¿Y DÓNDE HA QUEDADO LA LEY DEL TALIÓN?
Días atrás he soñado, curiosamente, que un picozapato,
ave peligrosa, perforaba reiteradamente la cabeza del señor presidente, el cual
ni siquiera emitía queja, sino que permanecía en su acostumbrada perorata de
descalificaciones y mentiras. Lo que me ha llamado la atención, luego de que el
ave picoteó seis la mollera del eximio líder, fue ver que no salían sesos ni
sangre expulsados del cráneo. Al contrario, poco a poco, empezó a emerger una
gusanera pingüe, como ver una coliflor densa, pero viva.
Claro que esto me resulta normal, dada la opinión que
tengo del personaje. Lo peculiar es no haberlo soñado antes, cuando muchos de
mis conocidos tienen exactamente esa percepción sobre él. Ahora, que a uno le
rompan el coco insistentemente y ni siquiera manifestar molestia indica que en
el sueño uno no retrata al sujeto tal y cómo lo conoce, pues el señor mandatario
es cualquier cosa, menos tolerante y sereno. En ese espacio onírico, pude sentir cierta
inconformidad que me llevó a dudar de lo real de la experiencia. Recuerdo haber
tomado un tridente que apareció en mi mano —como prestado por el diablo, diría
mi abuelo— y usarlo para pinchar la nariz del sujeto. “Si es de hule, no reaccionará”, me
dije. Sin embargo, a pocos centímetros
de lograrlo, el fulano alcanzó a detectarme y me metieron preso.
Recuerdo también que, en el juicio, cuyo tribunal
estaba integrado por varios animalillos amigos del Excelentísimo, alegué creer
que era un simple payaso de hule, un ser inanimado. (Ésa es una convicción que
manejo porque su figura grotesca me recuerda a una marioneta mal hecha a la que
se le veían los hilos y pasaba por televisión años atrás como un supuesto
candidato presidencial: ocurre que murió su ventrílocuo y al muñequillo se lo
tragó el olvido y ya nadie lo menciona).
No obstante, la señora gordita que ejercía de fiscal
salió en su defensa:
—Mi querido cliente es muy humano— dijo mirando con
soberbia hacia el estrado donde me había hecho sentar el tribunal— mientras que
el acusado es un tipo que se dedica a nada. Vea que al líder le dispara todo el
mundo sencillamente porque es un ser irrepetible, dotado de sabiduría, gracia y
sentido de Estado.
“Estado de embriaguez”, pensé de inmediato, pero no
alcancé a decirlo. Ya había escuchado despierto esa cháchara perversa que
convierte al tipejo en un pan de dios y descalifica a todo aquel que cuestiona
sus abusos. La gordis, que también es diputada del partido oficialista, hace la
de abogada del diablo y sabiendo que no puede ganar nada, lo enreda todo.
Esta vez se dejó decir algo alucinante:
—La cabeza del señor presidente está sana, inmaculada.
Lo que ese tipo de acá dijo ver no eran gusanos, sino semillas de ideas que
brotan de su cabeza como si fuese una fuente de chocolate líquido.
Yo pensé de inmediato en otra cosa que no era
chocolate y hasta experimenté la sensación de que el ofendido, que estaba a un
par de metros detrás mío, se había cagado.
Entonces, levanté la mano hacia el juez para que me permitiera
intervenir:
—Señoría, el presidente se ha cagado. Por favor, haga
que desaloje la sala.
Dipu gordis se enojó tanto que alcanzó un color atomatado de
inmediato.
—Tome cuenta el tribunal de la sandez del acusado.
Todo el tiempo busca denigrar las acciones de mi defendido que no está haciendo
más que jugar con bolitas de caca mientras se termina el juicio.
Así era. Abstraído
en su suprema estupidez, fulanito hacía bolitas perfectas de excremento y las
lanzaba al aire de modo que pegaban azarosamente en algún civil o hasta en los
oficiales de custodia que me cuidaban. Claro, no decían nada porque casi todo
el mundo le tiene al poder demasiado y suele validar en carne propia cualquier
abuso de aquel al que consideren peligroso.
Fui atando cabos. Si la cosa era así, la cosa estaba
jodida para mí. Posiblemente los tres
jueces no me darían chance a mi alegato de que fulanito era un puta muñeco de
hule. Mi estrategia simplista era pedir que me alcanzasen el tridente y pinchar
al hombre para demostrar que era un insensible ser polímero que nos ha estado
enmierdando la vida con retóricas de falsa honestidad y de odios mutuos.
Entonces, recordé a Roa Bastos narrar cómo algunos
prisioneros de Stroessner para evitar la tortura, se suicidaban tragándose la
lengua. Lo intenté reiteradamente, pero me daba tos y, en consecuencia,
solamente lograba escupir flemas y algo de sangre.
Hasta que perdí el sentido. O mejor dicho, desperté.
Llamé a mi editor para decirle que quería incluir este
incidente en mi próxima novela. No puedo imaginar qué estaba haciendo, pero
cómo no me escucha nunca, pareció consentir.
Cuatro días después, estaba yo en el despacho de Comas
Negras, con mis cuartillas y una bolsa de palomitas con caramelo. Las malditas
estaban rancias, pero nada puede hacer cuando las ha robado a un quiosquero, no
por mala fe, sino porque no contaba en mi bolsillo efectivo para pagar la bolsita.
—De arriba me dicen que te dé una patada en el culo—
me dice la gerente—. Vos seguís en tu rollo de no respetar nada y a los
poderosos no se les toca. Ellos te pueden patear el culo, robar la plata,
meterte los impuestos que les venga en gana, pero vos no podés decir ni pío.
Pensé por cinco segundos que había recalado en las
oficinas de Editorial Malanga, la estatal, que tan triste y burocrática se dedica
a difundir y sacralizar al pensamiento conservador ultramontano de estas tierras.
—No jodás. Esta editorial no la conoce nadie. ¿Qué
problemas vas a tener por publicar estos esperpentos si a nadie le importan?
—Andáte a la mierda— me dice Petra cordialmente. Si te hago caso, nos cierran el chinamo y
nadie nos va a dar casa, ni ropa, ni comida.
—Pero es sólo un puta sueño. Es claro que lo onírico no corresponde a los territorios
de la censura. Uno sueña lo que puede y si lo cuenta a nadie ofende.
—El problema es que lo decís se puede confrontar con
la realidad. Ya sabemos quién tiene la mollera llena de gusanos y se dedica a
lanzar mierda y encender el ventilador.
Y a diferencia de vos, que sos un vagabundo que imagina porque sí, esos
otros andan detrás de cortarle la lengua a toda disidencia.
La charla fue larga. Lo único que logré fue una
advertencia severa de que si no me corrijo, nunca más me van a publicar ni la
esquela. Ya sentía mi garganta seca por el estado rancio de las palomitas, así
que dejé el resto del paquete sobre el escritorio de doña Petra:
—Acá te dejo para que te endulces y bajes el tono.
Hablamos en mayo para ver si sigo. Cometa y otros grupos internacionales me
están tentando a publicar con ellos.
—Cómo no, Asimov.
Si a vos te buscan los oligopolios editoriales de Europa, pendejo.
No pude más y, al salir, azoté la puerta. Oí cómo se astillaba
el cristal, pero me dije que no podría ser cierto si las láminas son de vidrio
templado y decidí, como la doña de Lot, no mirar atrás.
Al llegar a casa, me tomé un tilo y puse la tele. Ya
iba a empezar el fútbol y muy adentro ya había decidido yo que el texto lo
publicaba o lo publicaba en la novela que viene porque al final de cuentas,
Isidro, mi editor, nunca leía una página completa de mis libros.
Realismo grotesco. Interesante...hay que revisarlo para redondearlo.
ResponderBorrarGracias.
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