viernes, 6 de septiembre de 2024

NARRATIVA

NO LLAMEN A EMERGENCIAS POR CAPRICHO

En el escenario uno, un perro salchicha escarba en la jardinera de su ama, una anciana octogenaria. Siempre lo ha hecho, pero esta vez procede con mayor vigor merced a haber ingerido algunas sobras de una maldita bebida energética que ha sido derramada en su tazón por alguna mano de malas intenciones.

En el escenario dos, la roquita dueña del perrito, limpia un feroz cuchillo de cocina que ha recién utilizado para destazar un cerdo pequeño, el cual ahora hace hervir en una olla, apenas tapada, junto a enormes rodajas de cebolla.

Si este narrador estuviese allí, volvería la panza pues odia la peste de la carne de cerdo.

En el escenario tres, en la estación de policía, el detective Siles está masticando chicle intermitentemente. Lo saca de su boca para masticar su sánguche de mano de piedra y beber café con leche. Luego lo vuelve a habilitar para entrenar sus mandíbulas:  su sueño es forzar los músculos hasta tener una quijada Schwarzenneger o, por la menos, la del dibujo agente de la CIA que protagoniza American Dad.

En ese momento suena el teléfono y es la secretaria de recepción que reparte las tareas la que dice:

—Pepe, te toca a vos. Salí volando porque hay un 10-11 en curso.

—Enterado— responde Josԕ mientras vuelve a pegar el chicle bajo el escritorio y recoge su arma.

 

En el escenario uno, nos enteramos que el salchicha obedece al apelativo de Juan Salvador Pelota, no por burla, sino por ignorancia de su ama que oyó hablar de un librito de nombre parecido cuyo tema era la libertad. La idea le agradó y se lo encajó de modo similar a lo que oyó, ya en su condición de tapia humana hace unos seis años.

En estos momentos, JSP abreviatura de esta noble criatura, está ladrando al policía que ingresa a la casa de la Rugama, la que se encuentra en la sala partiendo papas en juliana a las que suma otras tantas rodajas de variados tubérculos.

JSP ve la puerta de la patrulla que permanece abierta y, acto seguido, va a sentarse en el asiento del piloto.

En el escenario dos, doña Emilia Rugama se incorpora para abrir la puerta, luego de escuchar el timbre de puerta que ha sonado por segunda vez. En la primera ocasión dormitaba sobre uno de esos cuchillos desaforados que la gente compra sin necesidad porque pasan la publicidad en un canal de cable. Afortunadamente, aunque hay un charquito rojo, nos enteramos que es de tabasco, porque ella ha salido ilesa de reposar sobre el arma o instrumento de cocinero de pose.

En el cruce del escenario uno con el dos —puta, el umbral de la puerta, ¿cuál otro? — el señor Siles saca su carné (porque la policía local no tiene presupuesto para plaquitas metálicas) y la octogenaria decide seguirle el juego sin entender qué pasa.

Al final, entran todos (la señora, el detective jefe y un ayudante, un cámara que se encarga de documentar todo y el perro policía Puños, que mira con tal desdén a su par salchicha que ni se preocupa de ladrar para identificarse).

El asistente descubre fuertes rastros de sangre en la cocina, sobre todo en la pileta y en algunos cuencos accesorios donde la señora depositaba diferenciadamente los cortes del animal masacrado.

—Doña Emilia, ¿estaba cocinando?

—Pues sí, preparaba un puchero. Estoy agotada.

—Tenemos una denuncia por maltrato animal.

—No entiendo. Yo solamente maté un chanchito para el almuerzo. Van a dar las once y no termino.

—Alguien la denunció. Seguramente el chanchito ha gritado.  Es espantoso oír gritar un animal de ésos— Siles olfatea en dirección a la cocina.

—Toda mi familia ha matado así los animales. Una puñalada honda sobre la nuca, así nos enseñaron.

—¿Y no hace chicharrones? — inquiere el asistente.

—Me patean la vesícula, no puedo— responde Emilia.

“¡Qué ganas de decomisarle esa olla…!” — piensa el infeliz detective al que la tripa se le empieza a insolentar.

 

En el escenario dos, JSP termina por descubrir un túnel amplio que va a dar a un corredor de la Penitenciaria Central, de tal forma que luego de caminar dos horas, aparece ladrándole a un oficial penitenciario que decide recluirlo por ser un posible portador de drogas.

 

En el escenario uno, el cámara ha apagado su equipo y el detective, su asistente y el perro policía se disponen a comer, no sin antes amordazar en su habitación a la pobre vieja. Acaban con todas las verduras y una olla de arroz que recién ha sido preparada.

Siles ordena al colaborador que se encargue de borrar los indicios para que nada los incrimine. Alfredo, que así se llama y no de otro modo, pues obedece a pie juntillas. Lava ollas y platos, enjuaga, recoge sobras y papeles y con ayuda de una pala va a la jardinera y allí deposita los sobrantes. Y para hacer la escena impecable, devuelve a su lugar la tierra que el perro había desplazado.

 

En el escenario tres, el calendario sugiere que han pasado quince días y, de nuevo, a Siles le es asignado acudir a la casa de doña Emilia Rugama, que ha sido encontrada muerta y amordaza en la habitación del segundo piso.

Aparentemente, en estos días habrían ingresado a robar, pero es imposible detectar qué objetos faltar pues la señora de marras no vivía mal, pero tampoco tenía posesiones ostentosas.

Acaso le hayan robado joyas, no obstante, nada del escenario lo confirma. Ni siquiera rastros o huellas de un invasor.

Al llegar a escenario dos, Puños nota la ausencia de JSP, pero se lleva tan mal con la poli, desconfía tanto de sus pares que prefiere guardar silencio.

No obstante, lo primero que hace es dirigirse a la cocina.

 

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