UN ESCRITOR VUELVE A LOS CAMINOS
Saludos,
Joel. Mamá y papá te mandan abrazos.
Entiendo
que el clima allá anda extremo y hay días que ni se puede salir. Ni modo,
lograr metas implica someterse a condiciones no elegidas que, muchas veces, son
adversas por definición.
Por
eso es que no llegan todos a la meta.
Mucha
paja, hermano. Dejáme contar la semana.
Llego
a la panadería a eso de las ocho y lo que queda son unos palillos de queso que
en mi puta vida volvería a comer. Los llevé a la oficina para el café de las tres
y por eso estuve dos días sin ir al trabajo. Me puse azul, amarillo, verde y
las carreras al baño y los vómitos me desgastaron durante la misma noche de la
ingesta. Martes y miércoles estuve mejor controlado, pero con picos de fiebre
que me hacían temblar la mandíbula.
Luego,
el resto de la semana fue estable. Y aquí estoy, de nuevo lunes, en la fila del
pan para hacer la compra porque no puedo estar caminando kilómetro y pico para
ir a otra panadería, aunque ésta me predisponga. Es mucho tiempo y podría tener una
experiencia parecida… ¿Acaso algo me garantiza la inocuidad de aquello que no
conozco?
Ya
lo dice el refrán: “mejor malo por conocido…”
A
vos te suena a mediocridad, y tenés razón. Lo que pasa es que no es muy distinto
a la actitud de cualquier individuo en lo cotidiano: le llaman cortar por lo
sano, tomar el camino fácil y yo puedo entenderlo bien. Hay esfuerzos que
parecen desmesura en el sentido de que por comprar una manita de pan de bollito
no recompensa media hora de viaje y sudoraciones. Imagináte que hasta llueva y vos regresés con
tu recompensa inútil, empapada.
¿Quién
se come un pancito empapado en lluvia? Nadie.
Ah,
anda un puma suelto por el barrio, pero nosotros no lo hemos visto. Alguien
subió el vídeo a redes y puede verse husmeando en garajes y caminando sobre los
techos de algún residencial cercano a altas horas de la noche. Es normal,
porque mirá que están deforestando más intensamente que cuando gobierna la
derecha moderada. Ahora, la retórica oficialista se hacia la ley por el tuje —así vi en una telenovela que dicen los
argentinos al culo— porque lo que importa es el chance de hacer negocios. Hay una playa hacia el oeste que tiene unos
bosquecitos preciosos. Ya los hijos de puta dieron orden de talar nueve
hectáreas para edificar cerca de cerca torres de apartamentos. ¿Te imaginás la
fauna perdida, los problemas de agua, la selva de cemento que va a sustituir a
la vida? Pues una mierda y aquí es tan alienada la gente que piensa que cuando
los ricos se forran, es porque pronto les va a llover un dinerillo extra.
Pistola.
Ah,
no te dije todavía, pero me caso. Cosa de cuatro meses lo más. Ya Calixto habló
con los viejos y estos aprobaron, aunque mamá —yo me doy cuenta clarito— le
tiene mal de ojo, inquina, a mi novio por ser un tanto no blanco.
Bueno,
a ver si le ponés al estudio, para que volvás en un par de años con tu doctorado
en robótica puesto que todos te echamos de menos.
Una
pena que no estés en mi boda.
Te
quiero, panzón.
Diana
—Ya
es mucho joder, Petra. ¿Cómo que por qué no le puse todo el diseño de un correo
electrónico al texto? Porque es una novela, entendéme. Lo de poner de, para y asunto hasta reproducir el esquema de una pantalla no
aporta nada; es recurso válido en lenguajes visuales porque está allí y tan sólo
hacés la captura.
En
la escritura, no. A menos que seás defensora de horrores, como cuando Laura Esquivel
intentó aquella novela con un CD e intervenciones visuales, lo cual no es más
que un recurso de marketing.
Y
fue un fracaso.
—Mirá,
con razón nadie te publica. Vos perezoso, si querés te sembramos un eucalipto
en el parqueo. Lo que pasa es que lo que tiene mejor pinta, se vende mejor así
sea mierda. ¿Viste esa vaina del Diario
de Greg? Pues le hacían las liniecitas corrongas y la gente compraba el
producto.
—Ése
es el punto. Me estás hablando del libro mercancía. La gente que compra un
libro porque se ve bonito en la estantería, por una gran portada empastada o
porque lo puede hojear cuando quiera con cierta frivolidad porque lo interior
no es importante.
En
mi época no era así. Conocí libreros que reparaban los libros que venían con
una página fallida con pegarle en el espacio una fotocopia de lo faltante. Casi
nadie se quejaba por un lomo roto o una esquina torcida, a menos que fuese un
consumado tacaño y quisiese mal pagar por el texto sin que se notase su
mezquindad.
Es
más, las librerías tenían polvo, mucho polvo y la gente se limitaba a sacudir
los lomos y a abrazar la compra para llevarla hasta la caja para cancelar.
—Mirá,
yo creía que era más vieja que vos, pero eso nunca lo vi. Estás demasiado viejo, Vivas.
Maldita
Petra, sabe que me lastimó eso. No por viejo, sino porque me he descuidado
tanto que parezco tener reuma prematuro, fatiga crónica, la agilidad de una
tortuga.
Entonces
decidí que era tiempo de irme. Ya después le pediría por escrito los
comentarios, pero eso de diagramar un correo para que se vea nice, nunca.
—Petrita,
me sellás el vale del parqueo, por fa. Y
ponéle una nota para que den un par de horas más. Tengo que pasar a comprar zapatos…
La
infeliz puso el sello, escribió algún garabato en la boleta y estiró la mano.
Yo me limité a sonreír aunque ella simulaba mirar el ordenador para no hace
contacto visual.
Tan
pronto pude me alejé, pero la escuché murmurar:
—Mirá
quién habla de tacaños. Cada vez que pasa por acá se vacía el frasco de
confites…
En
la sala de espera, acomodados en un taburete para tres personas, ocho escritores
indigentes esperaban su turno para ser atendidos por la gerente de Comas
Negras, la señora Romero, que había decidido volver a las prácticas ancestrales
de buscar textos sin padre que se pudiesen foliar y engomar como si tuviesen
estructura. De hecho, recuerdo que una vez me contó la idea de vender como
novelas recetarios de cocina de la Abuelita del horno. O viceversa, siempre me
confundo en todo.
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