lunes, 3 de julio de 2023



Un capítulo de la novela Malanga.

RELATO DE CLO

 

—Usted no contesta los teléfonos. De las últimas cuatro cuotas, no ha pagado una y la última vez que vino fue el 18 de setiembre.

—Estuve en el hospital y tuve una septicemia.  Hasta ahora me levanto.

—Esa es una contingencia que no podemos asumir, señora.  Nuestros abogados tienen el expediente para ejecutarlo, desde hace quince días. Puede usted llamar a este número y coordinar con ellos. Usted sabe que la ejecución exige el pago de la deuda y los costos del caso. Buenas tardes.

Doña Clotilde Serra arruga la cara con ganas de quebrarle una costilla al oficinista y sale del cubículo, dando un portazo.  Antes de su enfermedad ha pagado a puntualidad su hipoteca y la salud le ha venido a boicotear, de repente, con esos agujazos al apéndice que no fueron tan inocuos como esperaba.

Ofuscada pasa a la panadería por unos cangrejos para el café. El viejo Carlos la atiende enseguida y le pregunta qué le tiene predispuesta. “Esos hijueputas del banco”— dice, pero se resiste a desglosar su molestia.

Luego, sigue camino a la oficina, mientras siente que la presión arterial le crispa las sienes.

Sube hasta el tercer piso en el ascensor.  Capta el aroma a desinfectante de limón que siempre apesta. Hay colillas de cigarro —seis colillas— arrinconadas al fondo. Siempre ha visto con molestia el aseo del ascensor, pero no logra ubicar a quién culpar. Los conserjes rotan entre pisos y así van, y nada cambia.

Doña Clotilde trabaja en ventas desde siempre. Tiene más de treinta años en la Nacional del Papel y un buen desempeño. Sin embargo, durante su incapacidad, no recibió más que medio sueldo. Y de comisiones, nada. Ni una tarjeta le llegó de la oficina. Para cuando ella regresa a labores, la semana anterior, con el dolor de cabeza de las deudas y el desorden que implica que alguien meta mano en sus tareas, los clientes de su cartera han pasado a otras manos. Dos de los mayoritarios se fueron a buscar nuevos proveedores.

La cartera de cobros está con alta morosidad. Se lo ha contado Susana, la secretaria, por teléfono; las gestiones le quitan la mañana. Luego, la rutina después de la actualización sobre los nuevos productos y la conversación necesaria para tener con bien a los encargados de compra. Suele enviarles regalías, pero esta vez, recién llegando, no hay muestras ni dispensas que ofrecer.

Y en la tarde, programar giras a provincia: tres días por el sur.

Los compañeros de la fuerza de ventas tampoco se interesan demasiado. El tiempo perdido hasta los chanchos lo lloran —decía Silverio, el de contabilidad— cuando alguno se quejaba de tener un mal mes.

En la gaveta derecha del escritorio, hay cien envolturas de confites, pero apenas dos no están vacíos. Son de menta. Los deposita en el bolso. Alguien le ha dejado el escritorio lleno de apuntes y datos en papeles, aunque sin decir a qué corresponden: boletas inútiles. Y las carpetas de su cartera las tiene Toño Saavedra, que ha logrado buenas ventas en su ausencia.

Recoge y tira al basurero lo que corresponde.  Va a la máquina de café del pasillo, con la intención de un café negro y sin azúcar. —Quemarse la garganta ayuda un tanto a la energía— piensa mientras da el primer sorbo y desvía la miraba hacia el entorno. En el basurero, junto a la máquina de espresso, mira cuatro o cinco máscaras de látex. 

Le parece curioso. Recuerda que dos o tres meses antes, con el traspaso de poderes, arrendaron el octavo piso, para instalar allí una dirección regional del Ministerio de Salud de Malanga.

Llueve pelo de gato. Son apenas las ocho y veinticinco y ya está la calle empapada y el tránsito, escandaloso. Al mirar por las celosías, puede detectar a un par de tipos que aplican un candado chino al vendedor de lotería, le arrebatan el bolso y corren. Un policía los ve pasar, pero ocupado con su celular, se desentiende de inmediato del episodio.

La mañana avanza sin sobresaltos.  Logra acordar pagos y arreglos con la mayoría de sus clientes. Le ha faltado uno, pero ha muerto de un infarto en el interín de su ausencia. Se promete programar una visita de pésame y sondeo de cobro antes del fin de semana.

Logra tomar varios pedidos. El nuevo producto llamado papel fraudulento es un imán.  Le dicen en la proveeduría del Gobierno central que preparan una compra de doscientas toneladas en formato carta de 80 grs. También hay mucho interés entre abogados, contadores y pastores para este producto. El precio no es problema, ante la satisfacción obtenida por los usuarios.

Toño sabe que Clo debe la hipoteca.  También hace números y calcula que, a ella, no le alcanza su ingreso para sostenerse a flote. Así que, a la hora del almuerzo y antes de que ella se levante del cubículo, aterriza a su vera con una silla y dos cafés.

 

Del apartamento de Clo al banco, hay ocho cuadras y tres del mismo a la compañía donde labora como ejecutiva de cuenta. El primero queda hacia el este y la segunda, al norte, bajando la cuesta.  Es esquinera la edificación y ella ha comprado, hace siete años, doscientos metros cuadrados en el cuarto piso. Tiene buena relación con la gente de mantenimiento y ha cumplido con las cuotas comunes, aun durante su mal trance. No hay en el edificio menores, ni animales, mas sí un reglamento de convivencia bastante drástico para dar paz a todos los condóminos.

Es lo que mira Luis Segura a esa misma hora. Se presenta como un comprador ante el guarda y éste le permite ver el apartamento modelo. Todos son iguales en cuanto a distribución espacial y queda a criterio de cada inquilino modificar su interior, le dice el hombre de seguridad convertido, en un dos por tres, en agente inmobiliario. En el diálogo sale a flote la regularidad de los servicios públicos, la disponibilidad de cable e internet y la seguridad del barrio.

—Las Momias es uno de los barrios más tranquilos, ¿sabe? —comenta este señor con corbata, que ya no procede como guachimán de casetilla y ahora es un corredor aplomado—. No escapamos al crimen porque el país anda mal, pero pasa con menos frecuencia.

Y es cierto, la barriada ha sido, en su momento, ostentosa y hoy es ligeramente decadente. Han quedado muestras de la antigua opulencia y algunas casas se conservan y otras se derrumban a poquitos, como un reloj de arena.

Lo fregado es que, de noche, llega gente a comerciar su cuerpo con desconocidos, que llegan en coches polarizados. Eso nunca se le dice a un comprador, lo sabemos todos.

El cliente toma apuntes de las referencias que considera interesantes. Historia del barrio, valor de la tierra, bancos y comercios en la zona, etc.  Aclara de paso que es corredor de oficio, aunque emana cierto aire de sobreviviente. Dicho esto, se marcha y camina hasta una parada de buses. Tal vez desentona un poco por ir de traje gris oscuro, corbata azul y camisa blanca, ropa que ha adquirido en tiendas de outlet.

Segura tiene 42 años recién cumplidos, hace seis años. Se quedó estacionado allí y sigue con la vida irregular de quien no tiene compromiso, pero es divorciado, tiene dos o tres hijos —eso no lo sabemos claro— porque no tiene memoria de sus affaires y es, básicamente, un gavilán que hace comisiones para altos ejecutivos. De noche, es hombre de bares, a los que sale de cacería por amores de corto plazo. De día, husmea, averigua, investiga, chantajea, amenaza o sencillamente recolecta datos para aquellos sujetos. Se puede decir que no tiene patrono o que tiene varios. En todo caso, armoniza su naturaleza lumpen con frecuentar cafeterías de moda, las de franquicia, que te venden el peor café con un sobreprecio de locura. Allí logra transar con gente que también flota en el sistema. De tal forma que no debe cotizar a la seguridad social; se enferma poco o nada y si llega  a suceder, pasa tragando paracetamol y diclofenaco y afines.

Ya en el bus hace una llamada no sabemos a quién.  Pasa los mismos datos que recolectó cruzados con algunas observaciones personales sobre el estado general del inmueble. Mientras lo hace, saca un cigarrillo y fuma aprovechando haberse sentado al fondo, el último asiento junto a la grada.

 

Ciudad Artificio, la capital tiene muchos bancos y procura estar a la moda. Grandes capitales evaden, sin que nadie los persiga, las cargas tributarias. La clase gobernante tiene muchos cuestionamientos, por lo que no se espera que un gobierno gane dos elecciones de forma consecutiva. Merced a ello han creado un sistema de partido que ha crecido ficticiamente de forma exponencial. Del bipartidismo de los años sesenta, se llegó en los ochenta, a ocho partidos. Al presente, ya son más de setenta y casi todos profesan la misma ideología. Así acudimos a la falsa pluralidad de una aldea, donde los caciques mueven los dedos para que las marionetas de turno ejerzan lo que llaman democracia, pero es el mecanismo con el que los poderosos mantienen el sistema a merced de sus intereses.

La huelga nacional estalla justo en los días esperados por Clotilde Serra para presentar la oferta de papel fraudulento. Es por todo y por nada: no hay aumentos salariales hace rato, hay inflación, las escuelas carecen de pupitres —algunas no tienen ni siquiera techos en buen estado— los medicamentos están por las nubes y acaban de reestructurar —mejor dicho, suspender— el derecho de huelga. La pluralidad de los nuevos legisladores no es mella para que se pongan de acuerdo, ante las órdenes del empresariado.

En consecuencia, Clo siente una zozobra en alza sobre su bienestar futuro, pues si se cae o demora la contratación, su plan de liquidez se jode.  Ya a estas alturas ha pactado con un prestamista por seis millones, lo que le ha permitido ponerse al día con el banco y pagar los honorarios y otros reveses y quedar como amigos con esos malditos ladrones.

Ahora, aparte del estrés que provoca el sistema, la vida de ella es bastante regular.

Lo que habla con Saavedra meses atrás, con dos cafés y en su cubículo, el narrador no lo sabe y no es vieja de patio para especular nada.  Sin embargo, los compañeros rumoran que Toño es prestamista; coloca plata de sus viejos a un interés mediano y, supuestamente, todo el edificio le tiene una prenda, una hipoteca, un pagaré. Nada que no sea producto de las imaginaciones enfermas de la gente que trabaja entre cuatro paredes y ve poco el sol. También se dice que al hombre le gustan maduritas y que estaba coqueteándole a la convaleciente.

Basura a la que no puede sustraerse el tipo que escribe esta historia, en aras de la objetividad. Además, se sabe que una enemiga de la señora Serra habría pagado unos cuatrocientos mil colones a un narrador de cuarta para que dejara mal parado el prestigio incólume de la buena Cloti.

Ni tan buena, pues los vecinos del condominio afirman que ella se roba las plantas de las zonas comunes, pero no aportan prueba. Y que se sepa, no hay expediente judicial abierto.

Sin embargo, lo cierto es que la tarde de la molestia en el banco, una de las llamadas que atiende en su oficina no la está esperando. Al ser casi las cuatro —la oficina se detiene a las cinco— un sujeto que se identifica de forma inútil, —pues su nombre tampoco aporta certezas— le manifiesta interés en el inmueble.  Le ofrece pagar en efectivo el 20 % de contado y asumir la hipoteca. Así ella se llevaría unos pesos y el embargo no la dejaría tan en la calle.

No puede más que decirle al hombre que lo va a meditar, aunque el sujeto presiona y, de hecho, le llamará dos veces más antes de terminar la semana. La incomodidad que le queda del incidente es pensar cómo se riega la bola de que su hipoteca está en mora.

Luis Segura ni conoce a la propietaria del apartamento y esta vez tampoco se siente muy satisfecho, pues cuando lo que hace son camarones de corte legal, le pagan poco.  Lo que pasa es que necesita tener contentos a los que lo frecuentan. Cuando llega a su casa, duerme el resto de la tarde y despierta, para sintonizar las noticias de las siete,

Lo único que omite el narrador sobre este truhán es que, en la escalera, a la altura del tercer piso, un clavo oxidado le ha roto la palma de la mano. La herida no es tan grande pero el sangrado es profuso y el guarda —otrora corredor inmobiliario— le facilita una camisa vieja para que contenga el sangrado y luego se marche sin comentar mayor cosa. La gente que la pasa duro se acostumbra a imprevistos así.

Dicho esto, debemos recordar que el narrador es de baja calidad, de cuarta. Hace esto no por vocación, sino por hambre. Qué le importa contar la vida de nadie o de los habitantes del barrio Las Momias en Ciudad Artificio o los problemas de la vida costera de los habitantes de Malanga. De hecho, esto que pretende ser una novela no lo es. Es un collage, un pastiche de diversos autores que se cansaron de ser bailados por el editor que los contrata. En consecuencia, renunciaron. Nosotros nos hemos permitido rejuntar todas las escrituras y hemos decidido no cribarlas. Les hemos buscado pies y cabeza y argumento y, si carecen de sentido, no es tema que nos toque. No creemos que alguien tenga los derechos de autor, pues los indigentes —perdón, he dicho mal— los autores trabajan directamente en nuestras computadoras.

Hasta que les pateamos el culo y los de seguridad les dan duro en el callejón.

Volvamos. Algo pasa en el banco para que un civil se entere que otro está en problemas hipotecarios y lo contacte para comprarle la deuda, con descuento. Alguien no respeta los derechos del cliente y puede ser el oficinista que lo atendió o bien, un oficial de crédito. E incluso puede que, más arriba, los hilos se conecten con los únicos que merecen llamarse banqueros por estilo de vida y todo: los directivos.

Esto se lo ha encargado la editorial al señor Peter Guardia, investigador privado. Es como Tom Selleck, pero lo contrario. Más bien como Columbo, Peter Falk. O tal vez está en silla de ruedas como un detective de los setenta, ¿quién era…? Canon, creo.

 

Pausa, entretanto traemos un nuevo escribiente. El anterior nos salió indeciso, bruto. Sin saber adónde se dirige un personaje, no se le nombra. Nos ha tocado separar la página del detective y decir que esa tarde llueve como nunca en Artificio y, en todas las bibliotecas del país, las goteras son como el chorro del grifo.

Además, el tipo ha pretendido meterme como uno de los escribientes y que confiese mi natural afición al matonismo. No le hemos pagado y no le pensamos pagar.

—En su momento, cortaremos el párrafo alusivo: no hay violencia, ni detective, ¿ok?— Lucas mira su Relox, al que le falta el minutero y calcula la hora.

Lucho Segura se entera en las noticias de la caída de treinta personas en una supuesta red de lavado. Varios allanamientos simultáneos han permitido desmantelar la red y el decomiso de coches de lujos, mansiones y efectivo. Cree escuchar un par de apellidos de gente que conoce, pero de inmediato asume que los nombres de políticos nunca resultan extraños.

Ya a esa hora tiene una marca verdosa en la palma de la mano, la que se cura con gasa y alcohol. Eso lo complementa con un par de desinflamatorios. Editor, dígame: ¿cuál día es cuando cae la lluvia?

A la mañana, va al consultorio estatal y le ponen la antitetánica. Allí conoce a una enfermera divorciada, Amanda. Más tarde dirá que fue amor a primera vista y todo eso. Sin embargo, cuando vuelve al sitio a preguntar por ella se entera de que era interina y posiblemente trabaje ahora en provincias.

 

Salto temporal de garrocha:  no muy extenso. Clotilde ya ha pagado las cuotas y ahora tiene una deuda extraordinaria de seis millones por fuera.  Ha pasado la huelga.  Duró seis semanas y media. Todos los días, el Ejecutivo llamó a los sindicatos a negociar y al día siguiente no les cumplió. Difamó a los gremios ante la prensa: inventó peticiones abusivas, que los trabajadores nunca presentaron.  Todo para hacerles quedar como privilegiados y corruptos. 

No obstante, el Gobierno central sacó un decreto de emergencia para una compra del papel novedoso, el fraudulento. Una calidad de hoja blanca que soporta lo impreso durante treinta y seis horas. Luego, el proceso químico deja, de nuevo, inmaculada la hoja y el texto nunca más se recupera.

La Casa Presidencial está urgida. La señora Serra saca provecho de la urgencia para meter un sobreprecio, que le permitía dar su dádiva al director de la Oficina de Contratación Administrativa y, de paso, sacar una mejor tajada.

Toñito Saavedra ve pasar doscientos mil pesos, por guardar silencio ante los otros vendedores, sobre las prácticas duras de la vieja.

—Pará… ¿Has visto que hasta Clotilde es una persona respetada?  Seguí así.

—“Toñito Saavedra vio pasar doscientos mil pesos, por guardar silencio, ante los otros vendedores sobre las prácticas duras de nuestra Clotilde, de ojos verdes.” ¿Ok?”

Así emparejó nuestra amiga sus finanzas que naufragaban.

 

Ojos verdes, finanzas que naufragaban. ¿No pueden escribir ni una página que evite la cursilería? Bueno, no vamos a corregir o este rejuntado, o la novela no sale ni en cinco años. Se trata de que sea una obra boluda que nos saque –a la editorial, a quién más— de volver a trabajar.

Verdes también están los rostros de los vecinos del campus universitario del este. Cuando hay lluvias así, se forma en las calles una nata de agua de más de un metro de altura. Los comercios se inundan y los objetos llegan flotando a las ventanas. Las ratas emergen enormes y se trepan en los muros a esperar que descienda la marea. La ministra de Ecología, Ana Carrillo, afirma sin embargo carecer de presupuesto para proceder a destapar o remodelar el viejo alcantarillado.

De hecho, si antes era asidua de la zona universitaria, ahora no le ven el humo. Se comunica por la prensa por escrito o su secretaria manda un corto vídeo y punto.

Ese día pasa flotando frente, a la parada del colectivo, el cadáver del profesor Guevara Pino. Le falta mucha carne ya para ser reconocible, pero los forenses dictaminan su identidad en pocos días, merced al ADN y a la denuncia de desaparición, que ponen sus hermanos.  Dos estudiantes, entonces novios, Ana y Jimmy, el mismo que, meses atrás, estuvo en el bar donde murió que un tipo infartó sobre la barra y que ha perdido el curso nuevamente, están allí y miran pasar el cuerpo carcomido. Mañana a primera hora visitarán el mismo consultorio psicológico, pues esa noche no logran conciliar el sueño y sienten como si la muerte les persiguiese.

Falta aclarar que Lucho pierde la mano izquierda, dos meses después de su incidente. La infección no cede y optan por amputarle en la muñeca. Igual que pasa tantas veces, el paciente nunca registrado en la seguridad social reporta una dirección y datos falsos, así que no va a las citas de control, pero el muñón le sana según lo esperable.

Clotilde no se entera que el sujeto ha pasado por su edificio a recolectar información y, sin embargo, encuentra una cadena de plata con un crucifijo a la orilla de su apartamento. Lo recoge del suelo, no dice nada y lo deja enfriar más o menos ocho meses antes de proceder a usarlo.

No vaya a ser que pertenezca a algún vecino.

domingo, 2 de julio de 2023

Fragmento de cuarta novela del ciclo Malanga.

LOS APUNTES DEL PULPERO DE TRES VIDAS

Ese borrador no está completo, pero me sorprende aparecer en esa intentona de novela. El autor ha de ser un aficionado pues utiliza algunos nombres reales: si la llega a publicar, le demandan. Sin embargo, lo único cierto de ese librillo son los apelativos: la trama es una mentira del tamaño de una catedral.
Primero: el sicariato en Malanga nunca ha sido legalizado. Lo que se permite es envenenar progresivamente al enemigo, de modo que el sujeto ha de morir en quince das a lo sumo. Tal medida no ha tenido incidencia en el desarrollo económico de la República de Malanga, que debe más su PIB a las adicciones de una y otra naturaleza.
Algunas legales y otras normalizadas.
En consecuencia, no existe la ley de sicariato ni una normativa civilizada para darle de tiros bajo contrato a alguien.
Vaya idea, ese autor ha de un psicópata sin medicar.
Sí tengo una pulpería, casi en quiebra, pero no escondo el dinero bajo el piso. No soy funcionario de la Agencia —no importa lo que eso signifique— sino que recibo una pensión de guerra. No es que les dé fiado voluntariamente a todo el barrio: es que les tengo miedo y sé que lo que no consigan por las buenas, me dejará una paliza o algo peor.
Isabel es buena gente y es cierto que me da pelota, pero es más fea que sacarse una resaca en la playa: el peor de los castigos. Es falso, rotundamente falso, que yo sea indiferente, pero me niego a entrar en el territorio de las pesadillas.
Y ya había escuchado yo de doña Vicky y sus tres hijos. Es cierto que el carajillo es breteador, pero no tiene once años. Va por trece y ya lo he visto fumando. De lejos parece buena persona, pero que se quede allí; no vaya a torcer el camino.
La desaparición del abogado es otra jetonada. Mendiola se suicidó o tuvo un accidente; no está claro. Se le ocurrió limpiar una pistola que estaba carga. Es lo que se dice en la comunidad y, claro, se voló la madre un mediodía cualquiera.
Don Miguel tiene ese taller en la esquina de toda una vida. A diferencia del texto que cuenta que siempre hay trabajo, yo diría que allí llega la gente a dormir la mona. La única vez que visitó este abastecedor fue cuando mataron a Porkym su hermano chancero: tenía la piel verdevioleta por la rabia contenida.
Y que aquí haya una candidata a vicepresidenta, aunque sea por la pandereta… Eso sí es ser hocicón. Yamileth es una simple maestra del jardín de infantes, recientemente separada de su pareja. No sé quién es; nunca lo vi.
La última persona que conozco de esta trama es a Lunes Misericorde. Más que un enano, un cretino. Más que un trabajador temporal de librerías de viejo, un tachador de autos. Ahí anda calle arriba, calle abajo con tremenda pata de chancho que acaricia mientras se detiene a conversar con oficiales en servicio.
Al resto de personas —digo así y no personajes porque me convenzo que están basadas en seres existentes que el que escribió el borrador sin nombre ha conocido y tal vez no les ha cambiado ni la fisonomía— nunca las he visto, ni siquiera entiendo de donde saco un apellido como Retepiso (tan malicioso) y a esa periodista que cobra mordidas por entrevistas arregladas.
Que yo sepa, eso nunca pasa.
Y se dejó decir el escribano que yo le estaba metiendo mano a esta burrada. Mentira total. Me llamó la atención lo suficiente para tomar algunas anotaciones que, por ahora, dejo en mi libreta al lado de la novela inconclusa, pero soy lo suficiente respetuoso para no meter mano en algo que no es obra de mi imaginación.
Lo que tengo miedo es que esta cochinada salga a la luz, tenga múltiples borradores dispersos estratégicamente o alguien decida, por negocio, publicarlo.
Porque de esto del sicariato, solamente hablé con un exprofesor del colegio cercano, ya pensionado y buena nota, de esos que uno llamaría “anciano venerable”. Su comentario fue rotundo:
—Pues esa ley debe aprobarse amigo. Imagine al montón de hijos de puta que nos sacaríamos de encima. Si ve que pasa eso, me avisa y empiezo por adquirir dos contratos.
No me ha sorprendido demasiado: es que así somos en Malanga: piel de oveja, vísceras de pantera neoliberal y hambrienta.
Ah, en cuanto a mí, ya lo dije: soy pulpero, pensionado de guerra y no conozco otro oficio. Hasta de pacifista tengo fama, aunque tengo un buen Winchester a mano, bajo el mostrador, pero es pura prevención.
¿De dónde salieron esos papeles? Es falso que vinieran en el cajón de un muerto, pues ni funeraria hay. Empiezo a creer que en el desorden de los apuntes de un repartidor, recogió papeles ajenos sin darse cuenta y el azar hizo el resto.
Aclaremos, en este barrio no se juntan las neuronas suficientes para estar haciendo tramas. Cada sujeto vive su propia vida, pero de allí a hilvanar soledades —que es lo que hace un escritor— no me miro ni a mí mismo. Hay que tener mucho tiempo libre, ser chismoso de oficio y mala lengua.
Ahora cambiar este chinamo por otra actividad, sí me gustaría. Hoy abundan las tiendas de pollo frito y comida rápida. Lo que pasa es que eso implica horario nocturno y yo, a eso de las cinco de la tarde, estoy que se me cierran los ojos. Imaginen trabajar hasta las nueve.
Me recuerda el proyecto de ley del trabajo esclavo que propuso años atrás una ola de tarados economistas y empresarios de Malanga. Su idea de desarrollo se fundamentaba en arrancar derechos ciudadanos, derechos laborales y el plato de comida de la mesa del pobre.
"Porque el desarrollo es chorizo de élite", decían en la izquierda.
Y es cierto.

sábado, 1 de julio de 2023

Capítulo de la novela La trama del camaleón,  (en plan de publicación este año)

LA NECIA PREMISA DE EXTENDER EL ODIO

 

Las cosas no pasan de la noche a la mañana. Lo que ocurrió fue lo mismo que la gota constante que lastima la piedra: la erosiona, la deforma y lo hace sin miramientos. Nosotros sentíamos cierta incomodidad al oír hablar de nuestros pecados en todas partes. Ibas al cafetín y ahí estaban desde obreros hasta profesionales hablando de la deshonestidad y de la violencia de nuestros pares cómo si hablasen de fútbol.

En la consulta médica, también. Si dejabas a la secretaria hilvanar dos frases, se decantaba por comentar la corrupción del gobierno de turno y también la de sus pares, el resto del personal de la clínica. No nos molestaba que fuese verdad o no. Lo que nos ponía era ver cómo erosionaban nuestra identidad aquellos que rompieron el tabú de hablar ante los otros lo que ocurre entre bambalinas.

Es que faltar a la regla del silencio equivale a reventar un dique:  no vas a saber las consecuencias hasta el fin de la tragedia.

En consecuencia, nos tornamos maliciosos. Acosadores del murmullo, de la vida íntima de los otros —de todos los otros— de las ideas inconvenientes, y también de la abulia. Porque cosas cómo, por ejemplo, no ser un patriota solamente puede significar que eres enemigo.

Ahora, lo que hablábamos entre corrillos no debe repetirse tan holgadamente. Posiblemente nos dejaría expuestos como seres míseros, compuestos de complejos y odio, lo más parecido a esas figuras góticas tan de moda ahora que las ha rescatado el cómic.

No. Nosotros seguimos siendo protocolarios. Somos afirmativos ante la tradición aunque a algunas disidencias les parezca primitiva. Es el caso de las corridas de toros, por ejemplo. ¿No cree usted lector que está lleno de inocencia el heroísmo el arte de destazar en vivo un semoviviente que está asustado, confundido y sin escapatoria? ¿no cree usted que allí se evoca un tanto a los sacrificios y ofrendas que suelen efectuar las religiones? Pues, para nosotros, eso es memoria y aquel que lo cuestione es comunista y ateo.

Piense, por favor, en la gravedad del asunto. Nadie acostumbra a detenerse ante el espejo y enumerar sus taras: “soy un ladrón, un asesino, un tal por cuál”.  Sencillamente, eso no pasa. Entonces, ¡por qué aguantar esa voz intrusa que viene a decirnos nuestras vergüenzas con la esperanza de arrancarnos el sueño?

¿No le parece mala fe?

Además, recuerde que siempre se habla del pecado ajeno y, la verdad, eso resulta tolerable casi siempre. El fuego brota cuando la amenaza pasa del rumor a los hechos. Cuando, por ejemplo, un rico pierde un negocio porque se evidencia que pagó sobornos a funcionarios. Lo mismo si un periodista —un ser que vive del prestigio y de la imagen— sabe que ha caído in fraganti haciendo lo mismo que denuncia de otros. Cosas como ésas suelen ser la línea roja que va de las palabras a los hechos.

Y aunque un incendio forestal puede tener varios focos de origen, nosotros no vamos a decir lo que pasaba en la interioridad moral de aquella Malanga en transición, tan herida de sí misma y de la muerte del mito de su cacareada fraternidad.

Iremos, nada más, al incidente de Porky porque resulta sintomático de los males que se desataron en Malanga, de los cuales culparemos siempre a las malas lenguas y a la mala leche de los otros, porque sepa usted que siempre el otro es el malo.

Esto es una premisa universal infalible, a pesar de lo falaz.

Porque otros factores como la desigualdad, la brecha digital, el sabotaje en la salud pública son temas que no han de abordarse jamás, so pena de ser considerado antipatriota, filibustero, gato negro.

Que de los huevos tiene agarrada la oligarquía a la mentalidad popular la oligarquía, no lo dude. Así que, si pone un pie en Malanga, no sea bruto: siga el juego del mundo rosa: diga que ha pisado el paraíso.

No tome, lector, esto como una confesión porque no lo es. Nada hay puro en este mundo y, mucho menos, la destilación del odio. Esta voz que hace el paréntesis no representa, aclaro, a nadie.

Es nada más la filtración del cinismo que nos fue permeando la conciencia para hacer soportable ante el espejo aquella monstruosidad en la que hemos ido derivando.


viernes, 30 de junio de 2023

Capítulo de cuarta novela del ciclo Malanga (sin nombre todavía)

EL REACCIONARIO DIPUTADO ES UN HUMANISTA

 

Fue el diputado Francisco Corrales, ultraliberal y choricero, el que vio que el país se estaba yendo al carajo con tanto crimen. Como hotelero que era, empezó a preocuparse por la imagen internacional de Malanga y su deterioro: nada de país tropical y su fauna, la gente quería pasear y salir con vida. Violencia en todas sus formas: estafas, violaciones, secuestros, plomo.

Esto había que pararlo ya. Pero nada se le ocurría, aunque pasaba drogándose con cuanto producto salía al mercado bajo el pretexto de alcanzar cierta creatividad mínima. Estuvo de tanda y sin comer durante tres semanas a cerveza y pastillas. Whisky no probó porque no es tan nutritivo como la birra: pasado ese lapso había aumentado cuatro kilos.

Decidió consultar con un guía espiritual. El cura no supo darle respuestas: se limitó a lisonjearlo por su compromiso social. Le pidió ayuda para sustituir las bancas de la iglesia, que tenían harta carcoma, debido a la crisis de fe de estos tiempos. Ya ni la mitad de la población era creyente y estaba en las mismas que Corrales: preocupado e insomne en busca de ideas para innovar y recuperarse de los malos tiempos.

—Me temo, Fran, que la solución es clandestina. Yo pongo un burdelillo en un pueblito alejado, y vos, hacete un sindicato de sicarios o algo así: si los legalizás, les cobrás impuestos. Y muerte que venga por vía reglamentada no será homicidio.

Corrales se sonrió automáticamente. Le pasa a la gente cuando las cosas salen cómo quieren. Él había logrado encontrar una idea potable. Ahora a armar su jugada.

—Cuente con bancas nuevas, padre. Le debo un favor inolvidable. Cuando escriban la historia contemporánea de Malanga, haré que lo citen, pero no por esto de hoy, sino por alguna labor social que le hará ver como benemérito.

Y le tendió la mano firme y un abrazo y se retiró sin persignarse. ¿Qué otra cosa iba a hacer un ateo en la iglesia, si no es un negocio?

Eso pasó hace rato y, si no lo sabe el lector, es porque el finado Vivas tenía demasiado recato para ciertos asuntos. Maldita mosca muerta, por eso hay secretos de Malanga que se fueron a la tumba con él: muchos contactos le contaban cosas y él, como todo hipócrita contaba a pedacitos y llenaba los huecos con invenciones.

Tardó quince años en el Congreso el proyecto de ley y no se subiese aprobado de no ser por la inquina del legislador y porque supo reelegirse continuamente, a pesar de que la legislación malangueña lo prohíbe. Para ello, se valió de un gemelo imaginario que apareció inscrito en el registro electoral, una tarde cualquiera de cualquier octubre. 

Cosas que pasan: cuando él salía de su legislatura, el hermano, llamado Aurelio, apenas iba a entrando a sustituirlo. Con la misma línea ideológica, con el acento similar y con la única diferencia a la vista de que su fotocopia prefería los trajes claros, gris de rayas, sobre todo.

Entretanto, los hijos de Corrales crecían y se casaban. Nadie sabe cómo, pero dicen que el lavado de dinero y las drogas hacen nexos estrechos. Por eso, Maripaz se casó con el hijo de un capo mexicano y Jesús con la hija del embajador del imperio. Ojo, que no estoy diciendo que sean experiencias similares, sino roles de poder financiero.

Al fin de cuentas, eso de hacer política por puro amor no se lo cree nadie. La regla es llegar pelado e irse a la casa con sobrecitos de premio cada día.

Además, no era un secreto para Fran que el señor Vicente Terreras, capo del horror en el norte de México, le había financiado su campaña personal con varios millones de dólares, billete sobre billete.

Corrales es alto y para parecerse a su gemelo se cuida de no estar ni más flaco ni más gordo de lo debido. Aurelio nunca usa barba y él se la deja tupir como si fuese menonita.

Así las cosas, como es divorciado, cambia de novia que es un contento pues sabe que lo que buscan sus amigas es la billetera, un lindo apartamento y una tarjeta de crédito. Y pues les da tarjeta y plata, pero antes de ponerles piso, se esfuma y cuando le llaman por teléfono siempre contesta el hermano.

El otro, el que no tiene nada que temer: el que nunca sabe dónde putas ha ido a parar su hermanillo porque “casi nunca lo ve”.

Cómo puede verse, Francisco y su álter ego son bastante mañosos y aparte de haberse beneficiado de la ya vigente Ley de Sicariato Profesional, han pensado en todo. Desde los tiempos duros, cuando Paco hacía lobbing infructuoso en las oficinas de sus pares diputarados —pues la moralidad pacata veía mal eso de negociar con la muerte— lo pensó a profundidad y una de las primeras vueltas que hizo fue crear la Fundación para la Protección de la seguridad y de la Vida (FUNPROSEVI).  La presidencia quedó en manos de su secretaria que, en todo caso, era hermana menor de su abuelita. 

Es que nunca puede faltar el nepotismo en Malanga y los choriceros acá tienen larga tradición.

Por el artículo 8 de la misma Ley de sicariato Profesional se dispuso que la onegé actuaría como ente regulador del mercado. Sancionaría penas en caso de excesos o infracciones de parte de los contratistas y se nutriría de un canon establecido que las empresas deberían girar mensualmente para mantener el monopolio de las balas y de las muertes inducidas por arma o veneno.

Por cosas de pudor de los legisladores, a última hora decidieron que estaba prohibido ahogar, asfixiar, decapitar personas o lanzarlas desde un balcón. Motivos: se trata ganar mercado a partir de dar un servicio pulcro, ejecutivo. Tanto así que las escenas de muerte deberán ser aseadas por la cuadrilla correspondiente de la empresa ejecutora, previa entrega de las órdenes de muerte y la presentación de los permisos respectivos a los agentes policiales y al delegado de la pacifista fundación del señor Corrales. Estas disposiciones pueden verse en las justificaciones iniciales de la ley, tal y cómo fue publicada en el diario oficial, apenas cinco años atrás.

La gente, porque la gente es hijadeputa, piensa que esto es un gran avance civilizatorio. Ante la prensa internacional aparecemos como un país tan pacífico que la tasa de homicidios no alcanza ni un punto porcentual. Claro que incide en eso la definición jurídica local de homicidio y crimen, que no considera tales los cometidos por contrato y con intercesión de operarios profesionales.


jueves, 29 de junio de 2023

Fragmento de cuarta novela del ciclo Malanga (aún carece de título).

ALIADOS QUE MIRAN EL PRESENTE DESDE LA ZONA DE CONFORT

 

—Esta tarde, el señor Leonardo Retepiso, vicepresidente de la República y empresario líder del sector inmobiliario nos acompaña en la edición meridiana de La Patraña.

La mujer que habla ante cámaras tiene algo menos de cuarenta años, figura bien cuidada, cabello corto y usa un blazer azul. Ah, pero unos zapatotes de aguja como de quince centímetros porque es ligeramente chaparrita.

El set es de tonos grises que migran a celeste con franjas oscuras que no alcanzan a ser negras. A mano derecha y arriba se ve el logo del programa que es una lengua anudada en sí misma que gotea un veneno verdoso.

La cámara abre la toma y muestra que, al otro lado izquierdo de la presentadora y unidos por un escritorio blanco hueso que los distancia,  unos seis metros, se encuentra el susodicho.

—Buenas tardes, doña Olga. Un placer estar aquí— dice el hombre mientras se talla el nudo de la corbata.

—Entiendo que nos tiene buenas noticias, don Leo. Cosas de economía, ¿cierto?

—Dice bien, estimada. Queremos anunciar que el desempleo ya va por cinco por ciento y que, en los próximos ocho meses, estimamos que llegará acero.

—Eso es un portento. No hay antecedentes históricos de algo así.

—Pues estamos orgullosos de ello. Fíjese que, además, al haber menos población ahora, el PIB per cápita ha subido un seiscientos por ciento.

—Y eso, ¿cómo lo explica?— Olga Patogreis hace que revisa su laptop como si comprobase datos.

—La austeridad nos ha permitido una mejor distribución de la riqueza. Ahora, también tenemos que atacar problemas como el abandono de las ciudades. Queremos atraer pensionados rentistas que se establezcan en el país para dinamizar el comercio. Es que también necesitamos de consumo interno.

—¿Seguro que nada tiene que ver la Ley de Sicariato Profesional con las cifras que nos trae hoy?  Porque control de la natalidad tampoco es que se haga mucho. Entiendo que las distintas congregaciones religiosas se resisten a la planificación.

—No, jamás. Lo que ocurre es que nuestra población ha madurado. Posiblemente a causa del incremento de la seguridad en lo cotidiano. Recuerde usted las épocas espantosas de las balaceras en calle. Nosotros logramos superar esto burocratizando la muerte, de modo que aquel que le toca no provoque colaterales. Por ahí, esa ley debe corregirse pues a los ricachones exportadores les concede derecho a defenderse, por lo que todavía hay focos de violencia imprevista. Estamos conversando sobre ello con todas las fracciones de oposición.

—Oíamos ayer a varios líderes sindicales quejarse de que borrar a un sujeto es algo caro y además muy lento. Ustedes deberían preocuparse por la agilización de trámites, no vaya a ser que uno paga al sicario y la víctima huya del país mientras se verifica que todo esté en orden.

—Por eso mismo es que se han dado directrices de modo que, si al que matan es un no contribuyente, baste el recibo y el sello del supervisor jefe de la empresa sicaria. Ya en caso de ser un sujeto que paga impuestos, antes revisamos cuánto dejará de recibir Hacienda para que se indemnice al fisco por la baja.

—Don Leo, también he escuchado que ahora que los barrios se vacían, hay manadas de coyotes en todas partes. Ahora que venía hacia el canal me topé con una jauría de veintitrés elementos y eso es malo.

—Perdone, ¿qué ha querido decir con eso? Recuerde que nos debemos al turismo y que conforme los barrios se destruyan y se vuelvan miniselvas, el atractivo ante el turista se dispara. Nuestro gobierno tiene conciencia ambiental y es por eso que procuramos un estado primitivo de los barrios.

—Eso lo entiendo, pero ¿usted no ha escuchado que es de mala suerte que los animales anden en cantidades primas? Habría que sacrificar por lo menos un elemento para darle tranquilidad a la gente. Aparte de que toda la gente prefiere esos bichos a niños y seres bajitos. Habrá que pensar en una política social para enanos.

—De nuevo, le interrumpo, doña Olga. Tiene allí una contradicción enorme. Recuerde que somos darwinistas y la selección natural hará lo suyo. De hecho, parte de lo que debemos agradecer a la Ley de Sicariato, que pronto cumplirá siete años, es la depuración social. Aunque nos hayamos cargado la democracia, cosa que a los grandes capitales les viene de maravilla.

—Ah, veo que se está acabando el tiempo, señor vicepresidente. Mejor vamos al punto. Usted nos quiere invitar a celebrar  el presente, entiendo.

—Así es. Este domingo celebraremos la megapiñata nacional del presente. Guaro y comida chatarra para todos los que lleguen vestidos con los colores patrios de Malanga. Será en el parque central de Artificio desde las nueve de la mañana. Habrá juegos tradicionales y rifaremos cinco indultos, perdones ejecutivos, de tal modo que aquellos que los obtengan sean perdonados por su sicario de forma instantánea.  Durante seis meses, nadie podrá mandarlos a borrar, vea qué ganga. No falten porque esta fiesta sustituye aquella anacronía de las pensiones que ya vimos, se perdieron invertidas jugando con capitales de grandes ligas en bolsas imperiales. Aclaro que eso no fue culpa nuestra, fue una disposición que nos llegó de parte de los organismos internacionales.

—Perfecto, don Leo. Vamos a una pausa y volvemos con los deportes. Ayer, la selección nacional de patinaje empezó su ciclo de rifas de ollas de presión para recaudar fondos para acudir a los juegos regionales del año entrante. No se pierda detalle.

Apagan cámaras y reflectores y Olga se acerca a Leonardo y le estrecha la mano. Éste le devuelve un audífono inalámbrico que colgaba de su oído izquierdo para que su asesor le dijese qué responder siempre. En el mismo acto, un sobre gordito de manila resbala hacia el brazo de la presentadora.

—Hasta pronto, querida. Trabajamos bien juntos.




viernes, 23 de junio de 2023

Fragmento de cuarta novela del ciclo Malanga.

UN ESCRITOR QUE FINGE SER UN DURO O UN IDIOTA

 

—No sé si te das cuenta, pero vas mal. Esta novela es una mentira. Imagina que todo lo que recogés, lo hagás sin verificar. Tendrás solamente una zambumbia, un revoltijo de voces, pero la verdad no está allí.

—¿Ah, entonces la novela debe basarse en hechos reales? Entonces, cagamos pues yo no pienso dejar que me lluevan demandas.

—¿Cómo es posible, por ejemplo, que no le corrijás la plana a los personajes y los encarés contra sus secretos? Ésa es la técnica habitual que lleva a la catarsis.

—Vos querés que no escriba un libro, sino una hoguera. Me extraña porque sabés muy bien que la literatura trabaja con verdades residuales. Aquello que no se dice, pero está flotando en la trama y que el buen lector descubre sin que nadie le aporte juicio.

—Es que yo vi que, a ese Clemente, le has perdonado unas tantas. No sólo lo has dejado variar partes del texto —desconozco cuáles— sino que, descaradamente, has omitido el origen del dinero que financió la funeraria.  Yo lo conozco, cabrón, fuimos compañeros de escuela y siempre fue uno de esos seres sin alma. Vos ya sabés que la agencia es la que está detrás de la funeraria.

Es que no lo considero importante. Un testaferro más nada aporta a mi historia.

—Además, la cronología no coincide. ¿No debieses trabajar los tiempos con calendario?(fecha, día, año y lugar, aunque sea ficción).

—Creo más en el tiempo psicológico que en un fichero. Los acontecimientos me resultan más importantes desde la subjetividad de los personajes que hacerles una maldita ficha biográfica a cada uno.  Además, me da pereza. Escribo literatura para liberarme de normas, no para que me diga la academia qué es lo correcto.

—Estoy seguro que no controlás la trama.  Empezaste con un propósito y, de repente, te saliste del camino.

—Estaba muy fea la ruta por allí. Hay que ser imbécil para regodearse en el barro o en el crimen.  Digamos que me gusta el género policial, pero no la sangre. Por eso es que en la novela se habla de una brigada de limpieza. Eso evita al autor ver la violencia que escribe.

—Sos un saco de pretextos. ¿No has visto trabajar a los grandes?  Usan fichas, método, cronología de manera que las cosas no se enreden.

—¡Qué aburrido! Seguro que de carajillos andaban bicicletas de cuatro llantas. Eso es falta de confianza.

—No has cambiado tu hostilidad. Tenés complejo de bordado en oro.

—No diría eso. Es que me las pela esforzarme para el aplauso ajeno. Conozco mi oficio y tengo veneno en lugar de sangre. Parte del secreto de la escritura es sacudir al otro, provocarle incomodidad.

—Volvamos a lo de antes. ¿No vas a decir que las empresas de sicariato compraron ciertas funerarias para hacer el negocio redondo? ¿No escribirás que ese chavalo, el Chino, es un agente secreto de la Agencia? Palo de escritorcillo cobarde sos.

—Tengo mejores nudos por resolver y no voy ni por la mitad. Me dejás en paz o te meto un tiro y te desaparezco de una. Vos elegís.

Sólo tuve tiempo de agacharme por instinto. Una bala de cañón rompió el mueble del fondo en grandes astillas y los espejos se hicieron como arenilla.

Alguien me mandaba una advertencia:  “no sigas por ese camino”. Algo así.

Yo pretendo hacerme el desubicado, el que no capta.

Tomé un trapito para despejar el mostrador del bar, casi blanco de tanto vidrio molido.  Luego saqué una cerveza de la nevera y un trozo de queso y seguí conversando conmigo mismo.

Lo hago todos los días de diez a doce. Es la única disciplina que tengo.

 

 

 

 

 

 

 


DE LA INTERIORIDAD

 

El que ama la belleza

Puede ver formas con los ojos cerrados

Las luces en la nada toman cuerpo

Y el diálogo con seres imposibles

Se vuelve un ejercicio de texturas

Un manco no depende de sus manos ausentes

Ni siquiera está limitado el sujeto por sus huesos

El origen de las cosas es la idea de las mismas

Yo imaginé un monstruo de madera

Con el miedo de no controlarlo lo hice trizas

Porque me contaron historias enfermizas

Pero yo he podido imaginar cosas mejores

Por ejemplo un árbol que retoña

O un planeta de aire puro y todo lluvia

Donde nunca faltase el alimento

El problema es que nos nutren con fantasmas

Los niños mordisquean los prejuicios

Y de grandes les crecen quistes como el odio

O el afán de cazar al semejante

El que ama la belleza

Mire hacia adentro

Que allí duerme

jueves, 22 de junio de 2023

Una novela posmoderna, fragmentaria y en clave de humor negro.
Acá está completa.
https://drive.google.com/drive/my-drive





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Bienvenido, lector. Acá encontrará textos de breve lectura que puede disfrutar o ver a disgusto, pues lo clásico y lo moderno cruzan estas páginas. Poesía y fragmentos de novela, hay un poquito de todo. Este blog corresponde al ocio creativo de alguien que cree saber algo y, no necesariamente . es cierto. Gracias por pasar por aquí. Saludos. Adán Vivas (Costa Rica, 1968)


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