Textos., poesía y novela. Ver la web en https://adanadolfovivas.academia.edu/
sábado, 31 de agosto de 2024
viernes, 10 de noviembre de 2023
CRÓNICA DE UN FINAL DETRÁS DE UN MURO
Treinta y ocho grados a la sombra
Vaya clima llueve tanto tanto
Que los muros se pintan de musgo en poco tiempo
Hay cientos de paraguas en la calle
Pero a muchas cuadras de distancia
Lo triste es que eso mata los comercios
Las dependientes se mueren de tristeza
Y cruzan los brazos sobre la barriga
Los ojos lejanos casi ciegos
Buscan un billete en la distancia
Cuarenta grados a la sombra
Hay cosas que no pueden explicarse
Por ejemplo para qué putas leemos el poema
Con el ojo pervertido por el canon
Si la lengua se crea trabajando
Y los signos son elásticos y tibios
Son útiles por su misma transparencia
Cuarenta y dos grados a la sombra
Definitivamente no es el clima
Es el cuerpo de algún sujeto en cautiverio
Que poco a poco va perdiendo la batalla
Pronto colapsarán hasta sus uñas
Convertidas en violetas queratinas
Mientras la gente vuelve a casa y se lamenta
De que el día no alcanza para mucho
Más de cincuenta grados a la sombra
Todos los signos se confunden
La última palabra es agonía
El alma del
paciente se derrite
Dejad que
fría un huevo en sus costillas
Antes de
que el frío final lo colonice
lunes, 6 de noviembre de 2023
UNA MAÑANA PARA ALTERAR LOS NERVIOS
viernes, 3 de noviembre de 2023
EL CURA CARDENILLO TODO LO APROVECHA
domingo, 29 de octubre de 2023
ANACRÓNICA
HA PASADO MUCHA AGUA BAJO EL PUENTE
—Mirá
que pasan cosas. No sabía de la muerte de tu primo, pero menos iba a saber que
se llevó en la tira a los vecinos. Es que somos así: tan normales nos vemos,
pero la bomba de tiempo está ahí.
Nada
peor que vivir en un vecindario de hijueputas: que esto que lo otro. Camilo me
había contado que los perros se comían las flores y hasta se cagaban en su
patio. Él no quería cercar el perímetro, pero por cautela decidió hacerlo. Y
los perros excavaban los pilotes y se metían por debajo.
Una
que otra vez me habló de envenenarlos, pero eran tres, ¿qué tal si alguno se le
tiraba encima? Semejantes mulos, tan violentos que era de pensarlo cinco veces
y luego arrepentirse porque el sentido común te dejaba las cuentas en rojo…
La
cosa es que hoy no fui a trabajar y te llamo para ver si querés ir a tomar unos
tragos. Tengo unas ganas cabronas de una olla de carne y, de paso, hablamos
porque hace dos décadas que ni el saludo nos damos.
Sabía
que Camilo era filósofo y vivía solo. ¿Que estaba medicado por depresivo? No,
eso no. Siempre fue un tanto disparatado, de pocas palabras, meditabundo.
Fonseca le decía “Vegetal” y todos nos cagábamos de risa.}
Me
reporté con paperas. Temprano fui al ebais para que el médico me certificara...
No, no estoy enfermo. Adiviná qué médico atiende allí: Llobet, el robaloncheras.
Le
dije y en dos patadas me dio el certificado. Me dijo que si era del caso hasta
la defunción me hacía, pero pagando por anticipado…
Así
que me saqué el resto de la semana. Pensaba escapa a la playa, pero la verdad
es que el calor es algo maldito. Está uno mejor en casa que pagando facturones
por dormir, por comer, por el sol o por la sombra.
Tengo
el teléfono de otra gente de la generación. Los llamó y hacemos una barra
bonita. Aunque tenés razón: en los grupos grandes cuesta más conversar es una
charla llevadera. Le diré al Chino y a Zavaleta, los informáticos porque son carambas
de buena conducta y con ellos se puede compartir bonito.
Te
aviso que llevo gafas y una peluca afro. Es que con la incapacidad no deben
verme en la calle. No me atrevo a meterme en los bares del centro donde vamos
todos los burócratas porque en dos momentos me agarran. Ah, pero las
cantinillas de las barriadas del sur atienden bien y con buena cocina.
Decídete
si vas porque esa historia de lo de Camilo necesito completarla. Me gustaría
saber cómo un budista se puede transformar tanto, cómo lo alcanzó la ira. Yo
recuerdo que al tipo le pegaban en la cabeza con un mango lanzado desde el
fondo de la clase y él, decentemente, se limitaba a recoger el mango y ponerlo
sobre el escritorio de don Peregrino sin dar la queja. El roquillo lo miraba
con curiosidad y pensaba que nuestro amigo era chapado a la antigua y le había
traído fruta desde su casa.
Esto
pasaba todos los martes en clases de dibujo antes de que la clase se acomodara
según el espejo de clase. Si uno hubiese revisado las ubicaciones, hubiese dado
que Willy era el que tenía entre ceja y ceja a Camilo.
Lo
odiaba a muerte. Alguna vez hasta dijo “qué ganas de matar a ese…”, pero
blofeaba. Es que le caían fatal los nerdos. Le parecía que el silencio de tu
primo era la forma más sutil de jugar de vivo.
Bueno,
Retana. Está sonando el timbre y voy a atender. Vos revisá si podés llegar y me
llamás; yo paso por vos a eso de las siete y si es del caso, por los demás. Cada
uno paga lo suyo y para que escuchemos, nos turnaremos para contar historias. No
vaya a ser que vos que hablás tanto, monopolicés la charla.
Un
abrazo.
Zelaya
cuelga y guarda silencio. Diez segundos después se toma la mejilla izquierda
para verificar si está inflamando porque el dolor se le está haciendo evidente,
cosa que el ibuprofeno resolverá en un rato.
Antes
de buscar la pastilla, abre la puerta pero no es que tuviese sonando el timbre.
Es que la sala se ilumina mejor si dejamos entrar el sol de las diez y media y
de paso nos ahorramos unos pesos en el recibo de electricidad.
Otra
vez, el cura Pedro se sorprende de sus desvíos literarios. Se supone que hoy iba
a trabajar un poemario religioso, pero se deja llevar por las ocurrencias y uno
diría que trama una novela negra. Nada más que si algo enfada a este cura es la
idea de que los crímenes deben ser explicados o resueltos.
Él
se resiste a eso. Piensa que los crímenes deben ser especulados y que el paso
de las horas —cómo dicen los policías— distorsiona toda evidencia hasta que la narrativa
acaba por contar el crimen cómo no fue. O sea que si alguna vez le toca leer un
expediente criminal será para saber lo que nunca pasó y dejar abierto el
abanico de acontecimientos a lo que pudo pasar.
viernes, 27 de octubre de 2023
CARDENILLO QUE PARECE CONFESAR SUS FALTAS, PERO ES SÓLO ESCRITURA CREATIVA
miércoles, 18 de octubre de 2023
HABITUALMENTE, PEDRITO NO ANDA TAN CANSADO
viernes, 15 de septiembre de 2023
Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga.
(aún sin nombre)
LA CAÍDA EN DESGRACIA DE UN DULCE PERSONAJE
—Recuerdo, don Rolando, que ese día llegué primero al taller. Eran casi las siete de la mañana y el galerón tenía las luces apagadas, pero el portón ligeramente abierto. Los olores eran los de siempre: aceite, químicos, combustible y nada, absolutamente nada, se escuchaba.
Lo digo porque a esa hora, don Miguelón acostumbraba escuchar los programas deportivos que hacen síntesis del fin de semana. Era lunes y la tarde anterior, un fanático del Yuyo le disparó cuatro tiros al defensa Salinas, pero éste no se murió. Es que todos lo culpan de no haber logrado el ascenso cuando en la final anterior, el tipo se torció el tobillo sobre una piedrilla de la cancha y el delantero quedó solito frente al portero y chau: 0-1.
Y, sin embargo, don Miguelón no aparecía en ninguna parte. Me moví a oscuras entre los carros y cómo pude iba alcanzando los apagadores para ir iluminando el salón. Entonces, decidí probar en los cubículos del fondo, donde está la puerta negra.
Cuando encendí la luz, al primer golpe de vista lo encontré. Amarrado, de espaldas, con un par de balas en la nuca, el rostro vuelto hacia la derecha y los ojos abiertos. Andaba una camiseta del equipo de la comunidad, cuyos colorados nadaban en rojo oscuro. Porque la sangre había secado un poco…
Digamos, por parches.
Pero aquello olía a sangre y no a kétchup. Yo me quedé estático durante unos minutos, no sé cuántos. Puedo decir que el viejo era bueno conmigo y el incidente me había roto de una sola vez.
¿Qué si toqué algo? No, no. Todavía estaba catatónico cuando llegó don Fidel. Venía de dejar su lonchera en la cocina y me tocó el hombro. Yo lo dejé pasar, pero él se limitó a asomar la cabeza, hacer una mueca y salir de la habitación.
Dicen que la policía tardó en llegar ocho minutos, luego de que mi compañero llamase al 911. Eso no importa porque yo no toqué nada.
No toqué nada, abogado. Mis huellas están acá porque hace rato trabajo en estas habitaciones con los repuestos.
¿Quién más tiene llave? Yo no me preocuparía por eso. El finado nunca ponía candado y siempre andaba por acá. Sin embargo, está el tonto ése del vecindario, que antes se cruzaba el taller para ir de la casa de su esposa a la de su amante. No obstante, es historia vieja porque la doña lo mandó a volar y optó por meterse a la casa de repuesto.
No ha vuelto.
Y no van a volver las oportunidades para mí si no me saca de acá, ¿entiende? No es lo mismo la teatralización de la violencia que la violencia misma. Esto no estaba en los planes del novelista.
Yo, como actor, estoy empezando pero mi papel de Luisillo tenía enamorado al público. Los tenía comiendo en mi mano, ¿ve?
Todo esto me lo dijo Rafa Barrantes en un tirón, mientras tomábamos un café en la comisaría donde lo habían llevado. Yo estaba aturdido por tanto dato y no me sentía con capacidad de atar cabos sueltos.
—¿Por qué me dice Rolando? Usted me conoce de hace rato. Fui profesor suyo en la facultad, ¿me recuerda?
—Perdone, don Rodrigo. No termino de digerir todo esto y no entiendo donde se mezclaron los mundos, pero siento que los crímenes de la novela que representamos también son reales. Y usted es tan real como Rolando y yo lo soy como Luis. Hay una escala de significantes que descubrir y además, nunca pensé que a mis diecisiete años me viese enredado en un crimen.
—Barrantes, usted tiene veinticinco.
—Sí, pero Luis 17. El papel me lo dieron porque soy un comeaños.
—Cosa banal. La cosa es que las huellas de Luis y de Rafael Barrantes son las mismas. Son las que están en todas partes en la escena del crimen porque usted hacía su representación de individuo en ese sitio. Eso lo hace el primer sospechoso.
—¿Se da cuenta? Usted no es sólo Rodrigo. Me acaba de hablar como abogado. Uno termina por interiorizar el personaje. Es eso de las posesiones…
—Córtela, mi amigo. Yo no puedo defenderlo. No existo en este metarrelato como abogado; no estoy colegiado. Le voy a socorrer sus necesidades inmediatas: le traeré ropa, galletas, lecturas y pediré a algún picapleitos que lo defienda. Espero que tenga recursos.
—No joda. Usted sabe que nuestro oficio es de milagros. Uno vive cómo puede y al día.
—Todos estamos con usted, paciencia. Menos el novelista: ese desgraciado habla pestes de Rafa Barrantes.
¿Usted le hizo algo?
No me contesta, yo me quedo viendo el fondo desolador de este penal adonde traen a los indiciados en espera de dictar la prisión preventiva. Y siento que la atmósfera es húmeda y sofocante y que el clima social ha de ser una absoluta peste.
Y me incorporo y me voy sin decir nada y mientras camino sobrepongo a la imagen de Rafa Barrantes, la estampa inocente de Luisillo desde niño hasta adolescente (hubo tres intérpretes para el papel) y siento que el destino es traicionero y que es cierto lo que dice este maldito novelista que la historia se escribe sobre la marcha sin que cuente en nada quiénes son las víctimas y quiénes los abusones porque sencillamente los acontecimientos carecen de toda subjetividad.
Son, crudamente, hechos. Luego vienen las percepciones a juzgar y a castigar desde el costal de los imaginarios que arrastramos como experiencia, mejor conocidos como prejuicios.
Y podemos no saber nada de lo acontecido, pero sabemos condenar.