EL CLUB DE LAS BURBUJAS Y EL FOLCLOR ELECTORAL COSMOPOLITA
Un enorme valle
blindado por bosques amurallados se incorporó a la institución que se hace
pasar por universidad, pero que alberga algunos campos de entrenamiento militar
y al cuestionado Club de las Burbujas.
Nadie entraba
allí así nomás. Por mucho tiempo, creí
en la fachada académica de esa región maliciosamente inaccesible.
Pero durante
muchos años en la prensa se publicaron campos pagados de un movimiento de ultraderecha
que consideraba una amenaza al país vecino del norte: Tierrardiente, lo cual es una estupidez del
tamaño de una montaña pues tras la frontera vivían en esa época, allá por los
ochenta, en plena guerra civil.
Primero fue la revolución que volteaba a la dictadura con guerra de guerrillas,
pero luego fue la contrarrevolución dirigida por disidentes de la misma junta
de gobierno que apenas un par de años atrás había volteado una tiranía de
casi cincuenta pirulos.
Lo que me
dejó asombrado fue la primera vez que anunciaron campamentos de entrenamiento.
Yo estaba aún muchacho, pero me quedó claro que en Malanga había grupos
paramilitares tan obtusos como los de Colombia, capaces de cualquier cosa. La
publicidad, sin embargo, no citaba la localización geográfica de las prácticas.
Me acostumbré
a ver ese discurso panfletario en la página 3 cada martes. Había dinero de por
medio, sin duda, la publicidad del diario que hacía circular tales barbaridades
siempre fue la más onerosa del país.
Recordé eso años
después cuando aparecieron siete mujeres asesinadas en una montaña cercana y los
vientos mediáticos procuraron desviar la sospecha hacia un asesino serial que
andaba de moda por los bosques del este.
Sobre todo, me llamó siempre la atención verificar que nunca las
autoridades persiguieron —ni investigaron— la retórica fascista del Movimiento
Malanga Patriotera, lo que sugería que estos nazis manejan contactos en
instituciones y en alguna que otra oenegé que se cobija bajo supuestos
ejercicios de caridad para funcionar como tanques ideológicos.
Quizá por eso se
prohibió la navegación aérea por la zona y el Parque Nacional del contorno se
puso bajo la administración de una fundación ligada al medio ambiente, pero cuya
matriz está radicada en la república de Waspasia, hace décadas. Tuvo mucho
cuidado la clase política de darle privilegios como la extraterritorialidad
para terminar de blindar aquella zona escondida que ahora pretextaría ser un centro
de investigación especializado en energías, lo cual escondería bien la alcahuetería
de una clase política que se caga de miedo al pensar que ande por ahí un agente
secreto de los grandes capitales que le llene de plomo el paladar.
¿Exagero…? No sé, lo
que no puede dudarse es que esa zona no es accesible para el común de los
mortales. La gente que trabaja allí o visita la zona, nunca cuenta su oficio.
Así como la muchachita ésta que se inventó un futuro de aeromoza, hay gente que
dice trabajar en aduanas o subirse a buques de los que tocan puerto apenas cada
tres meses y cruzan de Europa a África y luego a Suramérica.
La cosa es que del
puñado de sujetos de los que he podido verificar que han estado allí ganaban
bien, no tenían nexos familiares conocidos y generalmente su condición física
era óptima.
Los otros, los gordos
que conocí, marionetas del poder que ejercerían la presidencia de alguna
republiqueta bananera, de las que sueñan con el primer mundo cada cambio de
gobierno, eran casi siempre soberbios y populistas. Les encantaba tomar una
guitarra para hacerla mierda tocando acordes sin menor armonía para impresionar
a las putas que suelen pasearse en los hoteles como si fuesen elegantes
viajeras sin pasado.
Ah, pero fue allí, entrando
como funcionario público, siendo un par de veces ministro de Joel y más tarde canciller
del partido opositor que sacó del poder al enfermo ése, vía fraude, que pude
romper los muros que me separaban de los grandes hijueputas. Las drogas, las sobredosis,
la complicidad y la buena comida derritieron el hielo en cosa de tres semanas y
fue así con eso y (con las encamadas con Roxa) que fui entendiendo que lupanar
y poder son lugares de frecuente coincidencia de intereses.
Joel era uno de esos
gordos hijos de puta que soltaban la lengua, merced a los excesos. Sin embargo, su caída no fue por su locuacidad
y mucho menos por alguna timidez en sus decisiones que le hiciese derivar a algún
rasgo de honradez: fue simple matemática de votos. Suele pasar en estas latitudes que el 80 % de
los políticos hacen fraude, pero si les falla es nada más porque no
dimensionaron bien la cantidad de votos a comprar o sembrar en las urnas.
Es que muy
tercermundista —y muy universal también— es que en una urna donde votan
cincuenta electores, el conteo arroje doscientos votos para uno; cincuenta para
el opositor y dieciséis más para el tercero (aparte de eso, seis votos nulos)
¿Y el Consejo
Electoral? Muy bien, juntando moneditas
para comprar miles de ábacos con bolitas plásticas azules para que los fiscales
de mesa no tengan la excusa de haber nacido con dedos adicionales.
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