miércoles, 7 de mayo de 2025

EL CLUB DE LAS BURBUJAS Y EL FOLCLOR ELECTORAL COSMOPOLITA— NARRATIVA/NOVELA EN PROCESO

EL CLUB DE LAS BURBUJAS Y EL FOLCLOR ELECTORAL COSMOPOLITA

 

Un enorme  valle blindado por bosques amurallados se incorporó a la institución que se hace pasar por universidad, pero que alberga algunos campos de entrenamiento militar y al cuestionado Club de las Burbujas.

Nadie entraba allí así nomás.  Por mucho tiempo, creí en la fachada académica de esa región maliciosamente inaccesible.

Pero durante muchos años en la prensa se publicaron campos pagados de un movimiento de ultraderecha que consideraba una amenaza al país vecino del norte:  Tierrardiente, lo cual es una estupidez del tamaño de una montaña pues tras la frontera vivían en esa época, allá por los ochenta, en plena guerra civil.
Primero fue la revolución que volteaba a la dictadura con guerra de guerrillas, pero luego fue la contrarrevolución dirigida por disidentes de la misma junta de gobierno que apenas un par de años atrás había volteado una tiranía de casi  cincuenta pirulos.

Lo que me dejó asombrado fue la primera vez que anunciaron campamentos de entrenamiento. Yo estaba aún muchacho, pero me quedó claro que en Malanga había grupos paramilitares tan obtusos como los de Colombia, capaces de cualquier cosa. La publicidad, sin embargo, no citaba la localización geográfica de las prácticas.

Me acostumbré a ver ese discurso panfletario en la página 3 cada martes. Había dinero de por medio, sin duda, la publicidad del diario que hacía circular tales barbaridades siempre fue la más onerosa del país.

Recordé eso años después cuando aparecieron siete mujeres asesinadas en una montaña cercana y los vientos mediáticos procuraron desviar la sospecha hacia un asesino serial que andaba de moda por los bosques del este.  Sobre todo, me llamó siempre la atención verificar que nunca las autoridades persiguieron —ni investigaron— la retórica fascista del Movimiento Malanga Patriotera, lo que sugería que estos nazis manejan contactos en instituciones y en alguna que otra oenegé que se cobija bajo supuestos ejercicios de caridad para funcionar como tanques ideológicos.

Quizá por eso se prohibió la navegación aérea por la zona y el Parque Nacional del contorno se puso bajo la administración de una fundación ligada al medio ambiente, pero cuya matriz está radicada en la república de Waspasia, hace décadas. Tuvo mucho cuidado la clase política de darle privilegios como la extraterritorialidad para terminar de blindar aquella zona escondida que ahora pretextaría ser un centro de investigación especializado en energías, lo cual escondería bien la alcahuetería de una clase política que se caga de miedo al pensar que ande por ahí un agente secreto de los grandes capitales que le llene de plomo el paladar.

¿Exagero…? No sé, lo que no puede dudarse es que esa zona no es accesible para el común de los mortales. La gente que trabaja allí o visita la zona, nunca cuenta su oficio. Así como la muchachita ésta que se inventó un futuro de aeromoza, hay gente que dice trabajar en aduanas o subirse a buques de los que tocan puerto apenas cada tres meses y cruzan de Europa a África y luego a Suramérica.

La cosa es que del puñado de sujetos de los que he podido verificar que han estado allí ganaban bien, no tenían nexos familiares conocidos y generalmente su condición física era óptima.

Los otros, los gordos que conocí, marionetas del poder que ejercerían la presidencia de alguna republiqueta bananera, de las que sueñan con el primer mundo cada cambio de gobierno, eran casi siempre soberbios y populistas. Les encantaba tomar una guitarra para hacerla mierda tocando acordes sin menor armonía para impresionar a las putas que suelen pasearse en los hoteles como si fuesen elegantes viajeras sin pasado.

Ah, pero fue allí, entrando como funcionario público, siendo un par de veces ministro de Joel y más tarde canciller del partido opositor que sacó del poder al enfermo ése, vía fraude, que pude romper los muros que me separaban de los grandes hijueputas. Las drogas, las sobredosis, la complicidad y la buena comida derritieron el hielo en cosa de tres semanas y fue así con eso y (con las encamadas con Roxa) que fui entendiendo que lupanar y poder son lugares de frecuente coincidencia de intereses.

Joel era uno de esos gordos hijos de puta que soltaban la lengua, merced a los excesos.  Sin embargo, su caída no fue por su locuacidad y mucho menos por alguna timidez en sus decisiones que le hiciese derivar a algún rasgo de honradez: fue simple matemática de votos.  Suele pasar en estas latitudes que el 80 % de los políticos hacen fraude, pero si les falla es nada más porque no dimensionaron bien la cantidad de votos a comprar o sembrar en las urnas.

Es que muy tercermundista —y muy universal también— es que en una urna donde votan cincuenta electores, el conteo arroje doscientos votos para uno; cincuenta para el opositor y dieciséis más para el tercero (aparte de eso, seis votos nulos)

¿Y el Consejo Electoral?  Muy bien, juntando moneditas para comprar miles de ábacos con bolitas plásticas azules para que los fiscales de mesa no tengan la excusa de haber nacido con dedos adicionales.


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