miércoles, 9 de abril de 2025

¿Y DÓNDE HA QUEDADO LA LEY DEL TALIÓN?

¿Y DÓNDE HA QUEDADO LA LEY DEL TALIÓN?

 

Días atrás he soñado, curiosamente, que un picozapato, ave peligrosa, perforaba reiteradamente la cabeza del señor presidente, el cual ni siquiera emitía queja, sino que permanecía en su acostumbrada perorata de descalificaciones y mentiras. Lo que me ha llamado la atención, luego de que el ave picoteó seis la mollera del eximio líder, fue ver que no salían sesos ni sangre expulsados del cráneo. Al contrario, poco a poco, empezó a emerger una gusanera pingüe, como ver una coliflor densa, pero viva.

Claro que esto me resulta normal, dada la opinión que tengo del personaje. Lo peculiar es no haberlo soñado antes, cuando muchos de mis conocidos tienen exactamente esa percepción sobre él. Ahora, que a uno le rompan el coco insistentemente y ni siquiera manifestar molestia indica que en el sueño uno no retrata al sujeto tal y cómo lo conoce, pues el señor mandatario es cualquier cosa, menos tolerante y sereno.  En ese espacio onírico, pude sentir cierta inconformidad que me llevó a dudar de lo real de la experiencia. Recuerdo haber tomado un tridente que apareció en mi mano —como prestado por el diablo, diría mi abuelo— y usarlo para pinchar la nariz del sujeto.  “Si es de hule, no reaccionará”, me dije.  Sin embargo, a pocos centímetros de lograrlo, el fulano alcanzó a detectarme y me metieron preso.

Recuerdo también que, en el juicio, cuyo tribunal estaba integrado por varios animalillos amigos del Excelentísimo, alegué creer que era un simple payaso de hule, un ser inanimado. (Ésa es una convicción que manejo porque su figura grotesca me recuerda a una marioneta mal hecha a la que se le veían los hilos y pasaba por televisión años atrás como un supuesto candidato presidencial: ocurre que murió su ventrílocuo y al muñequillo se lo tragó el olvido y ya nadie lo menciona).

No obstante, la señora gordita que ejercía de fiscal salió en su defensa:

—Mi querido cliente es muy humano— dijo mirando con soberbia hacia el estrado donde me había hecho sentar el tribunal— mientras que el acusado es un tipo que se dedica a nada. Vea que al líder le dispara todo el mundo sencillamente porque es un ser irrepetible, dotado de sabiduría, gracia y sentido de Estado.

“Estado de embriaguez”, pensé de inmediato, pero no alcancé a decirlo. Ya había escuchado despierto esa cháchara perversa que convierte al tipejo en un pan de dios y descalifica a todo aquel que cuestiona sus abusos. La gordis, que también es diputada del partido oficialista, hace la de abogada del diablo y sabiendo que no puede ganar nada, lo enreda todo. 

Esta vez se dejó decir algo alucinante:

—La cabeza del señor presidente está sana, inmaculada. Lo que ese tipo de acá dijo ver no eran gusanos, sino semillas de ideas que brotan de su cabeza como si fuese una fuente de chocolate líquido.

Yo pensé de inmediato en otra cosa que no era chocolate y hasta experimenté la sensación de que el ofendido, que estaba a un par de metros detrás mío, se había cagado.

Entonces, levanté la mano hacia el juez para que me permitiera intervenir:

—Señoría, el presidente se ha cagado. Por favor, haga que desaloje la sala.

Dipu gordis se enojó tanto que alcanzó un color atomatado de inmediato.

—Tome cuenta el tribunal de la sandez del acusado. Todo el tiempo busca denigrar las acciones de mi defendido que no está haciendo más que jugar con bolitas de caca mientras se termina el juicio.

Así era.  Abstraído en su suprema estupidez, fulanito hacía bolitas perfectas de excremento y las lanzaba al aire de modo que pegaban azarosamente en algún civil o hasta en los oficiales de custodia que me cuidaban. Claro, no decían nada porque casi todo el mundo le tiene al poder demasiado y suele validar en carne propia cualquier abuso de aquel al que consideren peligroso.

Fui atando cabos. Si la cosa era así, la cosa estaba jodida para mí.  Posiblemente los tres jueces no me darían chance a mi alegato de que fulanito era un puta muñeco de hule. Mi estrategia simplista era pedir que me alcanzasen el tridente y pinchar al hombre para demostrar que era un insensible ser polímero que nos ha estado enmierdando la vida con retóricas de falsa honestidad y de odios mutuos.

Entonces, recordé a Roa Bastos narrar cómo algunos prisioneros de Stroessner para evitar la tortura, se suicidaban tragándose la lengua. Lo intenté reiteradamente, pero me daba tos y, en consecuencia, solamente lograba escupir flemas y algo de sangre.

Hasta que perdí el sentido. O mejor dicho, desperté.

Llamé a mi editor para decirle que quería incluir este incidente en mi próxima novela. No puedo imaginar qué estaba haciendo, pero cómo no me escucha nunca, pareció consentir.

Cuatro días después, estaba yo en el despacho de Comas Negras, con mis cuartillas y una bolsa de palomitas con caramelo. Las malditas estaban rancias, pero nada puede hacer cuando las ha robado a un quiosquero, no por mala fe, sino porque no contaba en mi bolsillo efectivo para pagar la bolsita.

—De arriba me dicen que te dé una patada en el culo— me dice la gerente—. Vos seguís en tu rollo de no respetar nada y a los poderosos no se les toca. Ellos te pueden patear el culo, robar la plata, meterte los impuestos que les venga en gana, pero vos no podés decir ni pío.

Pensé por cinco segundos que había recalado en las oficinas de Editorial Malanga, la estatal, que tan triste y burocrática se dedica a difundir y sacralizar al pensamiento conservador ultramontano de estas tierras.

—No jodás. Esta editorial no la conoce nadie. ¿Qué problemas vas a tener por publicar estos esperpentos si a nadie le importan?

—Andáte a la mierda— me dice Petra cordialmente.  Si te hago caso, nos cierran el chinamo y nadie nos va a dar casa, ni ropa, ni comida.

—Pero es sólo un puta sueño.  Es claro que lo onírico no corresponde a los territorios de la censura. Uno sueña lo que puede y si lo cuenta a nadie ofende.

—El problema es que lo decís se puede confrontar con la realidad. Ya sabemos quién tiene la mollera llena de gusanos y se dedica a lanzar mierda y encender el ventilador.  Y a diferencia de vos, que sos un vagabundo que imagina porque sí, esos otros andan detrás de cortarle la lengua a toda disidencia.

La charla fue larga. Lo único que logré fue una advertencia severa de que si no me corrijo, nunca más me van a publicar ni la esquela. Ya sentía mi garganta seca por el estado rancio de las palomitas, así que dejé el resto del paquete sobre el escritorio de doña Petra:

—Acá te dejo para que te endulces y bajes el tono. Hablamos en mayo para ver si sigo. Cometa y otros grupos internacionales me están tentando a publicar con ellos.

—Cómo no, Asimov.  Si a vos te buscan los oligopolios editoriales de Europa, pendejo.

No pude más y, al salir, azoté la puerta. Oí cómo se astillaba el cristal, pero me dije que no podría ser cierto si las láminas son de vidrio templado y decidí, como la doña de Lot, no mirar atrás.

Al llegar a casa, me tomé un tilo y puse la tele. Ya iba a empezar el fútbol y muy adentro ya había decidido yo que el texto lo publicaba o lo publicaba en la novela que viene porque al final de cuentas, Isidro, mi editor, nunca leía una página completa de mis libros.


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