NO LLAMEN A EMERGENCIAS POR CAPRICHO
En el escenario uno, un perro salchicha escarba en la
jardinera de su ama, una anciana octogenaria. Siempre lo ha hecho, pero esta
vez procede con mayor vigor merced a haber ingerido algunas sobras de una
maldita bebida energética que ha sido derramada en su tazón por alguna mano de
malas intenciones.
En el escenario dos, la roquita dueña del perrito, limpia un
feroz cuchillo de cocina que ha recién utilizado para destazar un cerdo pequeño,
el cual ahora hace hervir en una olla, apenas tapada, junto a enormes rodajas
de cebolla.
Si este narrador estuviese allí, volvería la panza pues odia
la peste de la carne de cerdo.
En el escenario tres, en la estación de policía, el detective
Siles está masticando chicle intermitentemente. Lo saca de su boca para
masticar su sánguche de mano de piedra y beber café con leche. Luego lo vuelve
a habilitar para entrenar sus mandíbulas:
su sueño es forzar los músculos hasta tener una quijada Schwarzenneger
o, por la menos, la del dibujo agente de la CIA que protagoniza American Dad.
En ese momento suena el teléfono y es la secretaria de recepción
que reparte las tareas la que dice:
—Pepe, te toca a vos. Salí volando porque hay un 10-11
en curso.
—Enterado— responde
Josԕ mientras vuelve a pegar el chicle bajo el escritorio y recoge su arma.
En el
escenario uno, nos enteramos que el salchicha obedece al apelativo de Juan Salvador
Pelota, no por burla, sino por ignorancia de su ama que oyó hablar de un
librito de nombre parecido cuyo tema era la libertad. La idea le agradó y se lo
encajó de modo similar a lo que oyó, ya en su condición de tapia humana hace unos
seis años.
En estos
momentos, JSP abreviatura de esta noble criatura, está ladrando al policía que
ingresa a la casa de la Rugama, la que se encuentra en la sala partiendo papas
en juliana a las que suma otras tantas rodajas de variados tubérculos.
JSP ve la
puerta de la patrulla que permanece abierta y, acto seguido, va a sentarse en
el asiento del piloto.
En el
escenario dos, doña Emilia Rugama se incorpora para abrir la puerta, luego de
escuchar el timbre de puerta que ha sonado por segunda vez. En la primera
ocasión dormitaba sobre uno de esos cuchillos desaforados que la gente compra
sin necesidad porque pasan la publicidad en un canal de cable. Afortunadamente,
aunque hay un charquito rojo, nos enteramos que es de tabasco, porque ella ha
salido ilesa de reposar sobre el arma o instrumento de cocinero de pose.
En el cruce
del escenario uno con el dos —puta, el umbral de la puerta, ¿cuál otro? — el
señor Siles saca su carné (porque la policía local no tiene presupuesto para
plaquitas metálicas) y la octogenaria decide seguirle el juego sin entender qué
pasa.
Al final,
entran todos (la señora, el detective jefe y un ayudante, un cámara que se
encarga de documentar todo y el perro policía Puños, que mira con tal desdén a
su par salchicha que ni se preocupa de ladrar para identificarse).
El asistente
descubre fuertes rastros de sangre en la cocina, sobre todo en la pileta y en
algunos cuencos accesorios donde la señora depositaba diferenciadamente los
cortes del animal masacrado.
—Doña Emilia,
¿estaba cocinando?
—Pues sí,
preparaba un puchero. Estoy agotada.
—Tenemos una
denuncia por maltrato animal.
—No entiendo.
Yo solamente maté un chanchito para el almuerzo. Van a dar las once y no
termino.
—Alguien la
denunció. Seguramente el chanchito ha gritado.
Es espantoso oír gritar un animal de ésos— Siles olfatea en dirección a
la cocina.
—Toda mi
familia ha matado así los animales. Una puñalada honda sobre la nuca, así nos
enseñaron.
—¿Y no hace chicharrones? — inquiere el asistente.
—Me patean la vesícula, no puedo— responde Emilia.
“¡Qué ganas de decomisarle esa olla…!” — piensa el infeliz detective al
que la tripa se le empieza a insolentar.
En el escenario dos, JSP termina por descubrir un túnel amplio que va a dar
a un corredor de la Penitenciaria Central, de tal forma que luego de caminar
dos horas, aparece ladrándole a un oficial penitenciario que decide recluirlo
por ser un posible portador de drogas.
En el escenario uno, el cámara ha apagado su equipo y el detective, su
asistente y el perro policía se disponen a comer, no sin antes amordazar en su habitación
a la pobre vieja. Acaban con todas las verduras y una olla de arroz que recién
ha sido preparada.
Siles ordena al colaborador que se encargue de borrar los indicios para
que nada los incrimine. Alfredo, que así se llama y no de otro modo, pues
obedece a pie juntillas. Lava ollas y platos, enjuaga, recoge sobras y papeles
y con ayuda de una pala va a la jardinera y allí deposita los sobrantes. Y para
hacer la escena impecable, devuelve a su lugar la tierra que el perro había desplazado.
En el escenario tres, el calendario sugiere que han pasado quince días y,
de nuevo, a Siles le es asignado acudir a la casa de doña Emilia Rugama, que ha
sido encontrada muerta y amordaza en la habitación del segundo piso.
Aparentemente, en estos días habrían ingresado a robar, pero es imposible
detectar qué objetos faltar pues la señora de marras no vivía mal, pero tampoco
tenía posesiones ostentosas.
Acaso le hayan robado joyas, no obstante, nada del escenario lo confirma.
Ni siquiera rastros o huellas de un invasor.
Al llegar a escenario dos, Puños nota la ausencia de JSP, pero se lleva
tan mal con la poli, desconfía tanto de sus pares que prefiere guardar
silencio.
No obstante, lo primero que hace es dirigirse a la cocina.