UN QUINTAL DE DUDAS
Miro lo de Jafet Soto ambiguamente. Por una parte, me mueve
esa común idea de aplaudir a quien dice las cosas de frente. Por otra, me
pregunto qué llevó a Mary Munive a meterse con Jafet y me cuestiono si esto no
es la acostumbrada ingeniería social donde el socio se disfraza de enemigo para
garantizar la continuidad de un poder que simula alternancia.
No puedo olvidar la cercanía de Jafet con Patey, empresario
bastante cuestionado en el flujo del dinero irregular y me digo que hay un paralelismo
con Chaves y sus financistas.
Y subrayo que Patey y su televisora le hacen ojitos al viejo
malcriado.
Reviso —y me quedo al bate— los posibles liderazgos que
tienen las agrupaciones políticas del presidente y me digo que son tierra arrasada: no hay presidenciables, merced a esa
enfermedad mortal que es el personalismo. Esto acaso obligue a buscarlo en otra
parte, sin perder por ello la importancia de ciertas afinidades en cuanto a
intereses, cosa que tal vez no podamos comprobar
Ahora, lo que habilita a Jafet es la verbosidad de la
ministra contra él. Así es cómo se elige al enemigo, la causa que se potencia. ¿Tenemos
pues un nuevo abanderado que parece representar intereses populares o nos toman
el pelo nuevamente?
NI idea, pero un estratega político empezaría a hacer mediciones
para ver si es empoderable. Al rato y nos sale otro más de los que gobiernan
con las patas, pero tiene la ventaja de ser famoso, de ser una estrella del
deporte, tener un aura de fanático de su equipo —lo cual se puede ponderar como
un micropatriotismo— y una larga espuela escuela en el mundo de los
negocios.
En fin, que es un tipo potable para estos intereses. Muy
temprano aún para saber si esto es casualidad o mano negra, pero cabe el chance
de que incluso una provocación intencional, es decir, una bomba de humo de las
que usa el Ejecutivo para diluir los debates de lo cotidiano se les salga de
las manos.
Yo solamente quiero dejar en el aire todas las dudas. Y dar
el tiempo para ver qué es lo que precipita porque por babosos nos vamos de
cabeza ante aquella persona que abre la boca desde una posición visible y
levantamos un mito respecto a unas palabras sueltas.
Lo mismo que decir que un frasco de maní de esos alargados
que venden en el súper es un obelisco.
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