COSAS RARAS DE UN
OFICIO
—Oiga, yo no puedo contarle mucho de mi trabajo: recuerde que soy el Señor Presidente, me dice
Chalado Arrieta acostado en el diván.
La habitación está en penumbras y yo le escucho escondida en la zona más
inexplorada mientras me mezo en la mecedora y pienso que la noche caerá
temprano pues está demasiado oscuro para ser pasaditas las cuatro de la tarde.
Bien podría servir como la versiٕón inclusiva de Ironside: una mujer inquisidora, de edad madura que, en
lugar de silla de ruedas, usa una mecera de caoba, altamente ruidosa cuando se
mece.
—He venido por recomendación de la Embajada. Me dijeron que todos vienen acá con
regularidad.
—Así es, excelencia. Pero no
perdamos tiempo. Hable usted lo que pueda. Tenemos que encontrar las claves de
su ego. Yo me limito a escuchar y tomar apuntes. (Mentira, mientras el viejo
habla yo trato de dibujar el retrato de un caballo con anteojos, pero no me
sale satisfactorio).
—Tengo muchos problemas de
violencia, doc. Fíjese que alguna vez le pego a mi mujer, pero es culpa de
ella. A los nenes, nunca. Lo que hago es que les prohíbo estar en el mismo
lugar que yo para que no me rompar las bolas…
Es que papá era así, ¿sabe? Ni una palabra afectiva, ni un cupón dorado en
su puta vida. Eso me hizo lo que soy, digo yo. Entonces, pienso que quiero
emularlo y me hago valer como macho.
Claro, para sostener mi imagen pública le agrego a eso el
ultracatolicismo, la mojigatería.
Yo espero que esta terapia la pague la Embajada porque soy muy cuidadoso
con mis gastos. No acostumbre dar propina en hotelería ni en restaurantes, no
ayudo a la caridad, pero soy puntualito en la misa y tengo dos perros de
peluche en mi oficina. Es decir, amo a los animales, pero de lejitos porque me
pueden pegar sus plagas.
—Sr. Arrieta, hable de usted, de su vida, pero no trate de explicarla,
¿quiere?
Es entonces cuando un sujeto pasa frente al ventanal en caída libre. Parece que es el presidente Lucas Nerón Chiverre
que no ha soportado más tanta frugalidad en que se vive en los salones
superiores del poder, ha subido a la azotea y ha tomado la decisión
de suicidarse.
Yo me cago de risa oyendo todo porq ue
el imbécil no es consciente de dónde está.
Se ha metido en la sala de descanso de una clínica que trata a los
enfermos de poder, pero no para curarlos, sino para sacar ventaja de su
perversión.
Chalado ni se ha dado cuenta de la suerte de su amigo porque, aunque se
dice presidente, por ahora está en banca: acaba de ser electo y entra en mayo.
Por ahora, no está “in” lo suficiente.
Lo que pasa es que los consultorios están en el cuarto piso y sirven para
despistar el funcionamiento d el burdel sin trabas que se ha instalado en el
mezaninne del sexto piso, que usan las sombras para documentar las malas
conductas de estos próceres y garantizar que nunca pretendan salirse del redil.
Yo, cómo estoy en tiempo libre,
tomo apuntes y hago simples inducciones por hobby. Lo que cambió las cosas fue
que mi supervisor se dio cuenta e intentó despedirme de una. Tuve la suerte que también recibe órdenes directas
de la oscuridad y le dijeron que me podrían sacar provecho. Me llamaron
a entrenamiento una tarde, me hicieron cuatro entrevistas y diversos
test de agilidad mental y me citaron para la semana primera de febrero. Me reclutaron,
pues y ahora tengo dos sueldos, el de conserje, y la de soplona que cruza dictámenes
sobre candidatos a gobernante antes de incorporarlos al Club de las Burbujas
—nombre dado al casi inaccesible lupanar de arriba— donde no se admiten
soplones, no vayan a contar en las revistas que las esferas del poder son un
verdadero puterío donde se ejecutan todas las perversiones y se solapan todas
las culpas, gracias a la evidencia de que allá —más cerca de las nubes— nadie
es inocente.
Desde entonces, todos los que van hacia arriba derivan accidentalmente
acá. Una emboscada necesaria, un cribaje para que no lleguen débiles ni moralistas.
Ah, por cierto, L. N. Chiverre no logró suicidarse. Cayó sobre un montón de mierda depositado en
el traspatio del edificio de marras, éste que conocemos como Torre de la Luz
Liberta Capital.
Lo de que se iba a tirar por problemas morales, es un chiste. Lo aclaro para el lector que está mirando el
fútbol y pierde el hilo conductor.
Porque si una cosa se le puede reclamar al grupo de ingenieros que levantó
estas estructuras es su absoluta mezquindad: ha construido un lugar ostentoso,
alejado del mundo y rodeado de naturaleza, pero para ahorrar unos pesos,
decidió declinar la batería sanitaria.
Así que los mandatarios van al cerco sin comentar ni pío.
Un horror.