HA PASADO MUCHA AGUA BAJO EL PUENTE
—Mirá
que pasan cosas. No sabía de la muerte de tu primo, pero menos iba a saber que
se llevó en la tira a los vecinos. Es que somos así: tan normales nos vemos,
pero la bomba de tiempo está ahí.
Nada
peor que vivir en un vecindario de hijueputas: que esto que lo otro. Camilo me
había contado que los perros se comían las flores y hasta se cagaban en su
patio. Él no quería cercar el perímetro, pero por cautela decidió hacerlo. Y
los perros excavaban los pilotes y se metían por debajo.
Una
que otra vez me habló de envenenarlos, pero eran tres, ¿qué tal si alguno se le
tiraba encima? Semejantes mulos, tan violentos que era de pensarlo cinco veces
y luego arrepentirse porque el sentido común te dejaba las cuentas en rojo…
La
cosa es que hoy no fui a trabajar y te llamo para ver si querés ir a tomar unos
tragos. Tengo unas ganas cabronas de una olla de carne y, de paso, hablamos
porque hace dos décadas que ni el saludo nos damos.
Sabía
que Camilo era filósofo y vivía solo. ¿Que estaba medicado por depresivo? No,
eso no. Siempre fue un tanto disparatado, de pocas palabras, meditabundo.
Fonseca le decía “Vegetal” y todos nos cagábamos de risa.}
Me
reporté con paperas. Temprano fui al ebais para que el médico me certificara...
No, no estoy enfermo. Adiviná qué médico atiende allí: Llobet, el robaloncheras.
Le
dije y en dos patadas me dio el certificado. Me dijo que si era del caso hasta
la defunción me hacía, pero pagando por anticipado…
Así
que me saqué el resto de la semana. Pensaba escapa a la playa, pero la verdad
es que el calor es algo maldito. Está uno mejor en casa que pagando facturones
por dormir, por comer, por el sol o por la sombra.
Tengo
el teléfono de otra gente de la generación. Los llamó y hacemos una barra
bonita. Aunque tenés razón: en los grupos grandes cuesta más conversar es una
charla llevadera. Le diré al Chino y a Zavaleta, los informáticos porque son carambas
de buena conducta y con ellos se puede compartir bonito.
Te
aviso que llevo gafas y una peluca afro. Es que con la incapacidad no deben
verme en la calle. No me atrevo a meterme en los bares del centro donde vamos
todos los burócratas porque en dos momentos me agarran. Ah, pero las
cantinillas de las barriadas del sur atienden bien y con buena cocina.
Decídete
si vas porque esa historia de lo de Camilo necesito completarla. Me gustaría
saber cómo un budista se puede transformar tanto, cómo lo alcanzó la ira. Yo
recuerdo que al tipo le pegaban en la cabeza con un mango lanzado desde el
fondo de la clase y él, decentemente, se limitaba a recoger el mango y ponerlo
sobre el escritorio de don Peregrino sin dar la queja. El roquillo lo miraba
con curiosidad y pensaba que nuestro amigo era chapado a la antigua y le había
traído fruta desde su casa.
Esto
pasaba todos los martes en clases de dibujo antes de que la clase se acomodara
según el espejo de clase. Si uno hubiese revisado las ubicaciones, hubiese dado
que Willy era el que tenía entre ceja y ceja a Camilo.
Lo
odiaba a muerte. Alguna vez hasta dijo “qué ganas de matar a ese…”, pero
blofeaba. Es que le caían fatal los nerdos. Le parecía que el silencio de tu
primo era la forma más sutil de jugar de vivo.
Bueno,
Retana. Está sonando el timbre y voy a atender. Vos revisá si podés llegar y me
llamás; yo paso por vos a eso de las siete y si es del caso, por los demás. Cada
uno paga lo suyo y para que escuchemos, nos turnaremos para contar historias. No
vaya a ser que vos que hablás tanto, monopolicés la charla.
Un
abrazo.
Zelaya
cuelga y guarda silencio. Diez segundos después se toma la mejilla izquierda
para verificar si está inflamando porque el dolor se le está haciendo evidente,
cosa que el ibuprofeno resolverá en un rato.
Antes
de buscar la pastilla, abre la puerta pero no es que tuviese sonando el timbre.
Es que la sala se ilumina mejor si dejamos entrar el sol de las diez y media y
de paso nos ahorramos unos pesos en el recibo de electricidad.
Otra
vez, el cura Pedro se sorprende de sus desvíos literarios. Se supone que hoy iba
a trabajar un poemario religioso, pero se deja llevar por las ocurrencias y uno
diría que trama una novela negra. Nada más que si algo enfada a este cura es la
idea de que los crímenes deben ser explicados o resueltos.
Él
se resiste a eso. Piensa que los crímenes deben ser especulados y que el paso
de las horas —cómo dicen los policías— distorsiona toda evidencia hasta que la narrativa
acaba por contar el crimen cómo no fue. O sea que si alguna vez le toca leer un
expediente criminal será para saber lo que nunca pasó y dejar abierto el
abanico de acontecimientos a lo que pudo pasar.
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