viernes, 10 de noviembre de 2023

CRÓNICA DE UN FINAL DETRÁS DE UN MURO
 

Treinta y ocho grados a la sombra

Vaya clima llueve tanto tanto

Que los muros se pintan de musgo en poco tiempo

Hay cientos de paraguas en la calle

Pero a muchas cuadras de distancia

Lo triste es que eso mata los comercios

Las dependientes se mueren de tristeza

Y cruzan los brazos sobre la barriga

Los ojos lejanos casi ciegos

Buscan un billete en la distancia

Cuarenta grados a la sombra

Hay cosas que no pueden explicarse

Por ejemplo para qué putas leemos el poema

Con el ojo pervertido por el canon

Si la lengua se crea trabajando

Y los signos son elásticos y tibios

Son útiles por su misma transparencia

Cuarenta y dos grados a la sombra

Definitivamente no es el clima

Es el cuerpo de algún sujeto en cautiverio

Que poco a poco va perdiendo la batalla

Pronto colapsarán hasta sus uñas

Convertidas en violetas queratinas

Mientras la gente vuelve a casa y se lamenta

De que el día no alcanza para mucho

Más de cincuenta grados a la sombra

Todos los signos se confunden

La última palabra es agonía

El alma del paciente se derrite

Dejad que fría un huevo en sus costillas

Antes de que el frío final lo colonice

lunes, 6 de noviembre de 2023

Escritura del día, siempre en bosquejos.

UNA MAÑANA PARA ALTERAR LOS NERVIOS

—No se nos hubiese muerto el perro de no ser que nos salimos de lugar. Uno de vez en cuando mira ratones en el cuarto de pilas o atravesar la sala. Sabe que allí están, pero supone que no cruzan cierta frontera sanitaria y hasta se siente animalista de tanta convivencia.
Sabemos que detrás de casa, hay cierta población de bichos pues pasa un riachuelo y la zona es boscosa. Alguna vez quisimos tirar material orgánico como abono en esa zona, pero pronto descubrimos que los agujeros que antes habitaban las orquídeas se convertían en nidos de especies indeseables.
Y es que uno mira en fotos y es bonito, Padre. Ah, espere: le traje una botella de agua porque hace un calor de fruta madre. Así puedo decir, ¿cierto? Siempre ando con una botella en la mano porque el sol está criminal desde el año pasado.
Decía que siempre hemos tenido las mejores intenciones con los animales, Padre. Le comprábamos alimento de dieta al perro para que mantuviese la línea y no fuese a desarrollar padecimientos tempranos. Incluso, una que otra ocasión, ropita: un chalequito, una bandana y, para diciembre, calcetines con bombín.
—Doña Irene, si su historia es larga, mejor nos sentamos en una banca. Yo ando muy mal de las rodillas y en estos días tengo agorafobia. No soporto encerrarme acá. Incluso, las multitudes me hacen daño emocional. A veces quiero salir en carrera y no sé hasta adónde…
—Perfecto, Padre, pero recuerde que yo no vine a confesarlo. Demás andan rumores sobre usted en la calle y van a querer culparme. Mejor mantengamos la distancia y nos sentamos allí, donde da la luz de la puerta norte.
Le decía, pucha, quisiera prender unas velitas. ¿No tiene menudo, Padre? Sólo ando tarjetas. Présteme cinco mil y mañana se los devuelvo.
La mujer olvida la charla por ir a encender las velas. Prende diez porque le da la gana y no porque ande con la cabeza llena de peticiones. Orar por alguien no es algo que le preocupe, sino que el fuego siempre se ve bonito.
—Soy dispersa, padrecito, no se ofusque. Es que uno no puede dejar la piedad para después: pasa el tiempo y ya no alcanza para las intenciones postergadas.
El asunto es que Luis Javier tenía apenas ocho años. Muy dócil, muy ordenado y sabía escuchar.
No me haga esa cara: le estoy hablando del perro de casa. Era tan elegante, tan pulcro que nunca pensamos que haría una cochinada así.
Mi empleada, la señora solamente llega los sábados, pegó un alarido a eso de las nueve. Gente sin educación, caramba, hace una escena por nada. Resulta que en una gaveta de la alacena encontró unos ratoncitos bebés de color rosa porque ni pelo habían echado todavía.
Lo dejamos pasar. Claro que nos deshicimos de los bichos. Estaban muertos, ¿no me cree? Somos incapaces de matar un piojo siquiera.
La vieja maldita, perdón si me extralimito, amenazó con no trabajar más. La necedad de jugar de delicada a ver si le pagan más. Yo no pude más: soy de armas tomar y la eché.
Para el fin de semana siguiente, conseguí una muchacha como de treinta y cinco años que estudia en la U, pero recoge lo que puede para ayudarse a pagar los estudios. Me cayó superbién eso porque, de paso, reduje mil pesos en la paga sin decirle nada. Si a uno no le preguntan, para qué andarse con rodeos.
No me mire así. Yo creo que todos tenemos algo de mezquinos. No me diga que nunca ha ido a comprar la fruta y que, cuando el tendero se distrae, toma un tomate y lo maltrata para luego decirle que la generalidad está maltratada y fea. Que nunca le ha llorado por un descuento al vendedor de pollos o para que le regale una bolsita de menudos para el perro.
Cardenillo, hace señal de intervenir, pero de nada sirve. La mujer lo corta:
—No me interrumpa, Padre. Ya fui clara que Luis Javier solamente comía alimento de dieta. Aún así tenía dos kilos de sobrepeso.
—Irene, yo tengo que salir. Mire cómo hacer para apurar el cuento. Se supone que hoy me toca visitar enfermos.
—No me diga que hay seres más importantes que otros. ¿Dónde me coloca a mí?
—No se haga. Usted sabe que debo cumplir con todos. Deje que ya le arreglo la historia. Por cierto, la muchacha que me ayuda ahora se llama Luzmilda y dice que usted ayudó en un funeral fingido de un gran estafador.
—La cosa es que empezamos a ver ratones a todas horas. Pasaban sobre la cocina, la mesa del comedor, arriba del trastero y lo peor, en algunos rincones, encontramos excretas. Eso es muy peligroso, nos expone a un montón de problemas sanitarios. Supongo que lo sabe.
—Un momentito. ¿Cómo que su empleada habla mal de mí?
—Diay, no se asuste. Lo que ella cuenta es clamor popular en todo el distrito. No nos preocupa porque todos tenemos nuestro trapito sucio y sabemos que mantenerlo oculto es tarea de titanes. Le decía que sí, que la casa se llenó de ratones, hasta que Mauricio botó el tapón y me dijo:
—Hoy paso a la ferre. Compro veneno y me los echo al pico.
Traté de hacerlo desistir. Le dije que él tendría que sacar bicho por bicho de dónde cayese muerto y que la casa estaría pestilente por días. No quiso escucharme.
—Insisto, Irenita. ¿Cómo va a creer que yo soy cómplice de ladrones? Los servicios de la fe son sagrados.
—Problema suyo, padrecito. Hay cosas más importantes y es que me escuche ahora. Por cierto, ¡qué mal se ven esos indigentes que piden plata en la puerta de la parroquia, Padre! Mauricio es policía; si usted quiere le digo y se los viene a patear de lo lindo.
—Lo que me dice es muy malo, señora. Recuerde que somos hechos a imagen y semejanza del de arriba. Ellos son de los nuestros.
—No mienta, señor cura. Todos sabemos que los que tienen hambre no tienen derecho a anda. La gente es si le alcanza la plata para lo que necesita. Y mientras más tiene, más es y mejor persona se le considera. El rufián ése, al que le hizo el funeral falso, es buen ejemplo.
—Mire, yo tengo agenda. Venga otro día.
—No, no… su ya termino. Oiga, la cosa es que Mau llenó la casa de veneno e íbamos exterminando dos ratones por día. Hasta el tercer día que pasó lo que pasó y optamos por recoger todos los venenos y arrojarlos en la basura, pero ya Luis Javier echaba espuma por la boca y, cuando llegó al veterinario, nada pudo salvarlo.
—Bueno, y, ¿yo, qué? Es una historia triste, pero irreversible.
—Nada, don Pedro. Si usted no abre los sentidos, no va a llegar muy lejos, aunque se apellide Cardenillo. Es evidente que vine para que asigne la penitencia de Mauricio por asesinar a Luis. No me gusta nada ver a los demás hacer el mal, menos a mi marido.
Ya sé que no va a orar por nuestro perro. Es que usted tiene el alma endurecida, querido. Pídale al todopoderoso, perdón por su soberbia. Y ya, no me quite tiempo, padrecito. Tengo que preparar la comida que nunca se cocina sola.
¿Qué penitencia tiene para mi Mauricio? Tome en cuenta que él amaba al perro como a sí mismo.
—Dígale que la escuche a usted noche tras noche. Si sobrevive a eso, ningún infierno va a vencerlo. Buenas tardes.
Cuando la doña se levantó de la banca lo hizo tan bruscamente que Pedro sintió que se iba al suelo, pero no fue así: supo agarrarse del brazo metálico y se recuperó.
Cuando volvió a mirar hacia la puerta, Irene no estaba, pero Alfredo, el borrachillo, se quejaba de que una señora le había clavado la punta del paraguas en su pierna, la de palo. Curioso, porque la pierna de palo, se supone, no tiene sensibilidad.
Cardenillo, sube por el corredor izquierdo de la parroquia para retirarse hasta la Casa Parroquial y comer algo antes de salir de ronda.
Se interroga cómo pueden convivir tantas ficciones que desdicen la realidad si no es desde la complicidad de todos por habitar en los límites de la mentira y traspasarlos una y otra vez.
“Como la mierda de los mundos paralelos”, piensa Cardenillo.

viernes, 3 de noviembre de 2023

Escritura de hoy. Ya empiezo a creer que si habrá quinta novela en el 2024.

EL CURA CARDENILLO TODO LO APROVECHA

—Dicen que vengo a la cafetería a observar a la gente y no es cierto. Vengo escapando de la Casa Cural porque cada minuto que estoy allí hay alguien en pos de mí para confesarse, para abatirse, para pedir ayuda y hasta para traer sacos de chismes a reventar. Yo tengo claro que ése es mi deber, pero también se que si no modero las cosas, terminan por ahogarme.
Todo ser humano necesita tomar distancia de aquello que le abruma. Hay demasiado horror escondido, mucha malicia en las lenguas, violencias contenidas que solamente se abren ante la presencia del confesor. Y la gente lo mira a uno como tabla de salvación y si logra mirarte, pretende que lo atiendas de inmediato. No entienden que debes dosificarte, que te cansas, que hay noches que no duermes por absurdas razones.
Estar muy fatigado, por ejemplo.
Soy cura hace treinta y ocho años. He dado servicios en media Malanga. Me parece que tan extraño no le parezco, oficial. Nos hemos visto antes, seguro que sí.
Este lugar apesta a humedad. Le hace falta luz y un poquito de música de fondo.
Podría ser Gershwin, algo que no suene a pesadumbre.
Además, debo tomar tiempo para meditar y orar a solas. Debo anudarme la lengua porque lo que me cuentan no debe correr por el mundo pues el silencio es mi ley. Hasta me toca aconsejar a muchos descarriados que fingen humildad, pero son tercos como las mulas y aunque el precipicio está allí nomás son felices al saltar. Luego vuelven a trepar la ladera hechos pistola y corren para pedir absolución y consejo, pero en cuanto me descuido salen corriendo y saltan de nuevo.
Es patética la naturaleza humana. Cree importante protegerse de los otros y se olvida salvaguardarse de sí misma.
Por lo demás, la cafetería es rutinaria, anónima. Uno, vestido de civil, se confunde fácil entre los comensales. La laptop me sirve de pretexto para no hacer demasiado contacto visual y si alguien me reconoce, le digo que estoy ocupando y trabajo en un librito de meditaciones que quiero sacar a mitad del otro año.
¿Que si es cierto? Claro que no. Este país no vende libros ni aunque se empaquen con una caja de bombones. Las mentiras blancas, las que no hacen daño a nadie, son permitidas como creatividad, como divertimento.
La verdad, todos decimos muchas mentiras blancas, pero es tema que no quiero ahondar porque eso da para peligrosas discusiones teológicas que terminan por cuestionar el principio de autoridad y la fe no trabaja así.
No se ha cruzado por la cabeza cambiar mi rutina. Suele pasar que el cambio trae infelicidad, decepciones. ¿Qué tal hacer la apuesta y que no te guste la comida o te den un mal servicio?
Una cólera innecesaria.
Lo que no comprendo es por qué estoy acá. ¿Para qué me ha hecho llamar?
Ah, gracias por la discreción.
Me he enterado del crecimiento de delitos en el distrito. Ni que estuviese muerto para pasar por alto el incremento de la violencia en todas partes.
Pues lo que me dice es grave: menores robados y muchos cadenazos y puñaladas, pero no veo qué tengo que ver en esto.
¿Sospechoso? Un momento. De mí nunca se ha dicho nada. Soy un hombre con la palabra divina bajo el brazo. Vea hasta ahora traigo mis libros y mi rosario.
A veces, me duermo. Eso es cierto. ¿A quién no le pasa que se sienta y el metabolismo hace el resto? Se aburre, empiezar a cabecear y en algún momento se desconecta sin necesidad de pedirle permiso a nadie. Puede ser un papelón, pero también es un acto necesario liberador.
Usted ya se habrá dado cuenta que hay mucha suciedad por acá. No me diga que pueden pasar la escoba de vez en vez.
Por cierto, esas fotos de mujeres semidesnudas en la pared son pecaminosas. No van bien en una oficina pública: recuerde que cualquier día de estos le visitan sus superiores.
Ahora, uno a veces se lleva sorpresas. Hace unos meses me robaron la medialuna por baboso. Cuando me trajeron el café a la mesa, yo ya andaba en estado zombi: dije “gracias” entre dientes, pero estaba dormido. La mujer acomodó la comida en un costado de mi mesa y se retiró.
Al menos eso dice ella. Yo me quedo con dudas porque sé que lo que facturan y no entregan se lo comen más tardecito.
Me pasó en una de esas cadenas de comida rápida, la vez que pasé a comprar una cajita de dados de queso para llevar. Uno no puede notar nada. No demoran más en servir que los dos minutos de costumbre y no va uno a adivinar los entresijos de lo que ocurre en la cocina.
Cuando llegué a casa, faltaban tres quesitos. Yo no creo que un operario sea tan bruto como para no saber contar. Llegué a la conclusión de que hubo mala fe. Luego recé un poquito para aplacar mi soberbia que tal vez me llevaba a difamar a los trabajadores de aquella tienda.
“Tienda”, digo porque los gerentes les llaman así. Si los empleados dicen “soda” o “restaurante”, los regañan. Me lo dijo un compañero de secundaria que entró al círculo gerencial de esa empresa. Hay que recordar el modelo de operación es industrial: la línea de ensamble y todo el conocimiento del fordismo se aplican allí.
Claro que la gente llega a comerse una hamburguesa no se preocupa por lo que pasa en la trastienda. Yo sí, por eso es que poco a poco me alejé de esos lugares donde la cocina es tan extensa que no ves a los que procesan tu comida.
También llegué a ver en esos tiempos a un señor quejarse con la dependiente porque su hamburguesa tenía una babosa que se solazaba en la lechuga. La imagino con gafas negras y bikini, toda avergonzada de que la agarraban en sus horas de reposo…
Perdón, uno no puede evitar la trivialidad. Soy de los que sacan chiste a todo, aunque a nadie se lo cuentan porque ya dije, soy una figura del silencio porque éste genera confianza en la comunidad.
Brutal sería que las señoras piensen que lo que me cuentan puede generar una cadena de chistes que dos meses más tarde vayan a circular en los bares. Estaría frito y no sabría defenderme contra eso.
¿Entiende, señor policía, que no soy ningún pervertido acechador de menores y que tampoco ando de campana para avisarle a otros a quién asaltar? Vengo aquí como si fuera al parque, a buscar un remanso.
Ah, y ya recuerdo yo a su esposa: usted es teniente o algo así. Dice Mabel que es un perro total, que tiene dos queridas. Me pregunto cómo hace con ese salario para andar de dandy.
Me va a dejar ir, ¿verdad?
Entonces, por fa, consígame un taxi y me da cinco mil pesos. No me va a costar más que eso volver a casa.
Le voy a pedir un favor: regáleme una copia de esta entrevista. Pienso editarla para hacer una novela. No es gran cosa, pero imagine que retrato un lugar inhóspito, sucio y húmedo, medio vulgar y que solamente mi voz se escucha. Nadie va a pensar que esto ocurre en un restaurante de buen ver como un lomito bien cocido con papas y ensalada y una botella de vino.
Penumbra, no. Eso sería demasiado copiado. Por el contrario, un poco de clima guarro: tal vez dos o tres gallinas sueltas que se pasean sobre los escritorios de una comisaría imaginaria.
¿Qué dice? Sería como un homenaje a Kafka, ¿no cree?
Ah,, entonces paso mañana por allá y me llevo un pen drive para guardar el archivo.
Buenas tardes.