martes, 29 de abril de 2025

LOS COLEGAS SE ENTIENDEN FÁCILMENTE - NARRATIVA (FRAGMENTO DE NOVELA EN PROCESO)

LOS COLEGAS SE ENTIENDEN FÁCILMENTE

 

—Estoy pasando un mal tanto, demasiada presión y tengo miedo. No sé qué pretende ese señor, pero no voy a contestarle.

Cuatro mensajes de texto y otros tantos audios me parecen acoso. Ni siquiera he querido escucharlos, pues hoy el mundo está saturado de locos peligrosos.

Hace dos sábados fue que intentó localizarme. Tuve que decirle a mi hermana que contestase ella y le dijese que yo estaba dispuesta a proceder judicialmente si persistía el acoso.

La respuesta no tardó en llegar. “Ud es la amiga de fulano”. Y ese fulano es un ministro de Estado al que yo en mi vida he llegado a ver frente a frente. Es el ocupó el lugar del viejo calvo viejillo que se compró una villa con la plata del fondo de becas para estudiantes de bajos recursos.  Semanas después, el departamento contable sufrió un siniestro y las llamas no dejaron ni los cimientos. Supuestamente una explosión a causa de cuatro bidones de combustible que estaban almacenados en el parqueo.

De esto se valió para acusar a la tesorería institucional de desfalcar la institución y quedar libre sin necesitar fingir una enfermedad terminal, cosa que sí hizo décadas atrás otro infame ministro de gobierno condenado a prisión por peculado.

El asunto, colega, es que he quedado nerviosa, paranoica. La sensación de pánico a las puertas, la inmediatez de un acto de violencia, de un secuestro, de que allanen mi aparta.

Tengo la certeza de que trabaja para alguien que quizá hasta ha pagado para seguirme.

He pensado hasta en comprarme una 38, pero nada hace una con eso si no sabe disparar o va a tener duda. Además, considere que mis recursos no son tan amplios: desde que fui suspendida de la práctica profesional he debido reinventarme. Ahora soy terapeuta holística pues hasta allí no me alcanza el colegio profesional.

—No entiendo. ¿Le ha hecho daño a alguien? ¿Se ha metido en problemas?

—Líos financieros, sí. Si tuviese el dinero no vendría a la seguridad social a perder la mañana y sintiendo que me sigue un láser o espían mi celu.

—Y, ¿qué pretende usted de mí? — pregunta el galeno al que ponemos en un rincón del consultorio no le alcance la penumbra.

—Psicotrópicos, amigo, en cantidad. Vea que tengo un par de cicatrices que me generan malestar todo el tiempo. Consumo morfina como agua.

La silueta del fondo levanta la mano con la palma de frente, como si fuese un oficial de tránsito.

—Espere. Yo no puedo caer en problemas. Sé por qué la suspendieron a usted.

—¿Está seguro, caballero? — y la mujer hace el mohín típico de la Monroe que derritía icebergs de forma tan rotunda que pudo haber salvado al Titanic, pero ella no estaba en el mundo en aquel nefasto 1912.

El gesto hace efecto a medias en el médico. Tiene seguramente otras preferencias, pero ese parecido con la inmortal rubia platino siempre le ha doblegado las emociones.

Súmele a eso un fajo de dólares que la chica agita entre sus manos como el abanico seductor de una geisha.


viernes, 18 de abril de 2025

UNA TARDE ENTRE AMIGOS— NARRATIVA/NOVELA EN PREPARACIÓN

UNA TARDE ENTRE AMIGOS

 

Washington ya no tenía dientes, pero no le afectaba. Su alimentación basada en papillas suaves y algunas vitaminas que se le agregaban al plato, le habían proporcionado cierta estabilidad en la vejez para que al menos no pasase postrado.

Así que cuando llegué al living de Jonás y el perro se me vino encima, me llevé un susto grande, pero mayor fue la babeada que me empapó la pierna derecha. El ama de llaves me facilitó presurosa un paño blanco y, más tarde, el perro se vino a echar en el mismo sofá donde yo esperaba al presidente electo.

Me extrañó que me llamase, lo reitero. No éramos amigos ni compañeros de clase. Cruzamos algunas palabras antes, quizá en tres o cuatro ocasiones. Encuentros circunstanciales, colectivos, brevísimos.

Ni siquiera una taza de café hasta ese día que me llamó y me citó para las tres del día siguiente.

Mientras aparecía mi anfitrión, yo miraba a la puerta en busca de otros invitados, pero no ocurrió. La que primero bajó fue la esposa, Lili, con el paso lento generado por la ciática y el cuidado que exige caminar con el rostro vendado, merced a una cirugía estética que no ha concluido su tiempo de reposo.

—Hmmspff— me dice.

—Bien. gracias— respondo poniéndome de pie y simulando darle un beso en la mejilla a esta señora que parece la momia de Titanes.

—Hmmspff— repite (pero ahora le habla al ama de llaves).

Entonces, la mujer me invita al comedor y yo le sigo. Doña Lili, sin embargo, no se acerca, sino que se va, como gallina ciega, tocando paredes, tanteando muebles hacia el fondo del corredor, donde presumo que ha de haber una terraza o un studio donde le place ejercer la soledad.

La luz entra sin mayor violencia por los grandes ventanales y la puerta de vidrio corrediza está abierta para que la casa se mantenga ventilada. Trato, pues, de estimular al perro para que salga al patio y deje de revolcar contra mis rodillas, pero él no acata ni descansa. Veo algunas pavas en lo alto de las palmeras y pienso que son pájaros feos y que solamente la mitificación de la naturaleza puede explicar que la gente guste de estar rodeada de paisajes exóticos.

En otra habitación, se oye un canal de noticias que relata la calamidad del incendio de anoche en un precario del sur. La tragedia se origina en la explosión de una bodega de pólvora clandestina, pero se acrecienta por la carencia de agua que sufren esos barrios. Se me cruza en la mente, a modo de flashazo, que Joel fue presidente ejecutivo de la Compañía Nacional de Cañería Popular, la responsable de llevar el líquido por todo el país, pero lo único que consiguió fue un aumento tarifario del cuarenta por ciento y un par de licitaciones deficientes que cuestionó la Contraloría Nacional por estar diseñadas a dedo para X proveedor.

Hecho que ni me preocupa porque acá es como ver llover.

El futuro mandamás demora unos quince minutos en bajar, lo cual no me indica que sea pedante o impuntual ya que no lo he tratado tanto. Va directamente hacia el bar y trae dos vasos y la botella de whisky.

—Gracias por venir— frase protocolaria que tampoco me permite emitir criterio todavía— Vamos por un traguito ahí, junto a la piscina.

No suelo tomar sino en celebraciones, pero accedo. Mi ego dice que, si me ha llamado luego de ser elegido, tiene un lugar para mí en su gabinete.

—Vos no terminaste la carrera— me dice—. Sé que has trabajado como asesor en la Asamblea, merced a la influencia de tu tía.

Me parece un golpe bajo, pero disimulo. Me pregunto a qué viene eso porque no sabía yo que fulanito tuviese la costumbre de bajarle el piso a cada interlocutor para así sentirse más seguro.

—No, no— respondo—. Ha sido el profesor Cárdenas, el de Política Internacional, quien me ha recomendado.  Tuve la suerte de llevar un par de cursos con él e incluso me dejó ser su asistente durante el último año que anduve.

—Y, ¿por qué no terminaste? — su sonrisa un tanto socarrona me empieza a sacar de sitio.

Pienso que esto es de verdad una entrevista de reclutamiento, lo cual tiene algo de humillante pues nunca solicité tal cosa. No obstante, respondo en breve_

—Se murió mi tata. Tocó que me pusiese a trabajar.

Supongo que la frase me ha blindado un tanto porque entonces abre un poco el arco temático y entramos, a los minutos, en aquello que nos convoca:

—Estoy formando gabinete. Necesito todavía tres o cuatro ministros. Vos serás uno de ellos.

Alego que tengo ese bache curricular, pero me tranquiliza de inmediato:

—Eso lo arregla mi equipo. No perdás el tiempo con temas tontos.

Que yo sepa este muchacho no tenía equipo alguno. Lo que pasa es que al haber triunfado se aproxima toda la rapiña que quiere un puesto de poder. Eso o que, cómo dicen en los corrillos, el poder está en otra parte y el presi no es otra cosa que un empleado temporal del poder, un agente ejecutor como aquel taimado de la CIA que hizo una peli sobre trata y luego se le vino encima todo el teatrito porque lo acusaron de violaciones, de estafa, de teatralización.

Es decir, si la escena queda bien montada, se retira como héroe al fin de su mandato. De lo contrario, sus mismos jefes pueden montar la operación para llevarlo en cana o desprestigiarlo.

Eso garantiza obediencia.

—¿Y dónde entro yo? — pregunto interesado.

Joel coge una piedra que arroja contra una iguana que toma sol a la orilla de la malla, entre las hierbas.

—Ministro de Ambiente te quedará bien.

Con lo que detesto el lenguaje jurídico, me da náuseas pensar en asumir esa cartera. Me chantajeo solo al pensar que para eso tendré un piñazo de asesores y yo haré lo que casi todos los ministros saben hacer:  poner el tarro ante las cámaras.

—No sé si quiero. Usualmente lo público termina en demandas, en colochos enormes.  Y se pelea contra organizaciones bien asesoradas.

—No es tan grave. En esto siempre elegimos al amigo y jodemos al enemigo. Y si transamos en algo indebido, los mandos medios están allí para ser castigados pues son los responsables de los informes y de las recomendaciones. Yo mismo tuve denuncias por una licitación y lo solucioné fácil. Una subordinada acusó a las dos funcionarias de hurto, de robarle un par de cadenitas y dinero, y les abrieron un órgano directivo.

La consecuencia fue una patada en el culo. Las han dejado cesantes y nadie más ha querido abrir la boca sin pensarlo antes.

Recuerdo eso, pero no contesto. Miro con cierta severidad el tema y me limitó a mover el rostro afirmativamente de modo casi imperceptible. Veo que el hombre se ufana de ser mañoso, de llevar el poder a una ética de la conveniencia.

—El salario no es gran cosa— comentó—. Debe andar apenas arriba de los dos millones.

—¿A quién le importa el salario? Lo que tiene el cargo es el poder de decidir, las influencias. ¿Sabés cuánto paga un empresario por garantizarse una concesión? Imagínate para vos el 5% de varios millones de verdes. Y libres de paja y polvo en la banca de Panela o en Andorra.

—Suena tentador.  ¿Qué hay detrás?

—Bueno, una contribución para el partido que debe venir en efectivo. Son veinte palos.

—Ah, no­. No los tengo. No manejo deudas, pero tampoco patrimonio.

—Eso tiene arreglo. Tu mujer tiene propiedades, tus suegros también. Haz que traspasen, la de cinco hectáreas a una fundación por un precio simbólico. Claro, no vas a recibir vuelto alguno, pero lo haremos ver como una transacción. Mi nombre no aparecerá en el chorizo, sino que esa entidad juega para mis intereses lateralmente.

A esas alturas, me siento tenso. Debo confesar que al venir sabía lo que me esperaba. Que nada de lo propuesto me es ajeno y que uno oye cómo opera la corrupción todos los días:  favores, mañas, amarres. No hay lealtad posible en un sujeto que no tenga trapos sucios que tema ventilar.

¿Qué sabrá Joel de mí para hablarme con tanto desparpajo?

Como si yo no supiera que en la política existe el espionaje, el basureo, la hermandad siniestra de los puñales y los besos de Judas.

Washington se acercó de nuevo a nuestra mesa tan sólo `para mearme el pantalón, pretexto que sirvió para cortar un poco el asunto.

—Pensálo bien. Tenés quince días para el dinero. Nosotros ya estudiamos tu currículum— subraya con nula sutileza mientras me estrecha la mano.

Y yo digo que hay hijueputas en el mundo y que debe ser una ley del magnetismo inversa porque polos corruptos se atraen entre sí.


miércoles, 9 de abril de 2025

¿Y DÓNDE HA QUEDADO LA LEY DEL TALIÓN?

¿Y DÓNDE HA QUEDADO LA LEY DEL TALIÓN?

 

Días atrás he soñado, curiosamente, que un picozapato, ave peligrosa, perforaba reiteradamente la cabeza del señor presidente, el cual ni siquiera emitía queja, sino que permanecía en su acostumbrada perorata de descalificaciones y mentiras. Lo que me ha llamado la atención, luego de que el ave picoteó seis la mollera del eximio líder, fue ver que no salían sesos ni sangre expulsados del cráneo. Al contrario, poco a poco, empezó a emerger una gusanera pingüe, como ver una coliflor densa, pero viva.

Claro que esto me resulta normal, dada la opinión que tengo del personaje. Lo peculiar es no haberlo soñado antes, cuando muchos de mis conocidos tienen exactamente esa percepción sobre él. Ahora, que a uno le rompan el coco insistentemente y ni siquiera manifestar molestia indica que en el sueño uno no retrata al sujeto tal y cómo lo conoce, pues el señor mandatario es cualquier cosa, menos tolerante y sereno.  En ese espacio onírico, pude sentir cierta inconformidad que me llevó a dudar de lo real de la experiencia. Recuerdo haber tomado un tridente que apareció en mi mano —como prestado por el diablo, diría mi abuelo— y usarlo para pinchar la nariz del sujeto.  “Si es de hule, no reaccionará”, me dije.  Sin embargo, a pocos centímetros de lograrlo, el fulano alcanzó a detectarme y me metieron preso.

Recuerdo también que, en el juicio, cuyo tribunal estaba integrado por varios animalillos amigos del Excelentísimo, alegué creer que era un simple payaso de hule, un ser inanimado. (Ésa es una convicción que manejo porque su figura grotesca me recuerda a una marioneta mal hecha a la que se le veían los hilos y pasaba por televisión años atrás como un supuesto candidato presidencial: ocurre que murió su ventrílocuo y al muñequillo se lo tragó el olvido y ya nadie lo menciona).

No obstante, la señora gordita que ejercía de fiscal salió en su defensa:

—Mi querido cliente es muy humano— dijo mirando con soberbia hacia el estrado donde me había hecho sentar el tribunal— mientras que el acusado es un tipo que se dedica a nada. Vea que al líder le dispara todo el mundo sencillamente porque es un ser irrepetible, dotado de sabiduría, gracia y sentido de Estado.

“Estado de embriaguez”, pensé de inmediato, pero no alcancé a decirlo. Ya había escuchado despierto esa cháchara perversa que convierte al tipejo en un pan de dios y descalifica a todo aquel que cuestiona sus abusos. La gordis, que también es diputada del partido oficialista, hace la de abogada del diablo y sabiendo que no puede ganar nada, lo enreda todo. 

Esta vez se dejó decir algo alucinante:

—La cabeza del señor presidente está sana, inmaculada. Lo que ese tipo de acá dijo ver no eran gusanos, sino semillas de ideas que brotan de su cabeza como si fuese una fuente de chocolate líquido.

Yo pensé de inmediato en otra cosa que no era chocolate y hasta experimenté la sensación de que el ofendido, que estaba a un par de metros detrás mío, se había cagado.

Entonces, levanté la mano hacia el juez para que me permitiera intervenir:

—Señoría, el presidente se ha cagado. Por favor, haga que desaloje la sala.

Dipu gordis se enojó tanto que alcanzó un color atomatado de inmediato.

—Tome cuenta el tribunal de la sandez del acusado. Todo el tiempo busca denigrar las acciones de mi defendido que no está haciendo más que jugar con bolitas de caca mientras se termina el juicio.

Así era.  Abstraído en su suprema estupidez, fulanito hacía bolitas perfectas de excremento y las lanzaba al aire de modo que pegaban azarosamente en algún civil o hasta en los oficiales de custodia que me cuidaban. Claro, no decían nada porque casi todo el mundo le tiene al poder demasiado y suele validar en carne propia cualquier abuso de aquel al que consideren peligroso.

Fui atando cabos. Si la cosa era así, la cosa estaba jodida para mí.  Posiblemente los tres jueces no me darían chance a mi alegato de que fulanito era un puta muñeco de hule. Mi estrategia simplista era pedir que me alcanzasen el tridente y pinchar al hombre para demostrar que era un insensible ser polímero que nos ha estado enmierdando la vida con retóricas de falsa honestidad y de odios mutuos.

Entonces, recordé a Roa Bastos narrar cómo algunos prisioneros de Stroessner para evitar la tortura, se suicidaban tragándose la lengua. Lo intenté reiteradamente, pero me daba tos y, en consecuencia, solamente lograba escupir flemas y algo de sangre.

Hasta que perdí el sentido. O mejor dicho, desperté.

Llamé a mi editor para decirle que quería incluir este incidente en mi próxima novela. No puedo imaginar qué estaba haciendo, pero cómo no me escucha nunca, pareció consentir.

Cuatro días después, estaba yo en el despacho de Comas Negras, con mis cuartillas y una bolsa de palomitas con caramelo. Las malditas estaban rancias, pero nada puede hacer cuando las ha robado a un quiosquero, no por mala fe, sino porque no contaba en mi bolsillo efectivo para pagar la bolsita.

—De arriba me dicen que te dé una patada en el culo— me dice la gerente—. Vos seguís en tu rollo de no respetar nada y a los poderosos no se les toca. Ellos te pueden patear el culo, robar la plata, meterte los impuestos que les venga en gana, pero vos no podés decir ni pío.

Pensé por cinco segundos que había recalado en las oficinas de Editorial Malanga, la estatal, que tan triste y burocrática se dedica a difundir y sacralizar al pensamiento conservador ultramontano de estas tierras.

—No jodás. Esta editorial no la conoce nadie. ¿Qué problemas vas a tener por publicar estos esperpentos si a nadie le importan?

—Andáte a la mierda— me dice Petra cordialmente.  Si te hago caso, nos cierran el chinamo y nadie nos va a dar casa, ni ropa, ni comida.

—Pero es sólo un puta sueño.  Es claro que lo onírico no corresponde a los territorios de la censura. Uno sueña lo que puede y si lo cuenta a nadie ofende.

—El problema es que lo decís se puede confrontar con la realidad. Ya sabemos quién tiene la mollera llena de gusanos y se dedica a lanzar mierda y encender el ventilador.  Y a diferencia de vos, que sos un vagabundo que imagina porque sí, esos otros andan detrás de cortarle la lengua a toda disidencia.

La charla fue larga. Lo único que logré fue una advertencia severa de que si no me corrijo, nunca más me van a publicar ni la esquela. Ya sentía mi garganta seca por el estado rancio de las palomitas, así que dejé el resto del paquete sobre el escritorio de doña Petra:

—Acá te dejo para que te endulces y bajes el tono. Hablamos en mayo para ver si sigo. Cometa y otros grupos internacionales me están tentando a publicar con ellos.

—Cómo no, Asimov.  Si a vos te buscan los oligopolios editoriales de Europa, pendejo.

No pude más y, al salir, azoté la puerta. Oí cómo se astillaba el cristal, pero me dije que no podría ser cierto si las láminas son de vidrio templado y decidí, como la doña de Lot, no mirar atrás.

Al llegar a casa, me tomé un tilo y puse la tele. Ya iba a empezar el fútbol y muy adentro ya había decidido yo que el texto lo publicaba o lo publicaba en la novela que viene porque al final de cuentas, Isidro, mi editor, nunca leía una página completa de mis libros.


lunes, 7 de abril de 2025

PRIMATE DESNUDO- POESíA

PRIMATE DESNUDO

 

Desnuda al mono

Quítale la mesa la silla los cubiertos

Quítale su traje de etiqueta

Arráncale el reloj la billetera

Despójale el calzado de marca

La lapicera fina con su nombre

Lánzalo al frío de la calle

Mientras azotas la puerta con firmeza

Verás que ya sin pizca de poder

Actuará como aquello que desprecia

Y fuera de la comunidad de los primates

Lo matará el miedo y no la lluvia