Textos., poesía y novela. Ver la web en https://adanadolfovivas.academia.edu/
viernes, 27 de octubre de 2023
miércoles, 18 de octubre de 2023
HABITUALMENTE, PEDRITO NO ANDA TAN CANSADO
viernes, 15 de septiembre de 2023
Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga.
(aún sin nombre)
LA CAÍDA EN DESGRACIA DE UN DULCE PERSONAJE
—Recuerdo, don Rolando, que ese día llegué primero al taller. Eran casi las siete de la mañana y el galerón tenía las luces apagadas, pero el portón ligeramente abierto. Los olores eran los de siempre: aceite, químicos, combustible y nada, absolutamente nada, se escuchaba.
Lo digo porque a esa hora, don Miguelón acostumbraba escuchar los programas deportivos que hacen síntesis del fin de semana. Era lunes y la tarde anterior, un fanático del Yuyo le disparó cuatro tiros al defensa Salinas, pero éste no se murió. Es que todos lo culpan de no haber logrado el ascenso cuando en la final anterior, el tipo se torció el tobillo sobre una piedrilla de la cancha y el delantero quedó solito frente al portero y chau: 0-1.
Y, sin embargo, don Miguelón no aparecía en ninguna parte. Me moví a oscuras entre los carros y cómo pude iba alcanzando los apagadores para ir iluminando el salón. Entonces, decidí probar en los cubículos del fondo, donde está la puerta negra.
Cuando encendí la luz, al primer golpe de vista lo encontré. Amarrado, de espaldas, con un par de balas en la nuca, el rostro vuelto hacia la derecha y los ojos abiertos. Andaba una camiseta del equipo de la comunidad, cuyos colorados nadaban en rojo oscuro. Porque la sangre había secado un poco…
Digamos, por parches.
Pero aquello olía a sangre y no a kétchup. Yo me quedé estático durante unos minutos, no sé cuántos. Puedo decir que el viejo era bueno conmigo y el incidente me había roto de una sola vez.
¿Qué si toqué algo? No, no. Todavía estaba catatónico cuando llegó don Fidel. Venía de dejar su lonchera en la cocina y me tocó el hombro. Yo lo dejé pasar, pero él se limitó a asomar la cabeza, hacer una mueca y salir de la habitación.
Dicen que la policía tardó en llegar ocho minutos, luego de que mi compañero llamase al 911. Eso no importa porque yo no toqué nada.
No toqué nada, abogado. Mis huellas están acá porque hace rato trabajo en estas habitaciones con los repuestos.
¿Quién más tiene llave? Yo no me preocuparía por eso. El finado nunca ponía candado y siempre andaba por acá. Sin embargo, está el tonto ése del vecindario, que antes se cruzaba el taller para ir de la casa de su esposa a la de su amante. No obstante, es historia vieja porque la doña lo mandó a volar y optó por meterse a la casa de repuesto.
No ha vuelto.
Y no van a volver las oportunidades para mí si no me saca de acá, ¿entiende? No es lo mismo la teatralización de la violencia que la violencia misma. Esto no estaba en los planes del novelista.
Yo, como actor, estoy empezando pero mi papel de Luisillo tenía enamorado al público. Los tenía comiendo en mi mano, ¿ve?
Todo esto me lo dijo Rafa Barrantes en un tirón, mientras tomábamos un café en la comisaría donde lo habían llevado. Yo estaba aturdido por tanto dato y no me sentía con capacidad de atar cabos sueltos.
—¿Por qué me dice Rolando? Usted me conoce de hace rato. Fui profesor suyo en la facultad, ¿me recuerda?
—Perdone, don Rodrigo. No termino de digerir todo esto y no entiendo donde se mezclaron los mundos, pero siento que los crímenes de la novela que representamos también son reales. Y usted es tan real como Rolando y yo lo soy como Luis. Hay una escala de significantes que descubrir y además, nunca pensé que a mis diecisiete años me viese enredado en un crimen.
—Barrantes, usted tiene veinticinco.
—Sí, pero Luis 17. El papel me lo dieron porque soy un comeaños.
—Cosa banal. La cosa es que las huellas de Luis y de Rafael Barrantes son las mismas. Son las que están en todas partes en la escena del crimen porque usted hacía su representación de individuo en ese sitio. Eso lo hace el primer sospechoso.
—¿Se da cuenta? Usted no es sólo Rodrigo. Me acaba de hablar como abogado. Uno termina por interiorizar el personaje. Es eso de las posesiones…
—Córtela, mi amigo. Yo no puedo defenderlo. No existo en este metarrelato como abogado; no estoy colegiado. Le voy a socorrer sus necesidades inmediatas: le traeré ropa, galletas, lecturas y pediré a algún picapleitos que lo defienda. Espero que tenga recursos.
—No joda. Usted sabe que nuestro oficio es de milagros. Uno vive cómo puede y al día.
—Todos estamos con usted, paciencia. Menos el novelista: ese desgraciado habla pestes de Rafa Barrantes.
¿Usted le hizo algo?
No me contesta, yo me quedo viendo el fondo desolador de este penal adonde traen a los indiciados en espera de dictar la prisión preventiva. Y siento que la atmósfera es húmeda y sofocante y que el clima social ha de ser una absoluta peste.
Y me incorporo y me voy sin decir nada y mientras camino sobrepongo a la imagen de Rafa Barrantes, la estampa inocente de Luisillo desde niño hasta adolescente (hubo tres intérpretes para el papel) y siento que el destino es traicionero y que es cierto lo que dice este maldito novelista que la historia se escribe sobre la marcha sin que cuente en nada quiénes son las víctimas y quiénes los abusones porque sencillamente los acontecimientos carecen de toda subjetividad.
Son, crudamente, hechos. Luego vienen las percepciones a juzgar y a castigar desde el costal de los imaginarios que arrastramos como experiencia, mejor conocidos como prejuicios.
Y podemos no saber nada de lo acontecido, pero sabemos condenar.
miércoles, 13 de septiembre de 2023
viernes, 1 de septiembre de 2023
SERES PREDECIBLES
lunes, 21 de agosto de 2023
Capítulo de tercera novela del ciclo Malanga.
(Su nombre es Ficciones Quebradizas y ha de ver la luz hasta el año próximo).
GREGORIO HA DEBIDO PENSARLO ANTES
—Sr. Vivas, necesito hablarle.
Es el colmo. La visitadera de personajes no para.
—¿Usted es…?— pregunto, pero su nariz de marañón lo identifica bien.
—Ya lo sabe. Soy Gregorio— el hombre viste una tshirt azul con un logo de cerveza Gallinero. Me conoce bastante bien.
—¿Quién les dijo que estoy aquí?
—Pues un fantasma al que usted llama Zárate. Él mismo no está seguro de su nombre: parece que su autor nunca le puso. Además, vimos el techo de doña Sara levantado y por aquí no ha pasado tornado alguno. ¡Qué vergüenza! El famosito Vivas es un vulgar precarista.
—¿Nunca tuvo un sueño, Gregorio? Yo quería escribir. Y bien— creo que aplico un tonito de soberbia—para eso necesito marcar distancia.
—¿Le parece poco todo el dinero que hice? El problema es que todo tiene causa y consecuencia. Como diría más o menos el gordo: “uno no escapa de su pasado”. No lo dijo, pero está muy claro en su narrativa.
—¿Usted también lo lee? — le digo con cierto desprecio.
—No sea idiota. Yo leo lo que usted lea y si a usted le da la gana. Soy un personaje, un títere, un esclavo. De hecho, vengo a pedirle que me redima.
—No puedo. Si lo salvo a usted, se cae la novela. Sabe que es un hombre malvado, ¿no?
—Puedo hacerlo muy rico. Yo lo soy.
—No entiende. Es una puta ficción.
—Igual lo es el dinero y lo es el mercado. El precio que se le asigna a las cosas suele partir de la subjetividad, de los prestigios que el mercado fabrica. “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, ¿Ha oído la frase?
—Es de Marx: la busqué en Wikipedia.
—Pues eso, todas las ficciones se derrumban. Ud., sin embargo, está a tiempo de hacer de mi historia, una historia de bien: la de un filántropo. Olvide todo lo escrito y conviértame en un neurocirujano que acaba con el hambre en el mundo.
—Y ¿para qué tiene que ser neurocirujano? ¿No podría ser bombero, cruz rojista?
—Las novelas bestseller, las que interesan a todo escritor para hacer plata, retratan el mundillo de los poderosos, no lo olvide. La gente no compra la trama nada más. Compra la aspiración de ser como los poderosos. Si su ordenador, de repente, me convierte en un limpio, tirarán el libro en la basura, antes de llegar a la página quince.
—¿Por qué precisamente esa página?
—Porque es icónica. Recuerde el periodicucho de la oligarquía que tenía en esa página toda la batería ideológica de los opinadores reaccionarios. Esos hombres, que usted detesta, han adoctrinado a casi toda Malanga.
—Es decir, que tengo la batalla perdida. Ellos son intocables.
—Pues sí. ¿Para qué se mete donde no cabe?
—¿Usted recuerda a Galván, el cantor de tangos de Soriano?
—Y a Rocha, cómo no—Pasta está tan cómodo, sentado sobre un nido de gallinas, que enciende un cigarrillo.
—Son idealistas. Por eso es que se los lleva puta y lo arriesgan todo. Son proscritos en medio del terror al que quieren vencer. Los adalides de causas perdidas me caen bien.
—Entiendo. A usted nada lo hará cambiar.
—Se equivoca. Me traiciono continuamente. Escribo una novela y me pongo como un trapo. Lo que uno no traiciona son los ideales. Ninguna otra cosa es sagrada.
—No le quito más tiempo. Esperaba alguien inteligente y me topo con un ladrillo. Recuerde que, a mi manera, tengo la ventaja de estar dentro de la novela y puedo joderlo todo.
—Déjeme ver, señor Pasta, si tiene salida. Según sé, usted desde carajillo ha sido un bravucón, un tipo sin miramientos. No veo qué le preocupa ahora. Ha debido pensar sus pasos antes de darlos. ¿No tendrá sentido de culpa?
—¿Culpa, yo? Váyase al diablo, Vivas. Yo no tengo nada de qué arrepentirme. Lo que pasa es que quiero conquistar una muchacha un poquito más joven y no quiero asustarla con mi expediente de trampas.
Creo saber de lo que habla. Me resisto a decirle que ella anda con un hombre casado, bastante bien posicionado económicamente. Sólo se me ocurre sentenciarlo:
—Saliste pendejo, Gregorio. Estás enamorado.
Enseguida pienso que tengo que decirle a Zárate que detenga la jodedera de delatarme, que yo necesito distancia para que los personajes no intenten chantajearme.
Tendré que mudarme de cielorraso, Me gustaría una casita en un árbol de guácimo, de ésos cuya copa es tan frondosa que uno se pierde como una lagartija en el lejano paisaje.
Lo fregado es hallar el sitio.
jueves, 17 de agosto de 2023
LUISILLO DIALOGA CON EL REY DE LA PEREZA
El equipo del barrio
perdió ayer 3-0 y va a tener que jugar la liguilla. Lo bueno es que si vuelven
a canchas abiertas, tendrán que devolver la cancha que la muni les prestó y
volverán las mejengas rapidito.
Tanta emoción con el
ascenso a segundas hace un año. La gente compraba la camiseta azul y la
pantaloneta roja porque estaban relindas, pero lo hacían a pagos…¿Treinta mil
pesos por esos trapos? No jodan, si ni
siquiera pagamos al día los recibos. Entonces, luego de una llorada, el
administrador daba el visto bueno y apuntaba las deudas en los cuadernillos.
Los primeros cuatro
partidos se ganaron al hilo. Lo que no esperábamos fue que el Caballo Sequeira
se lesionase. Y menos fuera de la cancha.
Se torció un tobillo y cayó de las escaleras del bus. Se rompió el codo y estuvo ocho semanas
fuera. A partir de esa fecha, el Yuyo ganaba un partido y perdía dos y así. Y
sin embargo, después del juego diez no la vieron más,.
Es que el Caballo no
quiso regresar cuando vio que no estaban al día con el pago del seguro. La
lesión le sanó mal; tiene el brazo hinchado como un jamón de cerdo y no puede
moverlo casi. Anda con permanente cara de dolor y preocupado, porque los dueños
del equipo le amarraron el perro.
Dice que tiene que
operarse de nuevo para colocarse un pin y enderezar la fractura que sanó
desplazada. Y que, sin el seguro social, eso es un facturón. Aparte a la
persona que acude al hospital sin estar al día le suelen dar un trato
impertinente, de mendigo.
Yo sé que, si le hablamos
a Clemente o al director de Sicarios le consiguen, por lo menos, trabajo de
conserje, pero eso nada soluciona en el corto plazo. Para que lo atiendan bien,
para que le den una incapacidad y un trato medianamente humanitario tiene que
haber cotizado tres meses consecutivamente. Es que si no, no hay derechos e
igual le cobrarían todo el
tratamiento. De locos es eso de cobrarle millones a un pobre
desempleado…
Ahora, con tanto dolor,
lo riesgoso es que Sequeira acabe por ser adicto. Probó con los chocolates al
principio, pero es claro que para el dolor no sirven. Terminó empachado y, con
el brazó así, nadie podía sobarlo. Hasta que tiritaba por la fiebre, sudaba
descompuesto y creímos que se iba a morir.
Laxantes, uno tras otro.
Cobijas, tres. Tés de manzanilla, gelatinas, etc. Dos días tardó en mejorar y
quedó curado… de no volver a tomar un maldito chocolate.
El dolor siguió. Nos daba pena y no sabíamos cómo apoyarle.
Don Miguel sugirió que lo borráramos para que no sufriera. Nos obstante pagar
ochocientos mil pesos no reembolsables no estaba a mano para alguno de
nosotros. Asfixiarlo entre varios en su cama, luego de sedarlo nos podría traer
un conflicto con la ley y no se trataba de ser mal ejemplo ante el mundo.
Imagínese lo que nos costó salir en TV (fue cuando el simulacro de terremoto,
que vino la señora presidenta y rescató a una gente sepultada por los
escombros). Qué desgracia sería volver a
aparecer, pero en la nota roja bajo el titular de “Vecinos se echan al pico a
enfermo de la comunidad”.
No. Lo que hicimos aún
así fue titánico. En dos semanas nos organizamos para hacer rifas en las
comunidades cercanas. Que una olla de cocimiento lento, que unas tenis
americana talla grande, cosillas que no se llevaron al bingo escolar porque de
por sí ya había muchos premios recogidos.
Estaban allí, bajo la
cama de madre en una bolsa y cómo doña Vicky estima mucho al Caballo porque
siempre que pasaba por el barrio saludaba muy cortésmente, ni lo pensó. Talonarios fueron varios, más de seis y todos
los números se vendieron.
¿Dé qué sirvió eso? De
mucho. Le pudimos costear al Caballo unas vacaciones en Valle Muerto, donde
estalló el antivolcán que todo lo cubrió de blanco. Afortunadamente, los
psicotrópicos han sido legalizados e ir a darse unos ñatazos de coca no va a
lastimar a nadie. Además, la droga al ser tan abundante es gratuita. Lo caro
son los servicios turísticos que el auge de extranjeros que quieren inhalar en
el paraíso ha disparado.
Es por eso que le dimos
un regalazo a Sequeira, ¿sabe?
No es culpa nuestra, no
sabíamos que padecía de rinitis, pero no me diga que eso no es un mal menor.
Y lo mejor de todo es que
ya termina el campeonato, Otto. Imagínese qué chiva que el equipo pierde todo y
la cancha vuelva a la comunidad.
Por cierto, Yami te está
buscando porque no atendés al carajillo. Si querés le digo a Miguelón que te dé
brete. El don es pura vida y sobra quehacer.
Jueputa, fue cómo si le
hubiese mentado la mama…
domingo, 6 de agosto de 2023
Vileta de cuarta novela del ciclo Malanga
ENTRETELONES, CHORIZOS
—Tenemos que hablar— le digo a Ana cuando contesta.
—Ya sé que andás con otra, no
jodás— responde.
—No es eso. Zonas grises se
está organizando para meternos una demanda por la estafa de las viviendas. Vas
incluida allí.
—Yo abandoné hace tiempo.
Antes de los problemas.
—Igual te va a salpicar. Necesitamos
parar esto.
—La verdad es que vos me
ayudaste a llegar acá. Dame chance de buscar apoyo.
—Escucháme, tengo la
respuesta. Es muy simple.
—No jodás. Ahora sos genio.
—Genio, no. Astuto. Lo que
tenemos que hacer es acabar con esas barriadas donde empezaste tu carrera.
También con Cuesta de los Monos porque son testigos muy cercanos.
—Pues no tengo tanta plata
para sicarios.
—No, eso no. Basta con demoler
la comunidad. La excusa es la urgencia de un nuevo relleno sanitario, un
botadero. Si los disgregamos, triunfamos.
—Necesitaremos apoyo del
alcalde. De por sí, el chavalo es de los nuestros.
—No te olvidés de los estudios
técnicos. Hay que elaborarlos; necesitaré plata para eso.
—Ni que fuese tu mama,
vividor. Te consigo un presupuesto mínimo porque el alcalde cobra caro. Decíle
al jefe tuyo que aporte algo.
—Ese chavalo sólo deudas.
Mejor aún, dános la concesión del relleno sanitario y una torta paga la otra.
—Entonces, yo voy a querer mi
parte también, Román.
—¿Y…? Decí cuánto y lo metemos
de sobreprecio— le hago ver con sencillez.
Escucho un ajá gutural y Ana
cuelga suave el auricular. En ese instante voy masticando ya la uña del cuarto
dedo; he devorado las anteriores.
Escupo las esquirlas.
Toda esta mierda pasa sin
testigos, pero tenía la urgencia de contarlo. No entiendo cómo los chorizos
generan tanto nerviosismo.
Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga
GLOSAS DE PERSONAJES
INCONFORMES
Un frío de puta madre en la calle. Repentinas ventiscas nos
obligan a entrar en La Chichera, el bar que une a la clase baja con la clase
media, a seiscientos metros de la Cuesta de los Monos.
Estaba Otto solo sentado en la mesa del fondo. Ésa tiene ventanal
y me gusta. Le dije a Jaime que nos juntáramos con el chavalo. Asintió a la
primera y era lo conveniente: no había
mesas vacías y era noche de fútbol.
—Dice Clemente que se encontró una novela sobre el barrio y que
está llena de mentiras— introduce conversa el Loco.
—Es cierto. Yo salgo allí como un militar de fuerzas especiales y
un sicario y pillo— respondo en el acto.
El salonero nos interrumpe ansioso:
—¿Qué toman? Hay ceviche.
—Gallinero.
—Gallinero.
—Yo quiero otra—tercia Otto.
—Unas papas con chorizo— Jaime, rascándome el ceviche.
—Traéme ceviche solamente si está fresco—advierto yo.
—Pedí otra cosa—aclara el muchacho.
—Un plato grande variado para picar. De allí, comemos todos—
ordena Otto.
—No me cancelés las papas—. El muerto de hambre es Jaime y ya se
ha ido el tipo de la comida.
—Pues bien, muchachos. Me les voy del barrio pronto, creo. Ya
saben que tengo orden de borrado y por eso me voy…—el melodrama de Otto.
—Ah, un fan de Julieta Venegas.
Es una rola muy vieja y cursi— Jaime, que sabe lo mosca muerta que es el
chocolatero.
—Vos sí que inventás. Lo que no querés contar es que Yami te dejó
por sus aspiraciones políticas y por acomplejado. Yo trabajé en Sicarios y vos
no estás en la lista de borrables.
—Te juro que me amenazaron. Hasta recibí un whatsapp que me
conminaba a presentarme. Lo tuve que borrar para no asustar a Yami y al
carajillo.
—¿Es la causa por la que te fuiste a meter donde doña Tina? Ve
vos; ¡qué negocios retorcidos hacés!— espeta Jaime.
—Bueno, no iba a quedarme en la calle. Rosaura es un caramelo y la
ocasión la pinta calva— Otto, sincerándose de una.
—Ya déjense de pendejadas. Iba a contarles que en la novela soy
milico de los bravos. Imagínense: fuerzas especiales…Un boina verde o algo así—
yo, aburrido ya de pendejadas de faldas.
—Nadie lo cree. No te da la estatura— me dice Jaime—. Sólo que te
meten en un potro de tortura y te hagás de hule.
—Ya lo sé. Sin embargo, los enanos tenemos otras habilidades.
Miren a Messi— me defiendo.
—Ése no es enano— acierta el ex de Yami—. Mide lo mismo que el
malangueño promedio.
—Mejor aún. Mientras más bajos, menos caídas. El centro de gravedad, perfecto. Votá a un gigantón y verás que dura
todo un capítulo poniéndose de pie. De hecho, estoy en conversaciones con el
Deportivo Yuyo. Soy un ocho—, fanfarroneo.
—Mentís más que Otto. A vos te agarra el Caballo y te hospitalizan todo el
semestre. En la UCI, te iremos a ver—Jaime condescendiente, cagado de risa.
—Si te confunden con el balón y te patean, salís volando como un cometa—
dice Otto.
—Cuando vuelva de servicio y tenga mi ametralladora, me los voy a cargar a
los dos, cabrones. Lléguense el sábado a las tres a la cancha comunal, que allí
entrenamos y así aprenden un poquito.
Otra ronda, tres gallineros y otra bandeja de tapas.
—Estás pasado de kilos, huevón— comentario malicioso del yerno de Tina.
—Energía en reposo. Oigan, estamos desperdiciando el capítulo. Nos hemos
metido a este bar para comentar que la realidad es una gran mentira. Eso dice
el guión— yo, tratando de salvar la jornada.
—Me las pela— palabras textuales de Otto.
—Uno no le hace caso a voces maliciosas. Yo también salgo en la
novela…Hasta Otto. El autor no sabe de nuestras vidas y habla mierda. Ya lo
viéramos para que nos pague derechos, por lo menos— el Loco, aburrido de ver
que esto se encauza por donde el autor quiere.
Lo menos que debemos hacer es reivindicarnos cuando tenemos voz. Yo, por
ejemplo, niego ser violento y borracho y eso de pegarle a la doña y de que ella
me reciba a sartenazos cuando ando jumo.
La mesa está llena de charquitos de cerveza y servilletas arrugadas. Al
fondo se escucha el rumor creciente de las conversaciones, pero ningún vocablo
se escucha claro.
—Ya se dieron cuenta que en este barrio no hay banda sonora. ¿Desde cuándo los bares carecen de música?—
digo (y es que me molesta eso de las legislaciones gremiales que no parecen
beneficiar a los asociados de a pie).
—Una lástima, pero si este mundillo tuviese una canción de fondo, estaría
lleno de litigantes persiguiendo a los comerciantes en procura de sacarles algo
de dinero por tener música de fondo. Lo único que podemos hacer es innovarla o
limitarnos a tamborilear con los dedos, pero eso se ve muy precario—cierra el
repartidor que, dicho sea de paso, casi nunca está libre para andar en bares y
trabaja mucho para recibir poco. Un verdadero esclavo del sistema.
Jaime tiene razón.
Y cortamos la escena allí porque lo que viene dura hasta las once y el
proceso de embriaguez que llevará a Otto a vomitar antes de las diez en los
baños de la Chichera y a que una mujer —más o menos ligera, pero no promiscua—
le pegue a Jaime tremendo botellazo en la cabezota que le deja sangrando la
oreja.
Todo porque el ex de Yami apuesta a que el Loco es incapaz de tocarle una
nalga a la extraña.
El delivery se deja provocar y he aquí la consecuencia.
Seis puntadas, una venda.
viernes, 28 de julio de 2023
ESTO NO ARRANCA NI CON DIÉSEL
Lluvia de mediana intensidad
Ni siquiera los abejones salen de la tierra
Tengo una gotera en la sala que no funciona
Y no puedo llamar al plomero si no hay charco
Uno no puede acusar sin evidencia
Mi carro se derrite poco a poco
Mejor dicho adecúa su tamaño
Pasa de ser todoterreno a patineta
El higo que estaba triste se levanta
De eso toman apunte los insectos
La próxima semana lo sirven en la cena
Las ardillas de brazos caídos y escondidas
Los rayos invisibles y matones
Solamente sabemos del relámpago
Yo pensaba subir la montaña por la noche
Pero tengo una roca gigantesca de pereza
miércoles, 26 de julio de 2023
Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga
POR QUÉ NO HEMOS VUELTO A HABLAR DEL MAESTRO PELAPAPAS
Fue
dos años antes a la escritura de esta novela cuando el gurú de las letras
malangueñas, el doctor Isidro Pelapapas fue escogido para viajar a la luna en
la primera misión espacial de Malanga.
Entrenamientos,
disciplina, dietas. En menos de seis meses, el maestro ya era otro: había crecido en estatura —ocho centímetros— y
había ganado masa muscular, a pesar de perder dieciocho kilos. Además, su
cabellera era ahora frondosa, lacia y azabache. Casi podía confundirse con un
jefe apache.
Le
vimos poco durante todo ese proceso. Dejo de visitar las oficinas de Comas
Negras, no rondaba el café cultural de costumbre para rozarse con sus pares
que, a pesar de detestarlo, le guardaban la silla por si optaba por aparecer.
No
en vano era el más destacado personaje de la cultura malangueña.
Ocupado
en desarrollar destrezar técnicas y científicas, Isidro acababa la tarde
molido. No quería más que irse a dormir y desconectar del mundo un período
largo. Sin embargo, a las seis horas, los cinetíficos del Ministerio de Tecnologías
Espaciales lo llamaban puntualmente:
—Maestro,
apúrese. Hoy tenemos mucho que hacer. Usted será el cocinero y me dicen que no
sabe freír un puta huevo.
—Insisto
en que nos alimenten con pastillitas. En el espacio no conviene que los astronautas
anden cagando— respondió Isidro.
—Déjese
de mitos. Si no come, se morirá de hambre o se le retorcerá la tripa. Adenás,
llevamos los nuevos inodoros ultragravitados que desarrollaron los rusos. El
riesgo no es que eso se esparza en el espacio, sino que usted se quede pegado al
wáter. Por eso es que van unas palancas de titanio, para liberar a cualquiera que
no logre separarse. No le quito más tiempo, apúrese.
Pelapapas
terminó la llamada y estiró los brazos para despertarse. Se calzó las sandalias y cruzó hacia el lavatorio
para refrescarse el rostro. No hizo por dónde bañarse; el día estaba fresco y
él, desde niño, era tan ecologista como cualquier mechudo.
Se
encajó la misma ropa de astronauta del día anterior. En todo caso, nadie le
daba viáticos o presupuestos para pagar la dry cleaning. E Isidro sabía que eso de andar con un traje
estrambótico y cruzar el parque era poco más que una puesta en escena: todo el
país hablaba de él. Y los camarógrafos y paparazis le daban mucha bola.
Otra
propuesta de Isidro ante los científicos fue el de cocinar los huevos en agua.
Aquello provocó descalificaciones y risas por doquier, pues cualquiera sabe que
en ausencia de gravedad, el agua no puede mantenerse en un recipiente. El gurú
se sintió humillado, estúpido y prometió que nunca más iría al espacio.
Cosa
que finalmente fue cierta. Apenas el catorce de noviembre del año pasado, salió
le cohete con los tres hombres a bordo. Ante la carencia de plataformas espaciales,
el gobierno designó a un viejo hotel de cinco estrellas, como base de
lanzamiento. Dicho lugar estaba abandonado y entre las paredes del cuarto y
quinto piso, grandes panales de abejas africanizadas emitían su zumbido
constante.
No
importa, antes de medianoche ya todo era agitación. Gente va, gente viene,
pruebas y revisiones de las estructuras, conseguir el cd del himno de Malanga
para hacerlo sonar protocolariamente, qué números dejarían apuntados en la lotería clandestina
mientras regresaban (pues el viaje duraría diez días).
A las cuatro con diez subieron solemnes a la nave. El
presidente les habló por radio y se dejó ir con una retahíla sobre el valor humano
y la soledad del hombre en el espacio sideral.
Isidro tuvo entonces síntomas de devolver los alimentos,
pero prefirió optar por la rezadera. Y, para hacerlo, cerró los ojos tan
decididamente que no los abrió más.
Al menos, eso fue lo que vimos en la tele. Posiblemente,
los de la sala de mando viesen más, pero la transmisión con la cabina de la Cajeta
Espacial de Leche fue cortada adrede para ir a comerciales.ç
Qué hijos de puta, ¿verdad? Hay que ser malsanos para dejar solos a estos
héroes en semejante encrucijada. La verdad es que yo me estaba meando y no iba
a seguir escribiendo sólo por complacer a nadie. Luego se me hacen cálculos
renales y nadie va a pagar mi médico; por más que jueguen de amables, sabemos
que no.
Lo que estoy olvidando decir es que, en esa conversa
entre el presidente y los tripulantes de nuestra primera misión lunar, hubo
instantes tensos, pero que se disimularon un tanto debido a la mala señal que
cortaba las palabras. Yo logré —porque llevaba el grabador encendido— capturar
varias frases, de las cuales entendí claramente dos:
—Usted es un hijo de puta, presidente. Ya tuviese valor
para venir.aquí—. Imagino que la dijo mientras fingía rezar porque todos los
que conocimos a Isidro, sabemos que era
ateo.
Más adelante, casi cuando el señor mandatario se
despedía, lo interrumpió y dijo casi a gritos:
—Me voy de este mierdero. Malanga es un oxímoron
permanente— y justo allí fue cuando se cortó la transmisión y el diálogo. Supongo
que un yerro técnico explicaría todo.
¿Qué quiso decir con eso el maestro? Me ha quedado la
duda. Los intelectuales son así: les
cuadra no ser comprendidos, sino por los exégetas, sus pares. Yo, acostumbrado
como soy, a hacer la sopa de letras de la prensa dominical y otros entrenamientos
menores, voy a sugerir la siguiente frase por sencilla: Toda Malanga es una contradicción. Y lo digo a riesgo que sea ya una idea tan
manida que me acusen de acudir al refranero popular sin vergüenza alguna.
Y tienen razón, lo que no me importa. Porque este pequeño
texto intercalado, ahora que la novela va terminando, es un homenaje a nuestra
estrella literaria, Isidro Pelapapas, que creyó huir para siempre de Malanga en
el cohete donde se reclutó por propia voluntad.
Pasa que la Cajeta Espacial de Leche tuvo pequeños
contratiempos que fueron resueltos con audacia. Por ejemplo, ante la imposibilidad
de comprar tecnología de punta, el volante y los motores fueron comprados a un
chatarrero que les hizo precio y firmó una garantía por tres meses. Yo ya sé de
ésas cosas porque una vez compré un coche usado y en cuatro meses fundió el
motor. Compré en un deshuesadero un motor similar al que hubo que cambiarle
empaque, bielas, todo. Cuando el vehículo encendió las bielas salieron
disparadas y quebraron el cárter. Son riesgos
económicos del desarrollo, entendamos eso.
Sencillamente, la CEL (abreviatura de la nave) empezó a
derretirse a los treinta mil pies. Al llegar a sesenta mil, todas las
estructuras le temblaban, pero siguió disparada en diagonal hacia el infinito.
Pero no lo alcanzó, porque se cree que en algún punto no
muy lejos de las nubes, las mangueras del combustible se rompieron y los
contactos eléctricos hicieron lo suyo.
Primero un incendio, luego la explosión. Era el fin: nosotros podemos decir que vimos al gran gurú
ascender al cielo, pero cuando a tierra nunca logramos divisarlo.
Bajó en forma de confeti orgánico y en el Caribe, mar
adentro.