martes, 3 de septiembre de 2024

POEMA DEL DÍA

DE NADA VALE SER LEYENDA

 

La criatura transita el laberinto

Prefiere las horas de la noche

A veces hace tramos cortos se regresa

Parece que le turba la sospecha

Está desprovisto de ropas de cobija

Se alimenta de lo que encuentra en el camino

A ratos tararea viejas coplas

Como si fuese un marinero sin destino

La criatura transita el laberinto

A veces parece temer una sorpresa

Afuera se escuchan caballos agitados

Y enconados gritos de guerreros

La criatura camina hacia las sombras

Procura alejarse de la puerta

Sabe que no vienen a salvarle

lunes, 2 de septiembre de 2024

LA REBELIÓN DEL PRÓCER CONTRA SU CREADOR

 

La mañana fue surgiendo espléndida desde el este. El sol mostraba el agradecimiento de la naturaleza ante la salud del cacique, prócer o lo qué putas fuese. El hombre roncaba como un refri viejo y se oían los pozos de saliva chapotear en su garganta envejecida a punta de whisky y puro cubano.

El despertador sonó puntual a las cinco cincuenta con los primeros compases de Las Walkirias de Wagner. Treinta minutos antes había el cielo empezado a aclarar y ahora todo rutilaba. El señor abogado se enderezó de la cama, se calzó las pantuflas y se dedicó a abrir las cortinas. Acto seguido rodeó el mueble donde había reposado y le dio un beso en la frente a alguien que parecía una escoba de millo, desordenada por el desmedido uso. La venerada en cuestión enseñó una boca sin dientes y giró de espaldas, dejando a la luz un culo de gordura indudable.

Federico Polizonte Ario se dirigió al baño a hacer sus abluciones. Luego de lavar su cara y la dentadura, disolvió en un vasito unas sales de violeta para cuidar su garganta. Hizo una secuencias de gárgaras —siete— suficientes para que el universo notase que él, presidente de la res pública a veces  y en otras tantas ocasiones, mano negra, era tan sutilmente dotado como para convertir en arte las prácticas más vulgares.

Acto seguido, se bajo el pijama y se sentó a cagar.

El inodoro se dispuso a venerar las flatulencias de aquel culo blanquecino, al que tanto le debía el país. Y es que todo el mundo sabe —hasta los objetos mismos— que la oligarquía hizo de este país lo que es y a pesar de tanto campesino y trabajador que no sabe organizar su vida y aunque se desgasta, permanece en la miseria hasta el fin de sus días.

—Ah, la mierda— pareció exclamar el inodoro cuando el tipo tiró de la cadena— sólo para eso sirve la banalidad de estos cretinos intocables.

 

—Usted me ofende— dice tirando la puerta y sin dar el buenos días don Federico— Voy a pedir que lo manden a la silla eléctrica.

Usted sabe que este país no tiene ese castigo. Primero, porque nunca hay plata y, luego, porque a sus abuelos les dio miedo que el castigo se aplicase sobre ellos mismos. Buenas tardes, don. Dígame de qué se queja.

—Es el colmo. Fíjese: me espía cuando cago… ¡Hábrase visto!

—Puedo explicarlo, don Fede. Tome asiento, por fa.

—No, yo en sus muebles no me siento. Estoy seguro que allí ha ejercido la lascivia. Yo no me mancho con eso jamás.

—Usted me da el pie justo. Parece que la oligarquía aspira a la santurronería.  Yo sé que su esposa  es producto de un  lío de faldas y que la primera doña le puso los cuernos, pero fíjese que en sus memorias —las que publicó el Ministerio de Impostura— niega todo pasaje gris.

Entonces, entendí que ustedes aspiran a la impunidad, a la desmemoria. Y es normal: olvidar nos salva del dedo acusador, de las cuentas falsas, de dar explicaciones. Ya conocía yo historias de ésas y la verdad, me vino al seso cómo Bryce Echenique contaba una historia dulcete para terminar desnudando el horror y la mediocridad de la oligarquía en Un mundo para Julius, ¿ve?

A raíz de ello y dado que no me da el copete para mucho, decidí imitar esa decadencia. Sepa, sin embargo, que no estoy imitando nada.  Ustedes tienen una visión de mundo saturada de espejismos, mitos y leyendas que utilizan para dormir sin culpas. En las escuelas se enseñan la igualdad, la paz y otro chorro de valores que son como berenjenas insípidas: inútiles si no se sazonan con leyendas.

Eso nos ayuda a olvidar que la esclavitud, el racismo, la encomienda hicieron de Malanga, la crisis permanente que es. Porque hasta en sus épocas de bonanzas, la cantidad de parias crece y ahora que ni políticas de empleo generan sus sucesores, esto se desbarranca con más ganas.

Oiga, Federico, no se duerma. No me engaña usted con los achaques de la tercera edad. Sus culpas siguen siendo sus culpas como ocurre con los genocidas que hoy día, ya cacrecos, pretenden la impunidad y se niegan a arrepentirse.  Aunque coincidimos que este último gesto, siempre será inútil patraña que suele simularse para confundir a los fanáticos de la corrección política.

—Usted no sabe quién soy yo, Vivas. Son cuatro generaciones paternas y tres maternas trabajando por el desarrollo de este país. Y vea lo que hemos logrado.

—Perdóneme… En todo caso se lo voy a resumir así.  Decir que nadie debe nada es falso. Es cierto que muchos han puesto el lomo mientras otros esperan por la res servida en vajilla de plata junto a buen vino. Decir que lo bueno de este país se debe a la oligarquía es peor porque ha sido la extrema expoliación el quid de nuestra sociedad. Sin extrema miseria no hay grandes ricos, eso es un principio evidenciable hasta en el Renacimiento.

Si no hubiese sido por los movimientos sociales, no hubiese existido reparación alguna. Usted sabe que sus amigos no estaban para ceder caprichos, pero que un sistema paralizado puede acabar por destruir la riqueza y hasta amenazar el mito de indestructibilidad de los sectores conservadores.

Entiendo que usted no sabe nada porque durante los dos meses que duró la guerra que hubo después se cruzó a Panela a hacer que trabajaba para ganarse la vida… Y después dice que mi relato es una falta de respeto.

Entiéndase, lo que he querido es dar la justa dimensión de las cosas. Es que la gente sencilla es propensa a la explicación mágica y le viene muy bien eso de los héroes y caudillos. Hace rato vengo oyendo en misa al cura decir que la oligarquía no caga.

Entonces, decidí ir a la fuente. Invadí su privacidad e intenté entrevistar a doña Juana, su cocinera. Incluso, su chofer, Miguel, se negó a confirmar nada aunque le ofrecí veinte rojillos.

El pulpero fue el que abrió la boca a la primera. Dice que a usted todos le tienen miedo, que lo que pasa en su casa no puede saberlo nadie, ni siquiera que recibe inversionistas coreanos en una pequeña oficina que tiene a la par de su casa, con puerta independiente.

Cosa muy rara, pues se supone que usted está ya lejos de todo y solamente sale para algún homenaje académico o así.  Recuerde que una vez me invitó: no tenía idea de la ficha que yo era.

Yo soy mestizo, ¿sabe? Mi padre era de una familia rancia de otro país, pero en declive. Mi madre, sencilla, campesina.

Lo que puedo decir es que ambas percepciones del mundo las detesto. No me gusta la conciencia de la gente sin rebeldía, gente de trapo que se deja gastar por un sistema de condiciones dadas, pero prefieren alienarse en la religión o en cualquier práctica que les evite el conflicto. Tampoco entiendo aquellos imbéciles que escriben su biografía para contar su cosa personal parodiando como genialidad una vida de confort absoluto y billetera gorda.

—Pues yo exijo que me trate con respeto…

—Mire, señor Polizonte Ario. Mi respeto es justamente desmitificarlo. Dése con un palo en el pecho de que no me pongo a sacar cochinadas solamente porque documentarme me da una pereza absoluta. No obstante es sabido que el caracol deja un hilillo de baba por donde pasa. Bastaría hurgar un tanto en su familia, en las familias primates de la suya, para explicar algunas anomalías que hoy han concentrado el poder de forma aparentemente inapelable.

—Pues me saca de la novela o lo demando.

—Le diré qué. Lo voy a dejar en remojo. Lo suyo puede terminar en una novela o en un tomo que preparo sobre el arte de depurar la mugre de las momias. Lo que pasa es que debo buscar un puta taxidermista para aprender eso y, la verdad, el oficio  náusea.

Pero si lo hace feliz, déme tiempo y capaz se me tuerce la neurona y lo convierto en algo grande: el descubridor de los patitos de hule o alguna vaina similar.

Eso sí, la escena cagando se queda ahí.

 

domingo, 1 de septiembre de 2024

HAY GENTE QUE NO ENTIENDO POR QUÉ HABLA

 

Yo a los vecinos no les dirijo la palabra

Casi nunca nos damos el saludo

Y tengo el peor concepto de su mundo

Les molesta que yo aparque el coche frente a casa

La calle posee dos carriles y apenas pasa una moto vez en cuando

Son pendejos creo

No me lo han hecho saber

Lo anotan en el chat del vecindario

Y la queja llega a mi esposa por rebote

Yo a mis vecinos no les dirijo la palabra

Tampoco se pierden de nada

No pensaba insultarles no tengo tiempo

Para oírlos defender su status

No tienen idea del resto de la gente`

Éste es un barrio heterogéneo

Gente sencilla hay una poca

Alguna clase media y desempleados

Abundan los narcos y evasores

No diré a cuál status pertenezco

No vayan a perseguirme los estigmas

De hecho tenemos vigilancia paga

Que  nunca nos ha salvado de ni mierda

Pues los ladrones le tienen miedo al vecindario

Son demasiado peligrosos los burgueses

Con su doble moral puñal en mano

 

sábado, 31 de agosto de 2024

https://semanariouniversidad.com/suplementos/loslibros/poesia-precisa-y-contundente/

Reseña del libro  Fantasmas de la ciudad dormida en el Semanario UCR.


https://drive.google.com/file/d/1yTlyQR2VRYbHECMhFj1o78ZvwijOQmjA/view?usp=sharing


Un PDF de poesía urbana


sábado, 13 de abril de 2024

viernes, 10 de noviembre de 2023

CRÓNICA DE UN FINAL DETRÁS DE UN MURO
 

Treinta y ocho grados a la sombra

Vaya clima llueve tanto tanto

Que los muros se pintan de musgo en poco tiempo

Hay cientos de paraguas en la calle

Pero a muchas cuadras de distancia

Lo triste es que eso mata los comercios

Las dependientes se mueren de tristeza

Y cruzan los brazos sobre la barriga

Los ojos lejanos casi ciegos

Buscan un billete en la distancia

Cuarenta grados a la sombra

Hay cosas que no pueden explicarse

Por ejemplo para qué putas leemos el poema

Con el ojo pervertido por el canon

Si la lengua se crea trabajando

Y los signos son elásticos y tibios

Son útiles por su misma transparencia

Cuarenta y dos grados a la sombra

Definitivamente no es el clima

Es el cuerpo de algún sujeto en cautiverio

Que poco a poco va perdiendo la batalla

Pronto colapsarán hasta sus uñas

Convertidas en violetas queratinas

Mientras la gente vuelve a casa y se lamenta

De que el día no alcanza para mucho

Más de cincuenta grados a la sombra

Todos los signos se confunden

La última palabra es agonía

El alma del paciente se derrite

Dejad que fría un huevo en sus costillas

Antes de que el frío final lo colonice

lunes, 6 de noviembre de 2023

Escritura del día, siempre en bosquejos.

UNA MAÑANA PARA ALTERAR LOS NERVIOS

—No se nos hubiese muerto el perro de no ser que nos salimos de lugar. Uno de vez en cuando mira ratones en el cuarto de pilas o atravesar la sala. Sabe que allí están, pero supone que no cruzan cierta frontera sanitaria y hasta se siente animalista de tanta convivencia.
Sabemos que detrás de casa, hay cierta población de bichos pues pasa un riachuelo y la zona es boscosa. Alguna vez quisimos tirar material orgánico como abono en esa zona, pero pronto descubrimos que los agujeros que antes habitaban las orquídeas se convertían en nidos de especies indeseables.
Y es que uno mira en fotos y es bonito, Padre. Ah, espere: le traje una botella de agua porque hace un calor de fruta madre. Así puedo decir, ¿cierto? Siempre ando con una botella en la mano porque el sol está criminal desde el año pasado.
Decía que siempre hemos tenido las mejores intenciones con los animales, Padre. Le comprábamos alimento de dieta al perro para que mantuviese la línea y no fuese a desarrollar padecimientos tempranos. Incluso, una que otra ocasión, ropita: un chalequito, una bandana y, para diciembre, calcetines con bombín.
—Doña Irene, si su historia es larga, mejor nos sentamos en una banca. Yo ando muy mal de las rodillas y en estos días tengo agorafobia. No soporto encerrarme acá. Incluso, las multitudes me hacen daño emocional. A veces quiero salir en carrera y no sé hasta adónde…
—Perfecto, Padre, pero recuerde que yo no vine a confesarlo. Demás andan rumores sobre usted en la calle y van a querer culparme. Mejor mantengamos la distancia y nos sentamos allí, donde da la luz de la puerta norte.
Le decía, pucha, quisiera prender unas velitas. ¿No tiene menudo, Padre? Sólo ando tarjetas. Présteme cinco mil y mañana se los devuelvo.
La mujer olvida la charla por ir a encender las velas. Prende diez porque le da la gana y no porque ande con la cabeza llena de peticiones. Orar por alguien no es algo que le preocupe, sino que el fuego siempre se ve bonito.
—Soy dispersa, padrecito, no se ofusque. Es que uno no puede dejar la piedad para después: pasa el tiempo y ya no alcanza para las intenciones postergadas.
El asunto es que Luis Javier tenía apenas ocho años. Muy dócil, muy ordenado y sabía escuchar.
No me haga esa cara: le estoy hablando del perro de casa. Era tan elegante, tan pulcro que nunca pensamos que haría una cochinada así.
Mi empleada, la señora solamente llega los sábados, pegó un alarido a eso de las nueve. Gente sin educación, caramba, hace una escena por nada. Resulta que en una gaveta de la alacena encontró unos ratoncitos bebés de color rosa porque ni pelo habían echado todavía.
Lo dejamos pasar. Claro que nos deshicimos de los bichos. Estaban muertos, ¿no me cree? Somos incapaces de matar un piojo siquiera.
La vieja maldita, perdón si me extralimito, amenazó con no trabajar más. La necedad de jugar de delicada a ver si le pagan más. Yo no pude más: soy de armas tomar y la eché.
Para el fin de semana siguiente, conseguí una muchacha como de treinta y cinco años que estudia en la U, pero recoge lo que puede para ayudarse a pagar los estudios. Me cayó superbién eso porque, de paso, reduje mil pesos en la paga sin decirle nada. Si a uno no le preguntan, para qué andarse con rodeos.
No me mire así. Yo creo que todos tenemos algo de mezquinos. No me diga que nunca ha ido a comprar la fruta y que, cuando el tendero se distrae, toma un tomate y lo maltrata para luego decirle que la generalidad está maltratada y fea. Que nunca le ha llorado por un descuento al vendedor de pollos o para que le regale una bolsita de menudos para el perro.
Cardenillo, hace señal de intervenir, pero de nada sirve. La mujer lo corta:
—No me interrumpa, Padre. Ya fui clara que Luis Javier solamente comía alimento de dieta. Aún así tenía dos kilos de sobrepeso.
—Irene, yo tengo que salir. Mire cómo hacer para apurar el cuento. Se supone que hoy me toca visitar enfermos.
—No me diga que hay seres más importantes que otros. ¿Dónde me coloca a mí?
—No se haga. Usted sabe que debo cumplir con todos. Deje que ya le arreglo la historia. Por cierto, la muchacha que me ayuda ahora se llama Luzmilda y dice que usted ayudó en un funeral fingido de un gran estafador.
—La cosa es que empezamos a ver ratones a todas horas. Pasaban sobre la cocina, la mesa del comedor, arriba del trastero y lo peor, en algunos rincones, encontramos excretas. Eso es muy peligroso, nos expone a un montón de problemas sanitarios. Supongo que lo sabe.
—Un momentito. ¿Cómo que su empleada habla mal de mí?
—Diay, no se asuste. Lo que ella cuenta es clamor popular en todo el distrito. No nos preocupa porque todos tenemos nuestro trapito sucio y sabemos que mantenerlo oculto es tarea de titanes. Le decía que sí, que la casa se llenó de ratones, hasta que Mauricio botó el tapón y me dijo:
—Hoy paso a la ferre. Compro veneno y me los echo al pico.
Traté de hacerlo desistir. Le dije que él tendría que sacar bicho por bicho de dónde cayese muerto y que la casa estaría pestilente por días. No quiso escucharme.
—Insisto, Irenita. ¿Cómo va a creer que yo soy cómplice de ladrones? Los servicios de la fe son sagrados.
—Problema suyo, padrecito. Hay cosas más importantes y es que me escuche ahora. Por cierto, ¡qué mal se ven esos indigentes que piden plata en la puerta de la parroquia, Padre! Mauricio es policía; si usted quiere le digo y se los viene a patear de lo lindo.
—Lo que me dice es muy malo, señora. Recuerde que somos hechos a imagen y semejanza del de arriba. Ellos son de los nuestros.
—No mienta, señor cura. Todos sabemos que los que tienen hambre no tienen derecho a anda. La gente es si le alcanza la plata para lo que necesita. Y mientras más tiene, más es y mejor persona se le considera. El rufián ése, al que le hizo el funeral falso, es buen ejemplo.
—Mire, yo tengo agenda. Venga otro día.
—No, no… su ya termino. Oiga, la cosa es que Mau llenó la casa de veneno e íbamos exterminando dos ratones por día. Hasta el tercer día que pasó lo que pasó y optamos por recoger todos los venenos y arrojarlos en la basura, pero ya Luis Javier echaba espuma por la boca y, cuando llegó al veterinario, nada pudo salvarlo.
—Bueno, y, ¿yo, qué? Es una historia triste, pero irreversible.
—Nada, don Pedro. Si usted no abre los sentidos, no va a llegar muy lejos, aunque se apellide Cardenillo. Es evidente que vine para que asigne la penitencia de Mauricio por asesinar a Luis. No me gusta nada ver a los demás hacer el mal, menos a mi marido.
Ya sé que no va a orar por nuestro perro. Es que usted tiene el alma endurecida, querido. Pídale al todopoderoso, perdón por su soberbia. Y ya, no me quite tiempo, padrecito. Tengo que preparar la comida que nunca se cocina sola.
¿Qué penitencia tiene para mi Mauricio? Tome en cuenta que él amaba al perro como a sí mismo.
—Dígale que la escuche a usted noche tras noche. Si sobrevive a eso, ningún infierno va a vencerlo. Buenas tardes.
Cuando la doña se levantó de la banca lo hizo tan bruscamente que Pedro sintió que se iba al suelo, pero no fue así: supo agarrarse del brazo metálico y se recuperó.
Cuando volvió a mirar hacia la puerta, Irene no estaba, pero Alfredo, el borrachillo, se quejaba de que una señora le había clavado la punta del paraguas en su pierna, la de palo. Curioso, porque la pierna de palo, se supone, no tiene sensibilidad.
Cardenillo, sube por el corredor izquierdo de la parroquia para retirarse hasta la Casa Parroquial y comer algo antes de salir de ronda.
Se interroga cómo pueden convivir tantas ficciones que desdicen la realidad si no es desde la complicidad de todos por habitar en los límites de la mentira y traspasarlos una y otra vez.
“Como la mierda de los mundos paralelos”, piensa Cardenillo.

viernes, 3 de noviembre de 2023

Escritura de hoy. Ya empiezo a creer que si habrá quinta novela en el 2024.

EL CURA CARDENILLO TODO LO APROVECHA

—Dicen que vengo a la cafetería a observar a la gente y no es cierto. Vengo escapando de la Casa Cural porque cada minuto que estoy allí hay alguien en pos de mí para confesarse, para abatirse, para pedir ayuda y hasta para traer sacos de chismes a reventar. Yo tengo claro que ése es mi deber, pero también se que si no modero las cosas, terminan por ahogarme.
Todo ser humano necesita tomar distancia de aquello que le abruma. Hay demasiado horror escondido, mucha malicia en las lenguas, violencias contenidas que solamente se abren ante la presencia del confesor. Y la gente lo mira a uno como tabla de salvación y si logra mirarte, pretende que lo atiendas de inmediato. No entienden que debes dosificarte, que te cansas, que hay noches que no duermes por absurdas razones.
Estar muy fatigado, por ejemplo.
Soy cura hace treinta y ocho años. He dado servicios en media Malanga. Me parece que tan extraño no le parezco, oficial. Nos hemos visto antes, seguro que sí.
Este lugar apesta a humedad. Le hace falta luz y un poquito de música de fondo.
Podría ser Gershwin, algo que no suene a pesadumbre.
Además, debo tomar tiempo para meditar y orar a solas. Debo anudarme la lengua porque lo que me cuentan no debe correr por el mundo pues el silencio es mi ley. Hasta me toca aconsejar a muchos descarriados que fingen humildad, pero son tercos como las mulas y aunque el precipicio está allí nomás son felices al saltar. Luego vuelven a trepar la ladera hechos pistola y corren para pedir absolución y consejo, pero en cuanto me descuido salen corriendo y saltan de nuevo.
Es patética la naturaleza humana. Cree importante protegerse de los otros y se olvida salvaguardarse de sí misma.
Por lo demás, la cafetería es rutinaria, anónima. Uno, vestido de civil, se confunde fácil entre los comensales. La laptop me sirve de pretexto para no hacer demasiado contacto visual y si alguien me reconoce, le digo que estoy ocupando y trabajo en un librito de meditaciones que quiero sacar a mitad del otro año.
¿Que si es cierto? Claro que no. Este país no vende libros ni aunque se empaquen con una caja de bombones. Las mentiras blancas, las que no hacen daño a nadie, son permitidas como creatividad, como divertimento.
La verdad, todos decimos muchas mentiras blancas, pero es tema que no quiero ahondar porque eso da para peligrosas discusiones teológicas que terminan por cuestionar el principio de autoridad y la fe no trabaja así.
No se ha cruzado por la cabeza cambiar mi rutina. Suele pasar que el cambio trae infelicidad, decepciones. ¿Qué tal hacer la apuesta y que no te guste la comida o te den un mal servicio?
Una cólera innecesaria.
Lo que no comprendo es por qué estoy acá. ¿Para qué me ha hecho llamar?
Ah, gracias por la discreción.
Me he enterado del crecimiento de delitos en el distrito. Ni que estuviese muerto para pasar por alto el incremento de la violencia en todas partes.
Pues lo que me dice es grave: menores robados y muchos cadenazos y puñaladas, pero no veo qué tengo que ver en esto.
¿Sospechoso? Un momento. De mí nunca se ha dicho nada. Soy un hombre con la palabra divina bajo el brazo. Vea hasta ahora traigo mis libros y mi rosario.
A veces, me duermo. Eso es cierto. ¿A quién no le pasa que se sienta y el metabolismo hace el resto? Se aburre, empiezar a cabecear y en algún momento se desconecta sin necesidad de pedirle permiso a nadie. Puede ser un papelón, pero también es un acto necesario liberador.
Usted ya se habrá dado cuenta que hay mucha suciedad por acá. No me diga que pueden pasar la escoba de vez en vez.
Por cierto, esas fotos de mujeres semidesnudas en la pared son pecaminosas. No van bien en una oficina pública: recuerde que cualquier día de estos le visitan sus superiores.
Ahora, uno a veces se lleva sorpresas. Hace unos meses me robaron la medialuna por baboso. Cuando me trajeron el café a la mesa, yo ya andaba en estado zombi: dije “gracias” entre dientes, pero estaba dormido. La mujer acomodó la comida en un costado de mi mesa y se retiró.
Al menos eso dice ella. Yo me quedo con dudas porque sé que lo que facturan y no entregan se lo comen más tardecito.
Me pasó en una de esas cadenas de comida rápida, la vez que pasé a comprar una cajita de dados de queso para llevar. Uno no puede notar nada. No demoran más en servir que los dos minutos de costumbre y no va uno a adivinar los entresijos de lo que ocurre en la cocina.
Cuando llegué a casa, faltaban tres quesitos. Yo no creo que un operario sea tan bruto como para no saber contar. Llegué a la conclusión de que hubo mala fe. Luego recé un poquito para aplacar mi soberbia que tal vez me llevaba a difamar a los trabajadores de aquella tienda.
“Tienda”, digo porque los gerentes les llaman así. Si los empleados dicen “soda” o “restaurante”, los regañan. Me lo dijo un compañero de secundaria que entró al círculo gerencial de esa empresa. Hay que recordar el modelo de operación es industrial: la línea de ensamble y todo el conocimiento del fordismo se aplican allí.
Claro que la gente llega a comerse una hamburguesa no se preocupa por lo que pasa en la trastienda. Yo sí, por eso es que poco a poco me alejé de esos lugares donde la cocina es tan extensa que no ves a los que procesan tu comida.
También llegué a ver en esos tiempos a un señor quejarse con la dependiente porque su hamburguesa tenía una babosa que se solazaba en la lechuga. La imagino con gafas negras y bikini, toda avergonzada de que la agarraban en sus horas de reposo…
Perdón, uno no puede evitar la trivialidad. Soy de los que sacan chiste a todo, aunque a nadie se lo cuentan porque ya dije, soy una figura del silencio porque éste genera confianza en la comunidad.
Brutal sería que las señoras piensen que lo que me cuentan puede generar una cadena de chistes que dos meses más tarde vayan a circular en los bares. Estaría frito y no sabría defenderme contra eso.
¿Entiende, señor policía, que no soy ningún pervertido acechador de menores y que tampoco ando de campana para avisarle a otros a quién asaltar? Vengo aquí como si fuera al parque, a buscar un remanso.
Ah, y ya recuerdo yo a su esposa: usted es teniente o algo así. Dice Mabel que es un perro total, que tiene dos queridas. Me pregunto cómo hace con ese salario para andar de dandy.
Me va a dejar ir, ¿verdad?
Entonces, por fa, consígame un taxi y me da cinco mil pesos. No me va a costar más que eso volver a casa.
Le voy a pedir un favor: regáleme una copia de esta entrevista. Pienso editarla para hacer una novela. No es gran cosa, pero imagine que retrato un lugar inhóspito, sucio y húmedo, medio vulgar y que solamente mi voz se escucha. Nadie va a pensar que esto ocurre en un restaurante de buen ver como un lomito bien cocido con papas y ensalada y una botella de vino.
Penumbra, no. Eso sería demasiado copiado. Por el contrario, un poco de clima guarro: tal vez dos o tres gallinas sueltas que se pasean sobre los escritorios de una comisaría imaginaria.
¿Qué dice? Sería como un homenaje a Kafka, ¿no cree?
Ah,, entonces paso mañana por allá y me llevo un pen drive para guardar el archivo.
Buenas tardes.

domingo, 29 de octubre de 2023

ANACRÓNICA

No hace frío para el caminante
Cuando recorre barriadas conocidas
Porque es ajeno de sí mismo
Posiblemente recorre tiempos paralelos
Y la misma calle no era tan esquiva
No había tanto lote abandonado
La gente no se guardaba tras las rejas
Para sentir protegido de amenazas
Los chicos pateaban libres la pelota
La escondían al ver a policías
Porque esos cabrones la requisan
Sufría envidia de la infancia
No hace frío es medianoche
Uno diría que la penumbra es gelatina
Y que a diez pasos le esperan los cuchillos
Es que el sujeto teme lo vacío
Y se llena de miedos desde adentro
No hace frío para el caminante
Alguna vez estas calles fueron suyas
Y ahora son apenas referencia
No sufre de frío el caminante
Parece estar perdido en otra tierra
Una espuma en la garganta le lubrica
Lo incomoda un saco de extrañeza

HA PASADO MUCHA AGUA BAJO EL PUENTE

 

—Mirá que pasan cosas. No sabía de la muerte de tu primo, pero menos iba a saber que se llevó en la tira a los vecinos. Es que somos así: tan normales nos vemos, pero la bomba de tiempo está ahí.

Nada peor que vivir en un vecindario de hijueputas: que esto que lo otro. Camilo me había contado que los perros se comían las flores y hasta se cagaban en su patio. Él no quería cercar el perímetro, pero por cautela decidió hacerlo. Y los perros excavaban los pilotes y se metían por debajo.

Una que otra vez me habló de envenenarlos, pero eran tres, ¿qué tal si alguno se le tiraba encima? Semejantes mulos, tan violentos que era de pensarlo cinco veces y luego arrepentirse porque el sentido común te dejaba las cuentas en rojo…

La cosa es que hoy no fui a trabajar y te llamo para ver si querés ir a tomar unos tragos. Tengo unas ganas cabronas de una olla de carne y, de paso, hablamos porque hace dos décadas que ni el saludo nos damos.

Sabía que Camilo era filósofo y vivía solo. ¿Que estaba medicado por depresivo? No, eso no. Siempre fue un tanto disparatado, de pocas palabras, meditabundo. Fonseca le decía “Vegetal” y todos nos cagábamos de risa.}

Me reporté con paperas. Temprano fui al ebais para que el médico me certificara... No, no estoy enfermo. Adiviná qué médico atiende allí: Llobet, el robaloncheras.

Le dije y en dos patadas me dio el certificado. Me dijo que si era del caso hasta la defunción me hacía, pero pagando por anticipado…

Así que me saqué el resto de la semana. Pensaba escapa a la playa, pero la verdad es que el calor es algo maldito. Está uno mejor en casa que pagando facturones por dormir, por comer, por el sol o por la sombra.

Tengo el teléfono de otra gente de la generación. Los llamó y hacemos una barra bonita. Aunque tenés razón: en los grupos grandes cuesta más conversar es una charla llevadera. Le diré al Chino y a Zavaleta, los informáticos porque son carambas de buena conducta y con ellos se puede compartir bonito.

Te aviso que llevo gafas y una peluca afro. Es que con la incapacidad no deben verme en la calle. No me atrevo a meterme en los bares del centro donde vamos todos los burócratas porque en dos momentos me agarran. Ah, pero las cantinillas de las barriadas del sur atienden bien y con buena cocina.

Decídete si vas porque esa historia de lo de Camilo necesito completarla. Me gustaría saber cómo un budista se puede transformar tanto, cómo lo alcanzó la ira. Yo recuerdo que al tipo le pegaban en la cabeza con un mango lanzado desde el fondo de la clase y él, decentemente, se limitaba a recoger el mango y ponerlo sobre el escritorio de don Peregrino sin dar la queja. El roquillo lo miraba con curiosidad y pensaba que nuestro amigo era chapado a la antigua y le había traído fruta desde su casa.

Esto pasaba todos los martes en clases de dibujo antes de que la clase se acomodara según el espejo de clase. Si uno hubiese revisado las ubicaciones, hubiese dado que Willy era el que tenía entre ceja y ceja a Camilo.

Lo odiaba a muerte. Alguna vez hasta dijo “qué ganas de matar a ese…”, pero blofeaba. Es que le caían fatal los nerdos. Le parecía que el silencio de tu primo era la forma más sutil de jugar de vivo.

Bueno, Retana. Está sonando el timbre y voy a atender. Vos revisá si podés llegar y me llamás; yo paso por vos a eso de las siete y si es del caso, por los demás. Cada uno paga lo suyo y para que escuchemos, nos turnaremos para contar historias. No vaya a ser que vos que hablás tanto, monopolicés la charla.

Un abrazo.

Zelaya cuelga y guarda silencio. Diez segundos después se toma la mejilla izquierda para verificar si está inflamando porque el dolor se le está haciendo evidente, cosa que el ibuprofeno resolverá en un rato.

Antes de buscar la pastilla, abre la puerta pero no es que tuviese sonando el timbre. Es que la sala se ilumina mejor si dejamos entrar el sol de las diez y media y de paso nos ahorramos unos pesos en el recibo de electricidad.

 

Otra vez, el cura Pedro se sorprende de sus desvíos literarios. Se supone que hoy iba a trabajar un poemario religioso, pero se deja llevar por las ocurrencias y uno diría que trama una novela negra. Nada más que si algo enfada a este cura es la idea de que los crímenes deben ser explicados o resueltos.

Él se resiste a eso. Piensa que los crímenes deben ser especulados y que el paso de las horas —cómo dicen los policías— distorsiona toda evidencia hasta que la narrativa acaba por contar el crimen cómo no fue. O sea que si alguna vez le toca leer un expediente criminal será para saber lo que nunca pasó y dejar abierto el abanico de acontecimientos a lo que pudo pasar.

viernes, 27 de octubre de 2023

Bombeteando sobre la quinta novela, (apenas textos sueltos que luego deben hilvanarse).

CARDENILLO QUE PARECE CONFESAR SUS FALTAS, PERO ES SÓLO ESCRITURA CREATIVA

Cuando crucés la puerta, estarás perdido. Pensálo bien: nada vas a mejorar con confesarte porque el daño ya no tiene vuelta de hoja. ¿Qué pasa porque te apoderés de una colección de antigüedades que fuiste acumulando en nombre de tu anterior parroquia? ¿Acaso no son bienes terrenales? ¿De quién ha sido el esfuerzo, la chota, la majadería para lograr que los feligreses se desprendiesen de una vajilla antigua de plata, de unos candelabros de bronce, de unas sillas talladas en cenízaro…?
Porque las cosas no llegaron solas. Tus buenas cafeteadas te pegaste y tuviste que jugar de simpaticٴón y condescendiente con ese chorro de pecadores adinerados de tu anterior comunidad. Mirá que es el colmo reírle las gracias a un tipo que atropelló sin querer a un indigente, pero no tiene perdón que en la homilía dominical retorzás la escala de valores para hacer quedar como un acto heroico la irresponsabilidad de don Rodrigo… Claro que no vas a decir su nombre: tan sólo blanquearás el pecado.
Cuidado y no vaya otro hijueputa a querer imitarlo, ojo. Porque algunos feligreses se quedaron jetiabiertos esa vez que hiciste de un nota luctuosa, una frívola celebración de esperanza para la víctima de que “está en un mejor lugar”. Dijiste eso y con el pañuelo te secaste la frente, tres veces, como emulando a Pedro.
Sin embargo, ser lamebotas no es delito. Es lo que te mantiene vigente y con amigos en todas partes. Dicen que hasta sonás para ser la mano derecha del obispo. ¡Mirá que orgullo! Vos tan campesino —no lo sos, no mintás— tan choricero, quedabién, tan reprimido. Imagináte el chance de rozarte con la crema y nata de Malanga y el museo personal creciente…
Tendrías que alquilar una casita por ahí. Como si tuvieses un affaire con alguien. Es que uno debe prevenir que las cosas no se mezclen; no vaya a ser que se repita lo de la vez anterior cuando, al cambiar de parroquia, casi te expropian hasta los calzoncillos. Vale que te mudaste de noche, un par de camionzotes destartalados, pero amplios donde metiste de todo: cuadros, esculturas, cómodas, reliquias porque estabas convencido de que eran de tu propiedad.
Eso es discutible, lo sabemos. Otra cosa es que desde tu caparazón de soberbia, pretendás juzgar al mundo sin que nadie te juzgue a vos. Eso es, definitivamente, jugar sucio.
Y, sin embargo, no cabe duda que aprendiste viendo ejemplos. Los que llegan a ser poderosos suelen corromperse y acaban alineados con el poder. Recordá al difunto arzobispo que participaba todos los días en programas de opinión para lavar la cara del gobierno a cambio de favores, de donaciones personales que le ayudaron a construir un esplendor familiar antes inexistente.
Así que pensálo un poco. Vos recibís confesiones y no te toca dar cuentas a nadie. Sólo al de arriba, pero ése es un ser moldeable (“a imagen y semejanza” es una frase precisa pues implica que lo divino tendrá los valores que le asigne el hombre. Eso de quedarse cosillas ya lo han hecho otros antes y casi puede decirse que sos un aficionado. Lo que debés hacer es poner todo a nombre de tu madre. De tu hermanillo, el jumas, es imposible valerse.
Ah, pero ¿qué vas a confesar entonces? Acordáte que primero están las formas. Sería muy mal visto que llegue a oídos de la congregación que encontraste entre las bancas de la parroquia a un borrachillo anciano y lo pusiste a patadas en la calle. Malísimo se vería sobre todo porque el tipo murió congelado durante la madrugada allí, en los jardines del costado norte.
Es mejor que piensen que lo han asaltado y lo demás es anécdota. Lo que no se sabe no duele y a nadie mata. Está aquello del refrán “ojos que no ven…” que debiese ser también un versículo de las Sagradas Escrituras porque en los tiempos que corren todo, todo, necesita ser relativizado.
Ah, ¿no ibas para la delegación y solamente te detuviste a pensar si doña Cayetana pagó ya las misas de difunto de su pareja? Eso es distinto. Apúrate porque llueve. Mejor pasás a saludarla y le tirás una chanita. Esa gente tiene un molinito de café que debe estar centenario…
Viví, cabrón, viví. Dejáte de monólogos improductivos y a ver qué piezas te levantás hoy.

miércoles, 18 de octubre de 2023


HABITUALMENTE, PEDRITO NO ANDA TAN CANSADO

El hombre duerme la goma en el sofá y su brazo derecho cuelga hasta tocar el suelo. Por la luz que penetra la sala, podemos intuir que son las once de la mañana, algo así.
La puerta de la calle se abre, merced a que alguien ha abierto la puerta con su llave personal. La respuesta a esto es mínima: un perro que estaba echado sobre la alfombra se acerca a recibirle.
El que acaba de llegar es el cura y hermano del tipo que duerme la mona. Le da un par de cariños al perro y éste le contesta con un ladrillo y movimientos alegres de su cola.
Pedro deja el periódico sobre la mesa y una Biblia negra que carga siempre pues forma parte de su estampa particular de sacerdote que permanece en vigilia por el bienestar de la comunidad.
Corre forzadamente los pies de su hermano para hacerse campo y toma asiento en el borde izquierdo del diván. La tapicería no anda nada bien, pero es posible que se vea peor por estar tan sucia. En todo caso, el cura es meticuloso y evita apoyar su vestimenta sobre las regiones percudidas.
—¿Otra vez te alzaste de tanda? No seás tan hijueputa, Beto. Imagino que no has trabajado un solo día esta semana.
El borracho no reacciona. Eso enfada al hermano que decide tomar medidas de inmediato: lo apalanca hasta botarlo al suelo.
Suena como un coco aquello. Será que se ha roto la mollera, piensa. Sin embargo, los movimientos de los dedos para tratar de levantarse y los quejidos propios de alguien que se despereza, lo hacen postergar la indagación sobre el estado del saco de alcohol que es Alberto todavía.
—Volviste a tierra, infeliz. Que el señor te bendiga— sentencia el padrecito.
—¿Cuál señor…? Dejáte de joder. No podés venir a despertarme con tanta violencia.
—Puedo, pendejo, puedo. Recordá que soy el mayor. Se supone que te conseguí el carro aquel para que lo trabajaras como grúa en el taller y ya ni siquiera vas a trabajar.
—He estado deprimido. Vos sabés que no logro superar la muerte de Marta.
—¿Ahora es cíclico? Te levantás, trabajás y en cuanto tenés plata te alzás de tanda. Eso es ser caradura. Además, todavía me debés la parte que yo puse para comprarlo a precio cristiano. Hasta tengo culpa porque don Eladio está muy viejito y ahorita palma. Estoy seguro que su familia jura que lo estafé.
Beto se incorpora, se ajusta las faldas de la camisa y se retira a lavarse la cara. Pedro aprovecha para acercarse a la cocina en busca de café: nada, el termo está vacío y la pila llena de trastes sucios.
—Bañáte, rápido que no pienso retirarme sin ver que te vas al taller de una sola vez.
—Andáte a la mierda, Padre— respuesta vernácula que suele dar el mecánico en cada ocasión que su hermanillo pretende halarle el aire.
Todo esto es un flashback que encuentra al cura Cardenillo dormitando en la cafetería un jueves que ha sido pletórico de carreras y lágrimas pues un par de jovencitos se estrellaron en moto y su curidad ha debido darles los santos óleos apenas a tiempo de verlos palmarse. Asimismo ha tenido que dar la misa y la confesión en la capilla del hospital a eso de las once de la mañana y preparar informes para sus superiores.
Cuando le ponen el croissant y el café blanco sobre la mesita, don Pedro está que ronca del modo más incómodo posible: erguido, sin doblar el cuello, como si posase para un retrato.