inventás. Lo que no querés contar es que Yami te dejó por sus aspiraciones políticas y por acomplejado. Yo trabajé en Sicarios y vos no estás en la lista de borrables.

—Te juro que me amenazaron. Hasta recibí un whatsapp que me conminaba a presentarme. Lo tuve que borrar para no asustar a Yami y al carajillo.

—¿Es la causa por la que te fuiste a meter donde doña Tina? Ve vos; ¡qué negocios retorcidos hacés!— espeta Jaime.

—Bueno, no iba a quedarme en la calle. Rosaura es un caramelo y la ocasión la pinta calva— Otto, sincerándose de una.

—Ya déjense de pendejadas. Iba a contarles que en la novela soy milico de los bravos. Imagínense: fuerzas especiales…Un boina verde o algo así— yo, aburrido ya de pendejadas de faldas.

—Nadie lo cree. No te da la estatura— me dice Jaime—. Sólo que te meten en un potro de tortura y te hagás de hule.

—Ya lo sé. Sin embargo, los enanos tenemos otras habilidades. Miren a Messi— me defiendo.

—Ése no es enano— acierta el ex de Yami—. Mide lo mismo que el malangueño promedio.

—Mejor aún. Mientras más bajos, menos caídas. El centro de gravedad, perfecto. Votá a un gigantón y verás que dura todo un capítulo poniéndose de pie. De hecho, estoy en conversaciones con el Deportivo Yuyo. Soy un ocho—, fanfarroneo.

—Mentís más que Otto. A vos te agarra el Caballo y te hospitalizan todo el semestre. En la UCI, te iremos a ver—Jaime condescendiente, cagado de risa.

—Si te confunden con el balón y te patean, salís volando como un cometa— dice Otto.

—Cuando vuelva de servicio y tenga mi ametralladora, me los voy a cargar a los dos, cabrones. Lléguense el sábado a las tres a la cancha comunal, que allí entrenamos y así aprenden un poquito.

Otra ronda, tres gallineros y otra bandeja de tapas.

—Estás pasado de kilos, huevón— comentario malicioso del yerno de Tina.

—Energía en reposo. Oigan, estamos desperdiciando el capítulo. Nos hemos metido a este bar para comentar que la realidad es una gran mentira. Eso dice el guión— yo, tratando de salvar la jornada.

—Me las pela— palabras textuales de Otto.

—Uno no le hace caso a voces maliciosas. Yo también salgo en la novela…Hasta Otto. El autor no sabe de nuestras vidas y habla mierda. Ya lo viéramos para que nos pague derechos, por lo menos— el Loco, aburrido de ver que esto se encauza por donde el autor quiere.

Lo menos que debemos hacer es reivindicarnos cuando tenemos voz. Yo, por ejemplo, niego ser violento y borracho y eso de pegarle a la doña y de que ella me reciba a sartenazos cuando ando jumo.

La mesa está llena de charquitos de cerveza y servilletas arrugadas. Al fondo se escucha el rumor creciente de las conversaciones, pero ningún vocablo se escucha claro.

—Ya se dieron cuenta que en este barrio no hay banda sonora.  ¿Desde cuándo los bares carecen de música?— digo (y es que me molesta eso de las legislaciones gremiales que no parecen beneficiar a los asociados de a pie).

—Una lástima, pero si este mundillo tuviese una canción de fondo, estaría lleno de litigantes persiguiendo a los comerciantes en procura de sacarles algo de dinero por tener música de fondo. Lo único que podemos hacer es innovarla o limitarnos a tamborilear con los dedos, pero eso se ve muy precario—cierra el repartidor que, dicho sea de paso, casi nunca está libre para andar en bares y trabaja mucho para recibir poco. Un verdadero esclavo del sistema.

Jaime tiene razón.

Y cortamos la escena allí porque lo que viene dura hasta las once y el proceso de embriaguez que llevará a Otto a vomitar antes de las diez en los baños de la Chichera y a que una mujer —más o menos ligera, pero no promiscua— le pegue a Jaime tremendo botellazo en la cabezota que le deja sangrando la oreja.

Todo porque el ex de Yami apuesta a que el Loco es incapaz de tocarle una nalga a la extraña.

El delivery se deja provocar y he aquí la consecuencia.

Seis puntadas, una venda.


viernes, 28 de julio de 2023

ESTO NO ARRANCA NI CON DIÉSEL
 

Lluvia de mediana intensidad

Ni siquiera los abejones salen de la tierra

Tengo una gotera en la sala que no funciona

Y no puedo llamar al plomero si no hay charco

Uno no puede acusar sin evidencia

Mi carro se derrite poco a poco

Mejor dicho adecúa su tamaño

Pasa de ser todoterreno a patineta

El higo que estaba triste se levanta

De eso toman apunte los insectos

La próxima semana lo sirven en la cena

Las ardillas de brazos caídos y escondidas

Los rayos invisibles y matones

Solamente sabemos del relámpago

Yo pensaba subir la montaña por la noche

Pero tengo una roca gigantesca de pereza

La Bodeguita Cultural, nuevo espacio para libros y más en la Calle de la Amargura, a cien metros de la UCR es de amigos nuestros y ya está en funciones.

miércoles, 26 de julio de 2023

Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga


POR QUÉ NO HEMOS VUELTO A HABLAR DEL MAESTRO PELAPAPAS

 

Fue dos años antes a la escritura de esta novela cuando el gurú de las letras malangueñas, el doctor Isidro Pelapapas fue escogido para viajar a la luna en la primera misión espacial de Malanga.

Entrenamientos, disciplina, dietas. En menos de seis meses, el maestro ya era otro:  había crecido en estatura —ocho centímetros— y había ganado masa muscular, a pesar de perder dieciocho kilos. Además, su cabellera era ahora frondosa, lacia y azabache. Casi podía confundirse con un jefe apache.

Le vimos poco durante todo ese proceso. Dejo de visitar las oficinas de Comas Negras, no rondaba el café cultural de costumbre para rozarse con sus pares que, a pesar de detestarlo, le guardaban la silla por si optaba por aparecer.

No en vano era el más destacado personaje de la cultura malangueña.

Ocupado en desarrollar destrezar técnicas y científicas, Isidro acababa la tarde molido. No quería más que irse a dormir y desconectar del mundo un período largo. Sin embargo, a las seis horas, los cinetíficos del Ministerio de Tecnologías Espaciales lo llamaban puntualmente:

—Maestro, apúrese. Hoy tenemos mucho que hacer. Usted será el cocinero y me dicen que no sabe freír un puta huevo.

—Insisto en que nos alimenten con pastillitas. En el espacio no conviene que los astronautas anden cagando— respondió Isidro.

—Déjese de mitos. Si no come, se morirá de hambre o se le retorcerá la tripa. Adenás, llevamos los nuevos inodoros ultragravitados que desarrollaron los rusos. El riesgo no es que eso se esparza en el espacio, sino que usted se quede pegado al wáter. Por eso es que van unas palancas de titanio, para liberar a cualquiera que no logre separarse. No le quito más tiempo, apúrese.

Pelapapas terminó la llamada y estiró los brazos para despertarse.  Se calzó las sandalias y cruzó hacia el lavatorio para refrescarse el rostro. No hizo por dónde bañarse; el día estaba fresco y él, desde niño, era tan ecologista como cualquier mechudo.

Se encajó la misma ropa de astronauta del día anterior. En todo caso, nadie le daba viáticos o presupuestos para pagar la dry cleaning.  E Isidro sabía que eso de andar con un traje estrambótico y cruzar el parque era poco más que una puesta en escena: todo el país hablaba de él. Y los camarógrafos y paparazis le daban mucha bola.

Otra propuesta de Isidro ante los científicos fue el de cocinar los huevos en agua. Aquello provocó descalificaciones y risas por doquier, pues cualquiera sabe que en ausencia de gravedad, el agua no puede mantenerse en un recipiente. El gurú se sintió humillado, estúpido y prometió que nunca más iría al espacio.

Cosa que finalmente fue cierta. Apenas el catorce de noviembre del año pasado, salió le cohete con los tres hombres a bordo. Ante la carencia de plataformas espaciales, el gobierno designó a un viejo hotel de cinco estrellas, como base de lanzamiento. Dicho lugar estaba abandonado y entre las paredes del cuarto y quinto piso, grandes panales de abejas africanizadas emitían su zumbido constante.

No importa, antes de medianoche ya todo era agitación. Gente va, gente viene, pruebas y revisiones de las estructuras, conseguir el cd del himno de Malanga para hacerlo sonar protocolariamente, qué números dejarían apuntados en la lotería clandestina mientras regresaban (pues el viaje duraría diez días).

A las cuatro con diez subieron solemnes a la nave. El presidente les habló por radio y se dejó ir con una retahíla sobre el valor humano y la soledad del hombre en el espacio sideral.

Isidro tuvo entonces síntomas de devolver los alimentos, pero prefirió optar por la rezadera. Y, para hacerlo, cerró los ojos tan decididamente que no los abrió más.

Al menos, eso fue lo que vimos en la tele. Posiblemente, los de la sala de mando viesen más, pero la transmisión con la cabina de la Cajeta Espacial de Leche fue cortada adrede para ir a comerciales.ç

Qué hijos de puta, ¿verdad? Hay que ser malsanos para dejar solos a estos héroes en semejante encrucijada. La verdad es que yo me estaba meando y no iba a seguir escribiendo sólo por complacer a nadie. Luego se me hacen cálculos renales y nadie va a pagar mi médico; por más que jueguen de amables, sabemos que no.

Lo que estoy olvidando decir es que, en esa conversa entre el presidente y los tripulantes de nuestra primera misión lunar, hubo instantes tensos, pero que se disimularon un tanto debido a la mala señal que cortaba las palabras. Yo logré —porque llevaba el grabador encendido— capturar varias frases, de las cuales entendí claramente dos:

—Usted es un hijo de puta, presidente. Ya tuviese valor para venir.aquí—. Imagino que la dijo mientras fingía rezar porque todos los que conocimos a Isidro,  sabemos que era ateo.

Más adelante, casi cuando el señor mandatario se despedía, lo interrumpió y dijo casi a gritos:

—Me voy de este mierdero. Malanga es un oxímoron permanente— y justo allí fue cuando se cortó la transmisión y el diálogo. Supongo que un yerro técnico explicaría todo.

¿Qué quiso decir con eso el maestro? Me ha quedado la duda. Los intelectuales son así:  les cuadra no ser comprendidos, sino por los exégetas, sus pares. Yo, acostumbrado como soy, a hacer la sopa de letras de la prensa dominical y otros entrenamientos menores, voy a sugerir la siguiente frase por sencilla:  Toda Malanga es una contradicción.  Y lo digo a riesgo que sea ya una idea tan manida que me acusen de acudir al refranero popular sin vergüenza alguna.

Y tienen razón, lo que no me importa. Porque este pequeño texto intercalado, ahora que la novela va terminando, es un homenaje a nuestra estrella literaria, Isidro Pelapapas, que creyó huir para siempre de Malanga en el cohete donde se reclutó por propia voluntad.

Pasa que la Cajeta Espacial de Leche tuvo pequeños contratiempos que fueron resueltos con audacia. Por ejemplo, ante la imposibilidad de comprar tecnología de punta, el volante y los motores fueron comprados a un chatarrero que les hizo precio y firmó una garantía por tres meses. Yo ya sé de ésas cosas porque una vez compré un coche usado y en cuatro meses fundió el motor. Compré en un deshuesadero un motor similar al que hubo que cambiarle empaque, bielas, todo. Cuando el vehículo encendió las bielas salieron disparadas y quebraron el cárter.  Son riesgos económicos del desarrollo, entendamos eso.

Sencillamente, la CEL (abreviatura de la nave) empezó a derretirse a los treinta mil pies. Al llegar a sesenta mil, todas las estructuras le temblaban, pero siguió disparada en diagonal hacia el infinito.

Pero no lo alcanzó, porque se cree que en algún punto no muy lejos de las nubes, las mangueras del combustible se rompieron y los contactos eléctricos hicieron lo suyo.

Primero un incendio, luego la explosión. Era el fin:  nosotros podemos decir que vimos al gran gurú ascender al cielo, pero cuando a tierra nunca logramos divisarlo.

Bajó en forma de confeti orgánico y en el Caribe, mar adentro.

TEMEROSAS AVES DE CORRAL TODOS LOS DIAS

La vegetación marchita en invierno
Las bolsas de basura retienen lixiviados
Los pobladores tienen llagas y tristeza
Las galletas sin gluten tienen preservantes
Algunas aguas son cancerígenas
También pueden dar cáncer las palabras
Y hay mucha gente muerta que camina
La posmodernidad es vino fallido
Pero te la venden en cajitas de madera
Y la etiqueta cubre el líquido podrido
Hay gallinas bostezando en los postes urbanos
Han decidido asumir el rol de zopilote
Pues así garantizan su alimento
Un milico dice ser civil y pacifista
Su mujer amanece con los ojos inflamados por el sueño
A las nueve agradece verle salir de casa
A la una se pregunta si lo habrá matado un coche
A las cinco se deprime cuando lo mira regresar
Dispuesto a darle otra paliza para mantenerse en forma
No vaya a ser que un enemigo lo encuentre por la calle
La vegetación marchita
La gente catatónica o sumisa
Las gallinas taladrando huesos a picotazo limpio
El fascismo percudiendo todas las hendijas
La democracia es una palabra hace tiempo inútil
No mirás gente son fallidos muñecos sin futuro
El ruido de los coches que tapa la violencia
Las tarjetas plásticas carcomen las paredes
Para el diario de hoy vamos a deshacer la casa
Nos toca desmontar la chimenea el juego de sala
Los cuadros la fachada las mascotas
Lo importante es estar vivo
Es un falso hedonismo el del presente
Es peligrosamente contagiosa la miseria
Si querés felicidad véte al cine al 2 x 1
Pedí que las den con mantequilla
Y luego te dormís
Llevá cobija.

viernes, 21 de julio de 2023

Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga


DIÁLOGOS QUE CHAPOTEAN EN LO ABSURDO

—¿Dice usted que hay una compañía que se lleva el cableado eléctrico de los postes?— pregunta Clemente al hombre que está de paso en su negocio, con una bebida de cola en una mano y en la otra, una bolsa de papas tostadas.
—Es lo que le digo hace rato. A usted le cuesta la tabla del uno.
—Es que lo que dice no tiene pies ni cabeza, señor.
—Pues vaya y revise las leyes. Ellos trabajan bajo concesión del Estado. Se llama minería de recursos públicos. Así está registrado eso.
—Usted no estudió, ¿verdad? Dice cada cosa…
—Estoy terminando la secundaria de noche. Allí en el centenario Colegio de la Patria. Es muy duro porque la profe debe atender como a diez personas en distintas materias a la vez.
—Y la profesora le enseñó eso…
—No, no. Me lo dijo un operario de ellos que estaba, de hecho, en la labor de quitar el cableado de los postes. Fue la víspera del terremoto. Un muchacho decente, pero bastante pobre. Hasta me ofreció trabajo si adelgazaba. Yo iba a hacer dieta, pero no logro dejar la chatarra. De lo contrario, allí estaría trabajando para la compañía en lo de minería de cableado.
—¡Qué raro! Fíjese que me prestaron una novela y cuenta exactamente esa cuestión como si fuese normal que las empresas se apoderen de bienes públicos. Eso nunca lo permitirían los políticos, ¿verdad?
—Pues yo creo que no. Habrá sido que esa ley existe desde siempre.
—Señor, esto es política y no religión. No existen leyes eternas; lo que hay es interés de los grupos de poder por condicionar las reglas del juego a favor de ellos.
—Eso me lo escribe en un papelito, por fa. No lo entendí. Déme otra cola.
Abro el congelador y saco una bebida de fresa.
Me paga en el mismo momento de tomar la botella.
—Entonces usted si cree en su amigo, el que le explicó esto de la minería…
—Claro, no tengo por qué dudar. Llevo veintidós años de labor de conserje. Los últimos tres en el studio arquitectónico Piruetas & Piruetas que quiere colaborar con la asociación pro vivienda de este barrio.
—Algo he escuchado de eso. Dicen algunos que es una verdadera estafa. ¿No ha escuchado de eso?
—Que yo sepa, mi patrono nunca ha tenido problemas. Ha de ser un rumor sembrado por la competencia, celos profesionales. En todo caso, a esta comunidad le vendría bueno reconstruirse totalmente.
—Es que el epicentro fue cerca, ¿sabe? A menos de veinte kilómetros. Las casas de madera soportan mejor, pero aquí las construcciones son mixtas.
Es allí cuando recuerdo que salgo en la novela, pero mi abastecedor y mi oficio son distintos. Entiendo muy bien cuando dice mi cliente que hay algún competidor regando bolas para joder a su jefe. Alguien quiere dañarme con ese cuento de ser un bicho oscuro, tener una funeraria y un enredo con una mujer tan vulgar como esa muchacha de rojo que viene cuatro veces al día.
Ha de ser que no tiene nada qué hacer, la tal Lorena. Porque se le acabo el empleo con la muerte de la viejita que cuidaba y, entonces, ha debido buscar otro paciente. Que yo sepa, no lo ha hecho y no vive en esta calle.
¿Será que alguien me está poniendo una trampa para que yo caiga en los brazos de esa mujer? ¿Qué gana con eso? ¿Quién puede ser tan boludo de tejer tramas estúpidas y cuál es su propósito?
Me parece que lo que ocurre es que todos los correlatos existen gracias al divorcio entre lo que se cuenta y lo que se hace. Nadie cuenta sus trapos sucios y suele pasar que se los endilga a un desconocido o a alguien que detesta. Y para saber de otros, basta conversar en cada esquina como hace el famoso loco.
Cribar los datos es más difícil. Eso es investigación y a muy pocos les importa hacerlo. Y la mitad de esas personas, opta al final por las mentiras.
Mirá, se me quedó dormido el gordo mientras yo hacía el recuento. Espero que no ronque y que tampoco se aparezca Lorena nuevamente porque no me gusta imaginar que se me insinúe delante de testigos.
Apenas para subirlo al Youtube.

jueves, 20 de julio de 2023

Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga.

UNA VOCACIÓN QUE NO ACABA DE CUAJAR

Licenciada en Cerámica por la Universidad Mayor de Malanga, Ana fue una discípula mediocre que pasaba con la nota mínima los cursos que le aburrían y solamente se esmeraba en aquellos que tenían trabajo grupal: mientras los demás hacían el trabajo, ella preparaba café y sanguchitos de pepino que repartía una y otra vez, alternando a veces con jugos de fruta de temporada y galletas de supermercado.
Así que podemos decir que, si la señora hubo de merecer reconocimiento durante su paso por las aulas, éste debería ser Summa cum fraude. Pedazo de vaga que hasta contrató a una profesional endeudada para que le hiciese el 99 % de su trabajo de graduación, el mismo que ella se limitó a firmar “Annette 2031” (la letra muy inclinada hacia la derecha, la línea inestable como si estuviese la palabra desplomándose).
Consciente de sus limitaciones, acordó con su fantasma que la tesis sería la ausencia de expresiones abstractas en la cerámica popular. Es evidente que todo lo epistémico y teórico lo desarrolló su contratada. La mujer se afanó en probar que la artesanía local —perdón, la cerámica— se limitaba al uso de patrones geométricos muy premeditados, secuenciales. Esto le valió una aprobación unánime del jurado que estaba apurado por la organización de un congreso y no consideró sano perder el tiempo en babosadas.
Ya con título en mano, Ana se dedicó a escrutar el mercado de trabajo y lo encontró poco menos que cerrado. Si tuviese un título adicional en docencia, hubiese podido laborar en secundaria, pero de por sí eso le daba escalofríos. Tratar con mozotes en edades difíciles, no jodan. Ella estudió para un puesto de poder y, por eso, fue a recalar como directora de una de las entidades apéndices del Ministerio de Cultura.
Cosa de no quemar relaciones, nosotros no podemos detenernos a narrar esa etapa. Que la gente se queje por el desorden, la burocracia, el extravío de dineros y la mala calendarización de los eventos es un lugar tan común que he decidido suprimir y solamente en el imaginario corrupto de un lector, cabría suponer que estoy aludiendo por omisión. Además, esa figura no existe, ¿no?
En todo caso, pocos años estuvo allí. Descontenta consigo misma, intentó en el garaje de su casa, hacer algo de lo aprendido. Una mierda y, además, un horno corriente no sirve para el barro. No tenía capital para comprar uno para sí y optó por lo más fácil: buscarse un proveedor.
Los otros ceramistas le hacían mala cara cuando ofrecía comprarles producto cocido sin pintar, el cual ella pretendía personalizar. Le tenían un color de mediocre que verla venir era hacer malas caras y apagar las luces; pero ella nunca se daba cuenta. De nada.
Al final, optó por comprar en el Mercado Central jarritas blancas. Consiguió precio por docena. Decorarlas sí podría, sin duda. Bajo los ejemplos del expresionismo abstracto, salpicaba de colores; trazaba grandes rayones negros diagonales; esparcía el esmalte con los dedos y quedaba listo el horror.
Pronto tuvo más de cien tazas y no supo qué hacer. En los bazares, estaban dispuestos a recibirlas a regañadientes, pero mal pagadas. Alguien le dijo que todo puede venderse, que tuviese calma. Eso le dio cierto temple para seguir insistiendo.
Siguió tocando puertas. En el Bazar de Tita, un espacio chico como un huevo, no cabía un chunche más: peluches suspendidos del techo, piñatas superpuestas, lapiceros en un cajón, cuadernos de resortes y portafolios, confitería barata, cartulinas de colores y de presentación y un corredor minúsculo.
Entró allí. La dueña estaba sacando fotocopias, cuatro señoras aguardaban pegadas al mostrador: las dos más jóvenes recargadas sobre éste, a pesar de no ser pesadas. ¡Que rara la gente que tan pronto ve una pared o un soporte se le desparrama encima!.
Esperó cosa de veinticinco minutos. Andaba dos tazas en la mano y, ya un poco harta, las colocó sobre el mostrador de vidrio. El calor generado por tanta gente le daban ganas de gritar.
Ahora, no vayan a decir que es patético. En lugares donde todo el mundo habla a la vez, el grito es una herramienta. Lo que quería Ana era ser atendida y ser rechazada para resolver de una vez.
Cuando le tocó ser atendida, tomó la jarrita menos fea y se alcanzó a la propietaria del chinamo.
—Yo produzco estas obras de arte. Le pensaba consignar un par para que algún cliente suyo quiera regalar algo fino.
Doña Tita la miró de arriba a abajo. Tomó aire, miró aquella extravagancia y comentó:
—¿Es en serio?
Ana volvió la mirada hacia atrás para ver si la mujer dialogaba con un tercero, pero nadie había detrás de ella.
—Claro, son nuevas tendencias en la cerámica. Son ejemplares únicos.
—Perdone, mi nieto pinta más bonito que esto.
Enojada, la artista reculó su brazo izquierdo para alejar de aquella mujer estúpida su obra. La otra taza, la salpicada en tonos verdes, fue a dar contra el mosaico y perdió su asa.
—Lo siento, señora. Mi clientela no compra piezas caras. No creo que pueda entender de exotismos. Lamento la mala suerte de su jarrita. Por cierto, innovador sería que un jarro de café no tuviese agarradera.
—Le regalo éste— responde despechada la ceramista, mientras se sacude las manos porque el polvo del piso es abundante. (Es que doña Tita trabaja sola y es cansado hacer todos los oficios).
La mujer nada lerda toma para sí la tacita quebrada y la coloca al costado de la caja registradora.
Ana se aleja de allí mientras toma como una epifanía el comentario “innovador sería que un jarro de café no tuviese agarradera”.
Y sonríe para sí, contentísima.
El narrador, para no ofender, no vaya a ser le transen de misógino o bombeta, se niega a hacer cualquier tipo de declaraciones sobre lo acontecido.

miércoles, 19 de julio de 2023

Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga


EL ESPÍRITU PRAGMÁTICO DEL SICARIATO LEGALIZADO

Estaba de visita acá el licenciado Retepiso. Es que las capacitaciones para líderes comunales siempre llevan unas palabras de los jerarcas del partido y el presidente está con una gripe de mierda desde hace tres semanas. En el entorno familiar —según su secretaria— esconden (que el fulano está muy mal, ya casi a punto de partir porque tiene un enfisema avanzado).
Nosotros nos limitamos a la logística: repartimos correos electrónicos para convocar a los interesados, nos aseguramos la disponibilidad y limpieza de las aulas, contratamos el catering. Siempre le hablamos a la misma pareja que llega con toda ceremonia, pero sin asistentes. El hombre descarga los vasos y platos de la cajuela del coche mientras la mujer extiende las mesas y los manteles y luego tira de los extremos para equilibrarlos de tal modo que, bajo la mesa, pueda guardarse la utilería que sobre.
Esto generalmente pasa con apuro pues afuera hay zona amarilla y policías municipales se dedican a dar rondas para multar a cualquier impertinente que se ponga a tiro. Así que ese par de servidores tan formales entran tan a la carrera que si dicen hola, nunca los hemos escuchado.
Todo esto pasa a la vez que los salones son desbordados por cuarenta o cincuenta pegabanderas, perdón, líderes comunales. Trabajan a puerta cerrada para recibir directrices e informes generales. A veces se escucha una voz airada y luego el portazo respectivo de alguno que ha sido expulsado por rebelarse ante lo establecido. El tipo pasa con rostro furioso como atropellando fantasmas, hostil como si estuviese huyendo de una estampida.
A nosotros no nos queda claro el incidente, pero hemos aprendido a no rascar sobre temas delicados. Uno sabe que disentir es estimular la propia caída. Porque esto no es exactamente un partido —aunque así se llame—; es una propiedad privada.
Por eso nos ha parecido peligroso que sujetos como Lunes Misericorde anden por acá repartiendo propaganda. Acá hay demasiado odio contenido. Empiezo a sospechar que eso o la ambición es lo que los aglutina con tanta fuerza.
Porque, si me preguntan, aquí no hay conciliación; hay guerra. Lo que pasa es que al enemigo común se ataca primero. Lo que pase después se resuelve tras bastidores.
Pero el maldito Lunes se sirve un cafecito sin permiso de nadie y se clava en el sofá. Y empieza a hablar paja: del deportivo Yoyo, de la gran asoleada que se ha pegado, de lo feo que estuvo el terremoto.
—Creí que me iba al infierno. Por eso me puse a rezar toda la noche— relata el enano.
—No seás payaso. Fue una movidilla cualquiera, como las de todos los años.
—Yo estaba fuera del país— interviene Retepiso mientras llena una taza de agua caliente para un té de manzanilla. ¿Qué pasó? Escuché que murieron tres personas.
—Así es, licenciado. Hubiese sido perfecto para usted estar en medio de la crisis. Una aspirante nueva, la candidata a vice del PP se robó el espectáculo. Todas las cámaras le siguieron el paso por los barrios del sur, en Tres Vidas— aclara Misericorde.
—Ufa, eso no lo sabía. No he estado viendo tele por andar en carreras. Mis asesores nada me dicen cuando pasa algo malo. Pendejos que son— sentado ahora a la par del minúsculo Lunes, Retepiso se muestra relajado.
En todo caso, creo que estas elecciones las tenemos perdidas. Nuestro candidato es muy cuestionado por tanto chorizo que ha hecho. Tras de eso, nunca dio la cara. No puso una pata en el país durante una década por si lo agarraba la cana.
—Deberían hacer una limpia— dice Lunes, que es tan imprudente que se le ocurre que puede hacer mercadeo para sus jefes así nomás.
—No nos gustan los brujos— dice el vice—. Luego averiguan trapos sucios de uno para tenerlo bajo el zapato. Eso nunca debe pasar.
—No me refería a eso. Se trata de limpiar la cancha legalmente. Recuerde que el sicariato requiere plata, pero usted tiene bastante.
—Bueno, sí. Lo que pasa es que la lista es grande: partido, familia, barrio…No termino.
—Tome mi tarjeta y hablemos. La compañía se encarga de todos los papeles. Lo jodido es que matar a alguien que paga impuestos implica pagarle una indemnización al Estado. Es cosa de conseguir patrocinadores— el pequeño sicario entrega la tarjeta se incorpora, saluda y se larga.
Marcia y yo, acongojados, miramos en silencio todo el episodio. No podíamos terciar, no podíamos darnos por enterados de lo conversado allí, ni explicar por qué de vez en cuando, un ejecutor pasaba tranquilamente a las oficinas de La Pandilla a tomarse un cafecito con nosotros.
Yo sentía una papa pegada en el pescuezo y no lograba articular palabra. Marcia hacía que se concentraba en digitar un Excel que era en realidad un fragmento del padrón electoral, recién bajado de redes.
Sentí la sombra de don Leonardo que me miraba desde arriba. Yo intenté volverle a ver, pero los nervios me jugaban sucio. Un ojo me empezó a temblar y eso me dio el pretexto:
—Puta sal, se me ha atravesado una pestaña. Voy al lavatorio.
Retepiso no me dio importancia y me dejó pasarle a la par, casi a empellones. Luego pausadamente, le inquiríó a Marcia:
—Y el profesional, éste que se acaba de ir…¿es bueno?
Yo alcancé a escuchar la frase e imaginé que ella se meaba allí mismo por el compromiso implícito de responder eso:
—Le hizo un trabajo a una gente del barrio. Quedaron muy satisfechos. Borró en un ratito a seis personas de una misma casa que todo el tiempo ponían el radio a todo volumen. Les encantaba perrear y hablar a gritos, imagínese— la respuesta de Marcia no acusa temor alguno.
Restaurar la tranquilidad del barrio. Eso es labor social, me dije.
Entiendo muy bien el interés político del tema.