domingo, 17 de noviembre de 2024

LLEGAR A COMALA POESÍA

LLEGAR A COMALA

                                  A la memoria de Rulfo

Uno tiene que entender que el camino ha terminado

Y está bajando a toda prisa

Aunque no sienta la resistencia del aire

Las ramas quebradizas

La luz efímera de la tarde

Que eclipsa de repente

El olor a tierra humedecida

La tierra dispareja y removida

Los murmullos químicos internos

Los murmullos del polvo su memoria

Plagada de rencores como una siniestra baba

El hambre insatisfecha ahora innecesario simulacro

El olor a pólvora de algunos semejantes

La hediondez de miseria de este pueblo

El sol que ya no vuelve cada día

 

viernes, 1 de noviembre de 2024

LA NECIA COSTUMBRE DE CREER-POESÍA

LA NECIA COSTUMBRE DE CREER

 

He perdido horas explorando el laberinto

En el común ejercicio de ser necio

He topado con paisajes repetidos

E incontados callejones sin salida

He visto la lluvia y el sol sobreponerse

He visto crecer la mala hierba

Y las enredaderas tapar viejos caminos

Yo estoy seguro que estoy lejos del centro

Pero también sospecho de este sitio

Yo quiero enunciar que todo es trampa

Que todo lo que sufro lo imagino

Y hasta la complicación de los senderos

Es un simple artificio de alguien loco

La idea de que vienen a matarme

Que alguien venga a acabar con mi tortura

Es otra fantasía sin arraigo

Porque soy un olvidado a secas un lagarto

Desconozco si algo existe en las afueras

De noche no transito mayor cosa

A veces me escondo bajo tierra

Y eso realmente me da calma

Porque es como tener una cobija

Entonces cierro los ojos y de pronto

La penumbra se torna un infinito

Ya no percibo moléculas ni lluvia

Es posible que ni aire necesite

Yo digo que la libertad está en el sueño

Allí siempre germina la semilla


jueves, 24 de octubre de 2024

NARRATIVA- AMISTADES DE CORTA DURACIÓN

AMISTADES DE CORTA DURACIÓN

 

Primera cosa, no dejarse llevar por ese estúpido cameo de pies anónimos que nos hace seguir los pasos de un sujeto que camina por el borde de la acera y al llegar en paralelo a la puerta de una cantina, gira noventa grados, y se introduce sin parsimonia alguna.

Sucede que ese no es el sujeto que buscamos. Nosotros hemos debido ingresar a una ferretería situada setenta y cinco metros antes, la de las rejas color ocre, que tiene mangueras con el cincuenta por ciento de descuento. Nuestra persona de interés es un tipo gordo, cincuentón, mediana estatura y con un águila tatuada, sobre el brazo izquierdo, a la que le falta la serpiente, pero es sin duda, el símbolo de la república mexicana. José Filadelfo Quiñones, así se llama, anda  de trabajo y le urge reponer la que rompió el perro del último cliente, uno de esos de quijada potente que supuestamente no hace nada, pero que se ha divertido mucho haciendo de la vieja Karcher, un verdadero juguete que se convierte en estopa.

Nos devolvemos pues y nos perdemos el saludo entre vendedor y cliente. En estos momentos, el hombre que se dedica a jardinería, mantenimiento y reparaciones de todo tipo en casas del oeste de la ciudad, está mirando al cielorraso desnudo, de cuyas barras de perling cuelgan herramientas pesadas suspendidas por alguna cadena con candado, pero que no dejan de amenazar al que camina allí abajo con un accidente definitivo.

Por cierto, son las once y veinte y vale preguntarse qué hace acá este hombre si está en día de trabajo y un obrero ha debido empezar temprano para que el tiempo rinda porque no gana bien en el oficio, a menos que esté dispuesto a perder contactos cada vez que cobra. Y, sin embargo, véale el rostro al señor Quiñones y sabrá que hubo borrachera anoche, como todas las noches de los últimos cinco años y que, aunque es un buen operario en todo lo que hace, tiene ese pecadito que atenta contra la regularidad y el éxito de su oficio.

Usted y yo miramos hacia adentro y, luego de dar un golpe de vista sobre el sujeto, vemos que hay otros clientes delante en espera. Dos viejitas vestidas conservadoramente y con zapatillas bajas, con sombrerito de paja, un hombre de pantalones de mezclilla algo rotos junto a su perro callejero y de pelambre azabache y larga, un agente de reparto de equipos eléctricos con su tablet en la mano, distraído mientras juega alguna cosa que, imaginemos, puede ser Tetrix.

No obviemos también la cantidad de canastas plásticas, atravesadas en el lobby mismo que contienen infinitud de ofertas que van desde arandelas hasta palas y aparatos de medición electrónica especializada.

En ese recorrido tardamos tres minutos.

Entonces caemos en la cuenta que no nos hemos perdido de nada. El encuentro del reparador con el empleado de despacho no ha ocurrido y, posiblemente, ocurra otra cosa. Usted sugiere que un ataque de tortícolis y yo insisto en mi hipótesis de que alguna herramienta suspendida del techo amenaza con caer y que don José Filadelfo está preocupado por ello.

Cómo nada avanza, miramos los relojes —usted es zurdo y yo derecho— para sincronizarlos.

Seguimos en observaciones inútiles por ejemplo de tipos de broca, de lo cual no tengo yo el menor concepto, pero —para decir algo— comento que están caras, demasiado caras. Usted asiente casi que lacónicamente, tanto que me da ganas de romperle la cara por juega de vivo. Claro, ha tenido la prudencia de venirse bien vestido para no levantar comentarios incómodos sobre su vocación de mirón.

En este momento, hay ligero escándalo porque a una de las señoras mayores le han rechazado el pago con tarjeta. Sin embargo, parece que la segunda la conoce e intercede diciéndole “cuánto es, yo pago y luego me lo arreglás” y asunto concluido y olvidado, pues qué repugnante es para un cliente deficitario ser exhibido en el área de ventas como si fuese un limpio absoluto.

La señora más bajita paga, pues, en efectivo.

¿Amenaza llover…? Y bueno, estamos acostumbrados a un clima desastroso que va de extremo a extremo sin poderse predecir. Ya estamos aquí y no vamos a perder nuestro esfuerzo sólo por una mojada.

Entra otro sujeto, esta vez mal vestido del todo.  Lleva una camiseta ajada y rota, unas tenis de color rojo percudido, de bajo presupuesto y tatuajes en el cuello. Tan pronto lo mira entrar, el dueño, que ha estado todo el tiempo en un cubículo jugando a la contabilidad, se levanta como un resorte y lo llama aparte. De hecho, no nos damos cuenta en qué instante lo hace ingresar a su oficina,.a la cual tenemos acceso por la simple razón de que la cortina está medianamente corrida para que el aire fluya sosegadamente.

Mientras salen las dos señoras, —ahora nos enteramos que vienen juntas a pesar de las compras separadas— podemos mirar lo que transa el último sujeto con el dueño del establecimiento. Aunque de eso no estamos seguros, yo apuesto porque es un simple contador y usted dice que es el mandamásk, pero igual nos interesa un rábano quién es, sino que nos urge ver qué hace.

Está topando oro. Claro, el rotoso es un cadenero, uno de los tantos que asaltan en estas calles del centro y tiene en esa oficina su razón de ser: la seguridad de que alguien le reciba aquello de lo que le urge deshacerse.

En este caso, dos gargantillas de oro y dos anillos sin dijes ni perlas.

Mientras este par cierra el trato, le pregunto a usted por un cigarro. En lugar de convidarme uno nuevo, me da la chinga del que está fumando. Pasa que no estoy para andar jugando de asquillos porque ando sin monedas y lo chupo, aunque ya casi queda nada. En el fondo del local, sin embargo, junto a la caja está un empleado de despacho comentando con el que administra el dinero que cómo putas puede alguien ser tan cretino de dejarse meter cuatro billetes falsos de veinte mil pesos y todavía dar quince mil de vuelto…

“Nada más porque es feo sospechar de ancianitas dulces “— se oye comentar por ahí, no sabemos de quién es la voz. ¿Seguro que no ha sidousted?

Volvemos a don José Filadelfo mientras vemos salir al ratero contento, cómo si acabase de desayunar opíparamente. No se ha movido un centímetro y ya empiezo a sospechar yo que la imagen se ha tildado, que toca reiniciar la ventana.

Acaso esté muerto.

El jefe de la ferretería, cuyo nombre desconocemos, pero decidimos llamarle Mario, nombre que viene bien, por ejemplo, a un profesor de artes industriales al que recordamos era buena gente, pero estaba loco y amenazaba con apuñalar —cuchilla en mano— a cualquier carajillo que le diese problemas en la clase.

Bueno, Mario está que se lo lleva puta y le dice al cajero que le va a descontar la estafa que cometieron las abuelas. El muchacho, un carajillo de menos de veinticinco, algo grandote y lampiño, pone cara de pocos amigos y le dice de sopetón que él puede hablar. El mañoso empresario viendo que se empieza a ventilar en voz alta, corta el tema y se retira a su rincón nuevamente.

Yo juraría que al ver hacía la calle se ha dado cuenta que vemos más allá de la ventana.

El hombre del perro roto, perdón de la mezclilla raída y perro azabache, tiene una lista larga: llavines, tuercas, clavos, cinta eléctrica, etc.

Ya esto nos saca de quicio. Cuando termine, llevaremos cuarenta y tres minutos de estar en el ventanal. Saldrá con tres bolsas llenas, bastante pesadas, una de ellas tilinte, la cual puedo pronosticar que, de acá a dos cuadras, va a romperse.

Y, además, empieza a atardecer. Uno de los despachadores, va por don José Filadelfo Quiñones, lo alza y lo mete a la trastienda.

Es un muñeco de PVC espumado, una identificación de punto de venta. No es explicable el motivo para que tenga el rostro mirando hacia el cielorraso, pero usted comenta que ha de ser que el muñeco estaba roto y no han sabido repararlo.

Yo le concedo que es una argumentación bastante válida, pero desde esta distancia es imposible verificarla.

Luego de eso nos quedamos estupefactos. ¿No es que el señor es un trabajador alcohólico que se dedica a hacer de todo? ¿No era que usted había robado su billetera y que por eso sabíamos un poquito de su vida? ¿No es correcto que nosotros compartimos los mismos intereses?

Se supone que debemos entrar ahora que solamente queda el personal y la mitad está en la trastienda y prepara sus menesteres para ir a casa. Se supone que actuamos juntos y yo voy sobre la caja y usted contra el contador, cada uno con su respectiva pistola cargadita.

¿Así que usted trabaja para el recinto? Es de seguridad, puta madre. Me ha estado acompañando porque quería hacer una cámara escondida, desgraciado. Pensaba subirlo a las redes, ¿cierto?

No voy a perdonarle ésta porque no pienso a arriesgar mi prestigio. Prefiero volver otro día que usted no ande por acá y hacer mi trabajo sin distracciones ni traiciones. No necesito socios que apuñalan.

La cagada, amigo, es que su pistola es de madera. Las reconozco al verlas porque estoy muy jugado. Adivino que le dijeron que acá es una zona sin delincuencia y que la vida es llevadera,

¡Qué hijueputez, le mintieron!

Hagamos una cosa, usted me guarda esto —haga el favor de no gritar mientras lo corto— y se queda tieso en el lugar. Yo voy a tomarme unos tragos con los pesos que le saco del bolsillo para sacarme el colerón de los malos amigos que deja este oficio.

Tan bonita historia que escribíamos y, ya ve, todo es mentira.


viernes, 18 de octubre de 2024

POESÍA URBANA

NOSOTROS ADORAMOS A LOS VIEJOS

 

Debemos reconocer sin que haga mella

Hemis duplicado pronto la tasa de homicidios

Acá los balazos se confunden con la lluvia

Y los funerales baratos son negocio

Al turista le gusta poco pero piensa

Que este paraíso es inframundo

Buena sede para excesos y dineros

Que pagan la inmediata complacencia

Sin embargo nos preocupan los abuelos

Es que somos anónimos afectos

Y nada nos conviene su miedo a visitarnos

Hay que hacerles llegar un artificio

Que les calme los nervios y así paguen

Por gozar supuestos teatros de exterminio

Que no son precisamente simulacros

Propongo una campaña que hable

De que nuestros homicidios van llenos de ternura

Y a eso le adjuntamos un peluche

Sea gato perro conejo y hasta chucky

Puede darse a elegir en el momento

O hacer lo que indiquen las encuestas

Quiere usted que le demuestre la ternura

Mire cuánta gente llora en las aceras

 

 

 

 

LA TRAMA DEL CAMALEÓN, NOVELA- DESCARGA LIBRE PDF

El punto de inflexión en la vida cotidiana de Malanga: el odio se hizo institución y no nos dimos cuenta.

La trama del camaleón, novela






miércoles, 16 de octubre de 2024

POEMA DEL DÍA

EL HÉROE ES UN SIMULADOR NATO

 

El héroe está llamando a la Gloria

Ella no quiere hablarle y lo deja en visto

Sabe que es patraña ínfula aspaviento

Un jugador de póker que blofea

Un producto mediático y manido

Porque las cartas que tiene son marcadas

Gloria prefiere al obrero que protesta por los suyos

No importa si lleva cicatrices

No importa su condición de anonimato

No importa que lleva escrita la derrota

Definitivamente es un gesto honesto lo que cuenta

martes, 15 de octubre de 2024

Ha muerto Kenneth Flores, nuestro amigo

 

MOMENTO NADA

 

En la tarde dialogan los fantasmas

Comentan la ausencia de la lluvia

Y la baja cantidad de parroquianos

Que han venido a despedir el cuerpo simulacro

Y sin embargo

Dice el muerto más reciente

Todos somos simulacros hologramas

Podemos ser imaginados por el otro

Ya sea desde la herida o el afecto

El vivo es también un ectoplasma

Un fantasma atrapado por la masa

Una vasija en forma de fuga permanente

Y lo que ocurre al fin es que se quiebra

Nuestro proyector interior ya no funciona

No va a quedar mayor luz sobre la sala

La oscuridad es un diálogo de muertos

 

lunes, 30 de septiembre de 2024

POEMA DEL DÍA- GUERRA

GUERRA

 

El lienzo debe ir en fondo rojo

Un poco encharcada la pintura

Infinitud de cruces llenan el paisaje

Son de distintos materiales superpuestos

De hueso de hierro de madera

O simplemente pintadas con cal bajo la lluvia

Apenas visibles borradas oxidadas

Hay casas cochambrosas destruidas

Hay hospitales en llamas hay

Hay humo negro por doquiera

Hay una fosa común en la esquina izquierda acá abajo

Siempre está desbordada de cadáveres

Y hay un puñado de niños mujeres y abuelos en el centro

Vuelan como moscas los aviones

Caen cien paquetes desde el cielo

Uno de ellos es comida

Los otros noventa y nueve bombardeos

Vamos a poner la noche negra

Ni siquiera una estrella en horizonte

Para que no nos asustemos con la muerte

Una radio a transistores está sola

En la zona inferior de la derecha

Es para que los que sobreviven averigüen

Quién putas va ganando tanta muerte

Afortunadamente los lienzos carecen de sonido

El daño colateral nunca se cuenta

viernes, 27 de septiembre de 2024

POEMA DEL DÍA

ARGENTINA 2024

 

Cuando el presi estaba chiquito

Su niñera le dejó caer

Resbaló por un precipicio

Rescatarlo quiso hiena madre

Pues tenía tufo de animal

Fue engordado de las mugres

Todos en su entorno

Predicaban el reír

Era medio idiota

Pero podía memorizar

Se aprendió algún catecismo

Hasta hacerse militar

En algo que no entendía

NI que fuera álgebra lineal

Lo invitaron a la tele

A un showcito de TV

Su lado de animal servía para vender

Las cámaras lo amaban

Así funciona la idiotez

Lo volvieron mercancía

Aunque olía a rancio ayer

Las ideas del feudalismo

El odio del amo a la ley

La cabeza un closet viejo

Los publicitas lo maquillaron

Lo hicieron declarar rey

Al menos es lo que dice

Cuando conversa con el can

Que ya está muerto y olvidado

Olvidado de tanto idiota

Que dice ser intelectual

Y falsificó el doctorado

Y hasta el sabor de la sal

Maldita sea la mano

Que rescató este animal

Así repite la historia

Las infamias otra vez

Un loco que toma el mando

Y el mundo se pone al revés

En lugar de cuidar al pueblo

Y de pensar en futuro

Él solamente imagina carroña

No puede negar lo que es

jueves, 26 de septiembre de 2024

LAS NUEVAS DERECHAS

DÍAS DE GUSANOS DE UNIFORME

 

Lo bueno de estar en el paro es que no hay fila

Porque también carecemos de alimentos

Han cerrado los comedores populares

Lo mismo ha sucedido con las clínicas

Y ni se puede entrar en las farmacias

Ni siquiera moriremos en la casa

A patadas nos tiraron a las calles

Y un policía persigue nuestros pasos

Para decidir cuándo reventarnos la cabeza

La derecha está feliz de botar gente

Los ricos ya ni declaran sus ganancias

Y a veces no hay gente ni el súper

Lo bueno de estar en el paro es no hacer fila

Si te llega a dar hambre estás jodido

Porque habrás de meterte a cartonero

Es mejor estar así no tener nada

Si tuvieses un peso vendría el policía

Para hacerte cobrado y mal herido

Fijáte en jubilados en maestros

Ya estarán pensando en quitarles su casita

O darles algún pan envenenado

Para bajar los presupuestos del Estado

Yo digo que el camino es una trampa

Estamos caminando sobre fosas

Afuera hay gorilas en escuadras

De fijo que los convoca la avaricia

La sangre la adrenalina el oro

Y esa costumbre maldita

La obediencia

POEMA DEL DÍA

ESPERA DE TENUE INCERTIDUMBRE

 

El agente espera por su prima

Son pasadas las cinco y no aparece

Las agujas del reloj lo tienen harto

Ha llenado su platillo de cenizas

El agente cavila su futuro

Qué tal que alguien descubra su insolvencia

O que el mesero se entere que carga un thermo

Con agua tibia solamente

El agente está acabado lo presiento

Cada vez menos ilusión y menos

Casi nadie le llama apenas come

Y su jefe está a punto de botarlo

Porque todos los contratos que cierra mueren pronto

Hay que ver cómo pesa la estadística

Dos barrios completos fueron borrados del registro

Porque el agente tiene mala pata

Ya solamente un par de tipos sobreviven

El agente espera por su prima

miércoles, 25 de septiembre de 2024

NARRATIVA

LA ESPORA DEL FASCISMO

 

Me llama por celular un repartidor y me pide que salga a la puerta: he pedido comida rápida para evitar ensuciar la cocina.  Así que dejo el ordenador, calzo mis pantuflas y abro la puerta. En ese instante, está una moto con dos hombres de casco negro que la recuestan contra un roble mientras ambos se bajan y directamente caminan hacia las oficinas de los activistas ambientales.

Yo oteo el horizonte hacia la izquierda pues de allí suele venir la moto de reparto y no la veo. Al mediodía suele haber excesivo tránsito y por eso la demora no me intranquiliza:  procuro tolerar las cosas inevitables porque yo sé que mi soberbia me traiciona y cualquier cosa me enfada y eso se mira feo. Siento una picazón como de hormigas chiquitillas que me joden la pantorrilla izquierda, pero nada, permanezco en el punto porque por más que rebusco no localizo ninguna fila o colonia de ellas.

El sol está fuerte, algunas señoras han sacado la sombrilla y me quedo mirando una Hummer blanca, imponente que han estacionado mal y ocupa medio carril de tránsito. También trato de que el oficial de la municipalidad me visualice para hacerle señas de modo tal que se vea impelido a multar esta práctica indebida. Yo sospecho que el funcionario me ha visto, pero quiere evitarse los problemas que trae consigo sancionar el vehículo de un sujeto poderoso; bien podría costarle el empleo.

Así que soy un idiota que le hace gestos al vacío y seguro que la gente lo nota. No me importa porque creo ver venir al reparto entrando ya a la esquina y justamente gesticular ayuda a comunicarnos con un desconocido. El mismo nunca hace a detenerse, inmerso como está en cruzar entre los dos carriles de vehículos que aguardan el cambio del semáforo. Yo me quedo reputeando, pensando que debo haberme equivocado cuando suena la ráfaga y treinta segundos después salen los tipos del casco negro, toman su moto y rapidito doblan a la derecha y se hacen mucho allí por el Bajo de los Ramírez que luego conecta con la zona industrial 4711, donde el embotellamiento es tópico cotidiano y huir es fácil porque detrás de los grandes bodegones suele laderas pronunciadas que van a ríos con densa vegetación, cuyos cruces suele desconocer la autoridad y ya, con eso, habrán logrado ponerse a salvo los sicarios.

Mi primer impulso es ir a ver qué pasa y casi abandono mi puesto de espera, pero me detiene el hambre que alerta la tripa con ciertos retortijones. Si no llega mi comida, terminaré por comerme hojas de la agenda o simplemente picaré tomates con mayonesa, lo cual no suena satisfactorio. En cambio, el vecindario ha sido más impúdico y varios han cortado la distancia hasta invadir el local de los ecologistas que permanece abierto.

Pasa corriendo Jerry, el boticario, cabrón que es vina. Apenas me saluda y me dice que me ha conseguido las pastillas que le pedí. Yo ya no le creo tanto porque desde meses ya le he pedido que me consiga las pastillas de levadura de cerveza de mi infancia, pero siempre me ofrece algo que, aunque tenga la misma nomenclatura, no da la talla en el sabor. Tengo nostalgia permanente de esas cosas: es que me dejaban comerlas a la libre, como confites, para ver si acaso salía de mi condición de niño largo y flacuchento que no variaba así tragase lo que fuese.

Ah, el otro fetiche son los bonetes. Igual, me ha pasado que no logro encontrar en el mercado ese sabor. O es que uno mitifica lo pasado, lo lejano y cree retener memorias y no se da cuenta que el que desentona es uno que ha olvidado todo, o casi todo.

Bueno, si le sirve, anote que uno era bajito y minúsculo. Quizá un menor, un niño: llevaba un suéter azul de Mickey Mouse y el otro, a la distancia, parecía fornido, tal vez de metro ochenta. Campera negra con una bandera de cuadros en la espalda, como la que usan en las carreras.

No les logré escuchar alguna palabra, no noté ninguna seña particular más allá de que ambos tenían el cabello negro azabache. Eso me dice que venían con instrucciones claras.

Oiga, su jefe salió recién ha salido en tele diciendo que es diferente gatillero que sicario. Casi que legaliza esto a rango de profesionalidad. El primero es ocasional y el segundo, experimentado. Se me ocurre que entonces deberían cobrarles impuestos o embargarles las cuentas.

La cosa es que tuve que devolverme porque había dejado el celular en sala y mi comida no aparecía. Yo estaba dejando correr el tiempo por aquello de que “treinta minutos sale gratis” y ya habían transcurrido más de veinte. 

—Mire, se supone que estoy frente a su casa, pero no sale nadie.

—Acá no hay nadie.

—Pues ha debido avisar.

—No, le digo que acá no anda repartidor alguno.

—La casa es verde, puerta de vidrio. He llamado tres veces al timbre y nadie sale.

—Le digo que mi casa es blanca y la calle carece de casas verdes.

—Pues,  ya le dije, nadie sale.

—¿Anda reloj?

—Sí, ¿qué quiere?

—Treinta minutos es gratis.

—Ah, maldito. Usted ha dado mal la dirección para que me demore.  En el caño va a encontrarla, infeliz.

Y colgó. Ni me dio tiempo de contrastar los datos que él llevaba contra mis señas. Y lo peor es que ahora pedir por app es un infierno: es casi imposible reclamar y posiblemente castiguen mi calificación por ser un cliente difícil.

Contagiado, supongo, por la adrenalina de lo recién vivido, tomé el teléfono y devolví la llamada. Me contestó luego de cinco tonos:

—Mire, me urge. Soy Martín Vallejo.  Si me trae el pedido ya, le doy cinco mil para usted en efectivo. (Es la mitad del precio de la pizza, pero le caen en mano. Otra cosa es que la compañía le cobre).

Se lo pensó un poco, le oí ciertos sonidos guturales semejantes a un rebuzno. Pensé que colgaría agresivamente y decidí que comería tomates partidos en gajos casi congelados.

—Que sean siete y la tiene allí. De otro modo no me funciona. Me van a cobrar su trampa.

Esta vez, le di las señas correctas y le hice saber que recién acababa de llegar la policía, merced al crimen de los seis jóvenes (cuatro hombres, dos mujeres) y un pastor alemán). Se limitó a confirmar:

—Estoy cerca. Escuché la ráfaga y la pólvora huele. Ya le llego.

Apresuradamente, tomé la automática de papá que es una Magnum 22 y revisé el cargador. Pensaba amedrentarlo para que saliera corriendo y así me saldría gratis. No se me cruzó por la cabeza que eso me daría problemas con la infección de policías que habían tomado la calle; casi cincuenta.

Me la guardé bajo el cinturón y tomé dos vasos de agua.  Esperé en la puerta mientras notaba que el picor de las hormigas invisibles seguía en ascenso. Ya me alcanzaba ambas ingles, lo cual es cosa desesperante, pero me niego a rascarme en público.

Vi llegar al jefe de ustedes, ése que diferencia sicarios y aficionados.  Creo que no llegó a entrar en la casa: venía descompuesto.  Suele pasar que hay gente a la que le da miedo la sangre, las escenas macabras. Entonces, busco un jardín del vecindario que tiene una mesita con sombrilla y se sentó.

Casi de inmediato, la prensa golosa, glotona, ávida de la nota roja que sube el rating lo asedió. Justo en ese momento, yo recibía mi pizza, pero le decía al corredor que se acercase al pasillo por el dinero.

El ingenuo me hizo caso. Por ende, tan pronto estuvo fuera del foco público, lo encañoné:

—Mirá, hijue…

No tuve tiempo de nada, el arma se disparó sola. Le atravesó el cráneo porque yo se la había puesto en la sien. Afortunadamente, cayó silencioso sobre el zacatillo del pórtico y allí, por el rosal, se desparramaron los sesos.

Eso quiere decir que me dio tiempo de saciar el hambre. Comí a la carrera media pizza de hongos y la bebida gaseosa. Tuve la idea de escabullirme, pero algo me había dejado los pies adormecidos. Quizás, los piquetes de hormigas que yo calculaba pasaban los veinticinco a esa hora.

Llamaron a la puerta y ya supe que no tenía escapatoria, Habían tres malditos tombos en la puerta y una decena de suceseros empujaban para abrirse paso. De inmediato, me tiré al piso y me dieron unas cuantas pataditas. Nada, es que siempre he sabido que los policías mantienen ese salvajismo infantil que al resto de los adultos nos es prohibido.

Cómo puede verse, no tengo defensa. Y, sin embargo, el alegato de su jefe diría que yo soy asesino ocasional. Tal vez no debiesen ficharme, sino anotarlo como una contravención. Un “no lo vuelva a hacer”, una palmadita y una nota a mi padre. 

Y ojalá este papeleo termine pronto porque el sábado tengo examen de redes Cisco y no he tocado los libros y vamos por martes. Es un piñazo, ¿sabe?

Ahora, no me diga que a usted no le da cólera la impuntualidad del reparto.  Semanas atrás me ha pasado un par de veces que iba hacia el cine y el maldito uber me ha cancelado luego de cinco minutos de espera. Que eso sirva de atenuante porque hoy día cualquier ofensa es pretexto para que la agresividad se multiplique sabe.

También quiero quejarme de la asimetría del sistema que deja impune al par de cabrones que se echó al pico a los ambientalistas y me pretende detener a mí, que soy tan sólo un activista individual por hacer aquello que me dé la gana.

El epítome de Nietzsche, el superhombre.

Algo así como un huevo de Milei, un trastornado.


viernes, 20 de septiembre de 2024

FOTOGRAFÍA DE UN INTERVALO RESPIRABLE

FOTOGRAFÍA DE UN INTERVALO RESPIRABLE

 

Hoy me arranqué del celular y llueve

En la esquina tengo amigos que conversan

Que también han decidido arrancarse el cableado

La tortura de la opinión ajena y del consenso

Hoy podemos comer una dona y hacer chistes

Un perro se echa a nuestra orilla

Nos turnamos para acariciarle el pelambre

Y dejamos caer una galleta

Ha cambiado el olor de la ciudad y huele a lluvia

El calorcito del local nos reconforta

Hay música de jazz en la consola

Pero opera con bajos decibeles

El hombre de paraguas cruza enfrente

Va junto a su hijo conversando

Las gotas derriten en los vidrios

Me pregunto dónde han huido las palomas

Es lo único que falta en mi recuadro