LOS COLEGAS SE ENTIENDEN FÁCILMENTE
—Estoy
pasando un mal tanto, demasiada presión y tengo miedo. No sé qué pretende ese señor,
pero no voy a contestarle.
Cuatro
mensajes de texto y otros tantos audios me parecen acoso. Ni siquiera he
querido escucharlos, pues hoy el mundo está saturado de locos peligrosos.
Hace dos
sábados fue que intentó localizarme. Tuve que decirle a mi hermana que
contestase ella y le dijese que yo estaba dispuesta a proceder judicialmente si
persistía el acoso.
La
respuesta no tardó en llegar. “Ud es la amiga de fulano”. Y ese fulano
es un ministro de Estado al que yo en mi vida he llegado a ver frente a frente.
Es el ocupó el lugar del viejo calvo viejillo que se compró una villa con la
plata del fondo de becas para estudiantes de bajos recursos. Semanas después, el departamento contable sufrió
un siniestro y las llamas no dejaron ni los cimientos. Supuestamente una
explosión a causa de cuatro bidones de combustible que estaban almacenados en
el parqueo.
De esto se
valió para acusar a la tesorería institucional de desfalcar la institución y
quedar libre sin necesitar fingir una enfermedad terminal, cosa que sí hizo décadas
atrás otro infame ministro de gobierno condenado a prisión por peculado.
El asunto, colega,
es que he quedado nerviosa, paranoica. La sensación de pánico a las puertas, la
inmediatez de un acto de violencia, de un secuestro, de que allanen mi aparta.
Tengo la
certeza de que trabaja para alguien que quizá hasta ha pagado para seguirme.
He pensado
hasta en comprarme una 38, pero nada hace una con eso si no sabe disparar o va
a tener duda. Además, considere que mis recursos no son tan amplios: desde que fui
suspendida de la práctica profesional he debido reinventarme. Ahora soy
terapeuta holística pues hasta allí no me alcanza el colegio profesional.
—No entiendo.
¿Le ha hecho daño a alguien? ¿Se ha metido en problemas?
—Líos financieros,
sí. Si tuviese el dinero no vendría a la seguridad social a perder la mañana y
sintiendo que me sigue un láser o espían mi celu.
—Y, ¿qué
pretende usted de mí? — pregunta el galeno al que ponemos en un rincón del
consultorio no le alcance la penumbra.
—Psicotrópicos,
amigo, en cantidad. Vea que tengo un par de cicatrices que me generan malestar
todo el tiempo. Consumo morfina como agua.
La silueta
del fondo levanta la mano con la palma de frente, como si fuese un oficial de
tránsito.
—Espere. Yo no
puedo caer en problemas. Sé por qué la suspendieron a usted.
—¿Está seguro,
caballero? — y la mujer hace el mohín típico de la Monroe que derritía icebergs
de forma tan rotunda que pudo haber salvado al Titanic, pero ella no estaba en
el mundo en aquel nefasto 1912.
El gesto hace
efecto a medias en el médico. Tiene seguramente otras preferencias, pero ese
parecido con la inmortal rubia platino siempre le ha doblegado las emociones.
Súmele a eso
un fajo de dólares que la chica agita entre sus manos como el abanico seductor
de una geisha.
Y que sigue ya me enganché
ResponderBorrarGracias, falta bastante...
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